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Una nueva carrera espacial


2019-07-23

NUÑO DOMÍNGUEZ | Política Exterior

Ya no hay dos bloques enfrentados, sino multitud de jugadores que establecen alianzas puntuales. La meta inmediata es regresar a la Luna.

Hace 50 años, el 21 de julio de 1969, Richard Nixon hizo la “llamada telefónica más importante de la historia”. El entonces presidente de Estados Unidos descolgó el aparato para hablar en directo con el comandante Neil Armstrong, que acababa de convertirse en la primera persona en caminar sobre la Luna. “Gracias a lo que habéis hecho, los cielos ya son parte del mundo de los hombres”, dijo Nixon. “Gracias, presidente”, contestó Armstrong, a 380,000 kilómetros de la Tierra. “Es un privilegio estar aquí representando no solo a EU, sino a los hombres de paz de todo el mundo, hombres con intereses, curiosidad y una visión de futuro”. Probablemente Armstrong no fue consciente de que sus palabras podían excluir a ingenieras, programadoras y especialistas: mujeres que habían hecho contribuciones fundamentales al programa Apolo de la NASA, para llevar por primera vez a un humano a la superficie de nuestro satélite.

Pasado medio siglo, el interés por regresar a la Luna ha resucitado. Las principales potencias espaciales clásicas, lideradas por EU, y otras emergentes como China e India, planean ambiciosas misiones espaciales para reconquistar el satélite. Estos son ya otros tiempos, y frases como las de Armstrong y Nixon serían impensables. El administrador de la NASA, Jim Bridenstine, ha asegurado que la primera persona en regresar a la Luna 50 años después será una mujer. El nuevo programa espacial que lo hará posible se ha bautizado Artemisa, diosa de la Luna y hermana de Apolo en la mitología griega. Es “probable” que el primer humano que pise Marte también sea una mujer, según Bridenstine.

Presionada por el presidente Donald Trump y su vicepresidente, Mike Pence, la NASA ha fijado el primer aterrizaje de astronautas en la Luna para 2024. Es un acelerón considerable respecto a los planes iniciales de este país, que contemplaban un margen difuso al final de la próxima década. Muchos de los componentes esenciales para llevar astronautas a la Luna no están aún listos, como la cápsula Orión para transportarlos a los cohetes SLS, los más potentes jamás construidos.

El órdago estadounidense es doble. Además de esa primera misión tripulada, la NASA quiere que en 2026 esté listo el primer módulo de su nueva base lunar. Lo más importante de ese plan es que no solo afecta a EU y su interés por mostrar poderío espacial frente a otros países como China, sino también al resto de potencias con presencia importante en el espacio: la Unión Europea, Canadá, Japón y Rusia. Todas ellas son socios de la lunar Gateway, la estación espacial que se planea acabar en 2028 y que orbitará la Luna. El proyecto es una evolución de la Estación Espacial Internacional (ISS, siglas en inglés), que orbita la Tierra a unos 400 kilómetros de altura y a la que ya han viajado más de 200 astronautas de 17 países, incluido España.

¿Competición o colaboración?

A principios de este año, China sorprendió a la comunidad internacional al convertirse en el primer país que consiguió aterrizar con éxito en la cara oculta de la Luna. La misión robótica Chang’e 4 se posó en el cráter Von Kármán, dentro de la cuenca Aitken, que con más de 2,000 kilómetros de diámetro es uno de los mayores cráteres de impacto que se conocen en el sistema solar. El éxito del alunizaje, que no se anunció de forma oficial hasta horas después de haberse producido, demostró que el programa espacial del país asiático ha progresado rápidamente. China planea ya nuevas misiones robóticas al satélite, incluida una para recoger muestras de suelo y enviarlas de vuelta a la Tierra. También se estudia usar impresoras 3D y tierra lunar para la construcción de posibles bases permanentes en el satélite.

