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Viaje a la zona cero de la migración guatemalteca


2019-08-05

 

En la casa de Alicia Pérez la idea de Estados Unidos está colgada de un gancho: la vieja mochila roja que su hijo llevaba a la escuela cuando vivían en Georgia. Volvieron a Guatemala hace unos años, pero él no deja que la tire. Echa de menos las hamburguesas y ella, a otros dos hijos que acaban de cruzar la frontera. "Cuando me pongo triste, me voy al cafetal para quitarme los pensamientos", dice esta mujer enjuta, de cabello azabache y rostro cansado. "Gracias a Dios ya llegaron". Huehuetenango, la región montañosa al oeste del país donde vive, es la zona cero de una emigración que no se detiene pese al cierre de puños de los vecinos del norte.


Hace una semana Guatemala fue declarada de facto "tercer país seguro", es decir, un lugar con capacidad para acoger refugiados de otros países, en su mayoría centroamericanos. De entrar finalmente en vigor —lo más probable, aunque aún falta el visto bueno del Legislativo—, el polémico acuerdo entre el Gobierno de Jimmy Morales y la Administración de Donald Trump permitirá enviar a Guatemala —2,500 kilómetros al sur en línea recta— a los migrantes que soliciten asilo en la frontera estadounidense. Los precedentes no son numerosos: EE UU y Canadá tienen un pacto similar, como lo tienen también la Unión Europa y Turquía.

El caso de Guatemala —de donde siguen saliendo miles de personas cada mes— es diferente. “El país está expulsando a sus ciudadanos y va a tener que recibir a solicitantes de asilo en las mismas condiciones que hicieron migrar a su población”, dice Susana Navarro, del centro de pensamiento Ecap. “Es un sinsentido”. En EE UU viven alrededor de tres millones de guatemaltecos, según estimaciones extraoficiales, la sexta parte del total de nacionales. En 2018, las autoridades fronterizas estadounidenses rechazaron a 12.185 familias guatemaltecas, prácticamente el doble que el año anterior.


La emigración está vaciando el pueblo de Pérez, un puñado de casas dispersas y arrinconadas entre cerros de pinos y campos de maíz reseco. De una población de poco más de 2,000 habitantes, la mitad de los padres ya ha cruzado a EE UU en busca de trabajo. Muchos pagan hasta 40,000 quetzales (más de 5,000 dólares) a los coyotes que hacen negocio con la migración irregular. A veces, piden el dinero a prestamistas que llegan a cobrar un 10% de interés mensual, una losa con la cargan durante años. Con suerte, ganan suficiente para eso y para enviar remesas con las que construir casas de cemento, como la que el hermano de Pérez, emigrado, tiene enfrente de la suya de adobe y teja.

Lo que dejan atrás no da para vivir. Pérez, de 33 años, cobra 25 quetzales (tres dólares) al día por lavar ropa. En la cesta de la compra eso se traduce en medio kilo de azúcar, una pastilla de jabón y una bolsa de maíz para hacer tortillas. Hasta hace unas décadas, la aldea vivía del maíz, pero el mexicano, un tercio más barato, lo relegó. Se pasó entonces al café, pero su precio se ha desplomado en los últimos años a casi la mitad. La pobreza que emana de la mala salud del campo es, junto a la violencia, uno de los principales detonantes de la emigración. Pese a los avances, casi seis de cada 10 guatemaltecos son pobres. En Santa Bárbara, el municipio donde vive Pérez, son aún más: ocho de cada diez.



regina


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