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Rostros de las Turbulencias latinoamericanas


2019-12-09

Por Francisco José Cruz y González | Revista Siempre

El por qué de las Primaveras contestatarias

El 10 de noviembre, Siempre! me publicó un artículo titulado Turbulencias Latinoamericanas, en el que me refería a los graves sucesos que estaban teniendo lugar en Perú, Ecuador, Chile y Bolivia, que parecían hacer tambalear a las democracias de América del Sur.

Me referí, asimismo al triunfo de una candidata de izquierda en la alcaldía de la capital de Colombia, país en el que la izquierda nunca ha tenido gran significación. Comenté, por último, el resultado de las elecciones argentinas, que movieron el péndulo político a la izquierda con el retorno del peronismo al poder; así como a los comicios de Uruguay, que terminaron moviendo el péndulo a la derecha.

Hoy las turbulencias, que se han extendido a Colombia, siguen en nuestras latitudes. Pero, además, la protesta se ha extendido por otros continentes, tanto en regímenes de izquierda como de derecha, frágiles algunos, pero aparentemente sólidos otros. En una lista que hasta la fecha incluye Argelia, Bolivia, Cataluña, Chile, Colombia, Ecuador, Egipto, Francia, Georgia, Guinea, Hong Kong, Irak, Irán, Líbano y Reino Unido; y que todo hace prever que aumente.

Según la experta de la Universidad Libre de Amsterdam, Jacquelien van Stekelenberg, en el último decenio de este siglo el nivel de las protestas es de una magnitud solo comparable a la de “los tumultuosos años 60”, con la particularidad, de que, afirma otro experto: Richard Youngs, investigador del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, por primera vez las protestas aparecen en todas las regiones y en todo tipo de regímenes políticos. Baste con hacer la comparación entre los gobiernos de Francia y de Irak, por ejemplo.

La chispa que enciende la protesta es aparentemente irrelevante en algunos casos, como el aumento del billete del metro en Chile, aumentos de precio en el combustible en Francia o en Ecuador. En otros el motivo puede ser más serio, como la ley de extradición en Hong Kong, la pretensión de perpetuarse de un decrépito presidente en Argelia o el intento de fraude electoral en Bolivia.

En el caso de los países de América Latina, algunos expertos afirman que las protestas derivan, por una parte, de la situación económica y social de la región, que se traduce en una pésima distribución de la riqueza: 184 millones de pobres y de ellos 64 millones en pobreza extrema, según el informe de la CEPAL, que cité en mi colaboración anterior sobre la región, y una clase media sin expectativas.

También hacen notar el problema de la desigualdad, afirmándose que Latinoamérica es la región más desigual del mundo, que indigna a quienes soportan el trato desigual por parte de “los de arriba” y de los políticos.

Esto, la displicencia de los políticos, es señalado por analistas de los medios y por académicos como un factor clave, común a todos los movimientos de protesta: el poder, los gobernantes, que no responden a las demandas de los ciudadanos, los desprecian y humillan, que son corruptos y que pretenden eternizarse en el poder. Los ciudadanos quieren librarse de ellos: parlamentarios, políticos del gobierno y de los partidos de oposición, presidentes, “¡que se vayan todos!”

El sociólogo y economista español, Manuel Castells, quien acaba de dictar una conferencia en el CEP Chile, un prestigiado think tank, sobre las protestas en ese país, hace notar también que similares movilizaciones están teniendo lugar en otros países alrededor del mundo. Dice que no se trata de movimientos políticos, pues éstos buscan la transformación del Estado, sino de movimientos sociales, que se dan precisamente por la desconfianza de los ciudadanos en quienes los gobiernan.

Precisa el académico que la gente rechaza, sobre todo, “de manera unánime”, a los partidos políticos, que –añade– no son considerados legítimos ni viables, mientras que la clase política solo habla entre ellos y únicamente se preocupa de los ciudadanos para venderles una propuesta, cada cuatro años en un mercado electoral.

Lo más interesante de lo que dice Castells es que la incomunicación entre gobernantes y gobernados y los legítimos reclamos de estos, que son ignorados, hacen emerger los movimientos sociales, no articulados en torno a proyectos de cambio en las instituciones, sino como reacción de la gente que no soporta más, que no puede más, y explota. En algunos lugares con violencia limitada y en otros con violencia extrema. Que no esta movida por provocadores profesionales, aunque llegue a haber infiltrados.

