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El suicidio de Epstein destapa las anomalías durante su custodia en Nueva York


2019-08-17

Pablo Guimón, El País

Los últimos días de Jeffrey Epstein

El 6 de julio, Jeffrey Epstein, un millonario financiero que repartía su vida de lujo entre una mansión en el Upper East Side, otra en Palm Beach (Florida) y una isla privada en el Caribe, se convirtió en el recluso 76318-054 del Centro Correccional Metropolitano del sur de Manhattan. Su nueva residencia era un agujero de seis metros cuadrados, oscuro y húmedo, frecuentado por cucarachas y roedores, en una prisión saturada que ha alojado a algunos de los más famosos terroristas y narcotraficantes del mundo, cuyas tremendas condiciones han sido denunciadas recurrentemente por abogados y organizaciones humanitarias.

Ese día, a la vuelta de un viaje a París, Jeffrey Epstein fue arrestado en el aeropuerto de Teterboro, en Nueva Jersey. Se lo acusaba de tráfico sexual y conspiración, alegando que el financiero y sus empleados pagaron a docenas de chicas menores de edad, entre los años 2002 y 2005, para mantener relaciones sexuales. Epstein se declaró no culpable. Se enfrentaba a hasta 45 años de cárcel.

La prisión de alta seguridad, una mole de 12 plantas de color óxido enclavada entre Chinatown y Tribeca, fue abierta en 1975 para alojar a 500 reclusos. Pero en la actualidad se hacinan ahí dentro casi ocho centenares de presos, que esperan ser juzgados o sentenciados en Nueva York. Epstein acabó en la unidad 9 Sur, en la novena planta.

Se trata de la Unidad de Alojamiento Especial, la segunda más rigurosa, por detrás de la temida unidad 10 donde, por ejemplo, fue alojado El Chapo Guzmán, después de dos sonadas fugas de prisiones mexicanas. Las celdas son ocupadas normalmente por dos presos cada una. Se los escolta a la ducha, esposados, tres veces por semana. Epstein compartía celda con Nicholas Tartaglione, un exagente de policía acusado de asesinato y tráfico de cocaína.

Acostumbrado a moldear su entorno a golpe de talonario, Epstein pagaba a varios abogados para que fueran a visitarle, la única vía que le permitía escapar de la angustiosa rutina durante largos periodos de tiempo, que podían prolongarse hasta 12 horas. Se veía con ellos en una sala de reuniones, y pasaba largos ratos en silencio, sentado en una silla de plástico, o devorando los productos de las dos máquinas de vending. También, según The New York Times, transfirió a cuentas bancarias dinero destinado a otros presos, práctica habitual para evitar ataques. Pero pronto comprendió que ni todo el oro del mundo podría hacer su vida allí menos miserable.

Los abogados de Epstein solicitaron que se le permitiera depositar una cuantiosa fianza a cambio de trasladarlo, mientras esperaba el juicio, a su mansión de Manhattan, donde estaría sometido a una vigilancia constante que costearía el propio acusado. El 18 de julio, el juez denegó la solicitud, que calificó de “irremediablemente inadecuada”, dada la posibilidad de reincidencia y el riesgo de fuga debido a su elevado patrimonio.

Cinco días después, los guardias de la prisión encontraron a Epstein tendido medio inconsciente en el suelo, en posición fetal, con marcas en el cuello. Los funcionarios investigaron el incidente como un posible suicidio, pero no descartaron la posibilidad de que hubiera sido atacado por otro recluso. Incluso interrogaron a Tartaglione, su compañero de celda, que fue quien dio la voz de alarma.

Las lesiones de Epstein no revestían gravedad. Pero se decidió aplicar al recluso el protocolo de prevención de suicidios. Epstein permaneció seis días bajo este severo régimen de vigilancia en una celda especial. Después, a petición de sus abogados, que llegaron a alegar que sus lesiones en el cuello habían sido causadas por un ataque de Tartaglione, Epstein fue trasladado de vuelta a la 9 Sur. Allí pasó sus últimos 12 días de vida, con una supervisión reforzada que incluía revisiones cada media hora y la presencia de un compañero de celda. Lo tuvo los primeros días, pero este fue pronto trasladado y Epstein se quedó solo.

Tres días después de regresar a la 9 Sur, Epstein recibió la visita de un abogado, David Schoen, que el acusado quería que se incorporara a su equipo de defensa. Estuvieron cinco horas reunidos. “Una cosa que puedo asegurar es que es que cuando lo dejé, estaba muy, muy animado”, declaró Schoen a The New York Times.

