Formato de impresión


Sin poder tomar un avión, un marino atraviesa solo el Atlántico para ver a su padre


2020-06-29

Por Daniel Politi | The New York Times

BUENOS AIRES — Días después de que Argentina cancelara todos los vuelos internacionales de pasajeros para proteger al país del nuevo coronavirus, Juan Manuel Ballestero comenzó su viaje a casa de la única manera posible: se subió a su pequeño velero para lo que resultó ser una odisea de 85 días a través del Atlántico.

El marinero de 47 años podría haberse quedado en la pequeña isla portuguesa de Porto Santo para escapar la era de los confinamientos y el distanciamiento social en un lugar pintoresco relativamente preservado del virus. Pero la idea de pasar lo que él pensaba que podría ser “el fin del mundo” lejos de su familia, especialmente de su padre, que pronto cumpliría 90 años, era insoportable.

Entonces cargó su velero de 29 pies (poco menos de nueve metros) con atún enlatado, fruta y arroz y zarpó a mediados de marzo.

“No me quería quedar como un cobarde en una isla donde no había casos”, dijo Ballestero. “Quería hacer todo lo posible para volver a casa. Lo más importante para mí era estar con mi familia”.

La pandemia del coronavirus ha alterado la vida en prácticamente todos los países del planeta, al destruir la economía global, exacerbar la tensión geopolítica y detener la mayoría de los viajes internacionales.

Un aspecto particularmente doloroso de esta horrible era ha sido la incapacidad de un número incalculable de personas de ir a casa a ayudar a sus seres queridos convalecientes o asistir a los funerales.

Sus amigos intentaron disuadir a Ballestero de embarcarse en la peligrosa jornada, y las autoridades de Portugal le advirtieron que tal vez no se le permitiría volver a ingresar si se encontrase con problemas y tuviera que regresar. Pero él estaba resuelto.

“Me compré un ticket de ida y no había vuelta atrás”, dijo.

Sus parientes, acostumbrados al estilo de vida itinerante de Ballestero, sabían que no debían tratar de disuadirlo.

“Fue muy dura la incertidumbre de 50 y tantos días sin poder saber dónde estaba”, dijo su padre, Carlos Alberto Ballestero. “Pero no teníamos ninguna duda que esto iba a salir bien”.

Navegar a través del Atlántico en un pequeño bote es, en las mejores circunstancias, un desafío. Las dificultades adicionales de hacerlo durante una pandemia quedaron claras tres semanas después del viaje.

El 12 de abril, las autoridades de Cabo Verde se negaron a permitirle atracar en la isla para reabastecer su suministro de alimentos y combustible, dijo Ballestero.

Con la esperanza de que todavía tuviera suficiente comida para seguir, cambió su destino hacia el oeste. Con menos combustible del que esperaba, estaría más a merced de los vientos.

No era ajeno a pasar largos períodos de tiempo en el mar, pero estar solo en el océano abierto es desalentador, incluso para el marinero más experimentado.

Llevaba días en el viaje cuando entró en pánico con la luz de un barco que pensó que lo seguía y parecía acercarse cada vez más.

“Salí navegando lo más rápido posible”, dijo Ballestero. “Pensé, si vienen muy cerca les disparo”.

La navegación es una tradición familiar de Ballestero.

Desde que tenía tres años, su padre lo llevó a bordo de los barcos de pesca que capitaneó.

Cuando cumplió 18 años, consiguió trabajo en un barco de pesca en el sur de Argentina. En la costa de Patagonia, uno de los pescadores más experimentados a bordo le dio un consejo que se convertiría en una forma de vida.

“Andate a ver el mundo”, le dijo el pescador.

Y así lo hizo.

Ballestero ha navegado gran parte de su vida, con paradas en Venezuela, Sri Lanka, Bali, Hawái, Costa Rica, Brasil, Alaska y España.

Ha etiquetado tortugas marinas y ballenas para organizaciones de conservación y ha pasado veranos como capitán a bordo de barcos de propiedad de europeos adinerados.

Compró su velero, un Ohlson 29 llamado Skúa, en 2017, con la esperanza de darle una vuelta al mundo. Resultó ser capaz de atravesar un océano en un planeta sumergido en modo de crisis.

“Nunca iba con miedo, pero sí con mucha incertidumbre”, dijo. “Fue muy raro navegar en una pandemia con la humanidad tambaleando alrededor mío”.

Navegar puede ser una pasión solitaria, y lo fue particularmente en este viaje para Ballestero, quien cada noche sintonizaba las noticias en la radio durante 30 minutos para pasar revista de cómo el virus se propagaba por el mundo.

“Pensaba que capaz este era mi último viaje”, dijo.

A pesar de la expansión del océano, Ballestero sintió que estaba en una especie de cuarentena, encarcelado por una corriente implacable de pensamientos premonitorios sobre lo que el futuro encierra.

“Estaba encerrado en mi propia libertad”, recordó.

En un día particularmente difícil, recurrió a una botella de whisky en busca de consuelo. Pero beber solo aumentó su ansiedad. Con los nervios de punta, Ballestero dijo que se encontró en oración y restableció su relación con Dios.



regina


� Copyright ElPeriodicodeMexico.com