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El fantasma del encuentro de México con el coronavirus


2020-04-30

Por Ioan Grillo, The New York Times

El presidente López Obrador y el sector empresarial tienen que aplicar medidas muy pronto si quieren evitar una catástrofe económica.

En México es conocido el dicho: “Cuando Estados Unidos tiene un resfriado, a México le da pulmonía”. Este año hay que añadirle otra parte: “¿Y qué pasa cuando a Estados Unidos le da coronavirus?”

Pocos países en el mundo tienen una relación económica tan estrecha. Estados Unidos no solo compra más de tres cuartas partes de las exportaciones de México —que representaron 358,000 millones de dólares en 2019— sino que es hogar de once millones de mexicanos, quienes envían a su país remesas —cuyo total alcanzó el año pasado la cantidad récord de 36,000 millones de dólares—, dinero que ayuda especialmente a las áreas rurales más pobres de México. Por desgracia, ahora que la economía estadounidense va en picada, arrastra consigo a la mexicana. Lo que es peor para México es que su caída será todavía más dolorosa.

A los dos graves problemas de disminución en las exportaciones y las remesas hay que sumarle el desplome en los precios del petróleo y en el turismo. Por si fuera poco, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, suspendió la inmigración la semana pasada. Y encima hay que considerar las pérdidas derivadas del cierre parcial de actividades que ha incluido a las tiendas, los bares y los restaurantes en gran parte de México.

Es aterrador pensar en cómo se traducirán esas cifras frías en términos humanos. Además de la pérdida de empleos y ahorros, una gran frustración personal y casos de depresión, ¿podría provocar mayores índices de desnutrición? ¿Y esta, a su vez, podría llevar a una mayor criminalidad y malestar social? La ardua tarea que tiene el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, será evitar a toda costa las peores consecuencias.

Gran parte de la clase trabajadora pobre del país ya tiene dificultades para sobrevivir día a día, ni qué decir de llegar al final del año. Juan Antonio Olivares, de 38 años, vende jugo de naranja en un puesto en mi colonia en Ciudad de México. Todavía tiene permitido trabajar, pero si el gobierno suspende la economía informal, podría poner a gente como él al borde de una situación desesperada. Antes, solía ganar hasta 2500 pesos cada semana, equivalentes a unos 104 dólares; ahora, sus ganancias se han ido a pique, a menos de 600 pesos, o 25 dólares, por semana.

Apenas logra ganar suficiente para que su esposa y sus tres hijos, que viven en su pueblo natal en las afueras de la capital, tengan qué comer. “Sobrevivimos con lo mínimo, los alimentos más necesarios: arroz, frijoles y tortillas”, dijo. Al menos tiene algunos ingresos, a diferencia de muchos trabajadores –como aparcacoches, meseros, botones o dependientes—, a quienes mandaron a casa sin ningún tipo de salario.

Muy pronto, algunos podrían verse en la necesidad de recurrir a medidas extremas con tal de sobrevivir, comenta Olivares. “Si la gente está desesperada, tendrán que encontrar la manera de comer a la mala, robando”, dijo. “La situación podría salirse de control”.

Existe un gran temor entre la clase media de que aumenten las actividades contrarias al orden social. El mes pasado, algunos delincuentes formaron grupos en Facebook y WhatsApp para organizar “saqueos COVID-19” en las zonas más pobres de la capital. Las personas acusadas de encabezar el movimiento fueron encarceladas y Facebook retiró las páginas. Pero si se desata una oleada de saqueos, podría afectar el abasto de alimentos para el resto de la población.

Los residentes de Ciudad de México tienen recuerdos dolorosos de la recesión de 1995, conocida como la “crisis del tequila”, cuando la economía se contrajo un seis por ciento y se registró un aumento en los asaltos y secuestros. Según las proyecciones, las consecuencias de la actual crisis del coronavirus serán todavía más graves. En ese entonces, Bill Clinton era el presidente de Estados Unidos y consiguió que México recibiera un paquete de rescate económico, pero ahora casi nadie se atrevería a imaginar a Trump haciendo algo parecido (aunque sí se retractó de sus planes de suspender la emisión de green cards y los programas de trabajadores temporales). Quizá la mejor opción para México sería intentar mantener al mínimo el número de ciudadanos deportados de Estados Unidos.

