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Barack Obama abandona el retiro, obligado por la campaña de Trump


2020-06-30

Por Glenn Thrush y Elaina Plott, The New York Times

El presidente número 44 de Estados Unidos anhelaba alejarse de la política. Tres años después, está de regreso.

Justo después de saber que Donald Trump había sido electo presidente, Barack Obama se desplomó en su silla del Despacho Oval y se dirigió a un asistente que estaba de pie cerca de un frutero con manzanas colocado en un lugar prominente, un emblema de su política de refrigerios saludables que, como tantas otras, estaba a punto de desaparecer.

“Ya estoy harto”, dijo Obama acerca de su trabajo, según varias personas familiarizadas con el intercambio

Pero él sabía, aún entonces, que un retiro convencional de la Casa Blanca no era opción. Obama, quien en ese momento tenía 55 años, se había quedado varado con la estafeta que planeaba pasarle a Hillary Clinton todavía en la mano. Encima debía lidiar con un sucesor que, creía, tenía una fijación en su contra basada en una extraña antipatía personal y una política de reacción racial violenta ejemplificada en la mentira sobre el lugar de nacimiento de Obama.

“No hay ningún modelo capaz de predecir el tipo de vida que tendré después de la presidencia”, le dijo Obama al asistente. “Es evidente que no puede dejar de pensar en mí”.

Lo que no quiere decir que Obama estuviera dispuesto a olvidar cómo había vislumbrado su retiro antes del triunfo de Trump: una vida plácida dedicada a escribir, disfrutar juegos de golf en días soleados, impulsar políticas a través de su fundación, producir documentales con Netflix y gozar mucho tiempo en familia en su nueva finca de 11,7 millones de dólares en Martha’s Vineyard.

De cualquier forma, más de tres años después de su salida, el 44.° presidente de Estados Unidos está otra vez en el campo de batalla político que tanto deseó abandonar. Lo obligan a participar en el enfrentamiento un enemigo empecinado en borrarlo de la historia —Trump—, y un amigo que ha demostrado la misma determinación por aprovechar su presencia, Joe Biden.

Era bien sabido que volver al campo de batalla sería muy arriesgado. Obama ha demostrado un gran interés en proteger su legado, en especial de los múltiples ataques de Trump. Pero después de realizar entrevistas con más de 50 personas que rodean al expresidente, el retrato que percibimos es el de un combatiente atribulado que intenta equilibrar el profundo enojo causado por su sucesor con el instinto de evitar el enfrentamiento por temor a que pudiera dañar su popularidad y afectar su lugar en la historia.

Sin embargo, es posible que el cálculo de ese equilibrio haya comenzado a cambiar tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía en Mineápolis. Como el primer presidente negro de Estados Unidos, ahora el primer ex-presidente negro, Obama ve la concientización social y racial actual como una oportunidad para darle un valor más significativo a las elecciones de 2020, que habían estado marcadas por el estilo de lucha sucia de Trump, y canalizar un nuevo movimiento juvenil hacia un objetivo político, como sucedió en 2008.

Actúa con cautela, con su intención característica de mantener la calma, ser fiel a su reputación, conservar su capital político y mantener intactas sus aspiraciones de un retiro tranquilo.

“No creo que tenga dudas. Más bien, creo que ha adoptado una actitud estratégica”, señaló Dan Pfeiffer, uno de sus principales asesores durante más de una década. “Siempre ha usado su voz de manera estratégica; es su posesión más valiosa”.

Obama también está atento a un ejemplo aleccionador: en 2008, los ataques de Bill Clinton en su contra fracasaron de tal manera que el personal de campaña de su esposa tuvo que reducir sus apariciones.

Muchos seguidores ejercen cada vez más presión para que sea más agresivo.

“Para variar, sería bueno que Barack Obama saliera de su cueva y ofreciera (o más bien EXIGIERA) una ruta para seguir adelante”, escribió el columnista Drew Magary en una publicación de Medium que se ha compartido muchísimo desde su aparición en abril con el título ¿Dónde diablos está Barack Obama?.

El argumento para rebatir esta postura es que Obama cumplió su trabajo y merece que lo dejen en paz.

“Obama ha estado fuera del cargo durante tres años y medio, y todavía se enfrenta a este tipo de escrutinio: nadie está presionando de la misma manera a ex presidentes blancos como George W. Bush y Jimmy Carter”, dijo Monique Judge, editora de noticias de la revista en línea The Root y autora de un artículo de 2018 que argumentaba que Obama ya no le debía nada al país.

