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Lo que vivió Monica Lewinsky con Clinton fue muy diferente a lo que nos contaron


2019-08-13

MARÍA LÓPEZ VILLODRES | El País

13 AGO 2019 17:20 “La gente ha estado acaparando y contando mi parte en esta historia durante décadas. De hecho, hasta estos últimos años no he podido recuperar por completo mi narrativa; casi 20 años después”, escribe Monica Lewinsky a Vanity Fair explicando por qué se ha decidido finalmente a coproducir Impeachment. La tercera temporada de American Crime Story, la docuserie que dirige Ryan Murphy para FX, que en esta ocasión abordará el escándalo en el que se vio envuelta Lewinsky en 1998. A sus 22 años, la que fuera becaria de la Casa Blanca -que en la ficción será interpretada por Beanie Feldstein-, fue víctima de acoso mediático y escarnio público tras darse a conocer los detalles de sus encuentros sexuales con Bill Clinton (entonces 51 años). Esta información, grabada en conversaciones telefónicas sin su consentimiento por Linda Tripp, ex compañera de trabajo en la Casa Blanca y aliada del fiscal Kenneth Starr, quien lideraba la comisión independiente que pretendía destituir al presidente; fue usada contra Clinton. Pero este mantuvo el cargo mientras que la vida de Lewinsky quedaba a la deriva durante casi dos décadas.

Lo que entonces se aireara sin escrúpulos en programas e informativos copando incontables horas de la televisión estadounidense y de la prensa mundial, objeto de burla y protagonista de numerosos sketches -incluyendo el vestido azul, la boina o el puro-, contará por fin con una versión diferente que llegará al gran público vía streaming y con dimensión global . “Cuando hablamos de producción, hablamos de decisión, de dinero y de poder, por eso es importante que Monica Lewinsky produzca su historia”, cuenta a S Moda María Castejón Leorza, historiadora, profesora y escritora experta en representaciones de género en el audiovisual.

Lewinsky, cuya historia también fue revelada y alimentada a través de internet, se considera a sí misma la “paciente cero” en ciberacoso -al que en este caso convendría añadir el apellido ‘machista’ por su indiscutible componente de género-. Y ha hecho de la lucha anti bullying su causa y su trabajo. “Monica la Gorda Zorra Acosadora ‘Esa Mujer’ Lewinsky”. Así se bautizaba a sí misma en el marco de la campaña #DefyTheName (Desafía el nombre) que impulsó en redes sociales, apropiándose de los insultos que se han usado durante años para atacarla, en los que el denominador común son los ataques contra su físico y su condición de mujer liberada sexualmente. “Estoy muy agradecida por el crecimiento que hemos hecho como sociedad, que permite que personas como yo, históricamente silenciadas, finalmente introduzcamos nuestra voz en la conversación. Este no es solo un problema que haya tenido yo. Las personas poderosas, a menudo hombres, se aprovechan de sus subordinados de innumerables maneras todo el tiempo”, reflexiona ahora al conocerse su papel como productora.

Su historia ha sido contada por hombres -hasta su propia biografía autorizada, Monica’s Story, publicada en 1999 y narrada por Andrew Morton-. Así lo recordaba en 2018 cuando exponía en otro artículo de la edición estadounidense de Vanity Fair qué la había llevado a participar (con una entrevista de más de 20 horas) en el documental The Clinton Affair, dirigido por Blair Foster. “Ella [la directora] me señaló durante una de las grabaciones que casi todos los libros escritos sobre el juicio político de Clinton fueron escritos por hombres. La historia está literalmente escrita por hombres. Por el contrario, la docuserie no solo incluye más voces de mujeres, sino que encarna la mirada de una mujer: dos de las tres editoras principales y cuatro de las cinco productoras ejecutivos son mujeres”, explicaba. “Puede que no me guste todo lo que se ha incluido en la serie o que se ha dejado de lado, pero me gusta que las mujeres formen la perspectiva”.

