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Diez años en los que todo fue posible: 2010-2019
Carlos Arribas | El País Madrid.- Pasaron, así, tan rápido, los años 10. La década que termina comenzó con un sueño hecho real en julio de 2010, y, siempre encadenado, un fin de época, el fin de una ilusión. Dos meses antes de su final, un keniano con unas zapatillas atómicas, el non va plus de la tecnología, corrió 42,195 kilómetros, un maratón, en menos de dos horas, 1h 59m 40s. Anunció el fin de unos tiempos, el alba de otros, y todos se sintieron con ganas de opinar, porque se ve asomar al futuro. Se van 10 años en los que todo fue posible. Escama lo que llega, la tercera década del siglo XXI, que huele a pesimismo tecnológico y vital. Los años 10 se abrieron con el gol con el que toda España soñaba desde hacía 80 años, un tanto que proclamara a la selección nacional campeona del mundo de fútbol, un concepto que hasta muy poquitos años antes entraba dentro de la categoría de utópico. Fue el 11 de julio de 2010 cuando ya estaban a punto de sonar las 11 de la noche. Fue el gol de Iniesta en la prórroga, el 1-0 que derrotó a Holanda en la final de Johannesburgo, Sudáfrica. El mismo día, 11 de julio, unas seis horas antes, unos miles de kilómetros al norte, casi 13,000, en los Alpes franceses, Alberto Contador hace comprender a los aficionados que tendría complicado ganar su tercer Tour de Francia. Pese a todos sus intentos de ataque, en la etapa que sube de Morzine a Avoriaz, el escalador de Pinto sucumbe ante Andy Schleck. Efectivamente, el Tour lo tuvo tan complicado Contador que pese a llegar de amarillo a París dos semanas más tarde con unos segundos de ventaja lo perdió unos meses después por unos picogramos de clembuterol. El positivo de Contador fue la canción que anunciaba el fin de fiesta, la llegada de la sobriedad del ciclismo español en el Tour después de dos décadas consecutivas, la de Indurain, los 90, y la siguiente, en las que ciclistas españoles habían ganado nueve de los 20 Tours disputados, y de los 13 otorgados, descontados los siete perdidos por Armstrong después de la sanción impuesta por la UCI el 22 de octubre de 2012. En los 10 que se van se acaban Armstrong, Contador, Bolt y Phelps; resucita Tiger Woods; brilla en su apogeo Simone Biles; permanecen, siempre, Nadal y Federer, Messi y Cristiano, Valverde; surgen Curry, que transforma el baloncesto de la NBA, y Marc Márquez; se apaga Michael Schumacher. La Champions es medio española; el ciclismo, colombiano; la NBA, global con acento español, y España, campeona del mundo de fútbol porque se hizo dueña del balón e Iniesta, de Albacete y del Barça, metió un gol. La utopía tecnológica, esa fascinación estúpida por todo lo nuevo, como si el progreso fuera eso, y los progresistas, así, le robó la imaginación al deporte, parte de su capacidad para emocionar, el meollo de la cuestión para muchos aficionados: zapatillas, VAR, sumisión al bigdata a la hora de tomar decisiones tácticas y técnicas, estadios con aire acondicionado, wearables con datos fisiológicos inmediatos para que el deportista dude y no sepa cómo poner a prueba su organismo... El pinganillo y los potenciómetros o las ganancias marginales del Sky, el diablo para muchos, se queda en nada en un mundo que se crea para ser, sin más, contemplado en una pantalla, y a cámara lenta si es posible. De todo lo ocurrido, 17 momentos pueden valer de resumen. Gol de Iniesta (Johannesburgo, 11-7-2010) El fútbol español encontró su estilo, que nació heredero del fútbol total holandés y amigo de la pelota y el riesgo, un tiki taka más humano que físico, sin furia, antes que del catenaccio y la contabilidad, el fútbol mundial lo pidió como modelo, y los españoles encontraron una fecha y una hora de las que puedan decir: