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Las remesas de los inmigrantes se reducen por la crisis del coronavirus


2020-04-27

Por Kirk Semple, The New York Times

Cada año, los trabajadores que migran envían miles de millones de dólares a sus hogares. La parálisis económica provocada por la pandemia del coronavirus amenaza esos ingresos.

El dinero llegaba con la precisión de un reloj: 300 dólares cada dos semanas, enviados por su esposo, un jornalero e inmigrante indocumentado que vive en Indianápolis.

Era la única fuente de ingresos para María Alejandre y seis de sus familiares en Áporo, un pueblo pequeño en el estado de Michoacán, al oeste de México.

Sin embargo, han pasado más de cuatro semanas desde la última vez que el esposo de Alejandre envió dinero, y sus oportunidades de trabajo se están agotando en medio de la pandemia de coronavirus. Alejandre está muy preocupada.

“Si la economía se pone más difícil”, dijo, “pues, no sabemos cómo vamos a comer”.

La pandemia —y las medidas gubernamentales para combatirla— están acabando con el sustento financiero de mucha gente en todo el mundo. Ahora que millones de trabajadores en Estados Unidos y otros países están sufriendo reducciones de salario o perdiendo sus empleos por completo, muchos ya no pueden enviar dinero a sus parientes y amigos en su país natal, quienes dependen de esas remesas para sobrevivir.

En 2018, migrantes y otros trabajadores enviaron unos 689,000 millones de dólares en remesas a nivel mundial, según el Banco Mundial, lo cual ayudó a reducir la pobreza en países en vías de desarrollo, estimuló el gasto familiar en educación y salud, y ayudó a mantener la inconformidad social y política bajo control.

Sin embargo, los analistas ahora predicen que los cierres de emergencias y otras medidas de respuesta a la pandemia por parte de los gobiernos van a reducir las remesas de manera drástica este año, una desaceleración que ya comenzó. El Banco Mundial dijo el 22 de abril que se predice que las remesas mundiales se desplomen en un 20 por ciento en 2020, “el descenso más intenso de la historia reciente”.

Una disminución pronunciada de las remesas podría tener repercusiones importantes en algunas naciones pobres y en desarrollo, lo cual podría causar no solo presión económica sino también tensión política y social, comentó Roy Germano, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva York.

“No creo que los gobiernos quieran que este dinero se contraiga, porque en la práctica funciona como una suerte de sistema de asistencia social”, dijo Germano, autor de Outsourcing Welfare, un libro sobre remesas. “De esa manera, alivian la presión que agobia a los gobiernos por tener que ofrecer asistencia social y garantizar una cierta calidad de vida”.

Germano afirmó que, en algunos lugares, un colapso de remesas podría exacerbar el riesgo de disturbios sociales e inestabilidad política.

En 2018, de entre todos esos países, México fue el tercer receptor más grande de remesas —después de India y China, según el Banco Mundial— pero el mayor beneficiario de fondos enviados desde Estados Unidos.

Y en medio de la desaceleración económica estadounidense de las semanas recientes, millones de mexicanos indocumentados en Estados Unidos, así como otras poblaciones de inmigrantes, han sido especialmente vulnerados, pues no tienen acceso a las disposiciones de seguridad laboral ni a las prestaciones por desempleo.

Sin embargo, a principios de este mes, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, les pidió a los mexicanos en el extranjero que siguieran enviando remesas, incluso tras reconocer que también estaban pasando por un momento difícil.

“No dejen de ayudar a sus familiares en México”, dijo.

En México, quizás ninguna región del país sentirá el impacto de la caída de las remesas más que Michoacán, el estado más dependiente del dinero enviado desde el extranjero, según el gobierno.

En las últimas décadas, cientos de miles de personas de Michoacán llegaron a Estados Unidos, consiguieron trabajo como ayudantes de autobús y trabajadores de la construcción, paisajistas y trabajadores domésticos, y enviaron una parte de sus ingresos a casa.

En 2010, Michoacán recibió casi 3400 millones de dólares en remesas, más que cualquier otro estado mexicano, lo que representa un 11,4 por ciento de su producto interno bruto, según un análisis realizado por el Consejo Nacional de Población, la Fundación BBVA y BBVA Research.

El pequeño municipio rural de Áporo, como muchos otros asentamientos similares en México, está vinculado a pueblos y ciudades estadounidenses muy lejanos por la migración hacia el norte y el flujo de dinero que regresa.

