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Europa dijo que estaba lista para enfrentar al coronavirus. Se equivocó


2020-07-21

Por David D. Kirkpatrick, Matt Apuzzo y Selam Gebrekidan

Al inicio de la pandemia, cuando los ministros de salud de Europa se reunieron para discutir el nuevo coronavirus, elogiaron sus propios sistemas de salud. “Nuestra lección a aprender es la humildad”, dijo más tarde un asesor de salud europeo.

Chris Whitty, el principal asesor médico de Gran Bretaña, se paró frente a un auditorio en un museo de Londres hace dos años para catalogar epidemias mortales.

Era una historia funesta: desde la peste negra del siglo XIV hasta el cólera en un Yemen devastado por la guerra. Pero el profesor Whitty, quien había pasado la mayor parte de su carrera en la lucha contra enfermedades infecciosas en África, fue tranquilizador. Gran Bretaña, dijo, tenía una protección especial.

“Ser rica”, explicó.

La riqueza “fortalece enormemente a una sociedad contra las epidemias”, argumentó, y la calidad de vida —comida, vivienda, agua y atención médica— era más efectiva que cualquier medicamento para detener las enfermedades que asolaban al mundo en desarrollo.

La confianza de Whitty no era única. En febrero, cuando los ministros de salud europeos se reunieron en Bruselas para discutir el nuevo coronavirus que surgió en China, elogiaron sus propios sistemas de salud y prometieron enviar ayuda a los países pobres y en desarrollo.

“La responsabilidad recae en nosotros, no solo para Italia y Europa, sino también para el continente africano”, dijo Roberto Speranza, el ministro de Salud de Italia.

“La Unión Europea debería estar lista para dar apoyo”, concordó Maggie De Block, en ese entonces ministra de Salud de Bélgica.

Apenas un mes después, el continente estaba abrumado. En lugar de simplemente brindar ayuda a las antiguas colonias, Europa occidental se convirtió en epicentro de la pandemia. Los funcionarios que alguna vez se jactaban sobre su preparación trataban frenéticamente de obtener equipo de protección y materiales para las pruebas, ya que las tasas de mortalidad se dispararon en Gran Bretaña, Francia, España, Italia y Bélgica.

Esto no tenía que haber pasado. Se esperaba que la experiencia y los recursos de Europa occidental proporcionarían el antídoto contra los brotes virales que salían de las regiones más pobres. Muchos líderes europeos se sintieron tan seguros después de la última pandemia —la gripe porcina de 2009— que redujeron las existencias de equipos y criticaron a los expertos médicos por reaccionar exageradamente.

Pero esa confianza demostraría su perdición. Sus planes pandémicos se basaron en una letanía de errores de cálculo y suposiciones falsas. Los líderes europeos se jactaban de la superioridad de sus sistemas de salud de primera clase, pero los habían debilitado con una década de recortes. Cuando la COVID-19 llegó, esos sistemas fueron incapaces de realizar pruebas lo suficientemente amplias para ver el pico que se avecina, o para garantizar la seguridad de los trabajadores de la salud tras su llegada.

Los mecanismos de rendición de cuentas resultaron ineficaces. Miles de páginas de planificación nacional pandémica resultaron ser poco más que ejercicios de trabajo burocrático. Los funcionarios en algunos países apenas consultaban sus planes; en otros países, los líderes ignoraban las advertencias sobre la rapidez con que un virus podría propagarse.

Los controles de la Unión Europea sobre la preparación de cada país se habían convertido en rituales de autogratificación. Los modelos matemáticos utilizados para predecir la propagación de las pandemias —y dar forma a la política gubernamental— alimentaron una falsa sensación de seguridad.

Se reveló que las reservas nacionales de suministros médicos existían principalmente en papel, que consistía en gran parte de contratos “justo a tiempo” con fabricantes de China. Los planificadores europeos pasaron por alto el riesgo de que una pandemia, por su naturaleza global, pudiera interrumpir esas cadenas de suministro. La riqueza nacional era impotente contra la escasez mundial.