todos nos acordamos de dónde estábamos y con quién y lo que hacíamos aquel domingo lejano y tan caluroso cerca de medianoche, tan fabuloso. Paró Iker, gritó Iniesta. Gran Slam de Rafa Nadal (Nueva York, 13-9-2010) Una noche de septiembre calurosa en Nueva York, el primer año de la década, con 24 añitos recién cumplidos, Rafa Nadal derrotó a Novak Djokovic y alcanzó una altura que muy pocos tenistas en la historia habían alcanzado. El US Open que se apuntaba era el décimo grande de su carrera, y con el título neoyorquino ya tenía uno, al menos, de cada Grand Slam, seis Roland Garros, dos Wimbledon, un Australia, un oro olímpico y tres Copas Davis: el surtido completo. Pero no se paró ahí, creció y siguió creciendo, evolucionando, cambiando su juego, como animado por un deseo de desmesura inimitable, evitando la maldición de todos los grandes, cuyo futuro siempre se sintió achantado por el pasado. En 2019, Nadal modificó su servicio y ahora gana más puntos casi que nadie con él, lo que le permite ahorrar tiempo de juego y energías, y ya tiene 33 años. El zurdo de Manacor cierra la década aún hambriento, con 19 títulos de Gran Slam, a solo uno de los 20 de Federer, y solo pensará en retirarse si lo hacen antes Djokovic y el suizo. Será entonces el primer deportista español, y quizás siempre el único, que llegue al cielo. Accidente de Schumacher (Méribel, 29-12-2013) Un año después de retirarse por segunda vez de los circuitos, el mejor piloto de fórmula 1 de la historia se dio con una piedra esquiando en Méribel [en los Alpes franceses] unas navidades y sobrevive con graves lesiones cerebrales. Es la despedida social salvaje de un conductor que rompió todos los récords —siete títulos mundiales, 91 grandes premios victoriosos, 13 grandes premios en una sola temporada, la de 2004, la que le hizo heptacampeón—. Signo de los tiempos, quizás, el destino con crueldad ha privado a Schumacher, que cumplirá 51 años el 3 de enero, de una despedida de la vida acorde con su grandeza deportiva, una muerte como la de Ayrton Senna, pilotando, que le habría convertido en mito eterno Champions: Final Atlético-Real Madrid (Lisboa, 24-5-2014) Busca Florentino Pérez la creación de una Superliga Europea, la competición que debería acabar con la meseta de escaso crecimiento en la que se mueven los derechos televisivos. Quizás al presidente del Madrid le inspira tanto el tremendo dominio que los clubes españoles ejercieron sobre la Champions gran parte de la década como le desespera el monopolio de los clubes ingleses en la pasada edición, con una final pura Premier, la competición que más dinero ingresa por televisión. Quizás los momentos más significativos del dominio español —seis de las 10 Champions, cuatro del Madrid, que llevó a 13 su total, dos del Barça— fueron las dos finales que enfrentaron al Real y al Atlético, dos derbis madrileños con victoria blanca en ambos. La más dura para los colchoneros fue, seguramente, la primera, la del 14, en la que estuvieron más cerca aún que en 1974 de tocar por primera vez la copa gracias a un gol de Godín. En el minuto 93, el gol de Ramos volvió a hacer triste verdad la maldición atlética, la que hace que la realidad acabe siempre imitando a la ficción. Salto hermanos Gasol (Nueva York, 15-2-2015) El balón de baloncesto es la luna en el Madison Square Garden y dos hermanos de Barcelona, muy altos, Pau y Marc Gasol, saltan para alcanzarlo, para tocarla. Se adelanta el mayor, Pau: el baloncesto español, ya acostumbrado a finales olímpicas y a títulos mundiales, llega más alto que nunca; la NBA deja, ya, de ser un espectáculo local de visión obligada para el resto del universo para convertirse, en un espectáculo global para un público universal. No se quedaron ahí los hermanos. Después del salto inicial del partido