Formato de impresión


El dolor tras el pecado


2019-07-12

Por: P. Fernando Pascual, LC 

Dios ofrece al pecador ayudas para reconocer su pecado, para arrepentirse, para volver a casa.

Entre esas ayudas, una consiste en el dolor por el propio pecado. Un dolor que no coincide simplemente con lo que uno siente al constatar su propia flaqueza.

Porque existe un dolor ante el propio pecado que es insuficiente, pues surge de la pena al percibir la propia debilidad.

Ese dolor insuficiente nace, por ejemplo, cuando uno constata que pudo haber evitado ese pecado con un poco de atención y de esfuerzo, y que la caída fue un gesto inútil, tonto, absurdo.

La pena, entonces, nace de uno mismo y puede quedar encerrada en el propio egoísmo. No cura, no acerca plenamente a Dios, porque coincide con un sentimiento muy humano de dolor al verse tan incompetente.

El dolor verdaderamente cristiano, el que acogemos como don de Dios, nos lleva a reconocer el propio pecado desde la relación que tenemos como hijos.

Es un dolor desde el amor y que lleva al amor. Es un dolor que avanza hacia la perfección, hacia lo que el Catecismo llama "contrición".

«Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta" (contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf. Concilio de Trento: DS 1677)» ("Catecismo de la Iglesia Católica" n. 1452).

Otra vez el pecado ha entrado en mi corazón. Percibo mi fragilidad, pero no me desanimo. Miro a un Crucifijo. El recuerdo de Cristo, que dio su vida por mí, me anima a la confianza.

Es el momento de reparar, de pedir perdón, de acudir al Sacramento de la Penitencia. Es la hora de dejar que la acción de Dios, Padre bueno, cure mis heridas, me abrace con cariño, y empiece una fiesta en los cielos...


 



regina


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com