Tenida en alta estima por su experiencia científica, Europa (especialmente Gran Bretaña) ha educado durante mucho tiempo a muchos de los mejores estudiantes de medicina de Asia, África y América Latina. En una visita a Corea del Sur después del brote de 2015 del coronavirus MERS, Sally Davies, entonces directora médica de Inglaterra, fue reverenciada como una autoridad superior. A su regreso a casa, aseguró a sus colegas que un brote así no podría ocurrir en el sistema de salud pública de Gran Bretaña.

Ahora Corea del Sur, con un número de muertos por debajo de 300, es un modelo de éxito contra la pandemia. Muchos epidemiólogos están atónitos ante el desastre hecho por sus mentores.

“A algunos coreanos les ha sorprendido un poco”, dijo Seo Yong-seok, de la Universidad Nacional de Seúl, y sugirió que quizás los responsables políticos británicos “pensaron que una epidemia era una enfermedad que solo ocurre en países en desarrollo”.

No toda democracia occidental fracasó. Alemania, con una primera ministra capacitada en física y un sector biotecnológico nacional considerable, lo manejó mejor que la mayoría. Grecia, con menos recursos, ha reportado menos de 200 muertes. Pero dado que se espera que varios países realicen investigaciones públicas sobre lo que salió mal, Europa lidia ahora con la forma en que un continente considerado entre los más avanzados fracasó tan miserablemente.

Su caída presagió el caos que ahora se desarrolla en Estados Unidos, donde el presidente Donald Trump inicialmente respondió a la pandemia echándole la culpa a la Europa continental y con la imposición de una suspensión de viajes. “Ninguna nación está más preparada o es más resistente que Estados Unidos”, declaró el 11 de marzo, y aseguró a los estadounidenses que “el riesgo es muy muy bajo”.

“El virus no tendrá oportunidad alguna contra nosotros”, dijo Trump.

Hoy, Estados Unidos tiene el mayor número de casos en el mundo y una tasa de mortalidad que aumenta nuevamente, acercándose a las naciones europeas ya humilladas por el virus.

Bélgica, según algunas mediciones, tiene la tasa de mortalidad más alta del mundo. La región más rica de Italia quedó destrozada. El muy elogiado sistema de salud de Francia se redujo a depender de los helicópteros militares para rescatar a los pacientes de los hospitales atestados. Gran Bretaña, sin embargo, encarna los errores de cálculo de Europa debido al gran orgullo del país por su experiencia y su estado de preparación.

Boris Johnson, el primer ministro, estaba tan confiado en que los modeladores británicos podrían pronosticar la epidemia con precisión, registros y testimonios, que durante días o semanas retrasó el confinamiento del país después de que lo había implementado la mayor parte de Europa. Esperó hasta dos semanas después de que las salas de emergencia comenzaron a ceder bajo la tensión.

Con la epidemia duplicándose cada tres días, algunos científicos ahora dicen que haber declarado la cuarentena una semana antes podría haber salvado 30,000 vidas.

Whitty, de 54 años, inicialmente elogiado en los periódicos británicos como el “geek-en-jefe”, se ha negado a hablar públicamente sobre su papel en esas decisiones. Sus amigos dicen que el gobierno le tendió una trampa para que cargue con la culpa.

“Los políticos dicen que ‘siguen a la ciencia’ y luego, si toman las decisiones equivocadas, es culpa de él”, dijo David Mabey de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, un amigo y colega. “No estoy seguro de que los políticos lo escuchen”.

Sin embargo, los críticos dicen que es imposible absolver a los asesores científicos de la responsabilidad compartida.

“Pensaban que podían ser más inteligentes que otros países”, dijo Devi Sridhar, epidemiólogo de la Universidad de Edimburgo. “Pensaron que podían ser más astutos que el virus”.

David King, exdirector científico británico, dijo: “Me temo que la palabra ‘arrogancia’ me viene a la mente”. Añadió: “Qué soberbia”.

Falsa alarma

El miedo barrió el continente. Era la primavera de 2009 y un nuevo virus que se conoció como la gripe porcina había infectado a cientos y había matado a decenas en México. Los turistas europeos invadían los aeropuertos para volver a casa. Los expertos recordaron la pandemia de 1918, que mató a unos 50 millones de personas en todo el mundo.