All Stars de 2015, Marc se acercó finalmente a Pau, dueño de dos anillos de campeón, y logró, en el verano del 19, el anillo de campeón con los Raptors y un segundo título mundial liderando a la selección española. Lorenzo-Rossi-Márquez (Cheste, 8-11-2015) Incrustado entre los seis títulos de Moto GP de Marc Márquez brilla el tercero de Jorge Lorenzo, el de 2015, la temporada que resume mejor que ninguna todo el drama y el conflicto de la década motociclista. Fue el año del último aliento de Valentino Rossi, que peleó por el título hasta el último GP, Yamaha contra Yamaha, en Cheste; fue, y tampoco se sabía entonces, el último título de Lorenzo, que se ha retirado, joven, hace unas semanas; y todo ocurrió quizás por voluntad de Márquez, que, después de ese año no dio respiro a nadie. Todos dejaron de existir salvo el piloto catalán de Honda. Garbiñe Muguruza gana a Serena (París, 4-6-2016) Arantxa ganó en Roland Garros, y tres veces, y en Nueva York, pero nunca pudo con Wimbledon; Conchita ganó en la hierba de Londres, pero siempre se le atragantó la tierra de París. Dos décadas más tarde, Garbiñe Muguruza se hizo ambas, ganando, en años sucesivos, Roland Garros y Wimbledon. El carácter tanto titánico como simbólico de las victorias de Muguruza lo refleja el nombre de las rivales derrotadas, una tras otra, en ambas finales, las hermanas Venus y Serena Williams, algo así como la Graf y la Navratilova del siglo XXI. Después de perder ante Serena la final de Wimbledon 2015, Muguruza derrotó a la menor de las Williams en la final liberadora de Roland Garros en 2016 (y le impidió igualar entonces el récord de 22 títulos individuales de Graf: tardó dos años en superarla, ya con 23) y a Venus en Wimbledon en 2017. Curry-LeBron (Oakland, 19-6-2016) Curry baila y tira de lejos y todos los equipos de la NBA quieren ser como sus Warriors, y la bomba atómica, el arma de destrucción masiva, ya no es un pivot que machaca la canasta sino agudos, ligeros, hábiles encestadores de canastas de tres puntos. Curry y LeBron han marcado la década como Magic y Bird marcaron la de los 90. No hay obuses sino flechas, pero sí justicia poética, viejos guerreros que no se rinden, y LeBron con sus Cavaliers le ganó a Curry la final de las finales, la de 2016 con una remontada que siempre se recordará. Phelps, la última brazada (Río de Janeiro, 13-8-2016) En Tokio no estará Michael Phelps, y será la primera vez en el siglo que en unos Juegos no participará el gran depredador de Baltimore, que dio su última brazada olímpica el 13 de agosto del 16 en la piscina de aguas verdes de Río. Su ausencia deja huérfanos a los contables, que desde Atenas 2004 lo tenían fácil con el nadador norteamericano, máximo medallista en los últimos cuatro Juegos. Es el olímpico más laureado de la historia. Él solito, un animal olímpico único, con la ayuda en los relevos de algunos secundarios, ha ganado más medallas de oro (23) que todo el deporte español (19) desde 2004. Españolas, nueve de 17 (Río, 21-8-16) La década comenzó con el derrocamiento de Marta Domínguez del pedestal y del símbolo de la deportista española (Operación Galgo, sanción por dopaje) y acabó con la muerte de Blanca Fernández Ochoa, la pionera, la primera medallista olímpica española, que se fundió con su montaña una noche estrellada de agosto. La gloria del deportista es efímera, pero no su ejemplo ni su huella. El recuerdo permanece como el olor en las manos después de limpiar pescado, y crece aún en una década que podría ser también bautizada como la de la lucha constante de la mujer deportista por el espacio que el hombre le niega, la década de Caster Semenya, la atleta a la que no dejan competir como la mujer que es, la década de los Juegos de Río, donde las mujeres españolas ganaron más de la mitad de las