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Estudios soviéticos de hace décadas sugieren una posible estrategia contra el coronavirus


2020-06-29

Por Andrew E. Kramer | The New York Times

MOSCÚ — Para los chicos, era solo un dulce bocado. Para sus padres, importantes investigadores médicos, lo que sucedió en su apartamento de Moscú ese día de 1959 fue un experimento crucial con incontables vidas en juego. Sus propios hijos eran los conejillos de Indias.

“Nos formamos en una fila”, recordó en una entrevista Peter Chumakov, quien tenía siete años en aquel momento. A cada boca, uno de los padres le dio un terrón de azúcar mezclado con poliovirus debilitado: una vacuna temprana contra una enfermedad temida. “Lo comí de las manos de mi madre”.

Hoy, esa misma vacuna está volviendo a recibir atención de algunos investigadores como una posible arma contra el nuevo coronavirus. Entre esos investigadores se encuentran los hermanos Chumakov, quienes ahora son virólogos y se basan en parte en la investigación realizada por su madre, Marina Voroshilova.

Voroshilova estableció que la vacuna contra el virus vivo de la polio tenía un beneficio inesperado, el cual parece que podría ser relevante para la pandemia actual: las personas que recibieron esa vacuna no se enfermaron de otras enfermedades virales durante aproximadamente un mes después de la aplicación. Voroshilova empezó a darles a sus hijos la vacuna contra la polio cada otoño como protección contra la gripe.

Ahora, algunos científicos en varios países se han interesado en la idea de reutilizar vacunas existentes, como la del poliovirus vivo y otra para la tuberculosis, con el fin de determinar si estas pueden al menos proporcionar una resistencia temporal al coronavirus. Entre ellos se encuentran los rusos, que cuentan un largo historial de investigación de vacunas e investigadores a quienes no les preocupaba que los tildaran de “científicos locos” cuando experimentaban en sus propios cuerpos.

Los expertos aconsejan abordar la idea con gran cautela, así como han hecho con muchos otros mecanismos propuestos para atacar la pandemia.

“Nos va mucho mejor con una vacuna que induce una inmunidad específica”, dijo en una entrevista telefónica Paul Offit, coinventor de una vacuna contra el rotavirus y profesor de la Escuela de Medicina Perelman de la Universidad de Pensilvania. Afirmó que cualquier beneficio de una vacuna reutilizada es “mucho más breve e incompleto” que el de una vacuna hecha a la medida.

No obstante, Robert Gallo, un destacado defensor de la idea de probar la vacuna de la polio contra el coronavirus, aseguró que la reutilización de vacunas es “una de las áreas más analizadas de la inmunología en este momento”. Gallo, director del Instituto de Virología Humana de la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, dijo que incluso si el poliovirus debilitado solo confiere inmunidad por un plazo aproximado de un mes, “te pone del otro lado de la curva, y salvaría muchas vidas”.

Sin embargo, hay algunos riesgos.

Miles de millones de personas han recibido la vacuna contra el poliovirus vivo, lo cual ha erradicado casi por completo la enfermedad. No obstante, en casos extremadamente raros, el virus debilitado que se usa en la vacuna puede mutar en una forma más peligrosa, causar la polio e infectar a otras personas. Se estima que hay riesgo de parálisis en 1 de cada 2,7 millones de personas vacunadas.

Por esas razones, las organizaciones de salud pública afirman que, una vez que una región elimina la polio que se da de forma natural, se debe abandonar el uso rutinario de la vacuna oral, como hizo Estados Unidos hace 20 años.

Este mes, el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID, por su sigla en inglés) aplazó un estudio diseñado por el instituto de Gallo, la Clínica Cleveland, la Universidad de Búfalo y el Centro Integral del Cáncer Roswell Park para probar la efectividad de la vacuna de la polio contra el coronavirus, con trabajadores de la salud como participantes. El NIAID planteó algunas preocupaciones de seguridad, incluyendo la posibilidad de que el poliovirus vivo llegara a suministros de agua e infectara a otros, de acuerdo con investigadores familiarizados con la solicitud del estudio. La oficina de prensa del NIAID se negó a comentar al respecto.

Sin embargo, otros países han decidido seguir adelante. En Rusia ya iniciaron las pruebas con la vacuna de la polio, y también hay planes de realizarlas en Irán y Guinea-Bisáu.

Una vacuna específica para el coronavirus sería una que entrenase al sistema inmunitario para centrarse específicamente en atacar ese virus. En todo el mundo se están desarrollando actualmente más de 125 vacunas candidatas.

En contraste, las vacunas reutilizadas se valen de bacterias o virus vivos pero debilitados para estimular el sistema inmunitario innato de forma más general para combatir los patógenos, al menos temporalmente.