Obama mismo parece posicionarse en algún lugar intermedio. No planea descartar sus vacaciones de verano en Vineyard y todavía le preocupa la fecha de publicación de su esperada autobiografía. No obstante, la semana pasada redobló sus críticas “indirectas” al gobierno de Trump cuando condenó el “enfoque de gobierno caótico, desorganizado y malintencionado” durante un evento en línea para recaudar fondos para Biden. Además, expresó una especie de compromiso cuando les dijo a los seguidores de Biden: “Lo que han hecho hasta ahora no ha sido suficiente. Y lo mismo va para mí, para Michelle y para nuestras hijas”.

El 25 de junio, durante un evento de recaudación por Zoom accesible solo con invitación, Obama expresó su indignación porque el presidente utilizó las frases “kung flu” y “China virus” para describir al coronavirus. “No quiero un país en el que el presidente de Estados Unidos promueva de manera activa la discriminación contra los asiáticos y encima le parezca gracioso. No quiero eso. Todavía me da escalofríos y me enfurece”, dijo Obama, según una transcripción de sus comentarios proporcionada por alguien que participó en el evento.

Obama habla frecuentemente con el exvicepresidente y los principales asesores de la campaña para darles sugerencias sobre el personal y los mensajes. En mayo le aconsejó sin rodeos a Biden mantener sus discursos cortos, hacer entrevistas entusiastas y recortar la extensión de sus tuits, pues lo mejor es hacer que la campaña funcione como un referendo sobre Trump y la economía, según algunos funcionarios demócratas.

Los funcionarios mencionaron que un aspecto de particular interés para el expresidente Obama es la operación digital de Biden, que está en preparación y para la cual ha buscado que aliados poderosos como el fundador de LinkedIn, Reid Hoffman, y el exdirector ejecutivo de Google, Eric Schmidt, compartan sus conocimientos.

Con todo, todavía se toma su tiempo para responder a algunas solicitudes, en especial las que se refieren a encabezar más actividades de recaudación de fondos. Algunos colaboradores de Obama dieron a entender que no quiere eclipsar al candidato, pero los partidarios de Biden no están convencidos de que sea así.

“Por favor, que venga y nos eclipse”, bromeó uno de ellos.

‘Obama no podrá descansar’

Desde el momento en que se anunció el triunfo de Trump, Obama adoptó un enfoque minimalista: criticaba sus decisiones de políticas públicas, pero no al hombre que las tomaba, un comportamiento conforme a la norma de civilidad observada por sus predecesores, en especial George W. Bush.

El problema es que para Trump las normas no significan nada. Desde un principio dejó muy claro que quería erradicar cualquier rastro de la presencia de Obama en el Ala Oeste. “Tenía el peor gusto”, le dijo Trump a un visitante a principios de 2017 mientras presumía sus nuevas cortinas (que no eran muy distintas de las de Obama, en opinión de otras personas que entraron al despacho durante ese periodo caótico).

Esos esfuerzos por hacerlo desaparecer fueron más enfáticos en lo referente a las políticas. Un exfuncionario de la Casa Blanca comentó que Trump interrumpió una presentación para verificar que una propuesta del personal no fuera “una cosa de Obama”.

Durante la transición, en lo que en retrospectiva parece un anticipo de la presidencia, a un colaborador de Trump se le ocurrió imprimir una lista detallada de las promesas de campaña de Obama del sitio web oficial de la Casa Blanca y utilizarla como una especie de lista de objetivos a abatir, según dos personas con conocimiento de la medida.

“Es algo personal para Trump; todo se trata del presidente Obama y de acabar con su legado. Es su obsesión”, explicó Omarosa Manigault Newman, veterana del programa Apprentice y, hasta su abrupta salida, una de las contadas funcionarias negras en el Ala Oeste de Trump. “El presidente Obama no podrá descansar mientras Trump respire”.

Cuando los dos hombres se encontraron en noviembre de 2016 para una forzada reunión posterior a la elección, el presidente electo fue cortés, por lo que Obama aprovechó la oportunidad para aconsejarle no desmantelar Obamacare. “Mira, puedes quitarle mi nombre; no me importa”, le dijo, según los asesores.

Trump asintió sin comprometerse.

