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Con enemigos como estos, ¿quién necesita amigos?


2019-12-18

Jorge Zepeda Patterson, El País

Como las corridas de toros, la ópera o los chongos zamoranos, el Gobierno del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador no deja indiferente a nadie. Lejos de apaciguar polémicas, los datos de la realidad sirven para alzar la voz a favor o en contra con mayor intensidad que hace un año, cuando su llegada a Palacio Nacional infundía temor en unos y esperanza en otros. Hoy esos temores y esperanzas han sido reemplazados por la cólera documentada de los pesimistas y por el entusiasmo fundamentado de los optimistas, armados ambos con los argumentos rojos y negros que estos 12 meses ofrecen con prodigalidad.

En medio de este panorama de claroscuros, López Obrador disfruta, sin embargo, de una categórica certeza: la confianza de que el pasado inmediato le da el alto contraste necesario para sacarlo de cualquier apuro. La corrupción, la negligencia, la frivolidad y los abusos de los Gobiernos anteriores son tales que se convierten en un saco inagotable de recursos para un mago de la comunicación como lo es el presidente. ¿Que la indignación del asesinato de la familia LeBarón agota la paciencia de la opinión pública y comienza hablarse de un fracaso en materia de inseguridad?: inoculación inmediata con el anuncio de la detención en Estados Unidos de Genaro García Luna, el poderoso policía y brazo derecho de Felipe Calderón, creador de la estrategia de seguridad anterior. Nada supera el morbo que supone que el responsable del combate al crimen organizado y depositario de la confianza total de parte de su presidente habría estado a sueldo del más poderoso de los carteles. ¿Que la Administración de la 4T se atraganta de inoperancias en la distribución de apoyos y pensiones? Nada, representa una minucia comparada con la noticia de los miles de millones que se robaron los que ya se fueron, con la venta de una refinería o con la construcción del tren México Toluca.

El presidente del país puede no ser santo de la devoción de muchos, pero el desplome creciente de la imagen de los últimos tres mandatarios, retrospectivamente cada vez menos presentables, constituye un marco de referencia infalible para reflotarse; un recurso del cual se puede echar mano indefinidamente. Vicente Fox (2000-2006) hoy arrinconado contra la pared por la fragilidad fiscal de sus empresas y por el uso desparpajado de donativos de toda índole susceptibles muchos de ellos de ser auditados. Basta ver el cambio en el tono de los tuits del expresidente, furibundo antilopezobradorista hasta hace unos días, súbitamente atacado por el virus de la tolerancia, para darse cuenta de la espada de Damocles que se cierne sobre su cuello.

Enrique Peña Nieto (2012-2018), perdido en algún crucero del amor tratando de pasar inadvertido luego de que los desplantes de su romance adolescente terminaron por irritar incluso a sus allegados. Los trapos sucios de su círculo inmediato y la frivolidad del expresidente alimentan la pregunta que muchos mexicanos se plantean cada vez con mayor frecuencia: ¿cómo fue posible que este inconsciente e irresponsable niño mimado haya dirigido los destinos del país durante seis años?

Y de Felipe Calderón (2006-2012) no hace falta explicar mayor cosa. En este momento resulta imposible saber si el juicio de García Luna en Nueva York desencadenará alguna investigación o un cargo del Departamento de Justicia en contra del exmandatario. Lo que es evidente es que en la narrativa popular, y al margen del resultado de ese juicio, el político quedará inexorablemente ligado por complicidad, omisión o negligencia a un pillo que trastocó para siempre la vida de los mexicanos. Ya de entrada el escándalo extiende una carta de defunción al partido político que Calderón y su grupo intentaban arrancar para convertirse en una alternativa para los próximos años.

Lo cual nos lleva a la reflexión de fondo. El balance de la gestión de López Obrador puede ser de claroscuros, pero la ausencia de alternativas políticas viables convierten a las objeciones en mero tema de charlas de sobremesa o regodeos de la prensa. Cada vez que la crítica amenaza con enturbiar el ambiente y concretar en movilizaciones y protagonismos políticos significativos, el presidente mexicano ha esgrimido los conspicuos pecados de todos los actores políticos que no son él. Una comparación que sigue favoreciéndolo. No hay marcha de oposición que prospere una vez que se ventila el apoyo que recibe de calderonistas, foxistas, panistas o priistas.

La oposición en efecto, como dice el presidente, está moralmente derrotada, pero no solo eso. Se ha convertido, paradójicamente, en la mayor fuente de legitimación del soberano. La mina inagotable para conjurar riesgos y amenazas. El camino del presidente está empedrado de los previsibles escándalos de los que puede echar mano del pasado inmediato. Con enemigos como estos, ¿quién necesita amigos?



regina


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