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Así fue que al mundo se le escapó la propagación silenciosa de la COVID-19


2020-06-29

Por Matt Apuzzo, Selam Gebrekidan y David D. Kirkpatrick | The New York Times

La transmisión asintomática hace que el coronavirus sea mucho más difícil de combatir. Pero los funcionarios de salud desestimaron el riesgo durante meses, impulsando afirmaciones engañosas y contradictorias frente a la evidencia en aumento.

Camilla Rothe estaba a punto de salir a cenar cuando el laboratorio del gobierno la llamó para darle la sorprendente noticia de que la prueba que había solicitado había sido positiva. Era el 27 de enero y acababa de descubrir el primer caso del nuevo coronavirus en Alemania.

Sin embargo, el diagnóstico no tenía sentido. Su paciente, un empresario de una compañía de autopartes cercana, solo pudo haberse infectado a través de una persona: una colega que estaba de visita desde China. Nadie pensó que esa colega tuviera el virus.

La visitante había parecido perfectamente sana durante su estancia en Alemania. No tosió ni estornudó ni mostró señales de fatiga ni fiebre durante dos días de largas reuniones. Les dijo a sus colegas que había comenzado a sentirse enferma después de su vuelo de regreso a China. Días más tarde, dio positivo a la prueba de coronavirus.

En ese momento, los científicos creían que solo las personas con síntomas podían propagar el coronavirus. Asumieron que actuaba como su primo genético, el SARS.

“Las personas que saben mucho más acerca del coronavirus que yo estaban absolutamente seguras”, recordó Rothe, especialista en enfermedades infecciosas del Hospital de la Universidad de Múnich.

Pero si los expertos se equivocaban —si el virus era capaz de propagarse mediante enfermos aparentemente sanos que aún no habían desarrollado síntomas— las ramificaciones eran posiblemente catastróficas. Las campañas públicas de concientización, los filtros en los aeropuertos y las políticas de confinamiento en caso de enfermedad quizá no iban a poder detenerlo. Tal vez se requerirían medidas más agresivas: ordenarle a las personas sanas que lleven cubrebocas, por ejemplo, o restringir los viajes internacionales.

Rothe y sus colegas fueron de los primeros en advertir al mundo. Sin embargo, aunque se acumulaban las pruebas de otros científicos, los principales funcionarios de salud expresaron con una seguridad inquebrantable que la propagación asintomática no era de importancia.

En los días y semanas siguientes, los políticos, funcionarios de salud pública y académicos rivales menospreciaron o ignoraron al equipo de Múnich. Algunos se esforzaron de manera activa para socavar sus advertencias en un momento crucial, mientras la enfermedad se propagaba imperceptiblemente en iglesias francesas, estadios de fútbol italianos y bares en estaciones de esquí austríacos. Un crucero, el Diamond Princess, se convertiría en un presagio mortal de la propagación sin síntomas.

Entrevistas con médicos y funcionarios de salud pública en más de una decena de países muestran que durante dos meses cruciales —y ante las pruebas genéticas cada vez más numerosas— los funcionarios de salud y los líderes políticos occidentales restaron importancia o negaron el riesgo de la propagación asintomática. Las principales agencias en materia de salud, incluyendo la Organización Mundial de la Salud y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades, emitieron consejos contradictorios y a menudo confusos. Un diálogo crucial de salud pública se convirtió en un debate semántico acerca de cómo llamar a las personas que estaban infectadas y no tenían síntomas evidentes.

El retraso de dos meses fue el resultado de suposiciones científicas erradas, rivalidades académicas y, quizá lo más importante, una reticencia a aceptar que contener el virus requeriría medidas drásticas. La resistencia a las evidencias emergentes fue parte de la respuesta lenta del mundo al virus.

Es imposible calcular el número de víctimas que causó ese retraso, pero los modelos sugieren que las acciones tempranas y agresivas quizá habrían salvado decenas de miles de vidas. A países como Singapur y Australia, que utilizaron pruebas y rastreo de contactos y pasaron rápidamente a poner en cuarentena a viajeros aparentemente sanos, les fue mejor que a aquellos que no lo hicieron.

“Esto fue, creo, una verdad muy simple”, dijo Rothe. “Me sorprendió que causara tamaña tormenta. No puedo explicarlo”.

