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López Obrador, “una amenaza para el Estado laico”
Rodrigo Vera, Proceso Ante la intensa actividad de los aliados religiosos del presidente López Obrador y por la proclividad de éste a utilizar símbolos, citas y parábolas religiosas en su discurso, los investigadores Bernardo Barranco y Roberto Blancarte exponen los riesgos que eso implica en su libro AMLO y la religión, el Estado laico bajo amenaza. En esta obra los especialistas argumentan, entre otras cosas, que incluso “los temas sociales predilectos del presidente López Obrador lo acercan más bien a las posturas de la derecha tradicional”… Sobre todo por su alianza política con un sector ultraconservador de las iglesias evangélicas, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador representa una “amenaza al Estado laico” que ya está socavando “la estructura constitucional” iniciada desde la época juarista para salvaguardar la separación entre la Iglesia y el Estado, afirman los investigadores Bernardo Barranco y Roberto Blancarte. En su libro AMLO y la religión, el Estado laico bajo amenaza –editado por Grijalbo–, los analistas aseguran además que López Obrador se ha convertido en una especie de “santón”, de “sumo pontífice” o de “predicador” religioso quien “cree que es tarea del Estado moralizar a la sociedad” con el apoyo de los evangélicos. En la introducción del libro puntualizan: “El tema de fondo de este libro es la amenaza al Estado laico, que surge desde su interior mismo, así como la pertinencia urgente de salvaguardarlo por el bien de una sociedad plural y diversa, como es la mexicana. Esta amenaza, hay que decirlo con todas sus letras, proviene del propio presidente de nuestra República laica”. Mencionan en concreto la peligrosa alianza entre el presidente y su amigo el pastor Arturo Farela, líder de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice), la cual ya participa activamente en programas sociales del gobierno, distribuye en sus templos la Cartilla moral de López Obrador y realiza gestiones –con el apoyo presidencial– para que las iglesias puedan tener medios masivos de comunicación y los ministros de culto puedan acceder a cargos de elección popular. Los “riesgos” de esta alianza –advierte el libro– es la imposición de una agenda religiosa en la que se censuren los derechos sexuales y reproductivos, se exterminen años de lucha por los derechos de las mujeres y los avances de la ciencia, se intente imponer una concepción tradicional y única de la familia, y se regrese a “una noción antediluviana” del rol de la mujer. Aclara el libro de entrada: “Aunque López Obrador gusta de presentarse como un hombre de izquierda, en realidad, personalmente, es un hombre conservador que se opone al aborto, al matrimonio igualitario e incluso al divorcio, como uno de los ‘frutos podridos del periodo neoliberal’. Sus concepciones políticas están impregnadas de elementos religiosos, por lo que se puede afirmar que es un político ‘integralista’, que no separa su visión religiosa de su quehacer político y social”. Y agrega: “Los temas sociales predilectos del presidente López Obrador lo acercan más bien a las posturas de la derecha tradicional, la cual añora un pasado mítico, donde el pueblo bueno supuestamente vivía de acuerdo con sus principios morales y religiosos. No es extraño por ello que su enemigo por antonomasia, seleccionado para convertirse en el mal por excelencia durante su gobierno, sea el ‘neoliberalismo’”. Igualmente, el libro hace un recuento de las reiteradas acciones con que el presidente está violando la separación Iglesia-Estado. Dice al respecto: “Cuando López Obrador asume un papel cuasi sacerdotal, refiriéndose continuamente a enseñanzas religiosas, cuando confunde su papel como servidor público con el de un ministro de culto, cuando invita a sacerdotes y pastores a participar en cuanto tales, en actos oficiales, cuando pretende predicar y moralizar desde una perspectiva religiosa particular (la cristiana) al conjunto de la población, cuando invita a ministros de culto a distribuir una cartilla