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La cobardía que nace del miedo


2020-06-08

Por: P. Fernando Pascual, LC

La misma Biblia tiene palabras duras contra los cobardes.

Seguramente un estudio sobre los criterios éticos de pueblos de diferentes lugares, del pasado y del presente, mostraría una condena muy generalizada contra la cobardía.

A pesar de una condena tan universal, la cobardía se ha dado y se da, por motivos muy variados. Uno, fácilmente visible, consiste en el deseo de conservar la propia vida y los propios bienes, y así ceder ante la amenaza de algún tirano poderoso o de un delincuente agresivo.

Otro motivo, también bastante fácil de señalar, surge desde el anhelo de ascender, de ganar en reconocimientos, de “trepar” en el puesto de trabajo o en cargos públicos.

El motivo común a tantas cobardías suele encontrarse en el miedo: miedo a perder, miedo a sufrir, miedo a crearse problemas, miedo a enfrentarse a los prepotentes, miedo a quedar mal, miedo a quedarse atrás.

Por miedo, muchos se someten a leyes injustas en lugares donde la policía está totalmente al servicio de gobiernos con actitudes despóticas, y donde los jueces también han cedido al miedo ante los tiranos de turno.

Por miedo, muchos no dicen lo que piensan ni siquiera en familia o entre amigos, para no quedar mal, para evitarse represalias, para sobrevivir en el rebaño.

Por miedo a enfermarse, hay quienes dejan sus deberes para con los necesitados, incluso a costa de dañar el buen funcionamiento de la sociedad en aspectos básicos.

Por miedo a los ataques de periodistas sin escrúpulos o de enjambres de comentaristas anónimos y bien organizados, hay quienes ocultan sus convicciones religiosas o éticas, para no ser tachados de “ultraderechistas”, “fascistas”, “retrógrados” y otros adjetivos agresivos y llenos de odio.

La lista de miedos que paralizan a miles de seres humanos y llevan a la cobardía es mucho más larga: basta con pensar en la cobardía de soldados que ven avanzar hacia ellos un ejército que parece mejor armado y más valeroso.

Pero muchas cobardías dañan, hieren, destruyen profundamente a quienes sucumben a ellas, al obrar no según lo que consideran como bueno y justo, sino simplemente según el deseo de huir de problemas y conservar una vida más o menos tranquila.

Por más extendida que esté, la cobardía sigue siendo condenada por la ética de casi todos los pueblos. Porque un cobarde falla como hombre, como miembro de una familia, como parte de una sociedad (tribu o Estado).

La misma Biblia tiene palabras duras contra los cobardes, que aparecen, por ejemplo, en una enumeración de quienes recibirán un castigo severo: “Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre: que es la muerte segunda” (Ap 21,8).

En cambio, quien confía en Dios, quien ha logrado controlar sus miedos, quien tiene clara su meta y está dispuesto a sacrificarlo todo por un bien más grande, supera la cobardía y entra a formar parte de los valientes, los luchadores, los que defienden la justicia en el mundo y “arrebatan” el Reino de los cielos... (cf. Sal 31,25; Mt 11,12; 1Cor 16,13).



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