La primera vacuna contra la polio, desarrollada por el estadounidense Jonas Salk, utilizó virus “inactivo”, es decir, partículas de virus muerto. Tenía que ser inyectada, lo que era un obstáculo para las campañas de inmunización en los países más pobres.

Cuando esa vacuna se distribuyó de manera generalizada en 1955, Albert Sabin estaba probando una vacuna que usaba poliovirus vivo pero atenuado, la cual podía administrarse de forma oral. Pero en Estados Unidos, con la vacuna de Salk ya en uso, las autoridades dudaron en asumir el riesgo percibido de realizar ensayos clínicos con el virus vivo.

Sabin le dio sus tres cepas de virus atenuado a una pareja casada de virólogos de la Unión Soviética: Mikhail Chumakov, fundador de un instituto de investigación de la polio que ahora lleva su nombre, y Voroshilova.

Mikhail Chumakov se vacunó, pero una medicina destinada principalmente a la protección infantil tenía que probarse en niños. Así que él y Voroshilova se la administraron a sus tres hijos y a varios sobrinos.

Ese experimento le permitió a Chumakov convencer a un importante funcionario soviético, Anastás Mikoyán, de proceder con ensayos más amplios, lo que al final condujo a la producción masiva de una vacuna oral contra la polio que se utilizó en todo el mundo. Estados Unidos comenzó a administrar vacunas orales contra la polio en 1961, luego de que se demostró que eran seguras en la Unión Soviética.

“Alguien tiene que ser el primero” dijo Peter Chumakov en una entrevista. “Nunca me molestó. Creo que fue muy bueno tener un padre como él, con la confianza suficiente de que lo que estaba haciendo era lo correcto y la seguridad de que no perjudicaría a sus hijos”.

Su madre estaba, si acaso, aún más entusiasmada por ejecutar las pruebas en los niños, dijo.

“Ella estaba completamente segura de que no había nada que temer”, dijo.

Algo que Voroshilova notó hace varias décadas ha renovado el interés en la vacuna oral.

Un niño sano promedio es huésped de alrededor de una docena de virus respiratorios que no causan enfermedades o, si las causan, son leves. Pero Voroshilova no pudo encontrar ninguno de esos virus en los niños que habían sido inmunizados recientemente contra la polio.

Un amplio estudio supervisado por Voroshilova en la Unión Soviética, con 320,000 participantes de 1968 a 1975, reveló una reducción de la mortalidad por gripe en las personas que habían recibido otras vacunas, incluyendo la vacuna oral contra la polio.

Voroshilova ganó reconocimiento en la Unión Soviética por demostrar un vínculo entre las vacunas y una amplia protección contra las enfermedades virales, posiblemente debido a la estimulación del sistema inmunitario.

El trabajo de Voroshilova y Chumakov claramente influenció las mentes de sus hijos, así como su salud: no solo se convirtieron en virólogos, sino que también adoptaron la práctica de hacer pruebas en ellos mismos.

Peter Chumakov hoy es el jefe científico del Instituto Engelhardt de Biología Molecular en la Academia Rusa de Ciencias y cofundador de una compañía en Cleveland que trata el cáncer con virus. Ha desarrollado cerca de 25 virus para su uso contra tumores, todos los cuales, dijo, ha probado en sí mismo.

También está tomando la vacuna contra la poliomielitis, que cultiva en su propio laboratorio, como posible protección contra el coronavirus.

Ilia Chumakov, biólogo molecular, ayudó a secuenciar el genoma humano en Francia.

Alexei Chumakov, quien aún no había nacido cuando sus padres experimentaron con sus hermanos, trabajó como investigador del cáncer en el Cedars-Sinai en Los Ángeles durante gran parte de su carrera. Cuando trabajaba en Moscú, desarrolló una vacuna contra la hepatitis E, que probó primero en sí mismo.

“Es una vieja tradición”, dijo. “El ingeniero debe pararse bajo el puente cuando pasa la primera carga pesada”.

Konstantin Chumakov es director asociado de la Oficina de Investigación y Revisión de Vacunas de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, que estaría involucrada en la aprobación de cualquier vacuna de coronavirus para su uso en estadounidenses. También es coautor, con Gallo y otros, de un reciente artículo en la revista Science que promueve la investigación que reutiliza las vacunas existentes.

En una entrevista, Konstantin Chumakov dijo que no puede recordar haberse comido el terrón de azúcar en 1959 —tenía cinco años— pero aprueba el experimento de sus padres como un paso para salvar a un número incalculable de niños de la parálisis.

“Era hacer lo correcto”, dijo. “Hoy, habría preguntas, como: ‘¿Recibieron el permiso del comité de ética?’”.



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