moral (además aderezada con elementos religiosos), como si fueran agentes de gobierno, cuando acepta que líderes religiosos entablen diálogos y acuerdos con miembros del crimen organizado, cuando preside ceremonias oficiales con contenidos y símbolos religiosos, cuando acepta, como presidente de la República, ser ungido y consagrado por supuestos o reales representantes de los pueblos originarios, en todos estos casos rompe abierta y descaradamente el principio histórico de separación.” Esta mezcla entre religión y política –una “especie de cesaropapismo contemporáneo”– es una “traición a la laicidad” del Estado mexicano que está socavando “toda una estructura constitucional” construida a lo largo de más de 160 años: desde la Constitución de 1857 y las leyes juaristas de Reforma –promulgadas entre 1859 y 1860–, hasta el actual artículo 130 constitucional y la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, aprobada en 1992. La “operación político-religiosa” El político tabasqueño –quien paradójicamente se autodefine como “juarista”– es en realidad un “santón” que está destruyendo el legado de Juárez y un “ignorante de la legislación mexicana vigente o simplemente omiso respecto de ésta”, aseguran Barranco y Blancarte en su libro, de 207 páginas y dividido en 11 capítulos. En uno de éstos abordan específicamente el tema de la Cartilla Moral escrita por Alfonso Reyes y que López Obrador ya está repartiendo, así como el de la llamada Constitución Moral, documento todavía en elaboración y el cual contendrá las principales directrices morales del gobierno de la Cuarta Transformación. La Cartilla Moral, dicen, ha recibido “fuertes cuestionamientos” que giran en torno a su “validez actual”, pues su contenido está impregnado de un “conservadurismo social propio de la época en que fue escrita”. Y a esto se agregan las “referencias religiosas” que le añadió el propio López Obrador, así como el hecho de ser distribuida por pastores de Farela que pueden utilizarla para hacer “proselitismo religioso”. Agregan: “AMLO erró al elegir a su amigo Arturo Farela como pivote de una compleja operación político-religiosa que requería de una ingeniería sofisticada. Farela fue entrón pero burdo. Muchos creen que AMLO se dejó engañar por un pastor ambicioso que le vendió un proyecto faraónico de vinculación con las iglesias”, aunque también puede ser que López Obrador, así como supo atraer el voto evangélico en las elecciones de 2018, ahora sume a estos evangélicos “a su causa” al dejarlos repartir la cartilla en sus templos. Lo cierto es que, en la distribución de la Cartilla Moral, la Iglesia católica y muchas otras iglesias evangélicas no afiliadas a Confraternice “se deslindaron del llamado y de la iniciativa”. Para el presidente fue un “rotundo fracaso” el que las otras iglesias le hayan dado la espalda. Y así, López Obrador y su amigo Farela “se quedaron solos”. La idea de elaborar una Constitución Moral también ha sido “ampliamente rechazada” por “la enorme mayoría” de los expertos y analistas del tema, ya sea desde la perspectiva filosófica, jurídica, sociológica e incluso teológica, pues se ha llegado a la conclusión de que “el último criterio de una acción moral es la propia conciencia”, y la labor de un gobierno “es cumplir con las reglas civiles, no salvar almas”, señala el libro. Sin embargo, prosigue, “López Obrador tiene una visión político-religiosa de su gobierno y la palabra moral nos remite a lo que él propone: la felicidad del pueblo a través del bienestar material, pero, sobre todo, del alma. Y ante esto no hay argumentos ni filosóficos ni científicos que valgan. No es entonces sólo un problema del nombre que se le ha querido dar a este código de ética; es la concepción moralista, basada en concepciones particulares religiosas del presidente y en su limitada visión del mundo”. También deja en claro lo siguiente: “Nadie se opone a que el presidente de la República, como cualquier otro ciudadano de la nación, tenga creencias religiosas o convicciones filosóficas personales, de las cuales se desprendan también comportamientos éticos. El