Los gobiernos europeos se pusieron en acción. Francia pidió a la Unión Europea que suspendiera los viajes a México y comenzó a comprar dosis de vacuna para todos en el país. Los hospitales británicos reclutaron trabajadores de la salud jubilados y distribuyeron cubrebocas, guantes y delantales almacenados.

Todos los países en Europa habían elaborado y ensayado su propio plan detallado de pandemia, que a menudo eran de cientos de páginas. Los planes de Gran Bretaña se leen como el guion de una película de terror si estuviera escrito en el lenguaje de un burócrata. Más de 1,3 millones de personas podrían ser hospitalizadas y 800,000 podrían morir. Intentar contener la pandemia “sería un desperdicio de recursos de salud pública”.

Esos escenarios catastróficos se basaron en una nueva subespecialidad de la epidemiología iniciada por científicos británicos: el uso de modelos matemáticos abstrusos para proyectar el camino de una enfermedad contagiosa.

Uno de los primeros discípulos, Neil Ferguson del Imperial College de Londres, había asumido una preeminencia en la política de salud británica. Ferguson era un físico entrenado en Oxford que pasó a la epidemiología matemática en la década de 1990 después de ver morir de sida al hermano de un amigo cercano.

Otros asesores científicos dicen que Ferguson, ahora de 52 años, se destaca por su estilo seguro de sí mismo al proporcionar respuestas fáciles de entender cuando el tiempo apremia.

“Es capaz de contestar preguntas de forma sucinta y clara y con una conclusión muy mesurada, y es exactamente el tipo de información que los políticos necesitan”, dijo Peter Openshaw, profesor de medicina en el Imperial College de Londres, quien se sienta con Ferguson en un panel que asesora el gobierno sobre virus respiratorios.

Los expertos tradicionales en salud pública, que enfatizan la experiencia clínica y las observaciones de campo, se mostraron escépticos. Advirtieron que las proyecciones eran tan buenas como sus datos y suposiciones, y que los formuladores de políticas sin experiencia en matemáticas podrían tratar a los modelos como predicciones confiables.

Una epidemia de fiebre aftosa entre el ganado en Gran Bretaña en 2001 fue la primera vez que los encargados de implementar políticas se basaron en ese modelo para hacer frente a un brote. A pesar de las objeciones de los veterinarios, el trabajo de Ferguson guio a los responsables políticos a sacrificar preventivamente a más de seis millones de cerdos, ovejas y vacas.

Estudios posteriores concluyeron que la mayor parte de la matanza fue innecesaria. Una revisión encargada por el gobierno instó a los encargados de formular políticas a que “no deben confiar en el modelo para que tome una decisión por ellos”.

“Los llamamos los ‘enredadores’”, dijo Alex Donaldson, entonces jefe del Laboratorio Pirbright del Instituto de Salud Animal de Gran Bretaña. “En futuras epidemias lo primero que debe hacerse es esconder a los modeladores predictivos”.

Sin embargo, cuando surgió la gripe porcina, los líderes británicos volvieron a recurrir al profesor Ferguson y al gran departamento de modelos que había construido en el Imperial College. Proyectó que la gripe porcina, en el peor caso razonable, podría matar a casi 70,000.

Los funcionarios electos estaban horrorizados. Boris Johnson, entonces alcalde de Londres, presidió reuniones frenéticas preparándose para la ausencia del trabajo de casi la mitad de los policías y conductores de metro de la ciudad.

“Es imposible decir qué tan malo será”, advirtió Johnson con seriedad.

Pero el “peor caso razonable” de los modeladores estaba fuera de control. La gripe porcina acabó matando a menos de 500 personas en Gran Bretaña, menos que una gripe estacional. Catherine Snelson, quien entonces completaba su entrenamiento en cuidados críticos en un hospital de Birmingham, había sido asignada para ayudar a transferir a los pacientes en exceso.

“De hecho nos sentamos ahí sin hacer nada”, recordó.