“China ha demostrado una capacidad impresionante en este campo y es el tercer país del mundo que consigue enviar astronautas al espacio”, destaca Casey Dreier, asesor de política espacial y experto en el programa espacial chino de la Sociedad Planetaria, con sede en Pasadena (EU). “Sin embargo”, continúa el analista, “el país está aún bastante detrás de EU en infraestructuras y capacidad técnica (…) Esa brecha se irá cerrando en las próximas décadas a medida que China persiga su objetivo a largo plazo, que se centra en construir una estación espacial en la órbita de la Tierra. Es importante destacar que China no ha declarado intención de enviar astronautas a la Luna, aunque la mayoría de observadores asume que ese es el objetivo más lógico de su programa de exploración espacial humana. En cualquier caso sería sorprendente que los esfuerzos para llegar allí comenzasen antes de 2030”, detalla Dreier.

La carrera espacial actual, si puede llamarse así, es muy diferente a la de la guerra fría. La situación geopolítica ha cambiado de forma radical y ya no hay dos bloques enfrentados, sino muchos jugadores que establecen alianzas puntuales y cuya retórica política a veces contradice sus acciones reales. Por ejemplo, la dialéctica del presidente de EU hacia China es de enfrentamiento, especialmente en el contexto de su batalla comercial. Entretanto, EU se ha coordinado con China para proporcionar al país asiático imágenes tomadas por la sonda lunar LRO del punto de aterrizaje de Chang’e 4. Esto se hizo a pesar de que, en teoría, una ley impide la cooperación bilateral entre ambos países en cuestiones espaciales.

El papel de Europa en esta nueva carrera es más conciliador que nunca. A pesar de que la Unión también atraviesa duros momentos en su negociación comercial con la administración Trump, la Agencia Espacial Europea (ESA, en inglés) es uno de los socios más sólidos de EU en el espacio. El día que los astronautas occidentales a bordo de la cápsula Orión enciendan los cohetes para aterrizar en la Luna, estarán usando un equipamiento fabricado por la ESA: el Módulo Europeo de Servicio. El objetivo declarado de la ESA es crear una “aldea lunar” en la superficie del satélite, en palabras de Jan Woerner, director general de la agencia, donde haya cabida para la cooperación internacional. La ESA, formada por 22 países –incluido España– está ya en fase de estudio de una misión para extraer del suelo lunar agua y oxígeno, dos compuestos claves para sostener colonias humanas en el satélite y fabricar combustible para cohetes, en 2025.

Europa no tiene ningún problema en colaborar con China en el espacio. Ambos países estudian colaboraciones en exploración lunar y en marzo se aprobó la misión Smile, una sonda conjunta de la ESA y China para estudiar el viento solar. Los astronautas europeos estudian chino de cara a posibles misiones conjuntas, tal vez en estaciones espaciales chinas en la órbita terrestre que tomarán el relevo a la actual ISS.

“La Luna es un planeta hermano de la Tierra que se formó hace unos 4,000 años”, explica Didier Schmitt, coordinador de exploración humana y robótica de la ESA. “Su valor científico está en que es un registro intacto que abarca todo ese tiempo”, resalta. La participación europea en la estación lunar abrirá la puerta del espacio a los astronautas europeos, explica Schmitt. “Para lograr llevar astronautas a la Luna en 2024 y otra misión en 2025, la Gateway debe tener un módulo de propulsión y energía y un habitáculo para transportarlos desde la cápsula Orión al módulo de aterrizaje. La construcción del primer elemento ya está en marcha y el contrato para construir el hábitat se publicará pronto. Esta configuración mínima tendrá que hacerse más grande a partir de 2026 y la ESA negocia una participación importante en esta fase. También lidera el programa Heracles junto a Japón y Canadá, para construir un sistema de transporte de material científico y técnico que conecte la estación con la superficie lunar”, resalta. En función de esa participación, los primeros astronautas europeos podrían llegar a la estación lunar a partir de 2024 y tal vez a la superficie de la Luna en 2028, añade Schmitt.