Cuando la transición comenzó a hacerse eterna, Obama experimentó una creciente inquietud ante una actitud que le parecía la alegre indiferencia del nuevo presidente y su equipo de novatos. Muchos de ellos ignoraron por completo los documentos de información que el personal de Obama había preparado con tanto empeño, recuerdan sus antiguos colaboradores, y en lugar de centrarse en la política o en el funcionamiento del Ala Oeste, preguntaron por la calidad de los tacos en el comedor del sótano o dónde encontrar un buen apartamento.

En cuanto a Trump, no tiene “ni la menor idea de qué está haciendo”, Obama le dijo a un asistente después de su encuentro en el Despacho Oval.

Jared Kushner, yerno y asesor cercano de Trump, causó una impresión igualmente imborrable. Durante un recorrido por el edificio preguntó abruptamente: “Entonces, ¿cuántas de estas personas se quedan?”.

La respuesta fue ninguna, respondió su escolta. (Los funcionarios del Ala Oeste sirven a gusto del presidente, como Trump dejaría claro ampliamente en los siguientes meses).

Cuando la historia de Kushner fue transmitida a Obama, recuerdan los asesores, se rió y la repitió a sus amigos, e incluso a algunos periodistas, para ilustrar a qué se enfrentaba el país.

Un portavoz de la Casa Blanca no negó el relato, pero sugirió que Kushner podría haber hablado del personal de seguridad y mantenimiento en lugar de los nombramientos políticos.

Durante otras conversaciones con editores que respetaba, incluidos David Remnick de The New Yorker y Jeffrey Goldberg de The Atlantic, Obama se mostró más reflexivo, según personas familiarizadas con las interacciones. A veces, flotaba alguna versión de esta pregunta: ¿Podría haber hecho algo para mitigar la reacción violenta de Trump?

Barack Obama finalmente llegó a la conclusión de que era una inevitabilidad histórica, y le dijo a las personas a su alrededor que lo mejor que podía hacer era “establecer un contraejemplo”.

Otros pensaron que necesitaba hacer más. Durante la transición, Paulette Aniskoff, asistente veterana en el Ala Oeste, comenzó a formar una organización política con antiguos asesores para ayudar a Obama a defender su legado, colaborar con otros demócratas y planear sus actividades de respaldo en las elecciones intermedias de 2018.

Aunque se mostró abierto al planteamiento, lo que más le interesaba a Obama eran las salidas. “Haré lo que me pidan”, le dijo al equipo de Aniskoff, pero les pidió identificar y descartar con cuidado las apariciones que pudieran ser una pérdida de tiempo o un despilfarro de su capital político.

Entonces como ahora, Obama estaba tan determinado a evitar mencionar el nombre del nuevo presidente que un colaborador en broma sugirió que hicieran referencia a él como “el que no debe ser nombrado”, en alusión al archienemigo de Harry Potter, Lord Voldemort.

Por su parte, Trump no tenía el menor problema en mencionar nombres. En marzo de 2017, acusó en falso a Obama de haber ordenado que se vigilaran las oficinas generales de su campaña, como dijo en un tuit: “¡Qué bajo ha caído el presidente Obama, que intervino mis teléfonos durante el sagrado proceso de las elecciones! Es Nixon/Watergate. ¡Qué tipo malvado (o enfermo)!”.

Fue algo así como un punto de inflexión. Obama les dijo a Aniskoff y su equipo que hablaría de su sucesor en las elecciones intermedias de 2018. Pero no mucho.

Fue muy reveladora la forma en que Obama habló de Trump ese otoño: no tanto como una persona sino como una especie de padecimiento epidemiológico que sufría el cuerpo político, diseminado por sus secuaces republicanos.

“No empezó con Donald Trump; él es más bien un síntoma, no la causa”, afirmó durante su discurso inicial en la Universidad de Illinois en septiembre de 2018. Añadió que el sistema político estadounidense no gozaba de “salud” suficiente para formar los “anticuerpos” necesarios y combatir el contagio del “nacionalismo racial”.

La pandemia, si acaso, lo ha hecho más partidario de la comparación.

El virus, dijo durante su aparición con Biden la semana pasada, “es una metáfora” para mucho más.

Al golf le va ‘mejor que a mi libro’

Obama consideró que una de las mejores maneras de salvaguardar su legado era escribir su libro, que imaginó tanto como una crónica detallada de su presidencia como un seguimiento literario a sus muy elogiadas memorias de 1995, Los sueños de mi padre.

A fines de 2016, el agente de Obama, Bob Barnett, comenzó a negociar un acuerdo global para las memorias de Obama y la autografía de Michelle Obama. Random House finalmente ganó la guerra de ofertas con una propuesta récord de 65 millones de dólares.

