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La intensidad incomparable de Rafa Nadal


2019-09-05

Por Kurt Streeter, The New York Times

NUEVA YORK — Rafael Nadal entró a la cancha lentamente, con un talante sombrío, y cada parte de su cuerpo delataba un enfoque total. Ya estaba concentrado. Al verlo caminar uno sentía que, si se topaba con una pared, el muro se apartaría.

Se trata de la concentración total que suele mostrar en la cancha, durante un juego tenso. Excepto que este no era un partido oficial, sino una sesión de entrenamiento.

Estaba en el US Open, el Abierto de Estados Unidos, en el que Nadal ya alcanzó los cuartos de final y está en busca de su decimonoveno título de Grand Slam. La sesión fue el martes a mediodía, apenas catorce horas después de un partido nocturno a cuatro sets contra Marin Cilic en el que el español jugó con su estilo clásico de golpazos por cada punto, juego y set.

Este miércoles, Nadal juega contra el argentino Diego Schwartzmann, cuyos peloteos duros desde la línea de fondo y buena cobertura de la cancha probablemente llevarán a que el español tenga otro partido maratónico.

Así que uno pensaría que en el día entre partidos, Nadal iba a elegir relajarse. Pero no fue así.

Nunca se ha relajado en una cancha de tenis, ya sea una final en el estadio Arthur Ashe o una sesión en la cancha de entrenamiento número 5, la última en una fila de canchas pequeñas de calentamiento en el Centro Nacional de Tenis Billie Jean King y que tiene gradas para que cualquiera con un boleto de entrada general pueda ver a los jugadores durante su rutina de entrenamiento.

No hay ningún otro torneo de Gran Slam que facilite tanto ver a los atletas en este ámbito. Tampoco hay símiles de ese tipo de acceso en otros deportes. Sería como si a los basquetbolistas de los Golden State Warriors los pudiéramos ver practicar su defensa y tiros libres entre partidos de las series finales de la NBA. O como si pudiéramos ver las prácticas de bateo en el estadio de los Yankees, justo cuando los peloteros están a la mitad de un juego de práctica y con un boleto que nos ponga a apenas seis metros del home.

En las canchas de entrenamiento del Abierto de Estados Unidos, los aficionados se forman alrededor de las rejas para ver tanto a los tenistas que están por despegar como a las máximas estrellas: Nadal, Novak Djokovic, Serena Williams y por ahí a Coco Gauff.

Para alguien que ha visto varias de estas sesiones, es obvio que nadie se las toma tan en serio como Nadal.

Muchos otros tenistas hacen sus rondas a un paso relajado; a media velocidad de la que acostumbran. En contraste, la intensidad de Nadal es evidente. Después de tan solo dos o tres minutos de volear, sus golpes ya estaban saliendo como disparos desde su raqueta Babolat.

Su rutina de esa tarde de martes no fue particularmente complicada: peloteos con su entrenador, Carlos Moyá, quien alguna vez fue número 1 de la ATP y se jubiló hace no tanto. Sin embargo, Moyá batallaba para alcanzar los tiros de práctica de Nadal.

La sesión duró una hora. Consistió más que nada en la práctica de golpes de globito hacia el centro de la cancha rival y de tiros derechos. Los espectadores gritaron al ver cómo hilaba veinte o treinta tiros consecutivos sin fallar —cada uno lanzado con una fuerza mucho mayor a la que usaría en un partido— seguidos por golpazos a bolas que alcanzó mientras corría o por bolas anguladas hacia la línea lateral que quedaron fuera del alcance de Moyá.

Así lo hizo, una y otra vez. Nadal sencillamente no cedía. Mats Wilander, el campeón australiano de siete Grand Slams y que estaba en el centro porque es comentarista para Eurosport TV, describió las sesiones de entrenamiento del español como una manera de explorar sus límites. “En las prácticas siempre está buscando dar el tiro perfecto, el revés perfecto”, dijo Wilander. “Es como una necesidad de encontrarlo para que ya se sienta tan cómodo, emocionalmente, como para arriesgarse” durante los partidos reales y estresantes.

En el complejo de las canchas de entrenamiento los profesionales están uno al lado del otro. Se podía ver cómo otros tenistas destacados se asomaban hacia la cancha donde estaba entrenando Nadal, como para comparar su nivel de preparación. Ellos entrenan arduamente, pero no así: no con la misma constancia, con esa energía y presión. Dan golpes duros, pero no tan duros.

El sonido de esos tiros hacía eco en las gradas, como un hacha cuando parte el tronco de un pino. “Ese sonido nunca lo voy a olvidar”, dijo Loreen Beaudry, una de las espectadoras. “Es mucho más grave y profundo que lo que se escucha con los demás. Es el sonido de un poder absurdo”.

Nadal seguía golpeando cada tiro y cada bola lanzada con efecto. Seguía buscando la perfección.

Primero un revés, luego otro y otro más, seguidos por una serie de potentes tiros de derecha —cinco consecutivos, luego doce consecutivos— que recorren el aire como cuando el beisbolista Max Scherzer conecta una bola rápida.

No sonrió. No volteó a ver al público. Estaba empapado de sudor. En la cara, en las piernas, en su gorro naranja, su camiseta gris y shorts grises. Como si acabara de pasar por las mangueras de un autolavado.

Y seguía. Hace diez años, cuando tenía 23, no habría sido sorprendente ver cómo saltaba de pie a pie, en perpetuo movimiento, entre cada jugada mientras su equipo y entrenador corrían a recoger las bolas. Pero el tiempo ha transcurrido. A los 33 años, es necesario hacer ajustes. Ahora se movía pero de manera más metódica, mientras los demás recogen lo necesario para empezar una nueva ronda.

No tardó mucho. Moyá le lanzó un tiro de fondo y volvió a iniciar su carrera acelerada. Le quedaban quince minutos en la cancha: hubo voleas, pero no tantas.

A diez minutos: una serie de saques, que azotó contra cada esquina posible. Y luego las devoluciones del saque que, claro, también azotó contra cada esquina.

Ya había transcurrido una hora. La mayoría de los jugadores que habían estado en las otras canchas de entrenamiento ya se habían ido, pero las personas seguían en las gradas y estaban pendientes de cada jugada del español. Nadal habló con sus entrenadores y no se veía contento. Quizá en esta ocasión no hizo un tiro perfecto. Pero es posible que el miércoles vuelva a lograrlo en los cuartos de final.

Kurt Streeter cubre deportes en The New York Times. Escribe principalmente artículos de fondo y ensayos, y le interesan especialmente las historias relacionadas con temas raciales, ed género y de justicia social.

Kurt Streeter covers sports at The Times. He primarily writes features and essays, and has a particular interest in stories related to race, gender and social justice.  



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