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Conservadores reales e imaginarios
Jorge Zepeda Patterson, El País Andrés Manuel López Obrador se abrió el camino a la presidencia de México gracias a su verbo obstinado y crítico. Está comenzando a perderla gracias a su verbo obstinado y crítico. La última andanada de encuestas demuestra una caída significativa en sus niveles de aprobación. Si bien siguen siendo positivos, en promedio entre 55 y 61% a su favor, son registros diez o 15 puntos menores a los que exhibía hace tres o cuatro meses. Desde luego ha impactado el desgaste propio del ejercicio de Gobierno, suele suceder aquí y en China (bueno, quizá en China menos). Pero en la reciente caída de los bonos presidenciales pesa, además, la percepción de una cerrazón de López Obrador a temas sensibles para la opinión, como la seguridad pública, la salud o los feminicidios. De un tiempo para acá pobres o pueblo dejaron de ser las palabras más frecuentes en el discurso del presidente; fueron desplazadas por neoliberal y conservador. Un giro preocupante porque revela a un presidente a la defensiva, alguien que prioriza una disposición para estar en contra de una entidad (conservadores) y no a favor de una causa (los pobres). La obsesión de López Obrador con sus adversarios le lleva a hacerlos omnipresentes en toda comunicación, lo cual indica el peso que han adquirido en sus ocupaciones y preocupaciones. Lo cierto es que los dichos, expresiones y, en ocasiones, silencios del presidente han provocado malestar y han sido interpretados como actos de soberbia o torpeza, incluso entre círculos que hasta ahora habían sido empáticos con su Gobierno o su persona. El presidente ha convertido a su archienemigo en referente de todos los males y contratiempos. El conservadurismo está detrás de la crítica en la prensa nacional o extranjera; manipula a los grupos de protesta sean ecológicos, feministas o laborales; alimenta los comentarios adversos que surgen en redes sociales. Toda muestra de inconformidad o desavenencia termina siendo espuria porque está inspirada en una ideología conservadora o las acciones de sus agentes. Este domingo, en su municipio natal, Macuspana, calificó de estar imbuidos de conservadurismo a los asistentes de un mitin popular que se quejaban de no haber recibido los apoyos que presumía el presidente. Ciertamente la oposición a López Obrador actúa en todos los frentes que le son posibles. Y sin duda hay muchos intereses que intentan mantener sus privilegios. El problema surge cuando esta perspectiva se convierte en la única ventana para ver al mundo, porque termina por hacer invisible el resto de la realidad. El caso de las medicinas y los feminicidios muestran la factura política que le está cobrando al presidente esta fijación con los conservadores. En su rueda de prensa matutina López Obrador ha reiterado que la escasez de medicinas y las protestas de los enfermos son fruto de la manipulación de neoliberales y del pataleo de los corruptos que se niegan a perder su negocio. Y quizá lo sea en parte, pero lo que la opinión pública observa, por ejemplo, son padres de niños con cáncer terminal, desesperados por la interrupción de tratamientos. Que la prensa “adversa” lleve sus imágenes en primera plana para consternación del presidente, no significa que no sean casos reales, lo cual de alguna manera escapa a la percepción del mandatario, algo raro en él. Por lo demás, la estrategia de su gobierno en materia de salud no es vergonzante, más allá de los contratiempos que deja un cambio radical en el sistema de abastecimiento. Cada semana surgen más evidencias de los multimillonarios desfalcos que administraciones anteriores provocaron con cargo al sector salud, en particular en la adquisición de medicamentos. López Obrador dio instrucciones de limpiar de raíz el esquema de proveedores y el sistema de distribución de medicinas, lo cual provocó el desabasto coyuntural de algunos artículos y en determinadas regiones. Algo que era de esperar. También era de esperar que la oposición difundiera esos desajustes y los exhibiera como muestra del fracaso de la política de salud pública del presidente mexicano. Pero este, en lugar de reconocer a las víctimas momentáneas, atenderlas de inmediato y quitarle así las banderas a sus adversarios, desdeñó su importancia y los acusó de ser objeto de manipulación. En otras palabras, los echó en brazos de la oposición. El pésimo manejo de crisis convirtió un mero desencuentro, perfectamente subsanable, en una costosa abolladura a la imagen presidencial.Algo similar ocurrió con los feminicidios. Hace algunas semanas un comentario vago del presidente al respecto fue interpretado como un desdén a la lucha por la equidad de género y provocó una andanada de críticas en redes sociales y medios, en particular en los ámbitos que le son adversos. En lugar de salir al paso y abrazar esta reivindicación, cuestionó la manera en que estos grupos expresan su inconformidad y les acusó de ser instrumento de los conservadores. La incriminación fue gasolina en la hoguera. La encuesta de El Financiero, publicada este martes, señala que 82% de la población considera mala o muy mala la respuesta del gobierno ante los feminicidios. Los crueles asesinatos de Ingrid Escamilla y la niña Fátima hace unas semanas y la tibia reacción del presidente, indignaron a la opinión pública e hicieron inexplicable la posición de López Obrador. El martes informó que los boletos de la rifa del avión saldrán a la venta el lunes próximo. Justo el 9 de marzo, fecha señalada para “un día sin mujeres”, lo cual fue interpretado como una provocación. 24 horas más tarde López Obrador se corrigió: no hay problema, dijo, pasamos la salida de boletos para el martes, simplemente no me acordé de su evento. Lo dicho, el presidente no está viendo. regina |
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