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China y Hong Kong: un aniversario nacional, dos conmemoraciones radicalmente opuestas


2019-09-26

Macarena Vidal Liy | El País

  Pekín.- El próximo martes, la República Popular de China cumplirá 70 años. En Pekín, el fervor patriótico se ha disparado. Los preparativos para un ciclópeo desfile conmemorativo, militar y civil, en el que participarán casi 300,000 personas, han paralizado las avenidas del centro de la capital cada noche los últimos tres fines de semana. Las calles están llenas de banderas, decoraciones florales alusivas y carteles llenos de elogios a la nación y al partido. Pero en Hong Kong, en la otra punta del país, la situación no puede ser más opuesta. El Gobierno autónomo ha tenido que suspender los fuegos artificiales previstos para ese día. La ceremonia de conmemoración se celebrará a puerta cerrada. Los manifestantes prodemocracia están decididos a aguar como puedan los festejos.

Para China, y su Partido Comunista, el 1 de octubre de 2019 es “su” día. La conmemoración de los enormes logros obtenidos desde que Mao Zedong, en una jornada que había amanecido gris, a las diez en punto de la mañana y desde la puerta de Tiananmen abarrotada de personalidades, proclamó al mundo que se había "establecido el Gobierno de la República Popular”. La China misérrima de entonces, diezmada por la guerra civil y contra los japoneses, en la que el Partido Comunista asumía el poder sin estar muy seguro de su apoyo real entre la población, se ha transformado en la segunda economía del mundo, que acumula el 16% del PIB global. Es una de las naciones más potentes del planeta, referencia para amplias áreas tecnológicas y en ella el PCCh cuenta con un firme control —y apoyo— sobre la mayoría de sus habitantes.

La idea de las espectaculares celebraciones es darse una felicitación colectiva por lo que el presidente chino, Xi Jinping, ha descrito como “70 años de duro trabajo, en los que nuestro país ha vivido enormes cambios. Sea en la historia de la nación china o en la historia mundial, esta ha sido una lucha épica”.

Desde hace meses, cualquier otra prioridad se ha supeditado a los preparativos, calculados literalmente hasta el centímetro: los soldados varones que participen en el colosal desfile, el mayor de la historia china, medirán entre 175 y 185; las mujeres, entre 163 y 175, revela el Ministerio de Defensa. En total participarán 15,000 militares, 160 aviones y 580 piezas de armamento —todas en servicio, y algunas nunca presentadas en público hasta ahora— para que Xi les pase revista, antes de pronunciar un “importante discurso”, según lo ha definido el Consejo de Estado, el Ejecutivo chino.

El desfile civil promete no ser menos espectacular: participarán en él unas 280,000 personas “procedentes de todos los sectores de la sociedad”, según el Consejo de Estado, desde empleados de empresas públicas a estudiantes, que practican desde hace meses coreografías inspiradas en la historia del país y logros como el envío de una sonda a la cara oculta de la luna, el telescopio más potente del mundo o los Juegos Olímpicos de 2008.

Para garantizar que todo salga a la perfección, las fábricas de los alrededores han reducido o parado su producción para facilitar cielos azules. Se ha prohibido volar cometas o palomas domésticas, una de las mascotas más habituales en este país. Discotecas y comercios de zonas “sensibles” recibieron hace casi un mes órdenes de cerrar hasta pasados los fastos. El principal estadio de la ciudad, el de los Trabajadores, se ha transformado estas semanas en un almacén de carrozas para el desfile. Los controles sobre Internet se han multiplicado; la presencia policial en las calles, también.

Ese mayor nivel de seguridad se debe, en parte, a la situación en Hong Kong. En el territorio autónomo —colonia británica cuando Mao se acercó al micrófono aquel 1 de octubre del 49—, el ambiente es completamente diferente del patriotismo que rebosa por los poros en Pekín. El aniversario se aproxima con más crispación entre sus residentes que nunca: a los resentimientos que ya se acumulaban de uno y otro lado tras tres meses de protestas contra el Gobierno autónomo y contra China, esta semana se ha sumado el ataque de unos desconocidos contra uno de los legisladores demócratas más populares, Roy Kwong, a plena luz del día. También que la Policía haya descrito como golpes a un “objeto amarillo” lo que en un vídeo parece la paliza de varios agentes antidisturbios contra un detenido en las manifestaciones caído en el suelo.

En la antigua colonia británica, tras tres meses de protestas ininterrumpidas contra el Ejecutivo local y contra China, las celebraciones se han reducido al mínimo. Además de la ceremonia a puerta cerrada, un espectáculo de luces LED en la bahía; los fuegos artificiales previstos inicialmente se han cancelado para evitar movilizaciones.

En cambio, los manifestantes que protestan contra lo que perciben como una creciente injerencia china en el territorio tienen previsto comenzar este sábado —cuando se cumplirá el quinto aniversario de las sentadas estudiantiles conocidas como Movimiento de los Paraguas— un amplio abanico de movilizaciones, similares a las que han concluido en violencia cada fin de semana desde hace más de un mes. Su objetivo es culminarlas el mismo martes con una “jornada de luto” y una marcha de protesta que empañe la imagen triunfal que busca el desfile en Pekín.

A su vez, el Gobierno chino presenta poco apetito para las concesiones: Song Ru’an, un alto funcionario del Ejecutivo central en Hong Kong, ha calificado las demandas de los manifestantes como un “chantaje y flagrante coerción política”.

Uno de los peligros que teme Pekín es el contagio desde Hong Kong al resto de China. ¿La vacuna para evitarlo? Más patriotismo. Esta semana, informaba la agencia de noticias estatal Xinhua, el Politburó del Partido ha aprobado guías para reforzar la “educación patriótica en una nueva era”. El objetivo, puntualiza Xinhua, es “que el patriotismo pueda convertirse en la convicción firme, fortaleza espiritual y acto consciente de todo el pueblo chino”.

Otros problemas para Xi

M.V.L

Hong Kong no es el único problema pendiente con el que Xi Jinping llega al desfile. La guerra comercial con Estados Unidos tendrá su próximo episodio en los primeros días de octubre, cuando se reúnan en Washington los dos equipos negociadores por primera vez desde la última subida de aranceles. Una treintena de países ha condenado, en los márgenes de la Asamblea General de la ONU, la “horrible campaña de represión” contra los musulmanes en la región china de Xinjiang.

En el terreno interno, disminuye el crecimiento económico: una nota del banco de inversión Natixis sostiene esta semana que “China se encuentra hoy en peor situación económica que en 2015”. Más gravemente aún, el precio de la carne de cerdo, intrínsecamente vinculada en el subconsciente colectivo chino al sentimiento de bienestar, ha doblado su precio y empieza a pesar en los bolsillos familiares.



Jamileth


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