Formato de impresión


El precio ecológico de la moda


2019-12-11

Política Exterior

Según Oxfam, solo en agosto en Reino Unido se compraron más de dos toneladas de ropa cada minuto. No es un caso aislado. En todo el mundo se consume y desecha más ropa que nunca.

En 2015, el último año del que la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) tiene datos, EU generó unos 11,9 millones de toneladas de residuos textiles, 34 kilos por persona. La mayoría terminó en vertederos.

Esa cifra supone un aumento del 750% en relación a 1960 y una tasa que multiplica por 10 la del crecimiento demográfico en ese mismo tiempo. La producción textil global, que mueve unos 2,4 billones de dólares anuales, se duplicó entre 2000 y 2014, según un informe de McKinsey. También aumentó un 60% el número de prendas que compró cada consumidor en EU. La suma de esos factores explica que la industria de la moda y del calzado produzcan el 10% de las emisiones de carbono. Según Naciones Unidas, es la más contaminante después de la aeronáutica y la marítima.

La razón fundamental es que el 60% de las fibras textiles son hoy sintéticas, básicamente plástico producido a partir de combustibles fósiles. Por ese motivo la ropa que termina en los vertederos (85%) no se degrada, al igual que las microfibras de materiales como el poliéster que desprenden los tejidos en la lavadora y terminan en mares, ríos y lagos.

Las sustancias químicas utilizadas en la fabricación, tinte y tratamiento de muchas fibras son tan dañinas para el medio ambiente que la regulación de la EPA considera las fábricas textiles como generadoras de residuos tóxicos.

Los cultivos de algodón, materia prima fundamental de la industria, son los que más utilizan pesticidas. El algodón orgánico es más limpio pero usa más agua. Y aunque se puede reciclar, la fibra resultante es de menor calidad. El algodón Pima es más duradero pero más caro.

El crecimiento exponencial de los residuos textiles ha sido paralelo al boom de las marcas de “moda rápida” como la estadounidense Forever 21, la sueca H&M, la española Zara o la japonesa Uniqlo, cuyo modelo de negocio se basa en la venta masiva de prendas de bajo coste.

Zara, por ejemplo, lanza unos 20,000 nuevos diseños al año, una estrategia de marketing cuyo objetivo es fomentar un consumo constante de nuevos modelos. Según diversas estimaciones, las prendas de moda rápida están diseñadas para usarse no más de 10 veces, una obsolescencia programada similar a la de la electrónica de consumo.

Según una encuesta encargada por Barclays, el 9% de los consumidores británicos compra ropa por internet solo para fotografiarse con ella en Instagram. Después la devuelven.

En Fashionopolis (2019), Dana Thomas recuerda que desde las plantaciones algodoneras esclavistas del sur de EU y la explotación de la mano de obra infantil en los talleres textiles de la Inglaterra victoriana, la industria textil ha sido uno de los rincones más oscuros de la economía mundial.

Hoy, en fábricas de Vietnam, Bangladesh o Tailandia, pero también en talleres clandestinos de California o Italia, sus trabajadores afrontan condiciones laborales a veces inhumanas, como mostró el incendio de Bangladesh en 2013, en el que murieron 1,100 personas y 2,500 fueron heridas. Solo entre 2006 y 2012 murieron más de 500 trabajadores textiles bengalíes en incendios de fábricas.

En 2013 los consumidores en EU gastaron en ropa unos 340,000 millones de dólares, buena parte fabricada en Bangladesh. De ahí que se esté abriendo paso en el sector el concepto de “moda lenta” para ralentizar el ritmo de consumo, una idea que defienden influencers de la moda como Cat Chiang, Natalie Live, Emma Kidd o Stella McCartney.

Según la consultora The Slow Factory, gran parte de la responsabilidad recae en los fabricantes. Entre sus propuestas para hacer más sostenible la industria figuran el diseño de ropa reciclable para que se genere un sistema circular en el que las prendas desechadas se conviertan en la materia prima de nueva ropa.

Otras opciones son el alquiler de las prendas y la fabricación de fibras biodegradables y mantener el contenido de poliéster –que es básicamente un plástico– entre el 20% y el 40% de cada prenda.



regina


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com