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Cambio climático y caos político: fórmula mortal en la epidemia de dengue de Honduras


2019-12-31

Por Kirk Semple, The New York Times

CHOLOMA, Honduras — Más de 400 personas murieron este año cuando Centroamérica fue azotada por una de las peores epidemias de dengue de las que se tiene registro: un tipo de brote que probablemente se vuelva más frecuente y generalizado a causa del cambio climático, según han advertido algunos científicos y funcionarios del sistema de salud pública.

Sin embargo, aunque el cambio climático amenaza con aumentar la propagación del dengue a nivel mundial, al expandir el alcance de los mosquitos que transmiten el virus, la enfermedad ya encontró un terreno especialmente fértil en Honduras, por razones ajenas al medioambiente.

La Organización Panamericana de la Salud advierte que en Honduras, país que registró más del 40 por ciento de las muertes por dengue en Centroamérica este año, la disfunción gubernamental, el alboroto político y la apatía pública han agravado los efectos del cambio climático.

El dengue golpeó con fuerza el país. Este año hubo más de 107,000 casos de esa enfermedad viral —más del triple de lo registrado el año pasado— y al menos 175 muertes. En 2018, solo tres personas murieron a causa de la enfermedad en Honduras, según la Organización Panamericana de la Salud.

La criminalidad abrumadora de Honduras ha empeorado la situación, pues las pandillas impiden el acceso de los equipos de personal de salud pública, los cuales se han reducido a causa de recortes presupuestarios y la falta de personal capacitado, a algunos de los vecindarios más afectados para educar a sus residentes y fumigar las infestaciones de mosquitos.

Un tipo de mosquito llamado Aedes, el cual se reproduce en las zonas urbanas de las regiones tropicales y subtropicales del mundo, es el culpable de la transmisión del dengue en humanos. Cada año ocurren decenas de millones de casos en más de cien países. Los síntomas pueden incluir fiebre, sangrado interno y convulsiones. Si no se trata de una manera adecuada, la enfermedad puede ocasionar rápidamente el fallecimiento del paciente.

En Honduras, los funcionarios de salud afirman que el inicio de la epidemia actual fue el otoño de 2018. Luego, la cantidad de incidentes se disparó de manera drástica durante la primera mitad de 2019, y alcanzó su cifra máxima este verano antes de descender a medida que termina el año. En julio, el gobierno del presidente Juan Orlando Hernández declaró una emergencia nacional de salud que sigue en vigor.

El brote surgió en un momento de turbulencia política en Honduras, cuando se suscitaron protestas violentas en las calles contra Hernández mientras los manifestantes exigían su renuncia. Algunas de las manifestaciones han ocurrido por temores de que el gobierno tenga planes para privatizar los sectores educativo y de salud.

La nación también padece altas tasas de homicidios y una pobreza generalizada, fenómenos que se han combinado para forzar la migración de decenas de miles de hondureños en años recientes, muchos de los cuales intentan llegar a Estados Unidos.

Un sistema de salud pública consumido por los recortes presupuestarios y la corrupción flagrante ha opuesto poca resistencia al brote de dengue, según analistas y funcionarios.

“Es un sistema colapsado, un sistema ineficiente”, dijo Ismael Zepeda, un economista que trabaja en Fosdeh, un grupo de investigación en Tegucigalpa, la capital.

Los programas de vigilancia que pretendían detectar los brotes de enfermedades producidas por mosquitos fueron infructuosos. Las instalaciones médicas del país, mal abastecidas y con poco personal, no podían manejar de forma adecuada las demandas normales de la nación, mucho menos una epidemia de proporciones históricas que requiere una respuesta pronta y bien organizada.

“En otro país habría muchos enfermos, pero no tantas muertes”, mencionó Eduardo Ortíz, asesor de desarrollo sustentable y salud ambiental de la Organización Panamericana de la Salud en Honduras. “La cura para el dengue es de carácter político”.

La epidemia en Honduras ha sido particularmente brutal en el departamento de Cortés, el corazón industrial del país, ubicado al norte. En esta región, la epidemia brotó casi desde el inicio y se extendió con rapidez por sus ciudades principales, San Pedro Sula y Choloma.

Cortés se convirtió en una especie de motor durante la crisis nacional, dijeron las autoridades. La enorme población migratoria —conformada por obreros de fábricas— contribuyó a propagar la enfermedad a otras regiones cuando regresaban a sus lugares de origen, de acuerdo con las autoridades.

La epidemia ha tenido un impacto particularmente devastador en los barrios de bajos ingresos de Cortés, que sufren de servicios públicos mal abastecidos y sobrepasados y adolecen de recursos de salud.