Misma premisa que ha abrazado en 2019 para Impeachment con la intención de combatir la male gaze -término que acuñó por primera vez Laura Mulvey en los 70 para señalar la predominancia de la mirada masculina en la creación visual-. Más que de mirada femenina, la experta María Castejón prefiere hablar de “punto de vista”. “Es muy importante cambiarlo en este caso. El relato de Clinton fue una prueba brutal de cómo culpamos a las mujeres, cuando el que era infiel a su señora era él y su situación era de poder sobre Lewinsky -él era su jefe y ella mucho más joven-“. Además fue él quien mintió sosteniendo que entre ambos no había habido ninguna relación sexual, incitando a Monica a firmar estas declaraciones en mitad del proceso judicial en el que Paula Jones lo acusaba de acoso sexual, que después se volverían en su contra al demostrarse lo contrario con la mancha de semen del vestido de Lewinsky.

En Impeachment, el guion lo escribe Sarah Burgess, basándose en el bestseller de Jeffrey Toobin, A Vast Conspiracy: The Real Story of the Sex Scandal That Nearly Brought Down a President (Una gran conspiración: la verdadera historia del escándalo sexual que casi derrocó a un presidente, de Touchstone). El enfoque de las dos entregas anteriores de American Crime Story, sobre el caso de O.J. Simpson y sobre el asesinato con trasfondo homófobo de Gianni Versace, ha sido clave. Cuando Lewinsky y Murphy se reunieron para hablar de la producción, la activista acabó aceptando porque, según ha contado: “Llegué a entender lo dedicado que está [Murphy] a dar voz a los marginados a través de su brillante trabajo”. Desde la propia cadena, FX, su presidente, John Landgraf, también ha querido subrayar que American Crime Story se ha convertido en un “referente cultural que aporta un contexto más amplio para historias que merecen una mejor comprensión”. En el caso de Impeachment, Landgraf asegura que “también se explorarán los aspectos ignorados de las historias de las mujeres que se vieron atrapadas en el escándalo y la guerra política que arrojaron una sombra alargada sobre la presidencia de Clinton”. Cuando Murphy ya en 2017 barajaba la idea de contar el caso y coincidió con Lewinsky en una fiesta, trató de convencerla: “Nadie debería contar tu historia excepto tú, y es de mal gusto si lo hacen. Si quieres producirlo conmigo, me encantaría; tú eres quien debería ser la productora y ganar todo el maldito dinero”.

Las acusaciones sobre Monica Lewinsky por haber, supuestamente, tratado de sacar rédito a su historia también han sido una constante. “Durante varios años probé con el negocio de accesorios de moda y me involucré en varios proyectos de medios de comunicación, entre ellos el documental de HBO. Luego permanecí en un segundo plano la mayor parte del tiempo. (La última entrevista importante que concedí fue hace 10 años). Después de todo, no mentir me había expuesto a las críticas por tratar de ‘capitalizar’ mi ‘notoriedad’. Aparentemente, que hablen de mí está bien; yo contando mi propia historia, no. Rechacé ofertas con las que habrían ganado más de 10 millones de dólares porque no sentía que fuera lo correcto. Con el tiempo, el circo mediático se calmó, pero nunca avanzó realmente, ni siquiera cuando yo intenté seguir adelante”, escribía en el artículo Vergüenza y Supervivencia (2014), con el que regreso tras años de silencio e hizo reflexionar a todos los que contribuyeron a su juicio público. Y a pesar de ello, la losa del poder aún pesa: en mayo de 2018 su intervención en unas jornadas de debate eran canceladas tras anunciarse que el matrimonio Clinton asistiría.

