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España debe centrarse en la política de lo posible


2019-11-13

Por David Jiménez, The New York Times

Los españoles castigaron en las urnas a los partidos que siguen sin entender que un gobierno debe dialogar. Este es el momento de los estadistas que tanto necesita el país.

Los españoles votaron el 10 de noviembre por cuarta vez en cuatro años y una vez más negaron una mayoría a algunos de los candidatos. De nuevo, el presidente del gobierno español tendrá que negociar para ser investido. El empeño de los partidos de forzar elecciones hasta que salga el resultado que buscan —mientras ponen a prueba el sistema y la paciencia de los ciudadanos— ha vuelto a fracasar.

La alternativa es obvia: deben dejar atrás su infantilismo, asumir la nueva realidad de una política fragmentada y sentarse a negociar. Es la hora de los políticos adultos.

El principal beneficiario de la inestabilidad de estos años ha sido la extrema derecha de Vox, un partido que hace once meses no tenía representación parlamentaria y que pasa a ser la tercera fuerza política del país. Es la confirmación del fin de la excepción española, durante mucho tiempo inmune al avance de los populismos autoritarios. El discurso antiinmigración, regresivo en derechos sociales y partidario de la mano dura contra el independentismo en Cataluña ha calado en un electorado desengañado de la política.

Aunque Pedro Sánchez, el líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), volvió a ganar las elecciones, pierde apoyos y queda en evidencia ante su apuesta fallida de volver a las urnas. Ni los partidos de izquierda ni los de derecha suman suficientes diputados para formar gobierno, una misión que se antoja más difícil incluso que en los últimos meses, después de las elecciones de abril. Desbloquear la situación requerirá de grandes estadistas y políticos dispuestos a poner los intereses generales sobre los cálculos electorales. La duda es: ¿los tiene España?

Los egos, emociones y rivalidades han convertido la política española en un lugar más parecido a un instituto de secundaria que al centro de decisión de los grandes asuntos de Estado. Los españoles han acudido una y otra vez a las urnas en masa —la participación del domingo volvió a rondar el 70 por ciento—, para comprobar después que sus dirigentes ignoraban su llamado a tener gobiernos pluripartidistas, más preocupados por la promoción personal y el reparto de ministerios.

La gobernabilidad no puede estar sujeta a sus caprichos y cuitas personales mientras el país se enfrenta a una desaceleración económica, un desempleo crónico, un sistema de pensiones en vías de la bancarrota y un desafío independentista que amenaza la integridad del Estado.

Los votantes castigaron el domingo a los partidos que siguen sin entender su cometido, bloqueando la agenda legislativa y negándose a dialogar. Es el caso de los socialistas del presidente Sánchez —que pierden más de 700,000 votos y tres escaños—, pero especialmente de los nuevos partidos que emergieron con fuerza después de 2015, el izquierdista Podemos y Ciudadanos, de centroderecha. Sus líderes, Pablo Iglesias (Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos), cayeron en el personalismo, purgaron a los críticos dentro de sus formaciones y demostraron gran inmadurez en momentos clave. Ambos llegaron con la promesa de cambiar la política, pero la política terminó por cambiarlos a ellos.

Rivera tuvo en sus manos llegar a un acuerdo con Sánchez: juntos sumaban una mayoría absoluta de 180 escaños tras las elecciones de abril. Pudo ser vicepresidente, forzar una agenda reformista y dar al país la estabilidad que reclamaban los votantes. En su lugar, optó por bloquear al gobierno, alejar a su partido del centro y buscar la hegemonía de la derecha, llegando a acuerdos con la extrema derecha en algunas regiones. El resultado ha sido el hundimiento de su partido y de su prometedora carrera. Tras perder casi dos millones y medio de votos y 47 diputados, anunció su dimisión. “Dejo la política en coherencia con lo que soy”, dijo.

El nuevo parlamento español tendrá 16 partidos en la próxima legislatura, cada uno con intereses propios y en muchos casos opuestos. Nunca antes el congreso había estado tan fragmentado. Pedro Sánchez, como ganador de las elecciones, tiene ahora que buscar los apoyos que le permitan gobernar. Sus opciones pasan por formar un pacto con los partidos de izquierda y los independentistas, que declaran abiertamente su intención de romper con el Estado español, o convencer al líder conservador Pablo Casado, que mejoró sus resultados con el Partido Popular (PP), para que facilite su investidura y lleguen a acuerdos nacionales. El PSOE y PP, que durante décadas de bipartidismo se turnaron en el poder, están hoy en manos de los herederos de la clase política de la Transición, la generación política que se encargó de pasar de la dictadura franquista a una democracia. Pero no han heredado ni su capacidad de diálogo ni su estatura.

Los políticos de entonces tuvieron que sentarse y llegar a acuerdos, dejando atrás los resentimientos provocados por la Guerra Civil y cuatro décadas de dictadura. Comunistas y radicales de derecha, centristas y nacionalistas, todos tuvieron que ceder para alcanzar consensos que han permitido a España lograr un progreso sin precedentes en estos años. La actual clase dirigente debe imitar su ejemplo y demostrar madurez. Hay diferencias insalvables que pueden aparcarse por ahora, para centrarse en la política de lo posible.

Socialistas y populares, Podemos y Ciudadanos, e incluso los partidos regionales, pueden y deben trabajar juntos en resolver problemas que afectan a sus votantes indistintamente de las siglas. España necesita afrontar con urgencia una reforma de su sistema de pensiones, una deuda pública que supera el 90 por ciento del PIB, una economía que pierde fuelle o un sistema educativo que se ha quedado anquilosado y no se ha adaptado al mundo cambiante de hoy.

Los acuerdos deberían incluir un frente común de cara a los nacionalismos radicales y una defensa de los logros sociales conseguidos en las últimas décadas, amenazados por el discurso intolerante y xenófobo de la extrema derecha. Partidos que se declaran de centro-derecha —el PP y Ciudadanos— no pueden seguir legitimando el discurso de Vox a cambio de cuotas de poder. Y el presidente Sánchez ha agotado sus apuestas fallidas para ganar una mayoría electoral que le permita gobernar. La única salida al bloqueo es el diálogo.



Jamileth


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