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Moscú, confinamiento digital en una de las ciudades más grandes de Europa


2020-04-15

Por MARÍA R. SAHUQUILLO | El País

Moscú, una de las mayores ciudades de Europa, quiere controlar el confinamiento de manera digital. La capital rusa, con más de 12 millones de habitantes registrados y epicentro del brote de coronavirus del país, ha implantado un sistema de salvoconductos digitales obligatorios para transitar en transporte. Punta de lanza de la respuesta a la covid-19 en Rusia —con 25,500 infectados y casi 200 muertes en todo el país, según las cifras oficiales—, Moscú trata de endurecer así el confinamiento ante el incesante aumento de casos. El sistema digital, que no está lejos de la fórmula china, disgusta a la oposición y a los activistas de los derechos civiles, que alertan de que podría utilizarse para controlar a la población, más allá de la pandemia, y que puede suponer una gran brecha de privacidad. Los pases QR, que están teniendo dificultades de implantación, son solo un paso más de la apuesta rusa para combatir al coronavirus con tecnología de escrutinio masivo.

En la capital rusa, solo se puede salir al trabajo —si la actividad de la empresa no ha podido parar—, a comprar a la tienda más cercana, al centro de salud, a sacar la basura o bajar al perro a un máximo 100 metros de casa. Pero los moscovitas han respetado poco el confinamiento. El viernes, dos días antes de que se anunciase el endurecimiento de la cuarentena, unos 3,5 millones de personas pasaron más de seis horas fuera de casa, según el centro de respuesta al virus. Cifra que el alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, resaltó para endurecer las medidas. “En los próximos días y semanas, nos esperan pruebas difíciles. Debemos tener paciencia y coraje y ser lo más responsables posible a la hora de cumplir las reglas y restricciones establecidas”, advirtió.

En solo unos días, el Ayuntamiento de Moscú ha emitido 2,3 millones de códigos QR, la mayoría de uso fijo para trasladarse al trabajo. Además, los moscovitas pueden pedir otro salvoconducto digital para ir al médico y dos a la semana —válidos por un día entero— por “asuntos personales” y viajar, por ejemplo, a la casa de campo. El primer día, sin embargo, ha sido algo caótico, con enormes colas en los accesos al metro —sin respetar ninguna distancia de seguridad—, revisiones de la Policía de cada pase, e importantes atascos a la entrada de la ciudad, donde desde hace días patrullas de seguridad controlan a quien transita. Quien no tenga el pase puede enfrentarse a una multa de hasta 500 euros.

Yelena ha pasado esta mañana más de 40 minutos esperando para entrar en el metro. Trabaja en un supermercado del centro y viaja cada día casi una hora desde su casa en autobús y suburbano. “Es un poco incómodo, pero supongo que se irá perfeccionando. Lo importante es que se frene la infección”, dice la mujer, que cuenta que hace ya semanas su empresa impuso el uso de las mascarillas y guantes de nitrilo a todos los trabajadores. Ya está planeando salir este fin de semana a su Dacha, con su marido y su hija. “Antes de los pases no nos atrevíamos”, reconoce.

Ruslán, que regenta una licorería cerca del río Moscova, no lo ha solicitado. Vive cerca y va a la tienda caminando. De momento para moverse a pie no se necesita —tampoco los empleados estatales, militares, juristas o periodistas acreditados—, pero en una ciudad inmensa, casos como el de Ruslán son escasos. Además, las patrullas policiales pueden requerir la documentación y sancionar si no hay una razón justificada para salir. Solo el lunes, las autoridades multaron a 1,300 personas por vulnerar el confinamiento. Ayer, a 2,000.

El alcalde Sobianin, uno de los rostros más activos en todo el país en la respuesta rusa al coronavirus, reconoció este miércoles las “aglomeraciones masivas” y se ha movido rápido para afirmar que los problemas han sido puntuales. El edil, que ha dicho que endurecerá los requisitos para emitir pases, ha reclamado mejor organización a la policía —que no depende de su Administración—. Sobianin trata de evitar que estos problemas frenen un sistema que supone una de sus grandes apuestas, parte de una estrategia mucho más amplia de digitalización que ya está logrando.