El proceso ha sido un castigo dorado. A un ex funcionario de la Casa Blanca que se comunicó con él a mediados de 2018 Obama le dijo que el proyecto “era como hacer la tarea”.

Otro asociado, que se encontró con el ex presidente en un evento el año pasado, comentó cuán en forma se veía. Obama respondió: “Digamos que a mi juego de golf le va mucho mejor que a mi libro”.

No fue especialmente fácil para el ex presidente ver cómo el libro de su esposa, Mi historia, se publicó en 2018 y rápidamente se convirtió en un éxito de ventas internacional.

“Ella tuvo un escritor fantasma”, le dijo Obama a un amigo que le preguntó sobre el trabajo veloz de su esposa. “Estoy escribiendo cada palabra yo mismo, y es por eso que me está tomando más tiempo”.

La fecha de lanzamiento libro sigue siendo uno de los temas más delicados. Obama, un escritor deliberado propenso a la procrastinación —y a largas digresiones— insistió en que no haya un plazo establecido, según varias personas al tanto del proceso.

En una entrevista poco después de que Obama dejó el cargo, uno de sus asesores más cercanos había predicho que el libro saldría a mediados de 2019, antes de que las elecciones primarias comenzaran en serio, una opción preferida por muchos que trabajan en el proyecto.

Pero Obama no terminó y no circuló un borrador de entre 600 y 800 páginas sino hasta cerca de Año Nuevo, demasiado tarde para publicar antes de las elecciones, de acuerdo con conocedores de la situación

Ahora considera seriamente dividir el proyecto en dos volúmenes, con la esperanza de publicarlo rápidamente, antes de las elecciones, quizás a tiempo para la temporada navideña, según personas cercanas al proceso.

La otra gran empresa creativa de Obama, un acuerdo multimillonario de 2018 con Netflix para producir documentales y películas con su esposa, ha sido un estimulante, y, en comparación, un trabajo rápido.

Obama disfrutó la revisión de decenas de proyectos potenciales y ofreció sugerencias específicas —garabateadas en la libreta amarilla que usa para escribir su libro— a directores y escritores. Su compañía de producción, Higher Ground Productions, tiene un pequeño bungalow en un estudio de Hollywood que una vez fue hogar de la compañía de Charlie Chaplin. El expresidente pasó un día entrometiéndose con el trabajo del reducido personal durante una visita en noviembre.

Uno de los primeros proyectos fue Crip Camp, un galardonado documental sobre un campamento de verano en el estado de Nueva York, fundado a inicios de los años 70, que se convirtió en un punto focal del movimiento por los derechos de las personas con discapacidad.

Obama vio el proyecto como un vehículo para su visión del cambio político de base, y proporcionó retroalimentación durante los 18 meses que duró la producción de la película.

“Vimos imágenes que los cineastas habían comenzado a editar y se las enviamos al presidente para que las viera”, dijo Priya Swaminathan, codirectora de Higher Ground. “Quería saber cómo podríamos ayudar a los realizadores a hacer de este el mejor relato de la historia y ellos se involucraron en la colaboración. Vimos muchos, muchos cortes juntos”.

Parte de lo que Obama encuentra tan atractivo sobre el cine es que le permite controlar la narrativa. En ese sentido, la campaña de 2020 ha sido una experiencia desorientadora: se supone que su carrera política ha terminado, pero tiene un papel semi-protagonista en una producción que no ha escrito ni dirigido.

Esa leve frustración ha sido más evidente en su complicada relación con Biden, quien al mismo tiempo codicia su apoyo y está firmemente decidido a triunfar en la elección por cuenta propia.

Obama apoyó a Biden, personalmente, desde el inicio de la campaña, pero le prometió al senador Bernie Sanders, en una de sus primeras conversaciones, que su profesión pública de neutralidad era genuina y que no estaba trabajando en secreto para elegir a su amigo, según un funcionario del partido al tanto del intercambio.

Además, Obama siempre ha tenido claras las vulnerabilidades de su amigo, instando a los ayudantes de Biden a asegurarse de que no “pase por una situación embarazosa” o “dañe su legado”, gane o pierda.

Cuando un donante demócrata planteó la cuestión de la edad de Biden a fines del año pasado —tiene 77 años— Obama reconoció esas preocupaciones y dijo: “Ni siquiera tenía 50 años cuando fui elegido, y ese trabajo consumió cada gramo de energía que tenía”, según la persona.