Incluso ahora, con más de nueve millones de casos en todo el mundo y un número de muertes que superó las 500,000, la COVID-19 sigue siendo un acertijo sin respuesta. Es demasiado pronto para saber si lo peor ya ha pasado, o si una segunda ola mundial de infecciones está a punto de estallar. No obstante, está claro que varios países, de regímenes herméticos a democracias demasiado seguras de sí mismas, han errado en su respuesta, subestimado el virus y desestimado sus propios planes de emergencia.

También es dolorosamente claro que el tiempo era un elemento esencial para frenar el virus, y que se malgastó demasiado.

‘Ella no estaba enferma’

La noche de la primera prueba positiva de Alemania, el virus parecía muy lejano. Se habían reportado menos de 100 muertes en todo el mundo. Italia, que se convertiría en la zona cero de Europa, no registraría sus primeros casos por otros tres días.

Algunos informes de China ya habían sugerido la posibilidad de una propagación sin síntomas. Pero nadie había demostrado que pudiera ocurrir.

Aquella noche, Rothe redactó un correo electrónico dirigido a una decena de médicos y funcionarios de salud pública.

“Las infecciones de hecho pueden transmitirse durante el periodo de incubación”, escribió.

Tres empleados más de Webasto, la compañía de autopartes, dieron positivo el día siguiente. Sus síntomas eran tan leves que, normalmente, es probable que ninguno hubiera sido señalado para hacerse la prueba ni hubieran pensado en quedarse en casa.

Rothe decidió que debía sonar la alarma. Su jefe, Michael Hoelscher, envió un correo electrónico a The New England Journal of Medicine. “Creemos que esta observación es de suma importancia”, escribió.

Los editores respondieron de inmediato. ¿Cuán pronto podrían ver el artículo?

La mañana siguiente, el 30 de enero, funcionarios de salud entrevistaron a la empresaria china por teléfono. Hospitalizada en Shanghái, explicó que había empezado a sentirse enferma en el vuelo de regreso a casa. En retrospectiva, quizá había tenido dolores o fatiga leves, pero los había atribuido a un largo día de viajes.

“Desde su perspectiva, no estaba enferma”, dijo Nadie Schian, una portavoz de Webasto que estaba en la llamada. “Ella dijo, ‘OK, me sentía cansada. Pero he estado en Alemania muchas veces antes y siempre tengo desfase horario’”.

Cuando los funcionarios de salud describieron la llamada, Rothe y Hoelscher rápidamente terminaron y enviaron su artículo. Rothe no llamó a la paciente, pero dijo que recurrió al resumen de la autoridad sanitaria.

En cuestión de horas, se publicó en línea. Fue una modesta observación clínica en un momento clave. Solo unos días antes, la Organización Mundial de la Salud había dicho que necesitaba más información sobre este mismo tema.

Sin embargo, lo que no sabían los autores era que, en un suburbio a 20 minutos de distancia, otro grupo de médicos también se había apresurado a publicar un informe. Ninguno sabía en qué estaba trabajando el otro, una diferencia aparentemente pequeña que tendría implicaciones globales.

Divisiones académicas

El segundo grupo estaba conformado por funcionarios de la autoridad sanitaria bávara y la agencia nacional de salud de Alemania, conocida como Instituto Robert Koch. En una oficina suburbana, los médicos desplegaron papel mural y rastrearon rutas de infección usando bolígrafos de colores.

Ese equipo, dirigido por la epidemióloga bávara Merle Böhmer, envió un artículo a The Lancet, otra revista médica de primera. Sin embargo, el grupo hospitalario de Múnich los había superado por tres horas. Böhmer dijo que el artículo de su equipo, que por eso no fue publicado, había llegado a conclusiones similares, pero las redactaron de manera ligeramente distinta.

Rothe había escrito que los pacientes parecían ser contagiosos antes del inicio de cualquier síntoma. El equipo del gobierno había escrito que los pacientes parecían ser contagiosos antes del inicio de todos los síntomas, en un momento en que los síntomas eran tan leves que la gente quizá ni siquiera los reconocía.

La mujer china, por ejemplo, se había despertado a mitad de la noche sintiendo desfase horario. Como quería estar lista para sus reuniones, se tomó una medicina china llamada 999 —que contiene el equivalente a una tableta de Tylenol— y volvió a la cama.