Para Johnson, el episodio de la gripe porcina reforzó su instinto de no imponer restricciones en nombre de la salud pública.

“Él cree que la gente tomará las decisiones correctas por su cuenta”, dijo Victoria Borwick, una exvicealcalde.

Una evaluación oficial advirtió: “Los modeladores no son los ‘astrólogos de la corte’”.

Vaciamiento

Algunos expertos dicen ahora que Europa aprendió la lección equivocada de la gripe porcina.

“Creó algún tipo de complacencia”, dijo Steven van Gucht, un virólogo involucrado en la respuesta belga. “Oh, ¿una pandemia de nuevo? Tenemos un buen sistema de salud. Podemos con esto”.

También coincidió con la peor depresión económica de Europa en décadas. Los legisladores franceses estaban furiosos por el costo de comprar millones de dosis de vacunas y culparon al gobierno de almacenar innecesariamente más de 1700 cubrebocas.

Para reducir costos, Francia, Gran Bretaña y otros gobiernos cambiaron muchas de sus reservas a contratos “justo a tiempo”. Los funcionarios de salud asumieron que incluso en una crisis podrían comprar lo que necesitaban en el mercado internacional, típicamente de China, que fabrica más de la mitad de los cubrebocas del mundo.

A principios de 2020, el suministro de cubrebocas de Francia había caído en más del 90 por ciento, a solo 150 millones.

“La idea de un gobierno que almacenaba suministros médicos llegó a parecer anticuada”, dijo Francis Delattre, un senador francés, quien prendió las alarmas sobre la dependencia de China. “Nuestro destino fue puesto en manos de una dictadura extranjera”.

“Francia tiene un complejo de superioridad”, agregó Delattre, “especialmente cuando se trata del sector de la salud”.

Dos años después de la gripe porcina, Gran Bretaña distribuyó las tres cuartas partes de su gasto en salud pública a los gobiernos locales, donde fue más difícil de rastrear y más fácil de desviar. Cuatrocientos expertos en salud advirtieron en una carta abierta que la descentralización “perturbaría, fragmentaría y debilitaría las capacidades de salud pública del país”, y en los años siguientes el gasto per cápita en salud pública disminuyó constantemente. Una red nacional que alguna vez había incluido 52 laboratorios se redujo a dos instalaciones nacionales y a un puñado de centros regionales que atendían principalmente las necesidades internas de los hospitales regionales.

Los funcionarios de salud también optaron por limitar las reservas de equipos de protección para hacer frente a un brote de gripe: suficiente para usar durante ciertos procedimientos en los hospitales, pero no para un uso más general, salas de emergencia, consultorios médicos o asilos de ancianos.

Los científicos sabían que un coronavirus como el SRAS o el MERS podría requerir más equipamiento.

“Es bastante difícil construir una reserva para algo que no has visto antes”, dijo Ben Killingley, un experto en enfermedades infecciosas que aconseja al gobierno sobre qué almacenar. “Depende de cuánto quieras gastar en tu seguro”.

En la superficie, las defensas de Europa aún parecían robustas. Las revisiones de la Unión Europea de la preparación pandémica parecían proporcionar supervisión, pero el proceso fue engañoso.

Los gobiernos nacionales prohibieron al Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades establecer puntos de referencia o señalar deficiencias. Por lo tanto, los comentarios públicos de la agencia fueron casi indefectiblemente positivos. Gran Bretaña, España y Grecia fueron elogiados por sus “expertos altamente motivados”, “organizaciones confiables de expertos” y “confianza en el sistema”.

“No podríamos decir: ‘Tienes que hacer esto’”, dijo Arthur Bosman, un excapacitador de la agencia. “El consejo y la evaluación tenían que ser expresados en una observación”.

Los funcionarios de salud europeos reconocieron la vulnerabilidad de las reservas nacionales. En respuesta, la Unión Europea solicitó en 2016 ofertas para construir un repositorio para todo el continente. Pero la iniciativa fracasó porque Gran Bretaña, Francia y otros países grandes pensaron que tenían la situación cubierta. Más tarde, Bélgica destruyó millones de cubrebocas caducados de su propio arsenal y nunca las reemplazó.