problema surge cuando él, como cualquier otro servidor público, pretende difundir y en el fondo, quiéralo o no, imponer al conjunto de la población una visión religiosa y una visión moral. No son esas sus funciones ni su mandato”. El mismo combate a la corrupción emprendido por López Obrador –prosigue– no es una lucha cívica, ciudadana o gubernamental, sino más bien se trata de “una lucha religiosa, identificada además con una convicción religiosa en particular, la cristiana. Mezclada además con posturas económicas nacionalistas. Como si quisiera construir una alianza católico-cristiana-nacionalista en la que el jefe del Ejecutivo es una especie de supremo sacerdote que conduce al pueblo a su salvación tanto material como espiritual”. Y el mismo nombre del partido fundado por el tabasqueño, Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, “hace referencia directa a la Virgen Morena, es decir la Virgen de Guadalupe. Tampoco fue una casualidad que la fecha de fundación de dicho partido fuera el 12 de diciembre, misma en la que se festejan las apariciones y a la virgen misma”. Por si fuera poco, el libro señala que, a partir de su campaña presidencial, en torno a López Obrador se ha venido dando una especie de “fetichismo” que le atribuye facultades sobrenaturales. “En los mercados como el de Sonora, en la Ciudad de México, y otros se vendían veladoras con la imagen de AMLO y demás fetiches de veneración popular. Para diversos observadores se pasó del culto a la personalidad del candidato a la devoción cuasi religiosa”. Intrigados, se preguntan los autores: “¿Será que AMLO se siente no sólo el elegido por el pueblo sino designado por Dios para salvar y traer la salvación, así como la prosperidad a la patria?”. Tanto Barranco como Blancarte son especialistas en asuntos religiosos. El primero abordó el tema de la llegada al poder de López Obrador en su libro AMLO y la tierra prometida, y es además autor de Las batallas del Estado laico. Mientras que Blancarte, sociólogo e investigador de El Colegio de México, es autor de La república laica en México, Entre la fe y el poder y El pensamiento social de los católicos mexicanos. Ahora, en AMLO y la religión, aseguran que los principales aliados evangélicos del presidente, el pastor Arturo Farela y Hugo Eric Flores, fundador del Partido Encuentro Social, pertenecen al ala más conservadora de estas iglesias. Farela es “un evangélico político” y Flores es “un político evangélico”, aclaran. Reconocen que la “irrupción” de Farela en la escena política, gracias a su amistad con el presidente, “ha provocado un importante reacomodo de posicionamientos de los actores religiosos”. Ven actualmente una “reconfiguración de fuerzas” que favorece a las iglesias evangélicas, como ya está ocurriendo en América Latina. Mientras que la Iglesia católica, habituada a la interlocución privilegiada con el poder, ahora se “ha visto sacudida”. Comparan al dirigente de Confraternice con Jerónimo Prigione, el poderoso nuncio apostólico en México que, en los ochenta y noventa tuvo una estrecha cercanía con los altos círculos priistas del poder. Lo mismo con el cardenal Norberto Rivera Carrera, quien fue otro interlocutor privilegiado con las altas esferas de la política mexicana. Pero aclaran que Farela ni siquiera tiene bajo su liderazgo a las 7 mil iglesias evangélicas que dice representar, de un total de más de 40 mil. Por lo que, recalcan, no es el representante de todas las iglesias evangélicas en México y su poder proviene solamente de su cercanía con López Obrador. Sin embargo, advierten los autores, hay el riesgo de que las iglesias de Confraternice se conviertan en “iglesias de Estado”, pues ya participan en distintos programas sociales del gobierno y en el reparto de la Cartilla Moral. Y concluyen: “¿La 4T quiere convertir a los evangélicos en iglesias de Estado? ¿Estaríamos a las puertas de pentecostalizar la política? ¿El fin de la separación entre Estado e iglesias y el advenimiento de sensibilidades teocráticas? Esta ruta es una pesadilla”. regina |
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