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Mi verdadero hogar


2019-08-20

Por: P. Antonio Rivero, LC 

La fe en la vida eterna es empuje para la vida, fuerza para la tentación, aliento en el sepulcro

Dios no me ha creado para esta tierra. Esta vida terrena no es más que el prólogo del libro de la eternidad. Si no hay otro mundo, entonces Dios está jugando con nosotros: inoculó en nosotros un deseo que nunca podemos satisfacer. ¿Por qué puso Dios en nuestros corazones el deseo abrasador de una justicia perfecta, de una felicidad imperecedera, si nunca hemos de verlo satisfecho?

Si en nuestro corazón encuentra resonancia todo lo hermoso, bueno y verdadero, señal es de que venimos de otra patria, de una patria inmortal donde moran la Belleza, la Bondad y la Verdad absoluta.

Nunca podré creer que el día en que mi madre muera, se haya perdido todo. Nunca podré creer que con aquellos huesos, colocados en la tumba, se haya perdido también mi madre. ¿Acaso se ha terminado aquel amor sacrificado con que me cuidaba cuando era un niño, con que rezaba cuando fui adulto? “¿Cómo podrá esta fosa, tan estrecha y pequeña, encerrar el amor de una madre?”

Nos pasa lo que a las golondrinas. Cuando nieva en otoño, al primer viento frío, las golondrinas se ponen intranquilas y emigran a lugares cálidos, soleados, donde encuentran un nido caliente y comida segura. ¡Es su instituto!

Así es el hombre: no acepta y no cree que el frío de la muerte es para él. Él añora y desea el nido cálido de la vida eterna donde encontrará abrigo y amor seguro.

Quisiera decir con toda mi fuerza que la fe en la vida eterna es empuje para la vida, fuerza para la tentación, aliento en el sepulcro.

La fe en la vida eterna es empuje para la vida

El que no cree en la vida eterna, se parece a un puente que se ha desplomado en mitad del río y no puede alcanzar la seguridad de la orilla.

La fe en la vida eterna da más peso, valor, empuje a nuestra vida terrena, pues toda la vida eterna depende de la vida que se lleve en este mundo.

Esta fe en la vida eterna graba con fuego en nuestra alma la conciencia del deber, la seguridad de que la recompensa de la vida eterna se concede a quienes cumplen exactamente los deberes de la vida terrenal.

Esta fe en la vida eterna me da equilibrio en el uso de las cosas de aquí abajo y me hace vivir más desprendido, viviendo con lo justo, pues la vida aquí es transitoria.

Se cuenta que cuando San Felipe Neri oyó que el Papa quiso hacerle cardenal, lanzó al aire su birrete negro y exclamo: Paradíso ¡Lo que yo quiero es el paraíso y no la púrpura!

El filósofo griego Zenón preguntó en cierta ocasión al oráculo qué debía hacer para llevar una vida virtuosa. La contestación fue ésta: “Pregúntalo a los muertos”.

¿Qué significa ésto? Pensar en la vida eterna. Desde ahí vemos mejor la vida terrena desde su óptica concreta. Es decir, veremos todo “bajo la perspectiva de la eternidad”. Kempis diría: “En todo, mira tu fin”.

La fe en la vida eterna es fuerza en medio de la tentación

Las tentaciones quieren desviarnos de nuestro fin eterno. Por eso debemos sacrificar todo con tal de alcanzar la vida eterna: tu ojo, tu mano... La vida eterna no es el premio ganado de la lotería, que nos cae en suerte, sino que debemos luchar para alcanzarla.

El pensamiento de la vida eterna nos detendrá de caer en pecado, en la degradación, en la bajeza.

¿Qué es lo que comunica fuerza para cumplir el deber, ser fiel, ser bueno y honesto, puro y veraz? El saber que hay una vida eterna.

En París hubo un jefe de policía que luchó de un modo muy curioso y eficaz contra la embriaguez. ¿Qué hizo? Sacó video de los borrachos y una vez en su estado normal, lo hizo proyectar delante de ellos. La impresión fue enorme. Cada movimiento y gesto hecho en las horas de embriaguez era una fuerte represión que avergonzaba.

Dios esta grabando en un video toda nuestra vida... y el día del juicio nos pasará dicho video. ¿Resistiremos la impresión? ¿Nos dará alegría o vergüenza?

Que no nos pase lo que le pasó a un célebre experto y sabio de antigüedades que iba explorando las regiones del Nilo. Quiso pasar con una barca a la otra orilla, y mientras el barquero remaba, nuestro sabio entabló con él esta conversación:

-¿Sabes la lengua sánscrita? –pregunto el sabio al barquero.

-No la sé, señor.

-¿Conoces las estrellas?

-No señor.

-¿Sabes algo de la madre tierra?

-No, señor.

-¡Hombre! -exclamó el sabio- has perdido la mitad de tu vida.

De repente comenzó a soplar un viento vehemente, y las olas encrespadas volcaron la barca.

-Señor -gritaba el barquero- ¿Sabe usted nadar?

-No sé. -respondió el sabio-

-Entonces ha perdido su vida entera.

El barquero llegó a la orilla; pero el sabio; se ahogó.

¡De cuántas cosas se preocupan muchos en la tierra y nada se preocupan de la vida eterna! ¡Cuántas cosas superfluas van almacenando, y no se interesan por aprender a nadar para cuando se mueva el huracán del juicio final!


 



regina


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