En 2016, Gran Bretaña puso a prueba su preparación en un simulacro llamado Ejercicio Cygnus. Novecientos funcionarios en todo el país participaron en una respuesta ficticia a una “gripe del cisne” que había surgido en Tailandia y matado a más de 200,000 personas en Gran Bretaña.

Los planificadores evidentemente nunca imaginaron que adquirir equipo de protección en el extranjero podría representar un problema. Se asumió que la “organización de los pedidos en vigor” era parte del contexto.

Sobre todo, el simulacro reveló que muchos funcionarios británicos no estaban familiarizados con los planes pandémicos del país y no estaban seguros de sus roles, según los participantes y un informe final.

“Mostró un vacío del gobierno, dentro de la infraestructura”, dijo Robert Dingwall, un sociólogo que asesora al gobierno sobre virus respiratorios y ayudó a redactar los planes. “Y eso nunca fue corregido”.

Dos años después, en China, en el mundo real, una ofensiva gubernamental contra la contaminación cerró una fábrica que cada semana proporcionaba 1,75 millones de delantales protectores a los hospitales británicos. La escasez se extendió por el sistema. Los diarios británicos declararon una “crisis del delantal”.

Aparentemente, nadie imaginó lo que sucedería con Europa si todos los suministros chinos se cortaran a la vez.

Colapso

El 28 de enero, los científicos británicos dieron la voz de alarma.

La pandemia en expansión había desencadenado una carrera mundial para obtener equipos de protección personal, específicamente en las caretas mecánicas que cubren la cara y que proporcionan el estándar de oro de seguridad.

La decisión de abastecerse más adelante “podría suponer un riesgo en términos de disponibilidad”, advirtió el panel asesor de virus respiratorios del gobierno.

No está claro cuándo Gran Bretaña comenzó a tratar en serio de aumentar sus suministros de equipos de protección.

El Ministerio de Salud solo ha dicho que empezó “discusiones y órdenes” no especificadas durante la semana que comenzó el 27 de enero. Pero Matt Hancock, el secretario de Salud, reconoció más tarde que cuando Gran Bretaña comenzó a comprar, el aumento en la demanda mundial había convertido al equipo de protección en algo “valioso” y a las adquisiciones en “un gran desafío”.

La Asociación de Médicos del Reino Unido, un grupo de defensa del gremio, dijo después que recibió más de 1300 quejas de doctores en más de 260 hospitales sobre equipos de protección inadecuados. Al menos 300 trabajadores de la salud británicos finalmente murieron después de contraer la COVID-19.

“Nos preocupa que algunos murieron por falta de equipo de protección personal”, dijo Rinesh Parmar, presidente del grupo. “Era muy miope pensar que las líneas de suministros se mantendrían con China”.

En el continente, los gobiernos que se habían resistido a los puntos de referencia del centro europeo para el control de enfermedades ahora inundaron la agencia con preguntas desesperadas, incluso sobre qué equipo almacenar. La agencia publicó una lista de lo que se necesitaba el 7 de febrero, pero para entonces los suministros mundiales se habían agotado.

“Ya era mucho más de lo que podrían conseguir”, dijo Agoritsa Baka, médica principal en el centro europeo.

En Bélgica, la escasez de cubrebocas se volvió tan desesperada que el rey Felipe negoció personalmente una donación de la empresa tecnológica china Alibaba.

Los funcionarios de salud europeos y mundiales habían revisado a fondo el plan de pandemia de Bélgica a lo largo de los años. Pero cuando llegó la COVID-19, los funcionarios belgas ni siquiera lo consultaron.

“Nunca se ha usado”, dijo Emmanuel André, quien fue reclutado para ayudar a liderar la respuesta del país al coronavirus.

En Francia, el presidente Emmanuel Macron reconoció tácitamente la disminución de las reservas del gobierno a principios de marzo, al requisar todos los cubrebocas en el país.

Pero aún insistió en que Francia estaba lista. “No vamos a detener la vida en Francia”, aseguró su portavoz a oyentes de radio.

Diez días después, Macron declaró el estado de guerra y ordenó un confinamiento estricto.