Este año, la epidemia tomó por sorpresa a Wendy Cárcamo y su familia. Aunque el brote ya había empezado a aquejar a Honduras, Cárcamo dijo que sabía muy poco al respecto. Luego, un día de febrero, su hijo Jostin Pineda, de 7 años, de pronto se enfermó.

“Estaba contento todo el día”, recordó Cárcamo. Pero al caer la noche sufría de un dolor de cabeza intenso y una fiebre muy alta.

Los días siguientes, dijo Cárcamo, la enfermedad de Jostin fue mal diagnosticada por los médicos en tres clínicas locales provadas en un sector pobre de Choloma. El último médico refirió al niño al principal hospital público de San Pedro Sula. Pero para entonces la enfermedad estaba demasiado avanzada y murió la mañana siguiente.

Es una historia de oportuniddes perdidas que se ha vuelto notablemente común durante este brote en Honduras.

“Como padre de familia yo no estaba bien preparada” dijo Cárcamo. “Y como médicos ellos no estaban bien preparados”.

Y agregó: “Todo pasó demasiado rápido”

Dinorah Nolasco, la directora regional de salud en Cortés, reconoció que uno de los principales factores que propiciaron la propagación de la epidemia fue la escasez de personal capacitado en la prevención, educación y respuesta.

“Frente al virus y su rapidez, no estuvimos preparados”, reconoció Nolasco.

Nolasco señaló que a sus equipos también se les dificultó tener acceso a ciertos vecindarios donde dominan las pandillas armadas, las cuales sospechan de los foráneos, en particular del gobierno.

En López Arellano, un barrio pobre y violento en Choloma, los miembros de las pandillas bloquearon el acceso de los equipos de Nolasco a ciertas zonas y estos no pudieron evaluar las áreas de reproducción de los mosquitos, educar a los residentes ni fumigar.

El personal del gobierno pudo garantizar un acceso regular tan solo después de que Nolasco sostuvo una serie de reuniones con líderes comunitarios, quienes luego negociaron con los líderes de las pandillas. Sin embargo, para entonces, López Arellano ya se había convertido en un foco de dengue, con miles de infectados.

El acceso sigue siendo un tema delicado. Una empleada de la Secretaría de Salud ha tenido que pagarles sobornos a los miembros de las pandillas —en pequeñas cantidades de dinero en efectivo o marihuana— para poder hacer su trabajo.

Aunque un mejor gobierno y un presupuesto más nutrido habrían servido para contener la epidemia hondureña, según científicos y expertos en salud, hay otro factor que pudo haber contribuido a la intensidad y alcance del brote: las condiciones climáticas que superan la capacidad de mitigación de cualquier país.

Este año, Honduras padeció una sequía tan severa que ameritó que el gobierno declarara una emergencia en septiembre. Sin embargo, la nación también sufrió episodios de lluvia intensa e inesperada, lo que constituye un patrón de variabilidad climática cada vez mayor que, para los climatólogos, lo más probable es que esté relacionado con el cambio climático.

Parte de esta variabilidad ha creado condiciones que, ante la ausencia de programas gubernamentales de control de enfermedades sólidos, han permitido el desarrollo del dengue.

Durante las sequías extremas, los residentes de los vecindarios que no tienen un suministro confiable de agua pública —como sucede en casi todo Honduras— a veces almacenan agua en sus casas, con lo que crean sitios donde se pueden reproducir mejor los mosquitos. Además, durante las lluvias intensas, las inundaciones pueden generar más entornos de reproducción, en particular en zonas con sistemas deficientes de drenaje.

Sin embargo, los expertos advierten que ninguna epidemia puede atribuirse por completo al cambio climático.

“Por lo general, el cambio climático es uno de los muchos factores que afectan el dengue”, dijo Rachel Lowe, profesora asociada de la London School of Hygiene & Tropical Medicine, que investiga la conexión entre el clima y la propagación de enfermedades.

Los funcionarios hondureños de salud pública están especialmente preocupados por la apatía de la población.

“La gente está pensando en otros problemas”, dijo Nolasco. “Si soy madre y tengo tres o cuatro hijos, más que en el dengue pensaría en cómo alimentarlos o en si están con las pandillas”.

Durante una visita a López Arellano este mes, Nolasco se detuvo en la casa de una familia que había perdido a un hijo a causa del dengue. Inspeccionó una cuenca donde se almacenaba agua para lavar la ropa y encontró cientos de larvas de mosquito. En una casa al otro lado de la calle, vio lo mismo.

Aunque el número de casos de dengue reportados al día en Honduras ha disminuido considerablemente desde que se registró el punto más alto de la epidemia en julio, Nolasco se preocupa de que escenas como esta sean parte de la razón por la que puede haber un resurgimiento de casos el próximo año.

“Ni siquiera sé lo que vendrá en enero, febrero o marzo”, dijo. “Podría empeorar”.



Jamileth


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