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La vida oculta de Jesús


2019-12-11

Por: P. Enrique Cases

Durante treinta años no se escucha la palabra del Hijo de Dios. Los evangelios han querido guardar silencio sobre sus dichos y hechos. Pero ¿No dijo nada? Sí, pero en silencio; Jesús habló con su elocuente silencio. Sus hechos dirán más que los discursos. A lo largo de estas páginas podremos ver los sollozos del Niño Dios, el trabajo tenaz del artesano Jesús, su convivencia familiar, y, sobre todo, nos sentiremos observados por el Verbo de Dios que convive con nosotros en una vida como la de cualquier hombre.

Jesús asumió todo lo humano, menos el pecado: la familia, el hogar, el trabajo, la lengua, las costumbres de un país... El nombre con el cual le designarían sus contemporáneos es el de Jesús de Nazaret. Es decir, aquel vecino que vivía en aquel pueblo llamado Nazaret, conocido de todos.

Es comprensible la extrañeza y la sorpresa de los que oían y veían a Jesucristo al comenzar su vida pública hablando palabras llenas de sabiduría y haciendo milagros. Esta sorpresa se manifiesta en expresiones como la de decir: ¿No es éste el hijo de José?. Treinta fueron los años vividos por Jesús como uno más entre sus contemporáneos. A esos treinta años se les suele llamar la vida oculta, en contraste con los tres años de vida pública de su mesianidad llenos de manifestaciones extemas y de su divinidad.

¿Fue acaso el largo tiempo vivido por Jesús en Nazaret un tiempo de preparación cuidadosa para los intensos tiempos de predicación que vendría después? No parece que haya sido así, ya que nos habría quedado de ello un rastro, aunque fuera pequeño; más bien nos ha quedado la reacción sorprendida de los que convivieron con El, que no se explican ni sus palabras, ni sus acciones extraordinarias. Si no fue un tiempo de preparación ¿Será sólo un tiempo de espera? ¿O, quizá un tiempo perdido?.

Más bien se puede decir que de una manera silenciosa Dios está hablando calladamente en la vida oculta de Jesús. El Beato Josemaría Escrivá de Balaguer reflexiona sobre estos años silenciosos y declara con lucidez: Permitidme que vuelva de nuevo a   la ingenuidad, a la sencillez de la vida de Jesús, que ya os he considerado tantas veces. Esos años ocultos del Señor no son algo sin significado, ni tampoco una simple preparación de los años que vendrían después: los de su vida pública. Desde 1928 comprendí con claridad   que Dios desea que los cristianos tomen ejemplo de toda la vida del Señor. Entendí especialmente su vida escondida, su vida de trabajo corriente en medio de los hombres: el Señor quiere que muchas almas encuentren su camino en los años de vida callada y sin brillo. Obedecer a la voluntad de Dios es siempre, por tanto, salir de nuestro egoísmo; pero no tiene por qué reducirse principalmente a alejarse de las circunstancias ordinarias de la vida de los hombres, iguales a nosotros por su estado, por su profesión.por su situación en la sociedad.

El Concilio Vaticano II también da luces para entender con mayor profundidad el modo de actuar de Jesús durante esta época, pues al enseñar que en Cristo culmina la revelación, dice: El, con su presencia y manifestación, con sus palabras   y obras, signos y   milagros, sobre  todo   con  su   muerte  y   gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a su plenitud toda la revelación    y la confirma con testimonio divino .

Para captar lo que el Hijo de Dios ha querido revelar no se debe mirar solamente sus palabras sino su vida entera. Los silencios de Jesús, y su trabajo callado, y su sueño también hablan; todo en El ,hasta el último latido de su corazón, revela la Verdad divina Ciertamente un punto culminante de esa revelación lo constituyen su Muerte y su Resurrección pues muestran con claridad el amor divino y la malicia del pecado del cual somos redimidos con el sacrificio de valor infinito; pero también son reveladores sus gestos más sencillos: nacer, ser niño, comer, dormir, trabajar...

En estas páginas vamos a contemplar sobre todo los treinta años de vida oculta de Jesús en Nazaret -oculta a los ojos de los hombres y patente a los ojos de Dios- así la mirada de la fe se llena de una luz y de un esplendor nuevo para iluminar nuestro caminar por la tierra hacia el cielo. Cristo es el Hombre Nuevo. Esto significa, por un lado que es Perfecto Hombre, pero al añadir que es nuevo indica que todo hombre y todo lo humano -viejos por el pecado- han sido renovados y sanados por Jesucristo.

A partir de Jesús todas las realidades humanas se deben mirar de una manera optimista y más profunda. Jesús ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina deformada por el primer pecado. Es como si después del pecado original el espejo, que es el hombre, estuviese manchado, medio roto y oscurecido. Con Jesús este espejo puede volver a reflejar a Dios como imagen y semejanza sin deformaciones.

Es más, sólo se puede comprender lo que el hombre y lo humano son mirando limpiamente a Jesús. Así lo indica el Concilio: en realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado . Mas adelante añadirá que la condición humana además de ser sanada de sus heridas y reconstruida, ha sido elevada a una condición superior a la del mismo Adán antes del pecado original, pues: el Hijo   de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.

Miremos, pues, como esta gran realidad de la elevación humana se realiza en la vida sencilla y oculta de Nuestro Señor Jesucristo.

 



regina


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