Aunque el profesor Castells hace alusión principalmente a Chile, por celebrarse la conferencia en ese país y bajo los auspicios de un think tank chileno, sus reflexiones son válidas, y así lo hace notar él, para muchas naciones –si no es que todas, al menos en parte– de las que son actualmente escenario de explosiones sociales.

Algunas protestas en países de otras latitudes se iniciaron, como en Ecuador y Chile, contra de la imposición de gravámenes por parte del gobierno: Líbano por los impuestos a WhatsApp, Irán contra el alza del combustible, y Francia por la ecotasa a los carburantes. En esas movilizaciones y las de Irak, Argelia, Georgia y Pakistán se protesta contra la corrupción, los malos tratos del gobierno y la pretensión de perpetuarse en el poder. La de Cataluña fue del secesionismo, la británica contra el Brexit y la de Hong Kong contra una ley de extradición que significa sometimiento de la “provincia rebelde” a Pekín.

Como señala Castells y otros expertos, no pocas de las protestas carecen de articulación y proceden de diversos medios sociales, religiosos –es interesante notar, por ejemplo, que en Líbano han salido juntos a manifestarse jóvenes cristianos, chiitas y sunitas, haciendo a un lado las divisiones religiosas– y de edades diferentes. No tienen jefe visible o tienen muchos, son explosivas y algunas tienen que lamentar saldos de fallecidos, generalmente manifestantes, víctimas de la represión de las autoridades.

Va una reseña, incompleta y seguramente arbitraria, de protagonistas –los rostros– de las turbulencias en Sudamérica, donde se han dado con más intensidad, de quienes son Inspiradores, víctimas, beneficiarios o simples espectadores, en los diversos países.

Inicio con Venezuela, donde Maduro ciertamente no es noticia, pero sí Juan Guaidó, líder de la oposición, jefe del parlamento y autonombrado presidente interino, reconocido por más de 50 países, quien –noticia de última hora– enfrenta múltiples denuncias de corrupción en la asamblea nacional. Precisamente cuando el oficialismo anuncia elecciones parlamentarias en 2020 e invita a observadores internacionales: Naciones Unidas, la Unión Europea, España. Pero no la OEA.

Colombia, que se había librado de las turbulencias que han padecido Ecuador y Bolivia y sigue sufriendo Chile, con sus dosis de violencia, está entrando también a ellas: el 21 de noviembre dirigentes sindicales convocaron a huelga para exigir cambios en la política social y económica del régimen de Iván Duque, que derivó en protestas masivas, a las que se unieron los sindicatos estudiantiles, contra la corrupción, la desigualdad y las políticas neoliberales; y que parecerían seguir el esquema chileno. Protestas que ya se cobraron la vida de un estudiante, Dilan Cruz, víctima del disparo de un policía antidisturbios.

Al igual que Piñera en Chile, Duque, el presidente colombiano es dramáticamente impopular y su mentor, el reaccionario, colérico y ambicioso expresidente Álvaro Uribe, otro rostro de estas turbulencias, está siendo objeto de condenas violentas y vociferantes, acusándolo, con argumentos válidos, de “paramilitar”. Además, el gobierno de Duque, manipulado por Uribe obstaculiza la reincorporación definitiva de los exguerrilleros de las FARC a la vida civil.

En Perú es noticia importante la de que la lideresa de oposición, Keiko Fujimori salió de la cárcel gracias a la sentencia del tribunal constitucional que anuló la prisión preventiva que sufrió por 13 meses. La política, hija del expresidente Alberto Fujimori, declaró nomás salir, que se tomaría un tiempo antes de decidir sobre su futuro, “la segunda etapa de mi vida”. Pero es previsible que, más pronto que tarde, vuelva a tomar las riendas de Fuerza Popular, su partido, que ha sido adversario del presidente de la república, Martín Vizcarra, pero también llegó a apoyarlo. De ahí que ambos, Vizcarra y Keiko Fujimori sean protagonistas de este turbulento período de Sudamérica.