“El sistema de monitorización pronto será automático”, asegura por teléfono Kirill Ilnitski, jefe de Asuntos Exteriores de la Agencia para la Innovación de Moscú del Ayuntamiento, que explica que el Consistorio trabaja ahora a fondo para agilizar el mecanismo, que asociará los códigos QR con las tarjetas de transporte mensuales o por recarga que utilizan más del 95% de los viajeros --quien no la tenga se someterá a la revisión manual--, también que se hará un uso más extendido de la inmensa red de cámaras de videovigilancia sembradas por toda la ciudad, considerada una de las ciudades más digitalizadas del mundo.

Algunas de esa gran maraña de cámaras cuentan con un moderno sistema de reconocimiento facial desarrollado por Ntechlab, que pueden reconocer en tiempo real a las personas incluso si llevan una mascarilla, resalta Ilnitski, que asegura que solo identifica a las personas de las bases de datos policiales. También puede identificar un rango de edad y detectar a los mayores de 65 años que, según el decreto, no pueden salir de casa excepto para recibir tratamiento médico, añade el responsable.

Moscú controla más a fondo a los infectados que no tienen síntomas graves y pueden permanecer en casa y los inscribe en un registro, que incluye su dirección, la matrícula de su coche y otros datos personales. Si se saltan la cuarentena no solo se enfrentan a duras multas, además son trasladados a un centro hospitalario. El lunes, la policía cazó a 212 de estos incumplidores, según datos oficiales.

El sistema no convence a la oposición, sin representación parlamentaria salvo a nivel regional o local y con escaso poder en Rusia, que ha acusado al Gobierno de utilizar la pandemia para controlar a la ciudadanía mediante la inteligencia artificial; y de primar estos sistemas de control, en vez de aumentar los medios de respuesta sanitaria. De hecho, el departamento de Sanidad de Moscú ha admitido que en dos o tres semanas puede tener escasez de camas hospitalarias. Con 14.776 infectados y 106 muertos, la capital rusa congrega la mayoría de los casos de Rusia que, con 145 millones de habitantes, todavía tiene cifras bajas en comparación con otros países. Datos, sin embargo, en los que la ciudadanía no confía mucho.

Daria Besedina, diputada de Yábloko en la Duma de Moscú, denomina el sistema de confinamiento digital “cibergulag”. Besedina y su partido creen que este “sistema intrusivo” puede allanar el camino para los abusos y que no solo permanecerá tras la pandemia, sino que se extenderá y llegará a otros lugares. Pero en un país con escasa preocupación por la privacidad digital, apenas ha tenido oposición ciudadana. “El principal problema es que todas estas normas se introducen de manera permanente. No hay protocolos claros, transparentes y controlados para la recopilación, procesamiento, almacenamiento y transmisión de los datos personales recopilados”, critica Stanislav Selezniov, abogado del grupo especializado Ágora, que cree que la gran cantidad de datos que recopila el sistema que otorga los pases —hay que especificar origen y destino, la matrícula del coche y sus identificaciones— supone un gran riesgo también para la seguridad.

Ilnitski, de la Agencia de Moscú para la Innovación, asegura que el sistema es tan seguro como el encriptado de datos bancarios. “Toda la información se borrará después. Y el reconocimiento facial requiere aceptación expresa del ciudadano”, afirma el funcionario, que explica que Moscú está lista para compartir sus análisis para la lucha contra la covid-19, que ha matado a más de 18,000 personas en todo el mundo.

Moscú no es la única ciudad rusa que apuesta por estos sistemas. Un plan de salvoconductos digitales funciona ya en Nizhny Novgorod, también con algunos problemas de implantación. Y en Murmansk se ha aprobado una partida de casi 20,000 euros para comprar brazaletes electrónicos que controlen a los contagiados o sospechosos, que deben mantenerse en confinamiento riguroso.



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