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Europa, arrastrada por la guerra comercial


2019-10-07

Antonio Maqueda | El País

 Madrid.- Dicen que el marino que ha sobrevivido a un naufragio se estremece incluso ante un mar en calma. En la economía global, el horizonte se enrarece por momentos: las guerras arancelarias que libra Estados Unidos, el Brexit, una locomotora alemana que coquetea con la recesión o los datos de confianza empresarial que apuntan al riesgo de recaída en la zona euro...

La Gran Recesión arrancó en 2008 en los mercados. Luego se convirtió en una crisis bancaria y de depósitos, que a continuación atacó a los Estados y, en su mutación final, puso en jaque la unidad de la zona euro. Parecía que se había sofocado el incendio. Pero quedan los rescoldos de una precariedad creciente. Muchos ciudadanos sienten que el orden económico actual no les sirve, y respaldan a líderes populistas para que lo dinamiten. La crisis económica se ha transformado en una crisis política que alumbra unas soluciones proteccionistas ya aplicadas en otros tiempos con resultados estrepitosos. Y están arrastrando de nuevo a la economía. La mar parece, cuando menos, picada y puede tornarse gruesa.

La pérdida de vigor es un hecho. En Estados Unidos la industria ha registrado el peor dato de confianza en una década. Sin embargo, como recuerda el economista jefe de Intermoney, Francisco Vidal, las manufacturas solo representan el 10% de la economía estadounidense. El 70% es el consumo de las familias. Y no apunta todavía señales de debilidad gracias a unas finanzas saneadas, el pleno empleo y unos salarios subiendo (menos de lo que era habitual pero subiendo). Eso mismo defendió Charles Evans, el presidente de la Reserva Federal de Chicago, esta semana en la Fundación Rafael del Pino en Madrid. Por si acaso, la Fed ya ha actuado y tiene margen para más. Existe, además, la posibilidad de que se aprueben nuevos estímulos fiscales. De momento, aunque con crecimientos más bajos, los analistas creen que puede aguantar más, explica Manuel Balmaseda, economista jefe de Cemex. En todo caso, caería en recesión más tarde que otras partes del mundo.

Cuando al inicio de 2018 se vislumbraron las primeras señales de alarma, el Bundesbank achacaba todo a factores coyunturales como el clima, las huelgas o la adopción de nuevos estándares medioambientales en la fabricación de automóviles. Pero un año más tarde los propios economistas alemanes admiten que los problemas han ido a mayores. Uno tras otro, diversos factores han hecho mella: el proteccionismo y la consiguiente desaceleración del comercio mundial han lastrado el potente sector exportador alemán y, por tanto, su industria.

En medio de la guerra comercial, la economía china trata de reorientarse hacia un mayor consumo interno para depender menos de las exportaciones. Lo cual hace que tire menos de la maquinaria fabricada en Alemania o el norte de Italia. No se sabe a ciencia cierta lo que ocurre en la economía del gigante asiático, indican organismos comunitarios. Pero es un hecho que las ventas europeas a China se han contraído. También las dirigidas a Turquía. Y en los últimos meses amenaza el Brexit: según BBVA Research, las exportaciones al Reino Unido se han desplomado.

Una nueva estructura arancelaria está ya erosionando las cadenas de fabricación mundial distribuidas por países. Y hace que las inversiones se paren a la espera de que la incertidumbre se disipe.

Como señala el economista jefe de Repsol, Pedro Antonio Merino, el deterioro del automóvil también explica buena parte de la ralentización europea. Esta industria se ha visto lastrada por las nuevas regulaciones medioambientales, las dudas sobre cuál será la tecnología dominante y los nuevos hábitos de los jóvenes, que ya no compran coches. Fuentes del sector sostienen que se está apostando por el vehículo eléctrico sin un plan, ya que las baterías se producen en China. En definitiva, la industria ha sido vapuleada. Y de Alemania se ha propagado a todo el euro.