¿Quizás eso había ocultado una fiebre leve? ¿Quizás el desfase horario era en realidad fatiga? Se había puesto un chal durante una reunión, ¿tal vez eso fue una señal de escalofríos?

Después de dos largas llamadas telefónicas con la mujer, los médicos del Instituto Robert Koch estaban convencidos de que simplemente ella no había podido reconocer sus síntomas. Escribieron al editor de The New England Journal of Medicine para poner en duda los hallazgos de Rothe.

Los editores decidieron que la disputa equivalía a detalles nimios. Si se necesitó una larga entrevista para identificar los síntomas, ¿cómo podría esperarse que alguien lo haga en el mundo real?

“La pregunta era si ella tenía algo consistente con la COVID-19 o si alguien habría reconocido en ese momento que era COVID-19”, dijo Eric Rubin, médico y editor de la revista.

“La respuesta parecía ser no”.

La revista no publicó la carta. Sin embargo, ese no sería el fin de la historia.

Ese fin de semana, Andreas Zapf, dirigente de la autoridad sanitaria bávara, llamó a Hoelscher, de la clínica de Múnich. “Mira, la gente de Berlín está muy enojada por tu publicación”, dijo Zapf, según Hoelscher.

Sugirió cambiar la redacción del informe de Rothe y reemplazar su nombre con el de los miembros del grupo de trabajo del gobierno, según Hoelscher. No obstante, él se rehusó.

La agencia sanitaria no quiso hacer comentarios sobre la llamada telefónica.

Hasta entonces, dijo Hoelscher, su informe había parecido directo. Ahora era claro: “Políticamente, este era un gran, gran problema”.

‘Un completo tsunami’

El lunes 3 de febrero, la revista Science publicó un artículo en el que describió el informe de Rothe como “defectuoso”. Science informó que el Instituto Robert Koch le había escrito al New England Journal para rebatir sus hallazgos y corregir un error.

El Instituto Robert Koch rechazó varias solicitudes de entrevista a lo largo de varias semanas y no respondió a las preguntas que se le enviaron por escrito.

El informe de Rothe rápidamente se convirtió en símbolo de las investigaciones apresuradas. Los científicos dijeron que ella debió haber hablado con la paciente china antes de publicar el artículo y que la omisión había socavado el trabajo de su equipo. En Twitter, ella y sus colegas fueron desacreditados tanto por científicos como por comentaristas todólogos. “Cayó sobre nosotros como un completo tsunami”, dijo Hoelscher.

La controversia también eclipsó otro desarrollo crucial fuera de Múnich.

La mañana siguiente, Clemens-Martin Wendtner hizo un anuncio sorprendente. Wendtner supervisaba el tratamiento de los pacientes con COVID-19 en Múnich —ahora eran ocho— y había tomado muestras de cada uno.

Descubrió el virus en la nariz y la garganta en niveles mucho más altos y mucho antes de lo que se había observado en pacientes de SARS. Eso significaba que, probablemente, podría propagarse antes de que las personas supieran que estaban enfermas.

Pero la historia de Science acalló esa noticia. Si el artículo de Rothe implicaba que los gobiernos quizá debían tomar más medidas en contra de la COVID-19, la reacción negativa del Instituto Robert Koch era una defensa implícita del pensamiento convencional.

La agencia de salud pública de Suecia declaró que el informe de Rothe contenía errores importantes. El sitio web de la agencia dijo, inequívocamente, que “no hay evidencia de que las personas sean contagiosas durante el período de incubación”, una afirmación que permanecería en línea de algún modo durante meses.

Los funcionarios de salud franceses tampoco dieron lugar para el debate: “Una persona es contagiosa solo cuando aparecen los síntomas”, se leía en una hoja volante distribuida por el gobierno. “Sin síntomas = sin riesgo de ser contagioso”.

Mientras Rothe y Hoelscher seguían aturdidos por la crítica, unos médicos japoneses se preparaban para abordar el crucero Diamond Princess. Un ex pasajero había dado positivo por coronavirus.

Sin embargo, en el crucero las fiestas continuaban. Después de todo, el pasajero infectado había estado fuera del barco durante días. Y no había reportado síntomas mientras estuvo a bordo.

Un debate semántico

Inmediatamente después del informe de Rothe, la OMS señaló que los pacientes podrían transmitir el virus antes de mostrar síntomas. Sin embargo, la organización también enfatizó un punto que sigue defendiendo: los pacientes con síntomas son los principales motores de la pandemia.

