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Pandemia y la fe de un cura: Pierde a su mentor y a su padre


2020-05-14

Por LUIS ANDRÉS HENAO y JESSIE WARDARSKI | AP

NUEVA YORK (AP) — El reverendo Joseph Dután recuerda el cúmulo de sensaciones que tuvo cuando levantó el cáliz en la iglesia vacía: amargura, soledad, incluso dudas.

Pero también sintió la promesa de esperanza típica de la Pascua, por más que haya una pandemia que ya le ha sacado mucho a él y a su comunidad, y que amenaza con llevarse más todavía.

Rezó por el alma del reverendo Jorge Ortiz, el sacerdote mexicano que fue su mentor y el primer cura católico de Estados Unidos que sucumbe al nuevo coronavirus. Pidió fuerzas para consolar a una feligresía que no se pudo congregar para llorar la muerte de Ortiz.

Y elevó una plegaria más personal: Pidió por su propio padre, quien combatía el COVID-19.

“Dios”, dijo, “seguiré mi vocación, pero por favor cuida de mi padre”.

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No fue la primera vez que Dután se codeó con la muerte. Ofició en muchos funerales. Y antes de tomar el sacerdocio, libró exitosamente una batalla con una leucemia en el mismo hospital donde ahora su padre estaba conectado a un respirador, luchando por la vida.

Para este sacerdote de 32 años, las semanas que han pasado desde que se declaró la pandemia han sido un desafío único.

Lo conmueven las penurias de su familia y de sus feligreses en la iglesia Santa Brígida. “Al escuchar sus penas, te identificas con ellos”.

A su alrededor hay numerosas muestras del dolor causado por el virus: La funeraria frente a Santa Brígida está siempre llena. Las sirenas de las ambulancias que pasan raudamente cerca de su parroquia en los confines de Brooklyn y Queens, una de las zonas de Nueva York más afectadas por el virus.

Dután calcula que decenas de feligreses de Santa Brígida se han infectado y sabe de por lo menos tres muertes asociadas con el COVID-19 desde que falleció el padre Ortiz.

Muchos de sus feligreses se quedaron sin trabajo. Hay inmigrantes sin permiso de residencia. “Vienen de Ecuador, de México, la República Dominicana, Panamá... de todo el mundo”, señaló, y muchos viven hacinados en departamentos que no permiten acatar el distanciamiento social, haciéndolos más vulnerables al contagio.

“Ves cómo todo esto afecta a la comunidad”, dijo Dután.

Durante la crisis el sacerdote aconseja a los jóvenes de la iglesia vía Zoom, transmite misas en inglés y en español por Facebook y atiende llamadas de fieles alarmados.

“El padre Joseph fue una de las primeras personas que llamé. Le confesé: ‘Tenemos miedo’. No sé qué hacer. No solo perdimos al Padre Jorge, sino que mis padres están enfermos”, dijo Tiffany Vélez, de 27 años, cuyos padres contrajeron el coronavirus.

“El minuto que lo llamé él se mostró tranquilo, sobrio. Me contó su historia personal”.

Ortiz era un gran amigo. El Batman de la historieta, mientras que Dután era Robin, según Robert Vélez, un feligrés cuya boda fue oficiada por Dután. Vivían ambos en la rectoría. Dután le llevaba comida a Ortiz cuando se enfermó y fue quien llamó a la ambulancia cuando empeoró. En la última charla telefónica que tuvieron, le rogó a su mentor que mejorase, para que pudieran volver a cantar juntos en la misa de Pascua.

Ortiz tenía 49 años cuando falleció el 27 de marzo.

Días después, el padre de Dután, Manuel, de 56 años, fue internado en el New York-Presbyterian/Weill Cornell Medical Center de Manhattan. El Viernes Santo su estado empeoró y el capellán del hospital le dio la extremaunción. Al día siguiente, no obstante, mejoró.

“Fue un período turbulento en el plano emocional”, dijo Dután.

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El religioso admite que tuvo dudas.

“Por momentos me sentí indigno. Decía: ‘El Señor eligió a alguien muy indigno para consagrar, que no se merece entregar su cuerpo y su sangre a otros, reconfortar a otros’”, manifestó.

También recordó la palabra favorita del Padre Ortiz: “¡Ánimo!”.

“Y eso me levantaba el espíritu”, agregó.

Dután nació en Woodside, en el barrio neoyorquino de Queens, en el seno de una devota y numerosa familia católica de Ecuador. Dice que sintió por primera vez el llamado de Dios cuando cursaba el quinto grado de la escuela primaria, en la década de 1990, pero lo ignoró porque ”tú sabes, quieres ser el muchacho ‘cool’ de la cuadra”.

Estudió en el Vaughn College de Queens y le fue muy bien en ingeniería electrónica. En esa época sufrió una variedad poco común de leucemia. Cayó presa de una fuerte depresión, pensando que a los 20 años se habían hecho trizas sus sueños de tener una familia propia, comprar un auto o tener una casa.

Un día llegó un cura a su habitación en el hospital y le dijo, “Joseph, ¿Quién dijo que vas a morir? El Señor es el único que tiene la última palabra”, contó Dután. “Recuerdo esas palabras todo el tiempo. Fue entonces que empecé a ver las cosas desde otra perspectiva”.

Volvió a la universidad, pero empezó a sentir nuevamente el llamado del sacerdocio. Dejó los estudios en el último semestre antes de graduarse. Su padre, un chef de un restaurante, se enfureció y no le habló por un mes. Pensó que su hijo estaba arruinando su carrera.

Con el tiempo, Manuel Dután cambió de parecer. Se lo veía a menudo en los bancos de la iglesia de su hijo y lo presentaba orgullosamente a sus amigos y a extraños, como “mi hijo, el cura”.

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El 30 de abril Dután ofició una misa en el día en que cumplía 32 años. La iglesia estaba vacía, pero luego del servicio hubo una comunicación virtual en la que mucha gente le agradeció su trabajo y le envió un saludo. También recibió una sorpresa: Después de semanas de aislamiento, casi toda su familia esperaba por él frente a la rectoría con globos, carteles y una torta de cumpleaños.

Fue un momento de una “gran dicha”, comentó. “Un momento de luz luego de todos estos momentos de oscuridad. Finalmente ves una luz”.

La luz, no obstante, se apagó pronto. “Acabo de hablar con mi madre”, contó recientemente. “Mi padre está muy mal. Su corazón deja de latir lentamente”.

El 5 de mayo, Manuel Dután falleció. Su hijo siguió oficiando, en una iglesia vacía.

“Me siento en paz”, expresó. “Sé que ya no sufre”.



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