La Luna será solo un paso intermedio. Colonizar otros planetas requiere demostrar todas las tecnologías necesarias para mantener tripulaciones de astronautas en bases más o menos permanentes. Hacerlo en la Luna es un paso lógico para desarrollar las tecnologías que después se aplicarán en otros destinos más remotos. Esta es la lógica de EU, que quiere usar su programa lunar como un paso previo a su objetivo de ser el primer país en llevar humanos a Marte en la década de 2030. La estación orbital que planea la NASA podría servir como puerto de partida de los futuros viajes al planeta rojo. Esta carrera espacial será mucho más lenta y larga que la anterior. El 4 de octubre de 1957, EU quedó conmocionado cuando la Unión Soviética se convirtió en la primera nación del mundo en lanzar un satélite al espacio, el Sputnik, al que The New York Times calificó en su crónica como “luna artificial”. Sus señales de radio, captadas por estaciones militares y también por radioaficionados, fueron una muestra del poderío comunista. En abril de 1961, EU se desayunó con otro fracaso: el primer hombre en surcar el espacio en una nave espacial era un cosmonauta ruso, Yuri Gagarin.

Apenas un año después, John F. Kennedy pronunció uno de sus discursos más famosos para defender que su país gastase enormes sumas de dinero para ser el primero en llevar astronautas a la Luna, la próxima frontera de la vertiginosa carrera espacial. “Elegimos ir a la Luna en esta década y otras cosas […] no porque sean fáciles, sino porque son difíciles”, argumentó Kennedy, y sugirió que eso daría a EU una capacidad de organización superior para hacer frente a los retos militares y tecnológicos de la guerra fría. Apenas siete años después, tras una inversión de 98,000 millones de dólares y el trabajo de casi medio millón de personas, EU consiguió imponerse en la carrera espacial y conquistó la Luna. Fue un esprint histórico que probablemente no vuelva a repetirse.

Ningún país está dispuesto a hacer un esfuerzo económico comparable al de EU y la URSS. Ya no necesitan hacerlo. “En los años sesenta, la carrera espacial era una forma de demostrar superioridad tecnológica y organizativa de un orden sobre otro, capitalismo y comunismo”, recuerda Dreier. En cambio ahora, “China está más preocupada en consolidar su poder regional y a EU no le interesa tanto demostrar las ventajas del capitalismo una vez que la URSS cayó. El valor de la señal de poder ha disminuido”, opina el analista.

Empresas y sostenibilidad

Otra de las características de la nueva carrera espacial es el protagonismo empresarial. Hace unas semanas EU anunció las compañías que desarrollarán importantes componentes de su programa espacial lunar. Empresas como SpaceX, de Elon Musk, poseen ya contratos millonarios para llevar astronautas al espacio en sus cohetes reutilizables que, por fin, darán a EU la independencia de Rusia, ya que las naves Soyuz –diseñadas por orgullosos ingenieros comunistas de la URSS– son aún el medio utilizado para llegar a la ISS.

El protagonismo de las empresas en esta instalación orbital terrestre aumentará en los próximos años, mientras las grandes agencias espaciales centran sus esfuerzos en la Luna primero y luego en Marte. Esta misma semana se anunció que Bigelow Aerospace, otra empresa con sede en EU, será la encargada de llevar turistas espaciales a la ISS. Puede que el turismo sea la forma de sufragar parte del coste que supone esta instalación, por ahora el único lugar fuera de la Tierra habitado de forma permanente.

El nuevo hito en esta carrera espacial sucederá dentro de poco. En septiembre está previsto que llegue al polo Sur de la Luna una misión robótica india, Chandrayaan-2. La misión incluye un módulo orbital, otro de aterrizaje y un vehículo de exploración, con los que India intentará convertirse en el cuarto país del mundo en aterrizar en nuestro satélite.

A medida que más países se suman al club espacial, queda patente la necesidad de llegar a acuerdos globales para la conservación ambiental. Una de las imágenes que más ha concienciado a los terrícolas de la fragilidad de la Tierra fue la de nuestro planeta visto desde la Luna. La imagen del pequeño planeta azul generó una conciencia global que unía a todos los humanos del mundo en una sola “nave espacial Tierra”. Hoy esa visión no ha cambiado. Nunca ha sido tan importante que los humanos piensen en términos de planeta para afrontar sus mayores retos, como la emergencia climática o la extinción acelerada de especies.

Después de pisar el finísimo polvo que cubre la Luna, Armstrong dijo: “Desde la superficie no podíamos ver ninguna estrella, pero por la escotilla sobre mi cabeza ahora estoy mirando la Tierra. Es grande, brillante y preciosa”. El objetivo es que los primeros humanos en volver a la Luna y los que lleguen a Marte décadas después puedan decir lo mismo.


 



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