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26 días de travesía en un narcosubmarino


2019-12-16

Patricia Ortega Dolz, Nacho Carretero, Artur Galocha, Mariano Zafra, El País


Agustín Álvarez tomó un avión en Madrid con destino a Brasil el pasado 25 de octubre. A sus 29 años, los distintos títulos de navegación que se había sacado —el último, de patrón de yate— en su ciudad natal, Vigo (Pontevedra), le iban a servir para acometer la misión más arriesgada de su vida: cruzar de América a Europa en un semisumergible de 20 metros de eslora con 3,000 kilos de cocaína a bordo. Un cursillo acelerado de navegación en un río, dos ciudadanos ecuatorianos con experiencia marinera como compañeros de travesía, 20,000 litros de combustible, un pago de 100,000 dólares (unos 89,700 euros) por adelantado y un destino a 9,000 kilómetros: 3,000 kilómetros de recorrido fluvial más 6,000 por el Atlántico hasta Galicia.

Policía y Guardia Civil reflotaron la embarcación el pasado 24 de noviembre y detuvieron a sus tripulantes (al gallego Agustín Álvarez cuatro días después en un monte cercano).

Tras sacar el artefacto del mar, descubrieron una embarcación de fibra de carbono de fabricación casera con cinco compartimentos y 3,000 kilos de cocaína.

Casi la mitad del semisumergible lo ocupaban los depósitos de combustible necesarios para la travesía por el Atlántico: unos 20,000 litros.

En este habitáculo se almacenaba la droga, se pilotaba la embarcación y dormían los tres tripulantes en dos literas dispuestas sobre los fardos.

Los narcotraficantes pasaron 26 días apretujados en este habitáculo sumergido hasta a dos metros de profundidad y durmiendo en catres sobre  152 fardos de droga.

Antes de ser detenidos, y al no poder hacer la descarga de la droga, los narcotraficantes hundieron el submarino con la intención de volver más adelante a por la carga.

“Zarparon por el río desde algún recóndito lugar de la zona de Leticia”, capital del departamento del Amazonas y extremo sur de Colombia, señalan fuentes de la Policía Nacional, que continúa con la investigación más allá de las fronteras gallegas: “Se ha ampliado a Madrid y Colombia”. “La mala mar al llegar a la costa española y los fallos del motor, además del hecho de que nadie saliese a recoger la mercancía, les llevaron a hundir la nave en la playa de Hío (Pontevedra) y a tratar de escapar, pero su idea era regresar a recuperar la droga después”, relatan fuentes de la investigación de la llamada Operación Baluma, que dirige la titular del Juzgado de Instrucción 1 de Cangas de Morrazo, Sonia Platas.

Estas mismas fuentes apuntan a los actuales grandes clanes del narco gallego, “el de El Burro o el de El Pastelero” como principales sospechosos. Álvarez era una pieza clave en esta misión casi suicida, según se deduce de los testimonios que los tripulantes han ido relatando a compañeros de celda y a funcionarios de la prisión, ya que se negaron a declarar ante la policía. Hubo fallos del motor (“nuevo y de 2,000 caballos de potencia”, según fuentes de la investigación), problemas de ventilación en el navío y hasta pérdida de los víveres y el agua que llevaban. “Tan solo les quedaban unas cuantas chocolatinas con etiqueta brasileña cuando llegaron”, señalan fuentes de la investigación. “Antes de intentar huir, se deshicieron del teléfono satélite y de los equipos electrónicos que llevaban, que no han sido encontrados”, añaden.

Fueron 26 días en un pequeño habitáculo que podía sumergirse hasta dos metros de profundidad para eludir los radares de los buques de la Armada y durmiendo en catres sobre 152 fardos de droga. Tuvieron buen tiempo casi hasta llegar a España, según narraron, pero al décimo día surgió el primer problema mecánico. Los dos tubos que salen de popa, que sirven para inyectar aire en el motor, se estropearon. Según sus relatos, el aire del submarino se hizo irrespirable. Incapaces de arreglarlo, pese a que uno de los ecuatorianos era mecánico, se vieron obligados a ir abriendo la escotilla unas horas cada día para ventilar la nave hasta llegar a tierra. Antes —y siempre según lo relatado en prisión por los tripulantes—, en un golpe de mar, perdieron también la bolsa con víveres y agua que la embarcación llevaba precintada y adosada al casco. Y, por último, se rompió el depósito de aceite, que impregnó toda la nave, incluidos los fardos de cocaína.

Al final, a la desesperada, tras un primer intento fallido de acercarse a la costa en Oporto (Portugal), y tras varios días recibiendo coordenadas distintas de la organización para entregar la mercancía sin que nadie apareciese, vino el intento de huida a nado con trajes de neopreno en la playa de Hío, perteneciente a Aldán (Cangas de Morrazo). El amplio dispositivo policial desplegado en la zona, tras una alerta de la DEA (Drug Enforcement Administration, la Administración para el Control de Drogas, una agencia dependiente del Departamento de Justicia de EE UU), dio al traste con las aspiraciones de los tripulantes.

Lo primero que pidieron Pedro Roberto Delgado (Ecuador, 1975) y Luis Tomás Benítez (Ecuador, 1977) al ingresar en prisión fue afeitarse. Fuentes penitenciarias los describen: “Callados, tímidos y desconfiados”. También se interesaron por saber cuándo llegaba el verano a Galicia porque no paraba de llover.

