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Donald Trump tiene otro problema ruso: falta de estrategia e informes de inteligencia sin leer


2020-07-01

Por David E. Sanger y Eric Schmitt, The New York Times

No se requiere autorización de alto nivel para notar que la lista de agresiones rusas en las últimas semanas rivaliza con algunos de los peores días de la Guerra Fría.

La información de inteligencia de que Rusia probablemente pagaba recompensas por abatir soldados estadounidenses en Afganistán ha suscitado un silencio extraño del presidente estadounidense Donald Trump y sus principales funcionarios de seguridad nacional respecto a qué hacer frente a la ola de agresiones del Kremlin.

Él insiste en que nunca vio la información de inteligencia, aunque esta era parte del informe diario del presidente justo unos días antes de que se firmara un acuerdo de paz con los talibanes en febrero.

La Casa Blanca dice que ni siquiera era apropiado que se le informara, porque el presidente solo ve inteligencia “verificada”, lo que provoca la sorna de funcionarios que han pasado años trabajando en la elaboración del informe diario que los presidentes estadounidenses reciben y dicen que es más valioso cuando está lleno de interpretaciones divergentes y explicaciones alternativas.

La defensa del gobierno dio un nuevo giro el miércoles, cuando Robert C. O’Brien, asesor de seguridad nacional le dijo a Fox News que el funcionario de la CIA que entregó en persona resúmenes de inteligencia al presidente no le había llamado la atención sobre el asunto.

Sin embargo, no se requiere de una autorización de alto nivel ni acceder a la información más clasificada del gobierno estadounidense para darse cuenta de que la lista de agresiones rusas en las últimas semanas rivaliza con algunos de los peores días de la Guerra Fría.

Se han registrado nuevos ataques cibernéticos contra estadounidenses que trabajan remotamente para explotar vulnerabilidades en sus sistemas corporativos. Existe una preocupación constante por las nuevas estrategias de actores rusos que buscan influir en las elecciones de noviembre. En la costa de Alaska, aviones rusos han puesto a prueba las defensas aéreas estadounidenses, lo que resultó en el apresurado envío de aviones de combate para interceptarlos.

Todo es parte de “lo más reciente de una serie de escaladas del régimen de Putin”, según dijo el 29 de junio el senador Mitch McConnell de Kentucky, el líder de la mayoría.

Sin embargo, falta en todo esto una estrategia de respuesta estadounidense—disuasión a la antigua, para retomar una frase de las profundidades de la Guerra Fría— que pueda emplearse de Afganistán a Ucrania, desde los desiertos de Libia hasta las listas de votantes vulnerables de los estados decisivos.

Oficialmente, en la estrategia de seguridad nacional de Donald Trump, Rusia es descrita como un “poder revisionista” cuyos esfuerzos para alejar a los aliados de la OTAN y expulsar a Estados Unidos del Medio Oriente deben contrarrestarse. Pero la estrategia en papel difiere significativamente de la realidad.

En este dividido gobierno hay por lo menos dos estrategias para lidiar con Rusia.

El secretario de Estado, Mike Pompeo, por lo general tan en sintonía con Trump, habla por el ala dura: llegó hace unas semanas al podio del Departamento de Estado para declarar que Crimea, anexada por Rusia hace seis años, nunca será reconocida como territorio ruso.

Luego está el presidente Donald Trump, quien “se opuso repetidamente a criticar a Rusia y nos presionó para no ser tan críticos con Rusia públicamente”, señala su ex asesor de seguridad nacional, John Bolton, en su reciente memoria. Un desfile de otros exasesores de seguridad nacional ha surgido, resentido, con reportes similares.

Sin embargo, la naturaleza de los informes de inteligencia —siempre incompletos y no siempre concluyentes— le ofrece a Trump una oportunidad para descartar cualquier cosa que desafíe su visión del mundo.

“Por definición, la inteligencia implica mirar las piezas de un rompecabezas”, dijo Glenn S. Gerstell, quien se jubiló este año como asesor general de la Agencia de Seguridad Nacional, antes de que el tema de la recompensa de Rusia estuviera en primer plano. “No es inusual encontrar inconsistencias. Y el informe diario para el presidente, en no pocas ocasiones, dirá que no existe unanimidad en la comunidad de inteligencia, y explicará las visiones discrepantes o la falta de corroboración”.

Esa ausencia de claridad no ha frenado a Trump cuando se trata de imponer nuevas sanciones a China e Irán, que plantean desafíos muy diferentes al poder estadounidense.

