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Al idealista maquiavélico


2019-08-06

Por Agustín Basave | Proceso

¿Cuánto se puede estirar un ideal sin romperse? La pregunta no es ociosa: sublimar a México presupone una alta dosis de pragmatismo político. He dicho, y lo sostengo, que es tan fácil ser estrictamente escrupuloso y quedarse a ver los toros desde la barrera como ser cínicamente inescrupuloso y gozar de los privilegios que da torear al burel de la justicia mexicana; lo difícil es tener un cedazo que sólo deje pasar la peccata minuta en aras del éxito de un proyecto axiológicamente meritorio. Y es que, contra lo que pregona la demagogia, la mirada ética a la praxis no es en blanco y negro. ¿Cómo equilibra un estadista principios y resultados? ¿Cuál es el bien común y dónde está la frontera de lo moralmente inadmisible? Ojo, hablo de un análisis holístico del valor del fin y de la eficacia y la admisibilidad de los medios.

Si, como sostengo, el presidente López Obrador encarna la rara paradoja del idealista maquiavélico, ¿qué es positivo y qué es negativo en la combinación de idealismo y maquiavelismo que ha elegido? Revisemos los cuatro temas prioritarios de la 4T.

Combatir la corrupción es un propósito indudablemente virtuoso. Pero en su estrategia AMLO ha incluido el perdón a los corruptos del pasado, particularmente a Peña Nieto, para concentrarse en una depuración presente y futura. ¿Se vale? Yo creo que no, que enjuiciar a quienes saquearon al país y recuperar lo que se robaron es un imperativo moral. Pero supongamos sin conceder que la amnistía es un mal menor que se justifica en aras de extirpar el cáncer de la corrupción. ¿Ha sido eficaz? Tampoco: el mensaje de que se mantiene el pacto de impunidad representa un incentivo perverso para los corruptos dentro y fuera del gobierno. No tienen miedo. Y mientras no se erijan las condiciones para hacer más costoso que benéfico el abuso de poder las corruptelas persistirán. Con todo, confío en que en la medida en que salgan a la luz las obscenas fortunas amasadas en el priñanietismo la presión ciudadana obligará a AMLO a rectificar. Quiero pensar que lo de Lozoya, Ancira y Collado es un adelanto de lo que por fuerza tendrá que venir.

Hacer al país menos desigual y mitigar la pobreza es otra prioridad moralmente plausible de AMLO. Ha decidido procurarla a la usanza neoliberal, curiosamente, con transferencias individuales de efectivo. Santo y bueno, pues disminuye la burocracia y aumenta la eficacia. El problema es que la ha implementado con daños colaterales en estancias, refugios y un largo etcétera. Y lo más grave es que inexplicablemente ha descartado el aumento tributario progresivo que nuestra realidad exige, lo que preserva la pésima distribución del ingreso y vuelve ineludibles sus recortes presupuestales draconianos, con el consecuente repliegue gubernamental en áreas esenciales y la cancelación de empleos que perjudica a miles de familias. Los impuestos se desnaturalizan si no son palanca contra la desigualdad. En México, sin reforma fiscal no hay justicia social.

Contrarrestar la inseguridad y abatir la violencia son aspiraciones inobjetables. La Guardia Nacional puede ser un instrumento muy eficaz, pero la militarización es muy mala idea. Lo es porque los militares no están hechos para funciones policiacas sino bélicas y porque enfrentarlos al poderosísimo y riquísimo crimen organizado corrompe dos de las pocas instituciones sólidas que tenemos. Es natural que el presidente, abrumado por la improvisación y el desorden en su administración, haya aquilatado la disciplina castrense, pero soldados y marinos no pueden ni deben hacerlo todo. La declaración de AMLO a La Jornada de que si por él fuera desaparecería las fuerzas armadas para transformarlas en la Guardia sólo se explica por su frustración ante la lentitud para dar resultados propiciada por la falta de técnicos y especialistas –muchos de los cuales han sido despedidos– y la desorganización administrativa. Pero esa lógica llevaría al despropósito de concluir que hay que disolver al Ejército y a la Marina para convertirlos en el gobierno.

Lidiar con Donald Trump sin rasguños a nuestra soberanía y a nuestra economía no es factible. El elefante junto al que dormimos es hoy montado por un bully, y por ello en este tema se aprecia con mayor dramatismo la dificultad de conciliar idealismo y pragmatismo. En la relación con ese jinete apocalíptico AMLO puede ser intransigentemente “digno” y causar una agresión que desquicie nuestra vida económica, o ser sumisamente “práctico” y recibir un golpe a la dignidad nacional… y a nuestra economía. Urge un destierro de sombras –perdón, maestro O’Gorman– para acabar con los residuos de la tenebrosa y entreguista doctrina Videgaray que catalizaron el inefable acuerdo arancelario-migratorio. No estoy seguro de que habría sido insensato apretar antes de la aprobación del T-MEC; no me cabe duda de que con Peña se demostró con creces que complacer sistemáticamente a Trump nos denigra y debilita en todos sentidos.

Quiero que le vaya bien a AMLO para que le vaya bien a México. Por eso hago votos por la enmienda de lo que a mi juicio son errores en la instrumentalización pragmática de sus ideas. A diferencia del AMLO de 2006, el de ahora está más cerca del maquiavelismo que del idealismo. El equilibrio, siempre difícil, es imposible sin autocrítica. La ruta a la 4T puede ser más corta y venturosa que el largo y sinuoso camino que él ha elegido. Es cuestión de apertura y humildad.

PD: En México no hay nada más revolucionario que la honestidad. Nuestro periodismo independiente y crítico ha de tomar partido con la verdad, no con el poder. Por eso estoy muy orgulloso de ser colaborador de Proceso.



Jamileth


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