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La cruz y el amor
Por: P. Juan Carlos Ortega Rodríguez Si consideramos superficialmente y a la luz humana “las condiciones que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: “Si alguno quiere venir en pos de mí - Él dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23)” (14-II-2001, n.2), parecería que el sufrimiento es una condición para ser buen cristiano. En cambio la lógica divina es muy diversa de la humana. ¿Cómo ve Dios la relación entre lo bueno y lo malo, entre la felicidad y el sufrimiento, entre la cruz y la resurrección? ¿Qué significa tomar la cruz cada día, como condición para seguir a Jesucristo? Debe quedar muy claro que “con esta expresión Jesús no pone como centro de su doctrina la mortificación y la renuncia. Ni se refiere, como cosa prioritaria, al deber de soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias; menos aún, pretende ser una exaltación del dolor como medio para agradar a Dios” (n. 5). Se entiende fácilmente que Dios no goza con el dolor ajeno; si así fuera, no sería un Dios bueno sino un sádico. También parece claro que el centro de la doctrina de Cristo no es el dolor sino el mandamiento del amor. En cambio, el cristiano entiende que tomar la cruz significa “soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias”. Pero, precisa el Papa, esto no es lo prioritario en el cristianismo. Veamos si un ejemplo nos ayuda a entender mejor el significado de la cruz. Un señor se quejaba del dolor y el cansancio que le ocasionaba su cruz. “¿Qué puedo hacer, se preguntaba, para no cansarme tanto?”. Reflexionó brevemente y se dijo: “ya sé, cortaré un pedazo de la cruz y, de ese modo, no será tan pesada”. Tomó la sierra y prescindió de la parte inferior de la cruz. Ahora era más ligera y se podía llevar mejor. Pasado un tiempo, se le hizo otra vez pesada la cruz. “¿Y si le corto otro pedazo?”, se preguntó. Nuevamente aserró la cruz. Y así, tres, cuatro, cinco veces. La cruz cada vez era más fácil de llevar y soportar. Llegó a las inmediaciones del cielo a donde muchas otras personas se acercaban cargando con su cruz. Vio que el paraíso estaba rodeado de un río. Las personas se aproximaban, tendían cada uno su cruz sobre la corriente y, haciendo un puente con ella, pasaban a la otra orilla, alcanzando el cielo. El buen señor miró su cruz muy recortada,excesivamente recortada, tanto que no llegaba a la otra orilla y no pudo atravesar el río. El ejemplo nos ayuda a entender que la cruz es el medio, la condición necesaria para obtener la salvación. Pero debemos precisar más. ¿Qué significa que la cruz sea condición necesaria para la salvación? Otro ejemplo nos puede ayudar. Imagínate una persona que desea adquirir un coche usado pero no tiene dinero y no sabe manejar. El vendedor le ofrece la oportunidad de trabajar en su jardín durante un año como pago del coche. Para usarlo se requieren dos condiciones por parte del comprador: trabajar un año en el jardín y aprender a manejar. Pero fíjate que las dos condiciones son muy diversas. La primera es una verdadera condición que pone el vendedor: “si no trabajas en mi jardín no te doy el coche”. En cambio la segunda no es una condición, sino una necesidad exigida por la misma naturaleza del coche: para usar un coche es necesario saber manejar. Tanto es así, que si le regalaran el coche, ahí se quedaría sin usarse mientras no aprenda a manejar. De modo parecido, la cruz no es una condición que me pone Dios. Él no me dice: “si quieres entrar al cielo tienes que cargar durante unos años con la cruz”. No. Dios me regala el cielo. Ahí está, pero al cielo no se puede entrar si no se sabe manejar la cruz. El Santo Padre lo expresa de otro modo: “No se puede hablar de cruz sin considerar el amor de Dios por nosotros, el hecho que Dios nos quiere colmar de sus bienes”. En efecto, “el cristiano no busca el sufrimiento en sí mismo, sino el amor”. El amor matrimonial y el amor a los hijos nos pueden ayudar a entender este punto. Un esposo no se sacrifica primero y después ama al cónyuge, por el contrario es el amor lo que mueve a renunciar al propio gusto y a aceptar el modo de ser del amado. Una madre no sufre primero las incomodidades del embarazo y del parto, se levanta en la noche a dar de comer al bebé y una vez superadas estos sufrimientos comienza a amar. Es el amor de madre lo que mueve a sobrellevar las molestias, más aún las molestias no son tales sino algo propio, una característica del amor materno. No se da primero el sacrificio para después amar. Porque amo y quiero el bien del amado estoy dispuesto a renunciar al propio bien. Esto es la cruz. En consecuencia, sólo el que ama a Dios y desea entregarse a Él, toma la cruz como lo más normal del amor. En cambio, el que ve la cruz como una condición para amar a Dios, no le queda más remedio que “soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias”.
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