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Santa Jacinta: Una intercesora contra las pandemias
Por Antonio Borda La tarde del 20 de febrero de 1920 en el hospital Doña Estefanía de Lisboa en Portugal, agonizaba una niña de nueve añitos a poco de llegar a cumplir los diez de edad, víctima infectada de la pandemia que por aquellos años asoló a Europa y otras partes del mundo. Moría sola, lejos de su familia, con el pecho horriblemente abierto a causa de una absurda operación cruelísima que no le sirvió para nada. Hacia las diez de la noche y sin haber podido recibir la comunión, porque el padre que le aplicó la extrema unción se la había prometido para el día siguiente, Nuestra Señora vino por ella como se lo anunció varias veces durante la enfermedad. La Virgen le siguió hablando Jacinta era la menor de los tres pastorcitos que entre mayo y octubre de 1917 había visto seis veces a la Virgen María en Fátima. Pero también durante los días en que estuvo enferma, Nuestra Madre del Cielo volvió a visitarla y le hizo muchas revelaciones de las cuales la religiosa -que Jacinta llamaba Madrinita- tomó algunas notas: "Vendrán unas modas que han de ofender mucho a Nuestro Señor". "Las personas que sirven a Dios no deben ir con la moda. La Iglesia no tiene modas. Nuestro Señor siempre es el mismo". "Los pecados del mundo son muy grandes". "Los médicos no tienen luz para curar a sus enfermos porque ya no tienen amor de Dios" "Para ser religiosa es preciso ser muy pura de alma y de cuerpo", "¡Madrina, pida mucho por los sacerdotes!" dijo la niña entre otras cosas más. (1) El itinerario de su enfermedad había sido sumamente doloroso pues aquella terrible influenza pandémica arrasaba con sus bronquios y pulmones. Pero la niña se había ofrecido como víctima por los pecadores y para reparar las ofensas contra el Inmaculado Corazón de María, Santa Jacinta había quedado sumamente impresionada con la visión del Infierno y la tristeza de la Virgen cuando les manifestó que Dios estaba muy ofendido por la inmoralidad del mundo. ¡En 1917! Cien años después, otra peste No parece simple coincidencia que cien años después de la muerte de esta pastorcita santa, nos haya llegado otra peste mundial de oriente como aquella de 1918 que se llevó para la Eternidad algo más de 20 millones de almas en el curso de dos años. ¿Estaremos en el comienzo de algo que terminará en el triunfo del Inmaculado Corazón de María? Una humilde niña pastorcita, inocente campesinita de las montañas de Portugal probablemente detuvo la mano justiciera de Dios capaz de dejar la humanidad reducida apenas a unos poco miles y con secuelas irreversibles, que la escasa fe de los médicos ya de aquellos años no podrían curar. Recientemente canonizada, es muy probable que esté atendiendo las almas que con toda fe no han dejado de rezar diariamente, los sacerdotes que han ofrecido misas y bendiciones con el Santísimo para pedirle a Dios un plazo más a su rigurosa justicia reparadora. De rodillas ante la inmensa majestad Divina una frágil criaturita de Dios, ya gloriosa y mucho más bella e inocente de lo que lo fue aquí en la tierra, presenta a Nuestro Señor y Creador, a Nuestro Redentor y Salvador, al Divino Espíritu Santo, por las manos e intercesión de María Santísima que se le manifestó en Fátima, oraciones y súplicas de los que han entendido que solamente la Misericordia Divina es la que detiene estas calamidades, aunque el opulento alcalde de Nueva York lo quiera negar con prepotente arrogancia. Santa Jacinta, ruega por nosotros Santa Jacinta, pastorcita de Fátima, ¡ruega por nosotros! Si un diminuto ser como el virus es capaz de hacer tanto daño al mundo, una pequeñita y frágil pastorcita nos podrá traer de Dios su bendición indulgente y llena de misericordia, que puede retener por un tiempo más la celosa intervención angélica severísima de aquel misterioso ángel, que espada de fuego en mano clamaba ¡Penitencia! ¡Penitencia¡ ¡Penitencia!(2).
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