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Denegri está vivo


2019-12-05

Jorge Zepeda Patterson, El País

Un doctor que fuma un cigarrillo tras otro en su consultorio mientras atiende a su paciente; la esposa impecable que termina el pícnic familiar sacudiendo el mantel de cuadros y deja sembrado de vasos y platos desechables un pasto prístino. Escenas de película o series de televisión ambientadas en los años cincuenta o sesenta que escandalizan el sentido común anestesiado de nuestros días. Hoy los doctores no fuman enfrente de sus pacientes en aras de proyectar una imagen de vida sana, lo cual no impide que conviertan a los enfermos en adictos de opioides y drogas legales.Tampoco tiramos los desechables en un parque aunque sembremos el mar de islas flotantes de plástico indestructible.

Esa sensación me deja las reacciones al extraordinario libro de Enrique Serna, El Vendedor de Silencios, sobre el célebre Carlos Denegri, “el mejor y más vil de los periodistas de México”, que dominó la escena pública hace cincuenta años. Nos sumergimos embelesados en el texto de Serna para escandalizarnos con la vida disipada y desmesurada del columnista más influyente de su generación y la manera en que utilizó su poderosa pluma para extorsionar a los políticos en desgracia y destruir reputaciones de los enemigos del soberano. Una muestra descarnada de corrupción y servilismo como nunca antes ni después había existido…. Aparentemente.

El Vendedor de Silencios ha recibido merecidamente encomiables reseñas literarias y muchos, incluyéndome, lo consideran el libro del año en México (destaco dos reseñas en particular, aunque no las únicas: la de Rosa Beltrán, en La Razón, y la de Ana García Bergua en Letras Libres). Sin embargo, al escuchar los comentarios de algunos lectores, horrorizados por la corrupción rampante del periodismo de la época, no puedo dejar de pensar en el doctor fumador que ofende nuestra hipócrita asepsia visual. “Serna ha retratado los vicios de la prensa del México autoritario”, dijo alguien en el tono de quien se congratula de haberlo dejado atrás; “un fresco que exhibe la corrupción en estado puro del periodismo servil y corrupto del pasado”, escuché decir a un periodista cuyos contratos serían la envidia del propio Carlos Denegri.

En efecto, las extorsiones de este célebre gatillero de la pluma y golpeador de mujeres, son una versión burda y primitiva de una prensa vendida al mejor postor, convertida en cómplice del poder. Pero me pregunto hasta qué punto ese servilismo corrupto simplemente se sofisticó y masificó para convertirse en algo aún más pernicioso y dañino, de la misma forma en que el insoportable espectáculo de unos platos tirados sobre el pasto dejó de verse para dar paso a una contaminación industrial capaz de provocar un cambio climático.

O para decirlo rápido, los medios y periodistas de la época de Carlos Denegri ni en sueños habrían aspirado a recibir los 3,000 millones de dólares que el Gobierno de Enrique Peña Nieto entregó a los herederos de aquel mundo. Los nuevos Denegri dejaron de ir a las cantinas para acudir a los gimnasios, disimularon de mejor manera a sus patrocinadores y en lugar de sobres con dinero inventaron agencias de publicidad de membrete y blogs para facturar verdaderas fortunas. Los conductores de radio más afamados prohijaron un tono de indignación siempre en defensa del ciudadano, implacables en contra del político en desgracia o de segundo nivel (nunca un anunciante) e invariablemente se mostraron respetuosos del presidente.

Se dirá que quedaron atrás los tiempos en los que Díaz Ordaz podía mandar a silenciar a un periodista o despedir a un reportero, pero lo cierto es que nunca han muerto tantos profesionales de la comunicación como ahora. Y desde hace rato el soberano no tiene necesidad de correr a un columnista o a un conductor incómodo como antaño: hoy los propios empresarios de los medios se apresuran a deshacerse de todo aquello que consideran puede afectar sus pautas de publicidad oficial. Véase si no los reacomodos de programas y conductores en el último año.

Carlos Denegri llegó a presumir que su teclado era capaz de arruinar una carrera política o provocar la renuncia de un funcionario. Pero nadie en su tiempo podría haberse atribuido la capacidad de construir un candidato presidencial o llevar a su gallo a Los Pinos, como bien podría ufanarse Televisa en el sexenio anterior.

El extraordinario libro de Enrique Serna vale la pena de ser leído por muchas razones; es una historia apasionante admirablemente bien contada. Pero se le haría un flaco favor al autor si se le exhibe como un retrato de las infamias de la vida pública y periodística que dejamos atrás. Basta ver la cantidad de marcas de periódico que pueden verse en un puesto, sin lectores que se dignen a comprarlos. ¿Quién paga eso?. Desde luego hay excepciones, pero el periodismo vendido a una causa política sigue vigente aunque más sofisticado. No se ustedes, pero prefiero un doctor que fume a uno que me envenene sutilmente.



Jamileth


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