El presidente mexicano ha sido blanco de muchísimas críticas por la forma en que ha manejado la crisis económica. Por lo menos, ya prometió otorgar millones de préstamos a las pequeñas empresas y mantener sus programas sociales, tanto los que benefician a los estudiantes como aquellos destinados a los jubilados. El problema es que pretende financiarlos mediante recortes en vez de deuda. El presidente dio órdenes a las grandes empresas de no despedir a sus empleados, mientras que el grupo de cabildeo empresarial más importante del país no ha cejado en su llamado a que el gobierno ayude a pagar sueldos y concrete un acuerdo nacional para enfrentar la crisis.

López Obrador considera que asumir más deuda dejaría a México a merced de potencias extranjeras y se opone a todo tipo de rescate, pues señala que, a lo largo de la historia, los magnates han explotado los paquetes de rescate en su propio beneficio. Así que, a diferencia de los gobiernos de derecha de Washington y Londres que han decidido asumir una enorme cantidad de deuda para canalizar dinero a la economía, el autodeclarado gobierno de izquierda de México optó por la responsabilidad en las finanzas públicas y le ha dicho al pueblo que debe apretarse el cinturón.

Otro espectáculo surreal es que, ante el titubeo del gobierno mexicano, los cárteles de drogas comenzaron a distribuir paquetes de ayuda por todo el país. En el estado de Tamaulipas, algunos hombres armados repartieron cajas con la leyenda “Cártel del Golfo” y contenían productos preciados como latas de atún, arroz y papel higiénico. En Guadalajara, la hija del capo de las drogas Joaquín Guzmán, mejor conocido como el Chapo, repartió despensas con la imagen de su padre, quien se encuentra tras las rejas.

En una conferencia reciente, López Obrador criticó estas dádivas, pues enfatizó que los cárteles han llevado el número de asesinatos a niveles récord. “Ayuda el que no le hagan daño a nadie”, dijo. “Estamos atendiendo lo del coronavirus, pero desgraciadamente seguimos teniendo problemas con homicidios”.

López Obrador está en lo correcto al denunciar los asesinatos cometidos por los cárteles, como también tiene razones para temerle a la deuda externa y a que se roben los rescates. Pero en vista de la gravedad de la situación actual, necesita tomar medidas críticas. Es cierto que la deuda es mala, pero podría salirle todavía más caro permitir que la recesión se profundice y provoque mayores daños. Si bien los empresarios se han beneficiado en el pasado de algunos acuerdos demasiado favorables, es vital que las empresas estén en buenas condiciones para mantener a flote al país. También es posible que concretar acuerdos nacionales y reforzar la unidad le levante la moral a la población en estos tiempos de calamidad.

El presidente podría cumplir su promesa de poner primero a los pobres y entregar la ayuda a quienes tienen menos. Sin embargo, el hecho es que debe canalizar ayuda real. La receta de John Maynard Keynes para la Gran Depresión aplica a la perfección en este momento: inyectarle dinero a una economía en contracción es tan necesario como darle una transfusión de sangre a un paciente que está en cuidados intensivos.

A medida que avance este difícil año, es posible que el gobierno mexicano también necesite proteger la cadena de suministro de alimentos. Y quizá incluso deba seguir el ejemplo de los cárteles y repartir despensas a quienes hayan perdido sus medios de subsistencia.

México sufrirá una recesión este año, igual que gran parte del mundo. Pero las medidas que apliquen el presidente López Obrador y el sector empresarial en los siguientes meses todavía podrían determinar qué tan grave será. Podría ser solo mala, pero también podría ser catastrófica, con consecuencias sociales dolorosas y duraderas.



Jamileth


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