En su particular huida, Agustín Álvarez permaneció oculto en un cobertizo durante los cuatro días que siguieron al arresto de sus dos compinches ecuatorianos. Antes, tiró el teléfono móvil y facilitó la detención de otras tres personas: su primo Iago Serantes (Vigo, 1991), su tío Enrique Serantes (Vigo, 1965) y un amigo, Rodrigo Hermida (Santiago de Compostela, 1993). “Agustín pidió ayuda a su primo, y este, a su vez, llamó a su padre y a Hermida para que fuesen a buscarle al lugar de la costa en el que permanecía agazapado”, aseguran fuentes de la investigación que analizaron las llamadas de su teléfono. Tras prestarle ayuda, Serantes huyó a Valencia, donde fue detenido en el aeropuerto. El enorme dispositivo policial desplegado en la ría interceptó a continuación al tío y al amigo, que llevaba ropa seca en unas mochilas. Finalmente, cayó Álvarez, quien intentó hacerse pasar por mariscador furtivo. Los agentes fingieron creerle, le dejaron pasar y le siguieron hasta detenerlo posteriormente. “La organización buscó para la misión a un joven como Álvarez, con destrezas marítimas y buen conocimiento de la intrincada costa gallega, sin antecedentes penales, que no levantara ninguna sospecha”, señalan fuentes del caso.

No obstante, las mismas fuentes advierten de que la ausencia de cuentas pendientes con la justicia no implica que no estuviera metido en el negocio del narcotráfico: “Si le han buscado y le han mandado a Brasil un mes antes del envío de la mercancía es porque ya se movía en los circuitos”, aseguran. A Álvarez, según las mismas fuentes, no se le conoce oficio alguno. “Un chaval deportista, aficionado al mar y que contaba también con un título de piloto”, añaden.

Sin embargo, según su propio relato, Agustín no fue la primera opción de la organización de narcotraficantes que le contrató. Antes se lo ofrecieron a otro marinero gallego, que finalmente se descolgó por considerar que la embarcación no reunía las condiciones apropiadas.

“Construida expresamente para este cometido en algún astillero clandestino de las selvas de Surinam o Guyana”, según los investigadores, las prácticas con el semisumergible de los tripulantes las realizaron a lo largo del río Amazonas, en su trayecto hasta la desembocadura al mar. “El casco, similar al de un velero, presentaba daños en el punto de amarre de proa”, lo que lleva a sospechar a los investigadores que fue remolcado durante algunos tramos de ese trayecto fluvial. La policía está convencida de que el submarino realizó toda la travesía marítima de una vez, sin ser repostado ni remolcado en altamar. Así se deduce también de los testimonios de los tripulantes detenidos. Sin embargo, otras fuentes apuntan a la posibilidad de que fuese ayudado por otros barcos.

El hallazgo el 24 de noviembre del primer narcosubmarino llegado a Europa desde el otro lado del océano Atlántico ha confirmado unas sospechas que, durante más de una década, se habían convertido en leyenda. La información de la llegada de un sumergible preñado de cocaína colombiana llegó al Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO) a través del Centro de Análisis Marítimo (MAOC), con sede en Lisboa y por las autoridades británicas, por lo que se diseñó un amplio operativo conjunto de Policía Nacional, Guardia Civil y Vigilancia Aduanera. La investigación continúa.

Un negocio de capos sigilosos y discretos

Los grandes capos de la droga de Galicia se lamentan estos días por el foco mediático que el narcosubmarino ha puesto sobre la costa gallega. Se trata de un selecto grupo de narcos (se pueden contar con los dedos de una mano y todavía sobran dedos) que son desconocidos, no tienen antecedentes por narcotráfico y alguno de ellos ni siquiera ha desfilado por un tribunal en su vida. Y así quieren que siga siendo. Quedó atrás y para siempre la ostentación y chulería de los Oubiña, Charlines y demás. O la mitificación de Sito Miñanco. Hoy, los principales señores de la droga en Galicia viven en el sigilo.

El anonimato les ha hecho más eficaces. Por la costa gallega sigue entrando hoy una gran cantidad de cocaína. Ya no lo hace entre bateas, persecuciones y disparos. Entra en silencio. Y a ese silencio contribuye que la atención mediática esté en el estrecho de Gibraltar. Los narcos de Galicia viven con menos estrés así y cuentan con un porcentaje de éxito en sus operaciones mayor que nunca. Por eso la captura del submarino supone un ruido que detestan.

Estos grandes narcos se han especializado en grandes alijos, descargas de 4,000 o 5,000 kilos de cocaína y pocas operaciones. Algunos llevan a cabo solo una al año. Reinvierten el dinero en sus vastas redes de negocios legales y tratan de pasar por respetables empresarios.

Las fuerzas de seguridad, sin embargo, los tienen bien controlados. Es difícil llevarlos delante de un juez, ya que jamás entran en contacto con la mercancía. Pero los vigilan esperando un resbalón. En Galicia está desplegado el ECO y el UCO de la Guardia Civil, los GRECO y UDYCO de Policía Nacional, el SVA, la DEA estadounidense y los servicios de inteligencia británicos. No falta nadie.

Los códigos de silencio también han cambiado: los narcos de hoy no tienen el poder ni la compra impune de voluntades de antaño.

Un veterano narco de la ría de Vigo tiene tanta aversión al teléfono móvil que no permite ni siquiera que alguien hable delante de él. El sigilo roza la paranoia en la que algunos narcos gallegos viven instalados. Que haya saltado el asunto del narcosubmarino es como gritar en una biblioteca. Todos están nerviosos ahora en la costa gallega. Se suceden los rumores, los chivatazos, las sospechas… Todo el mundo vuelve a hablar del narco gallego. Justo lo que no quieren. Justo lo que necesita Galicia para seguir peleando contra una de sus peores lacras

 



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