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Los robots recorren una ciudad cerrada por el coronavirus


2020-05-21

Por Cade Metz y Erin Griffith, The New York Times

Si había un lugar preparado para la cuarentena, era Milton Keynes. Dos años antes de la pandemia, una empresa emergente llamada Starship Technologies desplegó una flotilla de robots rodantes para hacer entregas en la pequeña ciudad, ubicada a unos 80 kilómetros al noroeste de Londres.

Los robots achaparrados de seis ruedas trasladaban las compras de los supermercados y los pedidos de comida a las casas y oficinas. Tras la propagación del coronavirus, Starship hizo que la flotilla se concentrara aún más en las entregas de víveres a domicilio. Los lugareños como Emma Maslin pudieron comprar de la tienda de la esquina sin tener ningún tipo de contacto humano.

“Con un robot no hay ninguna interacción social”, dijo Maslin.

La utilidad repentina de los robots para la gente que se queda en casa es una muestra prometedora de las posibilidades de las máquinas en un futuro, al menos en condiciones ideales. Milton Keynes, con una población de 270,000 habitantes y una gran red de ciclovías, es perfecta para los robots rodantes. En las últimas semanas la demanda ha sido tan alta que algunos residentes han intentado programar su entrega durante días.

En años recientes ha habido empresas desde Silicon Valley hasta Somerville, Massachusetts, que han invertido miles de millones de dólares en el desarrollo de todo, desde vehículos autónomos hasta robots para almacenes. La tecnología está mejorando a pasos agigantados. Los robots pueden ayudar con las entregas, el transporte, el reciclaje y la manufactura.

Sin embargo, incluso las tareas más sencillas, como la entrega robótica de productos a domicilio, siguen enfrentando dificultades técnicas y logísticas. Por ejemplo, los robots de Milton Keynes no pueden llevar más de dos bolsas del supermercado.

“No se pueden hacer compras grandes”, dijo Maslin. “No hacen entregas de las supertiendas”.

Una pandemia podrá aumentar la demanda, pero no cambiará lo que se puede movilizar, dijo Elliot Katz, director de Phantom Auto, una empresa emergente que ayuda a otras compañías a controlar vehículos autónomos de manera remota cuando encuentran situaciones en las que no pueden circular por sí solos.

“Las entregas de los bots repartidores a los humanos son limitadas”, señaló Katz. “Pero se debe empezar por algún lado”.

Los veteranos de la industria lo saben bien. Gabe Sibley, ingeniero y profesor que trabajó anteriormente en la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA, por su sigla en inglés), lanzó Zippy en 2017, para hacer entregas en la acera. Pero la compañía de San Francisco rápidamente enfrentó desafíos. Los robots solo podían moverse el ritmo de una persona, a menos de 2 kilómetros por hora. Eso limita severamente el área de entrega, particularmente para la comida caliente, dijo Sibley.

La compañía nunca utilizó ningún robot, y se vendió en 2018.

“En este país, en el que diseñamos nuestras ciudades alrededor del automóvil, la solución para las entregas a nivel de acera es usar las autopistas”, dijo Sibley.

Starship Technologies, fundada en 2014 y con el respaldo de más de 80 millones de dólares, tiene su sede en San Francisco. Ha desplegado la mayoría de sus robots en campus universitarios de Estados Unidos. Los robots están equipados con cámaras, radares y otros sensores, y circulan al encontrar puntos en común entre los espacios que los rodean con mapas digitales que la empresa ha creado de cada lugar.

La empresa eligió Milton Keynes para ampliar su desarrollo, en parte, porque los robots podían circular con relativa tranquilidad. La ciudad se construyó después de la Segunda Guerra Mundial con una planeación minuciosa: la mayoría de las calles forman una cuadrícula y las vías para peatones y ciclistas, llamadas “vías rojas”, se ubican a un lado de las calles.

Cuando los robots de Starship llegaron por primera vez a Milton Keynes, una de las ciudades de más rápido crecimiento en el Reino Unido, Liss Page pensó que eran lindos, pero inútiles. “La primera vez que vi uno, se quedó atorado en el borde de la acera que está afuera de mi casa”, comentó.

Luego, a inicios de abril, Page abrió una carta del Servicio Nacional de Salud (NHS, por su sigla en inglés) que le aconsejaba no salir de su casa porque su asma y otros padecimientos la volvían particularmente vulnerable al coronavirus. En las semanas posteriores, los robots le brindaron una conexión muy necesaria con el mundo exterior.

A Page le vienen bien las entregas pequeñas porque vive sola. Es vegana y puede pedir leche de semillas y margarina que llegan hasta la puerta de su casa. Sin embargo, al igual que las camionetas de las tiendas que entregan pedidos más grandes por toda la ciudad, a final de cuentas los robots de Starship están limitados a lo que haya en sus estantes.

“Llenas el pedido con cosas que en realidad no necesitas para que valga la pena el cargo de entrega”, mencionó Page. “La última vez, en realidad no necesitaba ninguna de las cosas que me llegaron”.

Los residentes como Page hacen sus pedidos por medio de una aplicación de teléfono inteligente. Suelen pagar en libras esterlinas (alrededor de 1,2 dólares) por cada entrega, pero, en Milton Keynes, Starship ha elevado el precio hasta a 2 libras durante las épocas más ajetreadas, en un esfuerzo por redistribuir la demanda a lo largo del día.

Los robots entregan las compras a médicos, enfermeras y otros empleados del NHS de manera gratuita. Incluso se suman al tributo al NHS de los jueves por la noche, al hacer parpadear sus focos delanteros cuando los residentes aplauden y vitorean desde las puertas de sus casas. La flotilla de 80 robots pronto se expandirá a 100.

Aunque este tal vez sea el despliegue más extenso de robots repartidores en el mundo, han surgido otros en años recientes. En Christiansburg, Virginia, Paul y Susie Sensmeier pueden hacer pedidos a la farmacia y la panadería gracias a un dron volador. Desde el otoño, Wing, una filial de la empresa matriz de Google, Alphabet, ha ofrecido entregas con drones en la zona.

Pueden pedir penne, salsa marinara y papel de baño. Sin embargo, con Wing no pueden ordenar medicinas con receta —los drones son abastecidos en una bodega de Wing, no en una farmacia– y, al igual que los robots de Milton Keynes, los drones no pueden llevar mucho.

“Solo puedo pedir dos panqués o dos cruasanes”, dijo Susie Sensmeier, de 81 años.

Las empresas como Wing y Starship esperan expandir sus servicios y refinar sus habilidades. Ahora hay un nuevo ímpetu.

“Durante la noche, las entregas han pasado de ser un servicio de conveniencia a uno vital”, dijo el director ejecutivo de Starship, Lex Bayer. “Nuestras flotillas conducen sin parar, catorce horas al día”.


 



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