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Netanyahu no vence
Editorial, El País 19 SEP 2019 - 00:00 CEST El resultado de las elecciones legislativas celebradas en Israel el martes —las segundas en apenas cinco meses— arroja varias conclusiones negativas, dos de ellas para el primer ministro en funciones Benjamín Netanyahu y la tercera para la estabilidad regional. En primer lugar, Netanyahu no ha conseguido la mayoría suficiente para gobernar. El bloque de derechas que suele apoyarlo en el Parlamento israelí —mayoritario por apenas un escaño sobre el de centro-izquierda— no alcanza la mayoría absoluta. Esto, además de reproducir la situación de bloqueo político previo a la convocatoria electoral, supone un duro revés para el primer ministro que había enfocado estas elecciones prácticamente como un plebiscito en torno a su persona. En segundo lugar, Netanyahu no dispondrá de votos suficientes para garantizar, mediante una nueva ley que pretendía sacar adelante, su inmunidad frente a las imputaciones por corrupción a las que tiene que hacer frente. En apenas dos semanas tendrá que declarar frente al fiscal general de Israel, audiencia tras la cual puede ser procesado formalmente. Pero lo peor de estas elecciones repetidas es que Netanyahu ha puesto sobre la mesa del debate político cuestiones totalmente inaceptables tanto para la inaplazable resolución de la ocupación de Palestina como para el funcionamiento de la misma democracia israelí. El primer ministro ha enarbolado irresponsablemente ante su electorado el tema de la seguridad con una propuesta alarmante y de consecuencias imprevisibles como la anexión unilateral de Cisjordania a Israel. Se trata de un asunto sobre el que no hay ni discusión posible. Los mandatos de la ONU deben ser obedecidos y el transcurso del tiempo no cambia su sentido ni exigencia: se deben dar los pasos necesarios para la resolución negociada de un gravísimo problema. En paralelo, el primer ministro se ha inventado una fantasmagórica conspiración de la población árabe-israelí para manipular las anteriores elecciones y lanzado la idea de colocar cámaras de vigilancia en las salas donde se vota. Es decir, sin pruebas, ha acusado a ciudadanos israelíes —cuyos representantes son nada menos que la tercera fuerza en el nuevo Parlamento— de conspirar contra su propio Estado y propuesto una medida inconcebible en cualquier elección democrática. Y por si esto fuera poco, queda como árbitro de la situación el ultraderechista laico Avigdor Lieberman, quien defiende la ocupación de Palestina. Si Netanyahu pretendía asegurar su futuro político y personal con esta huida adelante la jugada le ha salido mal. Lo peor es el daño que puede causar a su propio país y al proceso de paz con la Palestina ocupada. regina |
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