Aún así, es un partidario entusiasta y jugó un papel central al presionar a Sanders para que “acelere el final del juego” que llevó a la victoria antes de lo esperado de Biden, en abril. Las siguientes semanas las dedicó a arreglar algunos cabos sueltos políticos, trabajar para mejorar su relación con la senadora Elizabeth Warren, quien lo molestó al criticar sus conferencias pagadas en Wall Street como emblemáticas del flagelo del dinero en la política, al describirlo como una “serpiente que se desliza por Washington”.

Sus asistentes insisten que nunca ha visto la campaña de Biden como una guerra indirecta entre él y Trump. Sin embargo, le entusiasman las métricas desequilibradas de la competencia en los últimos tiempos.

Obama supervisa de cerca sus respectivos números electorales —obtiene datos de circulación privada del Comité Nacional Demócrata—y se enorgullece con el hecho de que tiene muchos más millones de seguidores en Twitter que el presidente que confía en la plataforma mucho más que él, dijeron personas cercanas.

El expresidente devora las noticias en línea, y recurre constantemente a las páginas web de The New York Times, The Washington Post y The Atlantic desde su iPad, y conserva el horario noctámbulo de sus días en la Casa Blanca: envía mensajes de textos y enlaces a historias a sus amigos entre la medianoche y las dos de la mañana. Incluso durante la pandemia se levanta temprano, al menos entre semana, y con frecuencia está en su bicicleta Peloton a las ocho de la mañana, cuando envía otra nueva ronda de mensajes de texto, a menudo sobre el último escándalo de Trump.

Obama ya estaba intensificando su crítica a Trump antes del asesinato de Floyd en mayo. Aniskoff organizó una reunión en línea con 3000 exfuncionarios del gobierno cuyo propósito, en parte, era suavizar su línea más dura. (Demócratas cercanos a Obama filtraron amablemente la grabación de sus observaciones).

El creciente clamor de justicia racial le ha dado a la campaña de 2020 la coherencia que necesitaba Obama, un político que se siente más cómodo si puede disfrazar sus críticas contra un oponente —ya sea Hillary Clinton o Donald Trump— con lenguaje a favor de un movimiento.

La primera reacción de Obama a las manifestaciones, según sus colaboradores cercanos, fue de ansiedad, pues temía que los brotes de vandalismo se salieran de control y respaldaran la narrativa de Trump de una izquierda anárquica.

Por fortuna, los manifestantes pacíficos asumieron el control y despertaron un movimiento nacional que representó un reto para Trump sin convertir al presidente en su punto focal.

Poco después, durante una llamada estratégica con colaboradores políticos y expertos en políticas de su fundación, Obama dijo emocionado que había llegado “un momento hecho a la medida”.

Obama ha estado últimamente en contacto cercano con su primer fiscal general, Eric H. Holder Jr., compartiendo su indignación por la manera en que el actual fiscal general, William P. Barr, inspeccionó personalmente la falange de los agentes federales del orden público que lanzaron gases lacrimógenos a manifestantes para despejar el paso a la caminata de Trump para hacerse una foto en una iglesia histórica cerca de la Casa Blanca.

Holder tiene pocos reparos en llamar a Trump de racista en frente del expresidente. Obama nunca lo contradijo, pero evita el término, incluso en privado, y prefiere una acusación más indirecta de “demagogia racial”, según varias personas cercanas a ambos.

Su respuesta al asesinato de Floyd no consistió en atacar a Trump, sino en alentar a votar a los jóvenes, que no han mostrado gran entusiasmo por apoyar a Biden. Cuando decidió hablar en público fue para encabezar un foro en línea para destacar una lista de reformas a la policía que no prosperaron durante su segundo mandato.

En ese sentido, el papel en el que se desempeña con más comodidad es el cargo del que llegó a estar harto en cierto momento.

El 4 de junio, más o menos una hora antes de las honras fúnebres de Floyd en Mineápolis, el expresidente llamó al hermano de este, Philonise Floyd, del mismo modo que hizo con las familias en duelo durante sus ocho años en el cargo.

“Quiero que tengas esperanza. Quiero que sepas que no estás solo. Quiero que sepas que Michelle y yo haremos todo lo que quieras que haga”, dijo Obama durante la emotiva conversación de 25 minutos, según el reverendo Al Sharpton, que estaba presente. Otras dos personas con conocimiento de la llamada confirmaron su contenido.

“Esa fue la primera vez, creo, que la familia Floyd realmente experimentó consuelo desde que él murió”, dijo Sharpton en una entrevista.



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