Sin embargo, el presidente no hizo ningún esfuerzo aparente para revisar la evidencia sobre Rusia, incluso antes de su última llamada con el presidente Vladimir Putin, cuando invitó al líder ruso a una reunión del G7 prevista para septiembre en Washington. Rusia fue proscrita del grupo desde la invasión de Crimea, y con la invitación Trump esencialmente la estaba restituyendo al G8 al pasar por alto la objeción de muchos de los aliados más cercanos de Estados Unidos.

La Casa Blanca no dice si habría actuado de manera diferente de haber tenido conocimiento de que había una recompensa rusa a cambio de vidas estadounidenses.

“Si vas a hablar por teléfono con Vladimir Putin, esto es algo que debes saber”, dijo el congresista Adam Schiff, demócrata de California y presidente del Comité de Inteligencia, que dirigió el juicio político contra Trump. “Esto es algo que debes saber si estás invitando a Rusia a volver al G8”.

Es solo el último ejemplo de cómo, en el enfoque de “primero Estados Unidos”, Trump rara vez habla de la estrategia hacia Rusia, aparte de decir que sería bueno ser amigos. Él confía en su instinto y habla de su “buena relación” con Putin, haciéndose eco de una frase que a menudo usa sobre Kim Jong-un, el dictador norcoreano.

Por lo tanto, no es de extrañar que después de tres años y medio, a menudo haya dudas sobre si llevar a Trump informes de inteligencia incriminatorios sobre Rusia.

Y en este caso, había otro elemento: la preocupación dentro de la Casa Blanca sobre cualquier hallazgo de inteligencia que pudiera interferir con el anuncio oficial del acuerdo de paz con los talibanes.

Después de meses de negociaciones interrumpidas, Trump tenía la intención de anunciar el acuerdo en febrero, como un preludio para declarar que estaba sacando a los estadounidenses de Afganistán. Como lo describió un alto funcionario, la evidencia sobre Rusia podría haber puesto en riesgo ese acuerdo porque sugería que después de 18 años en guerra, Trump estaba permitiendo que Rusia persiga a las últimas tropas estadounidenses fuera del país.

La advertencia a Trump apareció en el cuaderno de información del presidente —que Bolton dijo que casi nunca era leído— a fines de febrero. El 28 de febrero, el presidente emitió la declaración de que la ceremonia de firma del acuerdo afgano era inminente.

“Cuando me postulé para el cargo”, dijo Trump en el comunicado, “le prometí a los estadounidenses que comenzaría a traer nuestras tropas a casa y vería el fin de esta guerra. Estamos haciendo un avance sustancial en esa promesa”.

Envió a Pompeo a presenciar la firma con los talibanes. Y como señaló Trump en un tuit durante el fin de semana, no ha habido ataques importantes contra las tropas estadounidenses desde entonces. (En cambio, los ataques se han centrado en tropas y civiles afganos).

La complicidad de Rusia en el plan de recompensas se vio con más claridad el martes 30, cuando The New York Times informó que funcionarios estadounidenses interceptaron datos electrónicos que mostraban grandes transferencias financieras de una cuenta bancaria controlada por la agencia de inteligencia militar de Rusia a una cuenta vinculada a los talibanes, según funcionarios familiarizados con el informe de inteligencia.

Estados Unidos ya antes ha acusado a Rusia de proporcionar apoyo a los talibanes. Pero la información recientemente revelada sobre las transferencias bancarias reforzó otra evidencia de la trama, que incluye los interrogatorios de detenidos. Las revelaciones recientes también ayudaron a reducir un desacuerdo previo entre analistas y agencias de inteligencia sobre la confiabilidad de los prisioneros.

Los legisladores salieron el 30 de junio de sesiones informativas a puerta cerrada sobre el tema y cuestionaron por qué Trump y sus asesores no reconocieron la seriedad de la evaluación de inteligencia.

“Me preocupa que no le dieran el seguimiento agresivo o exhaustivo que deberían”, dijo el representante Adam Smith, un demócrata de Washington que dirige el Comité de Servicios Armados de la Cámara. “Claramente había evidencia de que Rusia estaba pagando las recompensas”.

La rareza, por supuesto, es que a pesar de la deferencia de Trump hacia los rusos, las relaciones entre Moscú y Washington bajo el gobierno de Trump se han hundido.

Eso quedó claro en la dura sentencia dictada recientemente en Moscú contra Paul N. Whelan, un exmarine estadounidense, después de su condena por cargos de espionaje en lo que el embajador de Estados Unidos en Rusia, John J. Sullivan, llamó de “burla a la justicia”.

Hasta la televisión estatal rusa ahora se mofa regularmente de Trump llamándolo de bufón, muy diferente de su tono efusivo durante las elecciones presidenciales de 2016.



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