medallas de todo el equipo (9 de 17) y cuatro de ellas (Maialen Chourraut, Ruth Beitia, Carolina Marín y Mireia Belmonte) volvieron con el oro. Y en diciembre del 19, con Megan Rapinoe como estrella global, aún sigue la pelea de las mujeres futbolistas para obtener un convenio colectivo que reconozca que pueden quedar embarazadas, y les respeten el derecho. Adiós de Bolt (Londres, 13-8-2017) Entre Rafa Nadal (cuatro) y Usain Bolt (tres) han acaparado siete de los 10 títulos de mejor deportista mundial del año del diario L'Équipe, y eso que los grandes, grandísimos años, del atleta jamaicano pertenecen a la década anterior, a 2008 y 2009, cuando batió dos veces cada uno, en dos grandes finales, un Mundial y unos Juegos, los récords mundiales de 100m y 200m. Bolt no volvió a batir unos récords imposibles hasta para él, pero se convirtió en la gran estrella de los dos últimos Juegos, Londres y Río, y también fue capaz de demostrar que no podía más, y no pudo ni terminar su última carrera, la última posta del relevo en Londres 17. Los aficionados, privados de volver a sentir la emoción de ver unos 100m sabiendo que lo imposible puede acabar siendo posible, y siempre maravilloso. Ronaldo-Messi, último Clásico (Camp Nou, 6-5-2018) Messi lleva más de una década asombrando; y como a Nadal le engrandece que sus rivales se llamen Federer y Djokovic y sean tan persistentes como él, a Messi le agiganta la permanente comparación con el otro fenómeno contemporáneo, Cristiano Ronaldo. El zurdo argentino ganó este otoño su sexto Balón de Oro; Cristiano lleva cinco, y si ha sido más volátil y viajero, Messi no se ha movido del Barça, un equipo que ya no es el Barça de Guardiola, sino el Barça de Messi, que todo lo fagocita y que hace jugar a todos como él quiere que jueguen. El 6 de mayo de 2018, sin que nadie pudiera imaginárselo, se enfrentaron en su último Clásico, el duelo español que ambos llevaron al terreno individual. Empataron los equipos, ellos también: cada uno marcó un gol. Valverde, arcoíris a los 38 (Innsbruck, 30-9-2018) Sería fácil describir a Valverde como un dinosaurio, un fósil que respira, un superviviente de la gran glaciación del deporte que acabó con lo viejo y su cultura en el anterior cambio de década. Sin embargo, cuando ganó el Mundial de ciclismo en Austria a los 38 años, y nadie más viejo lo ha hecho nunca, Valverde, que carga con todo el peso del ciclismo español, demostró una tremenda capacidad para reinventarse, una mezcla única de espíritu y voluntad juveniles con experiencia y conocimiento. Y su sonrisa de niño feliz, y sus lágrimas, reaparecerán seguramente junto al monte Fuji este julio en los Juegos. El quinto Masters del Tiger (Augusta, 14-4-2019) Puede más el deseo de un niño que toda la vida sucia y gris, y sus reveses y trampas, o así debería pensar Tiger Woods, que nada más empezar a andar en un cartel sobre su cama escribió todos los títulos, los 18, de Jack Nicklaus en torneos del Gran Slam, y una promesa: yo ganaré 19. Se puso a la tarea en el siglo pasado, en 1997, ganando su primer Masters nada más cumplir los 21 años, y 11 años más tarde, en 2008, ya iba por 14. Imposible no pensar que el récord de Nicklaus caería inevitablemente. Sin embargo, entre un espíritu y una cabeza que le llevaron al juego, a la hiperactividad sexual y al riesgo de adicción a los opiáceos, y varias lesiones de espalda y rodilla que amenazaban con dejarle inválido antes de los 40, la década que siguió fue puro desastre. Y, como en los cuentos moralizantes, cuando ya nadie creía en él, ni en sus sueños, Tiger Woods volvió a ser Tiger Woods, el golfista más completo de la historia. Si el cuerpo se rebeló, la cabeza se reforzó y en abril pasado, 11 años después de su último grande, añadió un 15 slam a su carrera, su quinta chaqueta