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‘Evo Morales es como un padre para nosotros’


2019-11-29

Por Anatoly Kurmanaev, The New York Times

En la región cocalera donde el expresidente de Bolivia inició su carrera política, los agricultores se mantienen leales a él y piden su regreso.

El camino hacia el bastión político de Evo Morales, en el corazón de la región cocalera de Bolivia, es casi infranqueable estos días.

Primero, llantas y cajas de madera bloquean el paso, lo que obliga a los viajeros a detenerse y negociar con los simpatizantes de Morales, el presidente derrocado de Bolivia, que han interrumpido el acceso a la región. Más adelante, el camino está obstruido con troncos y alambre de púas y, después, por altos montículos de piedras y tierra.

En cada una de las casi cien barricadas ubicadas a lo largo del trayecto, guardias suspicaces —en ocasiones varios cientos de ellos— blanden palos y tablones con clavos para alejar a cualquiera que no tenga un permiso o una emergencia médica.

Finalmente, después de viajar 160 kilómetros a través de escombros que parecían interminables, el pueblo tropical de Villa Tunari emerge en el exuberante valle de un río en las colinas de los Andes. Aquí es donde Morales, el primer presidente indígena del país, comenzó y finalizó su carrera política. Y acá todavía es tratado con una reverencia casi superhumana.

También es donde se encuentra la sede de la resistencia al nuevo gobierno interino de Bolivia.

Miles de agricultores de coca —incluidos niños— acampan alrededor del estratégico puente sobre el río del pueblo. Obstruyen la circulación en la autopista principal de Bolivia y paralizan su economía nacional. Sin el transporte de mercancía, se ha registrado una escasez de alimentos y combustibles en las principales ciudades del país.

“Evo Morales es como un padre para nosotros”, dijo Antonietta Ledezi, una agricultora de coca que hace dos semanas viajó casi 50 kilómetros hasta Villa Tunari para unirse a las barricadas. “Si él no regresa, no habrá paz”.

Esta semana, Bolivia comenzó a moverse hacia la resolución de la grave crisis política que hace unas semanas ocasionó la renuncia de Morales a su cargo, después de pasar casi catorce años en la presidencia. Su caída se produjo después de una serie de protestas violentas originadas por una disputada elección que él afirmó haber ganado pero, posteriormente, perdió el respaldo de los militares y la policía.

Se realizarán nuevas elecciones, en las cuales Morales tiene prohibido contender.

Sin embargo, los agricultores de Villa Tunari, con quienes tuve contacto recientemente, están decididos a luchar por el regreso de su líder exiliado.

Para las 50,000 familias cocaleras de aquí, el derrocamiento de Morales representa mucho más que el fin de un gobierno que les brindó una voz política y grandes mejoras en infraestructura, educación y salud.

Es una amenaza a la paz que Morales, a quien todos se refieren simplemente como Evo, llevó a su violenta y estigmatizada región.

Una sencilla mención de Evo puede desencadenar gritos incontrolables en las barricadas. Muchos lo recuerdan personalmente como un compañero cocalero que ascendió hasta convertirse en el presidente de la confederación de sindicatos locales de coca (Federación Especial de Trabajadores Campesinos del Trópico de Cochabamba), un cargo que desempeña de manera nominal hasta la fecha.

“Él es el único presidente que hemos visto”, dijo Gregorio Choque, un cocalero. “Estaba en los campos con nosotros”.

Los agricultores comenzaron a reunirse en Villa Tunari el 10 de noviembre, el día en que Morales anunció su renuncia a la presidencia en la cercana sede de la confederación de cocaleros, un acto que convirtió ese lugar de moda para el turismo gentrificado en un campo de batalla.

Al día siguiente, Morales abandonó el país para solicitar asilo en México. Partió desde un aeropuerto de la región cocalera.