Sin embargo, durante meses esta recesión industrial no se había notado en el resto de actividades. La dicotomía era sorprendente: por un lado, los achaques en la industria y las exportaciones. Por otro, la resistencia exhibida en los servicios, el consumo y el empleo. De una parte, Alemania e Italia, estancadas. De otra, Francia y España aguantaban mejor… Hasta hace unas semanas, cuando los indicadores comenzaron a mostrar el contagio.

Los mercados siguen con gran atención unos índices de encuestas a gestores que suelen predecir la marcha del PIB con mucha precisión. Se conocen como PMIs. Y los publicados el jueves dibujaron un cielo de nubarrones. Chris Williamson, analista de IHS Markit, empresa que elabora el indicador, fue demoledor en su informe: “El crecimiento de la zona euro se frenó en septiembre y los estudios del PMI describen el panorama más oscuro desde que comenzó el período actual de expansión a mediados de 2013. Parece que el PIB aumentará, como máximo, un 0,1% en el tercer trimestre, a la vez que se observaron indicios de que el crecimiento se está ralentizando a medida que avanzamos hacia el cuarto trimestre, lo que significa que el riesgo de recesión ahora es muy real”. De acuerdo con las últimas cifras, los pedidos caen, las empresas reducen gastos y el avance de los servicios se enfría. Francia también se estanca y España se ralentiza con más intensidad. La mar se encrespa.

Sube el ahorro de los europeos

En medio de este clima de ruidos e incertidumbres, el ahorro de los hogares de la zona euro repunta con fuerza desde finales de 2018, según Eurostat. “Asistimos al primer deterioro importante de la confianza”, afirma en una nota José Ramón Díez Guijarro, director de estudios de Bankia.

Haya o no recesión, en cualquier caso la economía europea toma rumbo hacia unos crecimientos bajos que pueden añadir presión a los sistemas de bienestar en un contexto de envejecimiento de la población. No obstante, como destaca el director de estudios de Funcas, Raymond Torres, en el peor de los casos esta vez no se prevé una recaída tan grave porque no se espera que el BCE deje a los países sin respaldo. Es decir, no debería reproducirse el estrangulamiento financiero que hubo en la pasada crisis.

No obstante, el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, alertó esta semana de que los mercados están minusvalorando el impacto de un Brexit sin acuerdo. Hay preocupación porque la salida abrupta convierta una recesión suave o un bache temporal en algo más duro.

¿Soluciones? En esta ocasión el epicentro está en Alemania, donde según el IFO las empresas que recurren a reducciones de jornada subsidiadas por el Estado alcanzan niveles de 2012. El propio Wolfgang Schäuble, exministro de Finanzas alemán que encarnó la austeridad, ha dicho en fechas recientes que Alemania debería repensar su equilibrio presupuestario para invertir en economía verde y digitalización. Sin embargo, los 50,000 millones anunciados son poca cantidad, a varios años y se neutralizan con alzas de impuestos. Confían mucho en sus finanzas saneadas como para hacer algo más. Guindos declaró que el anuncio alemán no basta: hace falta un fondo europeo para amortiguar los shocks. El historial que tiene la zona euro navegando crisis no presagia nada bueno.

El problema de la baja inflación

Una economía débil coincide con una inflación baja que puede retroalimentar dinámicas negativas. Según los expertos, antes las empresas fijaban los precios en función de sus costes. Ahora, con una gran competencia en Internet, muchas determinan el precio incluso con algoritmos. Y después fijan sus costes, lo que puede acabar en ajustes. Si la demanda cae, las empresas pueden entrar en una espiral de bajadas de precios que alimenten los recortes y terminen dañando el empleo, deprimiendo todavía más la actividad. Además, con unos tipos ya tan bajos el BCE tendrá poco margen para devaluar el euro.

Y todo ello se junta con la ausencia de una estrategia para crecer: como apunta Matilde Mas, catedrática del Ivie, mientras que en Europa la inversión en I+D+i queda muy rezagada, en Estados Unidos y China copan los centros tecnológicos.



Jamileth


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