No obstante, en cuanto se publicó el artículo de Science, la organización entró directamente al debate en torno al trabajo de Rothe. El martes 4 de febrero, Sylvie Briand, directora de preparación ante las enfermedades infecciosas de la agencia, publicó un enlace en Twitter que llevaba al artículo de Science, y dijo que el informe de Rothe era defectuoso.

Con ese tuit, la OMS se enfocó en una distinción semántica que iba a nublar el diálogo durante meses: ¿la paciente era asintomática, lo que significa que jamás mostraría síntomas? ¿O presintomática, lo cual implicaría que se iba a enfermar más tarde? O algo aún más confuso: ¿era oligosintomática, es decir, que tenía síntomas tan leves que no los reconoció?

Para algunos médicos, centrarse en estas distinciones arcanas era como ponerle al mal tiempo buena cara. Una persona que se siente sana no tiene forma de saber que es portadora de un virus o que está a punto de enfermarse. Los controles de temperatura del aeropuerto no son capaces de identificar a esas personas. Tampoco resulta efectivo preguntarles sobre sus síntomas o decirles que se queden en casa cuando se sientan enfermas.

La OMS dijo más tarde que el tuit no intentaba ser una crítica.

Un grupo prestó poca atención a este debate en gestación: los médicos del área de Múnich que trabajaban para contener el foco de infección de la compañía de autopartes. Ellos hablaban a diario con personas potencialmente enfermas, monitoreaban sus síntomas y rastreaban a sus contactos.

“Para nosotros, pronto fue bastante claro que esta enfermedad puede transmitirse antes de los síntomas”, dijo Monika Wirth, una médica que rastreó los contactos en el cercano condado de Fürstenfeldbruck.

Rothe, sin embargo, estaba conmocionada. No podía entender por qué gran parte de la comunidad científica parecía ansiosa por minimizar el riesgo.

“Todo lo que necesitas es un par de ojos”, dijo. “No necesitas virología avanzada”.

Pero se mantuvo confiada.

“Se demostrará que tenemos razón”, le dijo a Hoelscher.

Esa noche, Rothe recibió un correo electrónico de Michael Libman, un especialista en enfermedades infecciosas en Montreal. Él pensaba que las críticas al artículo fueron de semántica. Su artículo lo había convencido de algo: “La enfermedad probablemente se propagará por todo el mundo”.

Parálisis política

El 4 de febrero, el comité científico de Gran Bretaña se reunió y, aunque sus expertos no descartaron la posibilidad de una transmisión asintomática, nadie puso mucha atención al artículo de Rothe.

“Fue en gran medida un estudio de oídas”, dijo Wendy Barclay, viróloga y miembro del comité, conocido como el Grupo Científico Asesor para Emergencias. “En ausencia de una epidemiología y un rastreo realmente robustos, no es obvio hasta que se ven los datos”.

Los datos llegarían pronto, y de una fuente inesperada. En la segunda semana de febrero, Böhmer, del equipo bávaro de salud, recibió una sorprendente llamada telefónica.

Los virólogos habían descubierto una mutación genética sutil en las infecciones de dos pacientes del foco infeccioso de Múnich. Se habían cruzado durante un momento muy breve: uno le pasó el salero al otro en la cafetería de la compañía, cuando ninguno tenía síntomas. Su mutación compartida dejó claro que uno había infectado al otro.

Böhmer se había mostrado escéptica acerca de la propagación asintomática. Pero ahora no había duda: “Solo se puede explicar con la transmisión pre-sintomática”, dijo Böhmer.

Ahora fue Böhmer quien sonó la alarma. Dijo que de inmediato compartió el hallazgo, y su importancia, con la OMS y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades.

Ninguna organización incluyó el descubrimiento en sus informes regulares.

Una semana después de recibir la información de Böhmer, los funcionarios de salud europeos aún declaraban: “Todavía no estamos seguros de si los casos leves o asintomáticos pueden transmitir el virus”. No se mencionó la evidencia genética.

Los funcionarios de la OMS dicen que el descubrimiento genético influyó en su razonamiento, pero no lo anunciaron. Los funcionarios europeos de salud dicen que la información alemana fue una de las primeras piezas de una imagen emergente que todavía estaban armando.



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