Ecuador está saliendo bien librado de este virus universal de protestas e inestabilidad. El gobierno de Lenin Moreno, que el 1º de octubre dio a conocer una reforma económica, derivada de un acuerdo con el FMI, que incluía la eliminación de subsidios a los combustibles, pronto la revirtió ante las protestas y enfrentamiento de los indígenas con el gobierno; y, como dijo el analista argentino, Carlos Malamud, los “golpes de calle” concluyeron bien. Lo que pudo tener este final feliz porque, a diferencia de lo que sucede en otros países, el gobierno tenía una contraparte con la que negociar y llegar a acuerdos: las confederaciones de indígenas, como la Conaie, que representa a un millón de indígenas en un país de 16 millones de habitantes. Rostro de estas turbulencias, al lado de los titulares de la Conaie, habrá que incluir a Moreno, pero también al expresidente Rafael Correa, quien –Moreno asegura tener pruebas– fue instigador de las revueltas.

Bolivia sufre una suerte de vacío de poder, aunque tenga gobierno y una presidenta interina, Jeanine Áñez, que convocará a elecciones en plazo máximo de 90 días. La abrupta salida de Evo Morales de la presidencia, su asilo y visibilidad política en México, así como el asilo en la embajada mexicana, de altos cargos del derrocado régimen de Morales, siguen siendo objeto de discusión.

Para mí, Morales fue víctima de un golpe de Estado ejecutado por los militares, y su asilo en México se otorgó conforme a derecho, aunque su conducta en el país y el exhibicionismo del gobierno mexicano respecto al personaje violan las reglas del asilo político, que prohíbe a sus beneficiarios el hacer política desde su refugio.

No tiene derecho, sin embargo, el gobierno boliviano de exigir a México la entrega de asilados en su embajada, que, afirma, son perseguidos por la justicia. Nadie puede garantizarles un juicio justo en un régimen que derrocó al gobierno del cual eran altos funcionarios. Debe, en cambio, Bolivia, otorgar salvoconducto para que salgan del país, conforme lo disponen las convenciones interamericanas de asilo diplomático.

La próxima elección presidencial ya ha dado visibilidad a los posibles candidatos, entre los que destacan Carlos Mesa, que terminó segundo en la elección de octubre; Chi Yung, Chung, empresario y pastor evangélico, “el Bolsonaro boliviano”, que quedó en tercer lugar; Luis Fernando Camacho, ultraderechista católico, que detesta a Evo Morales; y seguramente un candidato del MAS, del propio Evo, que podría ser el líder cocalero Andrónico Rodríguez, el ex canciller David Choquehuanca u otro. Se dice que Evo se propone retornar a su patria para apoyar al candidato del MAS. Ellos serán los rostros de las turbulencias.

El caso de Chile es increíble y dramático: el país mejor estructurado económicamente –con buenas cifras–, con un sistema político perfectamente engrasado –por así decirlo– que ha permitido que gobierne la derecha y la izquierda, desde que Pinochet fue borrado políticamente, a fines de los años ochenta, está sumido, desde hace casi 50 días en una crisis política y social.

Su presidente, Sebastián Piñera, se encuentra en el más bajo nivel de aceptación: 10 por ciento de apoyo y 82 por ciento de rechazo. Comprometido con la redacción de una constitución nueva, enfrenta, protagonista de las turbulencias de su país, la caída de la actividad económica, lo que lo obliga a corregir a la baja las proyecciones de crecimiento. Veremos si este millonario, que no entendió el mensaje de la calle, puede seguir conduciendo a su país.

Las turbulencias latinoamericanas hoy, exigen un par de comentarios finales: sobre el triunfo de la derecha en Uruguay y declaraciones del presidente electo, Luis Lacalle Pou, desvinculándose del Mecanismo de Montevideo, en el que estaría México, para mediar en la crisis de Venezuela.

Comentar, sobre la inminente toma de posesión de Alberto Fernández como presidente de Argentina, que ojalá siga él llevando la batuta del gobierno, lo que será benéfico para el país y para el protagonismo que, es de esperarse, tenga en la todavía desvaída izquierda latinoamericana.

Lula, recién recobrada su libertad, volverá a ser protagonista vigoroso en su país, hoy prisionero de Bolsonaro; y protagonista, igualmente, de la izquierda de América Latina.

El protagonista, incidental pero respetable, de estas turbulencias latinoamericanas fue el expresidente uruguayo José Mujica, invitado a México por el presidente López Obrador, con motivo del primer año de gobierno del mandatario mexicano. Dijo aquí que deseaba a México la mayor tolerancia. Declaración más que oportuna hoy en nuestro país, de un hombre inteligente, honesto y sensible.



regina


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