verde. Ha cumplido los 44, pero pocos apuestan en su contra. Egan y el triple colombiano (París, 28-7-19) Entrando sin miedo y en tromba por la puerta que entreabrió Nairo Quintana en 2013 (segundo en su primer Tour), el ciclismo colombiano (y un poco ecuatoriano) se ha hecho con el poder mundial en la década. No hay gran carrera por etapas en la que no triunfe un colombiano. La victoria del jovencísimo Egan Bernal en el último Tour, la carrera que más se les resistió pese a que allí, en los años 80, comenzó a escribir Lucho Herrera la leyenda de los escarabajos, completó un grand slam ciclístico y culminó la apoteosis de un movimiento que encendió Nairo, con sus triunfos en el Giro del 14 y la Vuelta del 16, y continuó Carapaz, del vecinísimo Ecuador, con el Giro del 19. Maratonauta Eliud Kipchoge (Viena, 12-10-2019) Lamentaban los romanos que ya entonces, en el siglo I, el teatro solo era repetición, decadencia, y lloraban qué tiempos los de los griegos. Todos los jóvenes dicen que cuando lleguen a viejos nunca dirán lo que les decían sus abuelos, eso de en mis tiempos todo era mejor. Pero algo parecido pasa cuando Kipchoge, maratonauta en el Prater de Viena, escenario futurista, alcanzó la luna, o el Everest, del maratón en menos de dos horas (1h 59m 40s). Los más viejos lamentaron la ayuda de unas zapatillas sobre las que más que correr botaba incansable; algunos veteranos decían que ya no hay esperanza, que el último gran récord del atletismo será el de los 800m de otro keniano, David Rudisha, quien en la final de Londres 2012 se quedó a nada de romper la barrera de los 100 segundos (1m 40,91s), y lo hizo sin liebres y sin zapatillas mágicas. Un front runner incontenible; los más jóvenes no entienden cómo los viejos son siempre igual de quejicas y se preparan para dentro de 20 años poder decir, comentando un récord biónico, que el atletismo ha perdido la autenticidad de los años de Kipchoge. Pero los romanos tenían razón. La revolución Biles (Stuttgart, 13-10-2019) Hablaba Gervasio Deferr maravillado de Simone Biles, gimnasta, en Río 16. El mejor gimnasta español de la historia elogiaba los músculos y la fuerza de la norteamericana que batía todos los récords, y de su talento y de su arte, el de una Comaneci, decía, que salta medio metro más, que hace rutina de lo que a otras les es imposible. Hablaba así Deferr, y parecía que exageraba, pero se quedaba corto. Biles era eso y mucho más, como el mundo asombrado contempló en Stuttgart el puente del Pilar de 2019, que la gimnasta norteamericana, de 22 años, aprovechó no solo para añadir cinco medallas de oro a su cosecha en campeonatos del mundo, y ya son 19 (25 medallas en total porque los jueces siempre le niegan el pleno, el sexto oro de la barra, aunque reinvente el aparato), más que ninguno y ninguna en la historia, y cuatro oros olímpicos también, sino para demostrar su audacia sin límite e increíble capacidad de mejora. Después de un 18 sabático, en el que debió, de todas maneras, soportar la presión que le supuso declarar que ella también, como la mayoría de sus compañeras, había sufrido abusos sexuales, en el 19, a los Biles 1, su doble en plancha, y el salto Biles 2, la gimnasta, que cambió de entrenadores para buscar nuevos límites, puso su apellido a otros dos ejercicios únicos y casi inalcanzables para las demás, el Biles 3 (el triple doble en suelo, doble mortal con tres piruetas) y el Biles 4, la salida de barra con un doble mortal con dos piruetas. Biles se despedirá de todos como reina de Tokio, y patentando dos ejercicios más. En ello trabaja, ya solo rendida a la audacia, sin cálculo ni miedo, y solo desearía en la vida salir de su cuerpo para ser testigo de lo que este hace, lo que ni ella se cree. Jamileth |
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