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Chile: un escenario de política, cuerpos y sexo


2020-02-04

Por SILVIA HERNANDO | El País

Santiago de Chile 4 FEB 2020 - 14:17 CET Tras un buen rato de cola y con toda la expectación acumulada por ver en directo al colectivo que ha llevado el contundente mensaje de Un violador en tu camino por todo el planeta, el espectáculo de Lastesis arrancó por fin, y sin ningún afán de broma, con la proyección de una vieja actuación de los payasos de la tele. Aquella –¿recuerdan?– en la que Fofó iba enumerando los días de la semana mientras se lamentaba por esa chica que, pobre de ella, nunca tenía tiempo para jugar: el lunes debía planchar, el martes le tocaba coser, y el viernes llegaba el momento de cocinar. Las expresiones ingenuas de las niñas y niños que corean las letras junto al payaso se perciben ahora como un poderoso símbolo, una revelación patente del machismo que encerraba aquella canción y, en ella, el sentir de toda una época.

Hoy la mentalidad se mueve por otros derroteros y la pulsión de disidencia, y de justicia social, explora los muchos recodos del feminismo, cuyo mensaje ha llevado a decenas de ciudades este colectivo de mujeres chilenas con esa repentinamente reconocida canción en la que exclaman mientras apuntan con el dedo que “el violador eres tú”. Si hace unos meses Daffne, Sibila, Lea y Paula eran cuatro perfectas desconocidas que vivían y hacían arte en un rincón alejado del mundo, hoy su performance, convertida en un himno replicado por mujeres de todas las procedencias, las ha convertido en algo parecido a unas estrellas en su país de origen, donde incluso han inspirado la creación de su primer partido feminista nacional. Allí en la capital, Santiago, Lastesis participaron recientemente con su esperada nueva propuesta escénica en el festival Santiago a mil, celebrado entre los días 3 y 26 de enero bajo el oportuno lema El poder de actuar: tres semanas de teatro y danza donde no solo la suya, sino todas las reivindicaciones que estallaron en una protesta masiva el 18 de octubre tomaron por asalto la escena.

“Por un lado nos produce satisfacción ver cómo nuestro trabajo ha resonado en tantas personas, pero por otro también preocupación: es preocupante ver cómo el problema del que estamos hablando es transversal a culturas tan diversas y a países que se les dice desarrollados”, explicó una de las integrantes del colectivo, Sibila, tras una función en la que volvieron a explorar, vitoreadas por el público, las consignas que las han hecho inopinadamente famosas: ideas como que la violación es una herramienta del patriarcado para imponer su dominio o que ese mismo patriarcado y el capital conforman una "alianza criminal". “En el momento en el que mujeres y disidencia se apropian de esta performance y salen a la calle a representarla es un problema que estamos compartiendo”, resumió Daffne, otra miembro de Lastesis.

En un evento con 200,000 espectadores y más de un centenar de espectáculos programados en decenas de espacios repartidos por toda la ciudad, una tercera parte gratuitos, el suyo no fue ni el único ni tampoco el que con más ímpetu se zambulló en las pantanosas aguas de la política. Muchas de las compañías que participaron coincidieron, de hecho, en lanzarse a esa piscina sin ropa. Mostrar sobre el escenario cuerpos desnudos que se escapan de la norma imperante como los de las personas trans, gordos, negros o seropositivos, se transformó a lo largo de las semanas del festival en un grito contra las imposiciones cuyos ecos resonaban también fuera de los teatros, en las calles cubiertas de pintadas y grafitis, en las iglesias quemadas o en las estatuas destruidas que decoran ahora la ciudad de Santiago. La voluntad de epatar e incluso escandalizar con actos sexuales como sacarse un consolador de la vagina o rebozarse desnuda en una mezcla de tierra y un líquido blanco parecido al semen sirvió estos días para reclamar justicia para cuestiones tan dispares –y a la vez tan relacionadas– como la LGTBfobia, el racismo o la opresión del pueblo mapuche, en obras como la pasoliniana Demasiada libertad sexual les convertirá en terroristas, la brasileña ¿Esto es un negro? o la maorí Love to Death.  

Con funciones que abogan por el uso de la "e" como lenguaje inclusivo, con obras que inventan dialectos para poner de relevancia el aislamiento al que se han visto sometidas las mujeres o incluso con otras que expresan la rabia de las injusticias a través del silencio, también hubo espacio para propuestas más enfocadas en la calidad técnica, en la puesta en escena o, simplemente, en contar historias más amables, desde la hipnótica mezcla de pantallas con actores en movimiento de Teatrocinema al debú como actriz de la cantante mexicana Julieta Venegas en La enamorada. Todo, en una 27ª edición de un festival que traza su genealogía en la lucha contra la dictadura y que, como apuntó Carmen Romero, la directora de la fundación que lo organiza, nunca había sufrido tantos problemas para llegar a término: dadas las protestas que empezaron hace más de tres meses, y que aún se mantienen vivas a pesar de atravesar el periodo de vacaciones australes, se han visto en la obligación de suspender las sesiones nocturnas y algunos de los espectáculos de calle. 

“Es un Santiago a mil en emergencia, porque estamos en una situación especial. Pero el teatro chileno es siempre político, siempre está pensando en los procesos sociales”, agregó la directora a las puertas del Centro Cultural Gabriela Mistral, la principal sede del evento: un reconvertido edificio que en su día albergó la junta militar de Pinochet y que se encuentra a apenas unos metros del epicentro de las manifestaciones. Allí, como en el resto de espacios donde se desarrolla el festival, los mayores aplausos no fueron para los actores, ni siquiera para sus reclamaciones, sino para un gesto que casi todos coincidieron en realizar en cada ovación final: el de cubrirse un ojo en homenaje a los centenares de ciudadanos que han perdido uno por la represión policial durante las protestas.



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