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Grandes murallas


2019-08-22

EUGENIO BREGOLAT, Política Exterior

En manos de unos halcones separados por grandes murallas y empujados por sus respectivas opiniones públicas, EU y China pueden entrar en una escalada incontrolable de consecuencias.

Cuando en 1793 lord Macartney se entrevistó con el emperador chino Qianlong no consiguió arrancarle la autorización para que Inglaterra comerciase con el Celeste Imperio. China quería seguir aislada detrás de su gran muralla, ignorando el mundo exterior. Medio siglo después, Inglaterra, en la infame guerra del Opio, abrió a cañonazos el mercado chino. Siguió el bien llamado “siglo de humillación”, el cual por cierto parece un cuento chino al leer cierta prensa occidental. La ocupación japonesa por sí sola causó entre 20 y 30 millones de muertos. Reincorporada a la economía global tras el viaje de Richard Nixon en 1972, la reforma económica de Deng Xiaoping convirtió China, en pocas décadas, en la primera potencia industrial y comercial del mundo. En 2014, su PIB en paridad de poder adquisitivo superó al de Estados Unidos. Dentro de la arquitectura internacional diseñada por Washington al final de la Segunda Guerra Mundial, China está ganando la partida. EU le achaca el empleo de dirty tricks (trucos sucios). Así es, pero son los mismos trucos empleados por todos los países al iniciar su desarrollo económico, incluido el propio EU, y son prácticas toleradas en su día a Japón, a los “cuatro pequeños dragones” asiáticos o a la propia China cuando a EU le interesaba (y cuando resultaba impensable el prodigioso ritmo de su desarrollo económico). Este desarrollo se debe a mucho más que trucos sucios, claro está: el inmenso mercado chino; la laboriosidad y capacidad de sus trabajadores; la acertada política económica; la competencia de la clase política, reencarnación del secular mandarinato; un espíritu empresarial de primer orden; el apoyo de los chinos de ultramar; etcétera. La gran paradoja es que hoy EU, el poder hegemónico heredero de Inglaterra, quisiera ver a China encerrada de nuevo tras su gran muralla. Como esto no es posible, construye con aranceles y otras medidas punitivas un gran muro alrededor de su propio territorio para librarse de la competencia china (además de la muralla física que erige en la frontera con México).

Cuando la negociación comercial entre EU y China parecía cerca de un final feliz, el 6 de mayo, Donald Trump anunció en Twitter –esa peculiar versión del Boletín Oficial del Estado– que iba a aumentar del 10% al 25% el arancel, previamente impuesto, sobre 200,000 millones de dólares de importaciones chinas, alegando que Pekín había renegado de sus compromisos. Aparte de señalar qué mal se puede renegar de un acuerdo cuando la negociación aún no se ha cerrado, Liu He, el negociador chino, enumeró tres causas que hicieron imposible el acuerdo: China exige el fin a todos los aranceles en vigor entre ambas partes; realismo en el aumento de las compras chinas de productos norteamericanos (en un primer momento EU exigió la reducción del déficit comercial estadounidense en 200,000 millones de dólares en un año), y la salvaguardia de la dignidad de China, rechazando la pretensión de EU de ser juez y parte decidiendo nuevas sanciones de forma unilateral si considera que China incumple el acuerdo, sin que esta pueda adoptar represalias.

El escenario abierto por la ruptura de la negociación, los nuevos aranceles y la guerra sin cuartel contra Huawei y otras grandes tecnológicas chinas suponen la victoria de los “halcones” próximos a Trump. El principal portavoz de la histeria neomacartista es Steve Bannon, estratega jefe de la Casa Blanca hasta agosto de 2017, hoy en Europa apoyando a las fuerzas populistas que quieren devaluar la Unión Europea, considerada por los radicales americanos otro enemigo de EU, capaz, además, de desmarcarse del diktat estadounidense contra China. Bannon ha reactivado el Committee on the Present Danger de los años cincuenta, esencial en su día para agitar el anticomunismo, ahora con China como objetivo. La doctrina Bannon es que “la guerra contra China lo es todo. Debemos concentrarnos en ella con fanatismo. Si seguimos perdiendo posiciones estamos a cinco años, como mucho 10, de un punto de inflexión del que nunca nos recuperaremos”. Alardea de que “vamos a cerrar Huawei” y afirma que “excluirla del mercado americano y privarla de componentes vitales es 10 veces más importante que abandonar el acuerdo comercial”. Su empeño más reciente es expulsar a las empresas chinas del mercado de capitales estadounidense, impidiendo su acceso a las bolsas y convenciendo a los grandes fondos de inversión para que dejen de comprar acciones chinas.


 



regina


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