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El cortafuegos de López Obrador frente a los mercados


2019-07-09

Por IGNACIO FARIZA | El País

México 9 JUL 2019 - 23:49    CEST La dimisión de Carlos Urzúa (Aguascalientes, 1955) es mucho más que la renuncia de un ministro de Hacienda de México. Hasta su distanciamiento de Andrés Manuel López Obrador, más que patente en su carta en la que anuncia su cese, Urzúa era uno de los hombres más cercanos al presidente, parte destacada de su guardia de corps en materia económica y su primer cortafuegos cuando había conato de incendio en los mercados. En el caso de López Obrador, un mandatario poco dado a profundizar en cuestiones económicas, su figura se agigantaba: el mandatario descargaba en él la comunicación de prácticamente todas sus decisiones en materia hacendaria y apelaba a él cuando había que entrar en harina. Era, en definitiva, el primer miembro de su Gabinete al que recurría cuando había que calmar los ánimos. Su moderación ha sido, de alguna forma, el comodín económico del presidente.

Hasta este martes, cuando Urzúa ha estallado con una estruendosa carta de renuncia en la que revela las "muchas discrepancias" en materia económica y que remata con una durísima andanada contra su hasta hoy jefe: "Estoy convencido de que toda política económica debe realizarse con base a evidencia (...) y libre de todo extremismo, (...) convicciones que durante mi gestión no encontraron eco". Unas acusaciones que, en boca de la mano derecha de López Obrador en materia económica, suenan doblemente graves. También el choque con el jefe de Gabinete del presidente, el empresario Alfonso Romo.

Su salida, completamente inesperada, revive además las dudas en los mercados, solo parcialmente atemperadas después de que se supiese que el elegido para reemplazarle es Arturo Herrera —con quien no se le conocían grandes diferencias en la línea a seguir—, alguien de su círculo más cercano, hasta el punto de que era el encargado de llevar el día a día de Hacienda. Las discrepancias internas con el presidente se habían mantenido fuera de los focos: se presumía que existían, pero ambas partes habían optado por mantenerlas tan soterradas como fuera posible. Paradójicamente fue el propio Urzúa quien llevó al Gobierno a Herrera. Y paradójicamente también, los dos mayores choques públicos entre Hacienda y Presidencia se produjeron entre el propio Herrera y López Obrador: el primero después de que deslizase al Financial Times que el Gobierno acabaría por cancelar la nueva refinería de Dos Bocas —uno de los grandes empeños del presidente y uno de los puntos de fricción con Hacienda— y el segundo a cuenta del impuesto de tenencia y predial. En ambas ocasiones, el mandatario desmintió de inmediato a su desde hoy secretario.

El hasta este martes titular de Hacienda de la cuarta mayor economía de América y la tercera de Latinoamérica, había hecho gala de su prudencia cuando las circunstancias lo requerían. Se reconocía como "socialdemócrata", creía en la independencia del Banco de México —que muchos pusieron en tela de juicio en los meses previos a la toma de posesión de López Obrador—, abogaba por la prudencia fiscal —que demostró en sus primeros y últimos Presupuestos, los de 2019— y, aunque defendía con firmeza los recortes emprendidos por el Ejecutivo, era tan consciente de sus límites como de que más pronto que tarde México necesitaba una profunda reforma fiscal para ganar músculo y redistribuir cargas de forma más equitativa, una política muchas veces rechazada por López Obrador, al menos hasta el ecuador del mandato. Quienes asistieron a las repetidas reuniones celebradas con inversores, en su mayoría analistas y banqueros, reconocían en él a un técnico experimentado y lo veían como contrapeso para el presidente, mucho más volcánico y enfrascado en una eterna campaña electoral.

Aunque con una fuerte vocación social —es un economista de izquierdas—, Urzúa era el principal equilibrio del Gobierno con una visión de la economía más ortodoxa que otras figuras relevantes de la Administración y del Movimiento Regeneración Nacional (Morena). También destacaba por su accesibilidad, incluso en vísperas de las elecciones, cuando ya había sido nominado como futuro titular de Hacienda si López Obrador llegaba a la presidencia y ese era ya un escenario cantado dentro y fuera de México. Pero su actitud era la de un técnico que huía recurrentemente de los focos: no era, ni mucho menos, un político al uso: prefería que la atención la acaparasen otros. Hasta este martes de julio, cuando su dimisión ha sacudido los cimientos de la política mexicana.

Hacienda ha sido, tradicionalmente, una de las carteras clave del Ejecutivo: su titular es el garante de las finanzas públicas y el encargado de transmitir tranquilidad a los mercados internacionales, una tarea que no es menor en un país tan abierto a la inversión exterior, en el que las exportaciones suponen casi el 40% del PIB —y subiendo—, que necesita el capital extranjero para financiarse y en el que la volatilidad del tipo de cambio se ha visto históricamente como uno de los mejores termómetros de su economía. Pero este sexenio, la importancia de su figura se acrecentaba: la llegada de Andrés Manuel López Obrador infundió importantes dudas sobre inversores y calificadoras —que siguen teniendo a México en el disparadero— y Urzúa era el encargado de despejarlas.

Templó los ánimos de los mercados tras la cancelación de la obra del mayor aeropuerto de América Latina —un gigantesco proyecto de infraestructuras iniciado durante el mandato de Enrique Peña Nieto (PRI)—, una promesa de campaña del presidente y que muchos de sus cuadros económicos habrían preferido que no se produjese, conscientes de que evitar cualquier fuente de turbulencias era lo más importante en los primeros meses del sexenio. También con los vaivenes de la petrolera estatal, Pemex, un rubro en el que las discrepancias también habían quedado de manifiesto y en cuya delicada situación financiera el ya exsecretario veía —según subrayaba en marzo a EL PAÍS, en una de sus primeras entrevistas en el cargo— el mayor talón de Aquiles para la economía.

Licenciado en matemáticas por el Tecnológico de Monterrey, maestro en la misma materia por el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional y doctor en Economía por la Universidad de Wisconsin-Madison, antes de aterrizar en el Gobierno federal había ejercido como catedrático de El Colegio de México —uno de los grandes semilleros de economistas para el actual Ejecutivo— y como director de la Escuela de Graduados en Administración Pública del Tecnológico de Monterrey. Entre medias, Urzúa ya había acompañado a López Obrador en su etapa de jefe de Gobierno de Ciudad de México, cuando llevó las riendas de las cuentas públicas durante tres años. Un mundo si se compara con esta segunda etapa como servidor público: ha aguantado solo siete meses en el cargo.



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