Pero en los días siguientes, Epstein empezó a mostrarse más bajo de ánimo. No se comunicaba con terceros, se aseaba menos, no se peinaba, se descuidó la barba y empezó a dormir en el suelo, según han declarado abogados y funcionarios de la prisión en el Times.

El viernes 9 de agosto, sus abogados llegaron temprano. Se sentaron con él en la sala de reuniones, durante horas, para explicarle que acababan de hacerse públicos nuevos documentos judiciales que ofrecían detalles escabrosos sobre sus acusaciones. No hay registro de lo que ocurrió en su celda cuando cayó la noche. Hay cámaras de videovigilancia en los pasillos, pero no en las celdas, ya que la ley federal restringe el uso de las mismas en lugares donde los presos pueden estar desnudos.

Solo 17 funcionarios cubrían el turno de noche en la prisión, dos de ellos asignados a la unidad 9 Sur. Los guardias debían realizar visitas a Epstein cada media hora. Pero, al menos entre las 3.30 y las 6.30, no lo vigilaron. Los dos funcionarios, según reveló la investigación posterior, se quedaron dormidos y, para encubrir su error, falsificaron el registro que estaban obligados a llevar.

Llevaban más horas trabajando que las reglamentarias, algo común en esta y otras penitenciarías federales, ahogadas de financiación como consecuencia de la reducción de gasto público de la Administración Trump. Uno de los funcionarios que custodiaba a Epstein no trabajaba vigilando a reclusos, pero se había ofrecido a hacerlo para obtener un sobresueldo. La otra, una mujer que sí estaba asignada en esa unidad, estaba trabajando horas extras.

A las 6.30 del sábado 10 de agosto, cuando realizaban su ronda, los funcionarios encontraron a Epstein con una sábana atada al cuello, colgado de la litera. Los reclusos oyeron gritos. “¡Respira, Epstein, respira!”. Se le practicaron maniobras de reanimación y fue trasladado a un hospital cercano, donde certificaron su muerte.

El domingo se llevó a cabo la autopsia. La forense jefa de la ciudad, Barbara Sampson, declaró que necesitaba más información antes de llegar a una conclusión definitiva, algo frecuente en estos casos. Epstein tenía roto el hioides. La fractura de dicho hueso suele indicar muerte por estrangulamiento, pero en varones, sobre todo de una edad avanzada, puede ser compatible con el ahorcamiento. El viernes por la tarde se conocieron los resultados de la autopsia: Epstein se había suicidado ahorcándose con una sábana.

El FBI y el Departamento de Justicia han abierto investigaciones para aclarar las “graves irregularidades” que, en palabras del propio fiscal general, William Barr, se produjeron en la custodia de uno de los presos de más alto perfil del país. Los abogados del fallecido han asegurado que llevarán a cabo su propia investigación. “Nadie debería morir en la cárcel”, declararon en un comunicado.

Riesgo de suicidio

El protocolo de prevención de suicidios, que se le aplicó durante seis días a Epstein después de un incidente el 23 de julio, incluye el traslado del preso a una celda especial de observación, rodeada de ventanas, con una cama atornillada al suelo y sin sábanas ni mantas. Todas las prisiones federales deben tener al menos una de estas celdas, que proporcionan “una visión sin obstáculos” del recluso y no deben tener “características arquitectónicas que puedan permitir la autolesión”.

La luz está encendida las 24 horas del día y los funcionarios, por turnos, se sientan en una habitación adyacente y monitorizan constantemente al preso, llevando un registro escrito de su comportamiento. Se les da alimentos que puedan comer con los dedos, sin cubiertos. Están en la celda hasta 23 horas al día, a menudo sin poder ducharse.

El régimen de vigilancia por suicidio está pensado para periodos de tiempo cortos, por el estrés que genera en el sujeto y en los funcionarios. Es el coordinador del programa, normalmente el psicólogo jefe de la prisión, quien determina que ya no hay “riesgo inminente de suicidio”, después de conducir una evaluación psicológica cara a cara con el preso.El riesgo de suicidio es tan alto en las prisiones federales que los guardias tiene acceso a un palo de madera con una cuchilla en un extremo para poder cortar rápidamente la sábana si encuentran a un preso colgado. No es público el dato de cuántas personas se han suicidado en el correccional de Manhattan, pero las cifras de la Oficina de Prisiones muestran que al menos 124 personas se quitaron la vida en centros penitenciarios federales entre 2010 y 2016.



JMRS


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