Según los cálculos del alcalde de Áporo, Juan José Mendiola, más de mil habitantes de los 4200 de la municipalidad viven en Estados Unidos, con concentraciones particularmente significativas en Lansing, Michigan y Los Ángeles.

La migración a Estados Unidos, dijo, es tan común, en particular para los hombres jóvenes, que es “como una forma de vida”.

Varias decenas de familias del pueblo le han dicho a los funcionarios públicos que sus remesas se agotaron y que están teniendo problemas para alimentarse. Este puede ser solo el comienzo, dijo Mendiola.

“Somos muy conscientes de que aún no podemos medir los efectos de esto”, dijo.

Alejandre, de 49 años, su esposo y sus dos hijos mayores se fueron de Áporo hace unos 20 años con dirección a Estados Unidos en busca de trabajo. La familia se estableció en Phoenix, donde Alejandre trabajó como encargada de limpieza en un Motel 6 mientras que su esposo trabajaba como obrero en la construcción.

Tuvieron tres hijos más en Estados Unidos y enviaban dinero de vez en cuando a Áporo para mantener a sus familiares y pagar la construcción de una casa en la que esperaban vivir algún día.

Ese momento llegó antes de lo esperado. Alejandre perdió su trabajo después de la crisis financiera global de finales de los 2000, y su esposo estaba batallando para encontrar un trabajo fijo. Así que regresaron a Áporo con sus hijos y se mudaron a la casa de dos pisos que se construyó con sus remesas.

En 2018, atraído de nuevo por las promesas de una economía en auge en Estados Unidos, su esposo emigró a Indianápolis.

Las remesas bisemanales que enviaba a casa se sentían como caídas del cielo después de los salarios de 20 dólares al día, máximo, que había estado ganando en las obras de construcción en Michoacán. Pero ahora, el dinero se ha detenido abruptamente.

“Dijo que, si la crisis se pone más difícil, se va a quedar sin trabajo”, dijo Alejandre una tarde reciente, sentada en la mesa de su cocina con dos de sus hijas nacidas en Estados Unidos y su cuñado, Salvador Ponce, de 47 años.

Hace poco, la familia gastó todos sus escasos ahorros en el cuidado de la suegra enferma de Alejandre, y estaban tratando de hacer rendir la última transferencia de dinero lo más posible”.

“Si no hay remesas, no hay nada”, dijo Ponce.

La incertidumbre que ellos enfrentan se replica en todo México.

Martha Sánchez, quien vive con sus dos hijos pequeños en Ciudad Hidalgo, en el noreste de Michoacán, relató que su esposo fue despedido el mes pasado de su empleo como encargado de limpieza de un hotel en Louisville, Kentucky. No ha encontrado otro trabajo y no ha enviado dinero a su familia desde hace seis semanas.

Sánchez dijo que tal vez se vea forzada a empezar a vender sus pertenencias para cubrir los gastos de la renta y los víveres. Dijo que su auto, un Volkswagen Jetta de 18 años, tal vez sea lo primero que venda.

Mientras tanto, ella y sus hijos están siguiendo las órdenes de quedarse en casa y resistir en su pequeño departamento, tratando de mantenerse a salvo.

“Si no es el virus, es la economía”, dijo con un suspiro.

La culpa pesa sobre los migrantes que han visto cómo desaparecen sus trabajos y ahora tienen que decirle a sus parientes en casa que no tienen nada que mandar.

César, de 42 años, un inmigrante mexicano que vive en Nueva York con su esposa y sus cinco hijos, perdió su trabajo de cocinero en un restaurante hace más de un mes.

Él, con dos hermanas y un hermano que también viven en Estados Unidos, mantienen a su madre en el estado de Puebla. Pero sus hermanas también perdieron sus trabajos, y ahora hay mucho menos dinero para enviar a casa.

“Te sientes un poco mal por tus familias”, se lamentó César, quien pidió no usar su nombre completo por su estatus de indocumentado. “Nos está afectando a todos los que llegamos aquí”.

Ante las sombrías perspectivas de empleo, algunos migrantes han decidido volver a casa; Alejandre dice que su esposo lo está pensando.

“Que él esté aquí sería bueno para nosotros como familia, pero económicamente muy malo”, dijo, y agregó que esperan que la economía estadounidense se empiece a recuperar pronto.

“Él va a esperar unos días más y ver qué pasa”.



regina


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