Poco después, grandes sectores de tiendas de campaña improvisadas, construidas de manera apresurada con troncos y ramas, cubrieron la autopista, a medida que los grupos de agricultores tomaban turnos para reforzar las barricadas, cocinar cenas comunitarias o intentar descansar, recostados en el asfalto en medio del calor sofocante.

Los agricultores compitieron al decorar sus secciones de las barricadas con pancartas en las que piden la renuncia de la presidenta interina, Jeanine Áñez, y justicia para alrededor de treinta manifestantes a favor de Morales que murieron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.

“No reconocemos a este nuevo gobierno ilegal”, dijo Andrónico Rodríguez, vicepresidente del movimiento laboral local, que es visto por muchas personas del lugar como el sucesor del expresidente. “Nuestro objetivo es permitir que Evo concluya su mandato”.

“En menos de 24 horas, podemos movilizar a 100,000 agricultores”, agregó Rodríguez.

Después de revisar mis documentos y equipaje, los guardias de casi todas las barricadas que nos encontramos de camino al pueblo insistieron en que saliera del auto para poder hablar con un reportero. Querían documentar sus inconformidades políticas, otro legado de la autoestima inculcada por Morales a los residentes locales, que muchos bolivianos desdeñan y ven como peones revoltosos del tráfico global de drogas.

“Nos llaman traficantes de drogas, terroristas, vándalos que no valen nada”, dijo un agricultor, Hironimo Tosico, mientras rompía en llanto. “Soy productor de plátano, cítricos, sandías. No soy un revoltoso. Soy un buen ciudadano”.

Las personas indígenas de Bolivia han usado las plantas de coca durante siglos para combatir la fatiga y el hambre, pero la planta también es la materia prima para la cocaína. Al ascender al poder, Morales legalizó la producción de coca para uso tradicional, pero fijó límites estrictos al volumen.

Durante su gobierno, la producción de coca en la región, Chapare, cayó a pesar de un gran aumento en la población agrícola y la demanda global de cocaína, según las Naciones Unidas. Actualmente, los sindicatos locales regulan el área de plantación para proteger los precios y evitar que el cultivo en exceso llegue a los laboratorios de cocaína.

Estas políticas generaron estabilidad económica que permitió a los agricultores diversificarse hacia otros cultivos. También creó paz social tras décadas de luchas territoriales y represión por parte de los escuadrones militares de erradicación de coca.

Ahora, conforme las barricadas llegan con dificultades a su tercera semana, los hoteles cerrados del pueblo ya lucen desgastados, la vegetación selvática crece libremente alrededor de las piscinas abandonadas. Los restaurantes vacíos cocinan con leña una comida al día.

Los pobladores que no tienen tierras también han sido afectados de manera grave. Nora Choque, quien trabaja en un motel, la semana pasada comenzó a caminar con sus dos hijos pequeños a la ciudad más cercana, Cochabamba, 160 kilómetros hacia la montaña, porque afirmó haberse quedado sin alimentos.

“No queda nada para nosotros aquí”, dijo, mientras caminaba con pesar a través de Villa Tunari en el calor de la tarde.

Al anochecer, las barricadas vuelven a la vida.

Con el alivio después del calor, el camino bloqueado se convierte en un bullicioso mar humano. Vendedores en la calle aparecen de la nada con ollas humeantes de granos gigantes de maíz, papas pequeñas congeladas y deshidratadas, yuca y salsa picante de cacahuate para aquellos que tienen algunos dólares de sobra. Aquellos que son menos afortunados mascan la hoja de coca para derrotar el hambre.

“Es difícil estar aquí, mientras nuestros cultivos se pudren en los campos”, dijo Serafino Oliveros, un cocalero, sentado dentro de una carpa de menos de 2 metros con cuatro compañeros del sindicato. “Pero entendemos que esto es un sacrificio necesario para que nuestros hijos tengan los mismos derechos que nosotros tuvimos durante el gobierno de Evo”.

 

 



regina


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