Lewinsky en tiempos de streaming
En tiempos de Netflix, donde previsiblemente podremos ver la serie a su estreno en España, y gracias al alcance que proporcionan la plataforma, el streaming, y bajo el aval de la marca American Crime Story (con hasta 13 premios Emmy entre sus dos temporadas); su influencia es significante. Como explicaba hace unos días en un artículo sobre referentes femeninos a El País Asunción Bernárdez Rodal, experta en Comunicación y Género de la Universidad Complutense de Madrid, especializada en el estudio de los medios de masas, estos juegan un papel fundamental en el calado social de la igualdad. “Es en torno a la cultura, sobre todo la audiovisual, la que funciona como pegamento de la gente, donde hay grandes contradicciones” (…) “Es muy difícil que el mainstream abandone la estereotipización total y absoluta, pero la proliferación de plataformas como Netflix o HBO permiten una segmentación de los públicos que antes tenía mucha menos oferta de series, películas, etc. Así se ha permitido que los modelos femeninos se vayan haciendo más complejos”.

María Castejón subraya la importancia de aplicar al relato del escándalo Clinton perspectiva de género en su producción audiovisual. “Hay casos no se entienden sin esta”. Dos ejemplos recientes en el ámbito nacional lo dejan el documental El caso Alcàsser (Netflix) y El Pionero (HBO), sobre la vida de Jesús Gil. “En el de Alcàsser, 27 años después, vemos cómo se ha mantenido el mismo relato de terror sexual naturalizado entonces. La perspectiva de género la aplican en los cinco últimos minutos, con esa entrevista a la profesora de las niñas. No podemos entenderlo así”. En El Pionero, sin embargo, Castejón apunta a que el retrato del personaje sí se han evidenciando todas las aristas de Gil: “Lo dicen claramente: ‘era muy putero”. Las declaraciones de sus propios hijos (varones) plantean la reflexión: “Un personaje como mi padre, a mí como mujer [en referencia a su madre], no me gustaría” o “mi padre era un tío, uf, complicado”. “Todo esto es cultura popular [tanto el relato sobre Lewinsky como el de Alcàsser o el de Jesús Gil]. Son historias que hemos visto a través de la televisión y es clave analizarlas”, apunta Castejón.

La industria mediática le debe una disculpa
Como señalaba Noelia Ramírez en su artículo Monica Lewinsky: la mancha del vestido de la becaria era el machismo de los 90 en S Moda, la crítica de The Guardian Hadley Freeman ya lanzó la idea de la necesidad de rendir justicia a su historia a través del audiovisual: “20 años parece la cantidad de tiempo necesario que el mundo necesita para tomar aire y volver a evaluar a una mujer demonizada”, escribía. Estados Unidos y la industria se lo deben. Si bien es cierto que Hollywood anda en reconstrucción en plena era post Weinstein y #MeToo, la lacra del castigo a la mujer que denuncia persiste. “Las mujeres, incluso cuando son silenciadas, tienen que pagar un precio mucho más alto para hacerse oír”, recuerda Mary Beard en Mujeres y Poder (Ed. Crítica) a propósito de la voz pública de las mujeres. Ese precio es el acoso, el ciberacoso, la pérdida del trabajo o la imposibilidad de tenerlo, como en el caso de Monica Lewinsky -y también en el de muchas actrices de Hollywood que han denunciado el acoso y los abusos sexuales en la industria y ahora están en paro, o en el de las mujeres a las que se les censura su opinión en redes sociales condicionando su presencia en el ámbito digital, etc-. “Los Anthony Weiners y Eliot Spitzers hacen lo que tienen que hacer para parecer humillados en los telediarios. Se retiran de la vida pública por un tiempo, pero inevitablemente regresan, habiendo dejado todo atrás. Las mujeres en estos embrollos regresan a vidas que no se reparan tan fácilmente”, escribía Monica en Vanity Fair. “20 años es suficiente para llevar ese manto”, reclamaba refiriéndose al peso del hasta ahora mal llamado ‘escándalo Lewinsky’. Y señalaba un dato clave que indica cómo el foco bajo el que leemos su historia va apuntando a otro lugar: “El affaire Clinton” o “Impeachment “(Destitución) son los nuevos títulos bajo los que se cuenta (y contará) el caso, redimiéndola de una culpa que nunca tuvo.



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