“No entiendo por qué no estábamos preparados”, dijo Matthieu Lafaurie, del hospital Saint-Louis en París. “Fue muy sorprendente que todos los países tuvieran que darse cuenta de lo que estaba sucediendo, como si no tuvieran ejemplos de las otras naciones”.

En Gran Bretaña, Johnson le dijo al público que se mantuviera “confiado y tranquilo”. Pero el mismo día, 11 de febrero, el Grupo Científico Asesor de Emergencias (SAGE), concluyó en privado que el menguado sistema de salud pública era incapaz de realizar pruebas de coronavirus, incluso para fines de año.

“No es posible”, señaló el acta del grupo.

Sin embargo, los científicos y funcionarios británicos pensaron que sabían más que otros países como China y Corea del Sur. Esos países estaban reduciendo la tasa de infección al imponer confinamientos. Los asesores científicos británicos pensaron que tales restricciones eran miopes. A menos que las restricciones fueran permanentes, cualquier reducción de la epidemia se perdería en un “segundo pico”, concluyó SAGE, según sus actas y tres participantes.

Gran Bretaña reportó su primera muerte por el virus el 5 de marzo. En toda Europa, el número de casos confirmados se duplicó cada tres días. Gran parte del norte de Italia ya estaba en cuarentena.

Al testificar ese día ante un comité parlamentario, Whitty, el asesor médico en jefe, fue firme y reconfortante. Ligeramente encorvado sobre una mesa en una pequeña sala de audiencias, les dijo a los legisladores que confiaran en los modeladores de Gran Bretaña.

Eran “los mejores del mundo”, dijo. “Podremos modelar esto, a medida que comience a acelerarse, con un alto grado de confianza”.

A pesar de los informes alarmantes de Italia, dijo, aún no había forma de predecir el golpe final del virus.

Pero enfatizó que Gran Bretaña tenía “un período bastante largo” antes de que el brote alcanzara su punto máximo, y dijo que el modelado le permitiría al gobierno esperar hasta el último momento antes de imponer restricciones sociales.

“Estamos dispuestos a no intervenir”, dijo, “hasta el punto en el que tengamos que hacerlo”.

Johnson fue aún más optimista. “Debería ser lo mismo de siempre para la abrumadora mayoría de las personas”, dijo ese día en una entrevista televisiva.

Pero los médicos en los hospitales británicos ya sentían una presión creciente. Las salas de cuidados intensivos fueron forzadas al más del doble de su capacidad en Birmingham, Londres y otros lugares.

“Se hizo evidente que el plan pandémico no iba a reducirlo”, dijo Jonathan Brotherton, director de operaciones de los Hospitales Universitarios de Birmingham, el sistema de salud más grande de Inglaterra.

En una cada vez más agitada reunión de SAGE el 10 de marzo, los científicos concluyeron a partir del número de casos en las unidades de cuidados intensivos que había al menos entre 5000 y 10,000 infecciones en todo el país.

“Habrá miles de muertes al día”, recuerda Ferguson que advirtió a los sorprendidos funcionarios del gabinete que estaban en la reunión.

Seis días después, Ferguson informó que el panel de modelado de SAGE había subido sus proyecciones. El pico estaba al alcance de la mano: en dos semanas, a inicios de abril, no durante el verano, como se había previsto anteriormente. Ese día, Ferguson emitió un estudio público que, por primera vez, proyectaba un potencial número de muertos británicos en cientos de miles.

Con un cambio de rumbo, el comité instó a tomar medidas radicales de distanciamiento social, incluido el cierre de escuelas.

“Sería mejor actuar temprano”, aconsejó el grupo, según las actas de la reunión.

Gran parte de Europa, incluida Francia, ya había cerrado. Johnson esperó otra semana, hasta el 23 de marzo, para ordenar un confinamiento obligatorio.

Reflexión

Gran Bretaña, España, Bélgica, Francia e Italia han reportado algunos de los más altos número de víctimas per cápita en el mundo. Más de 30,000 personas han muerto en Francia, y Macron ha admitido que su gobierno no estaba preparado.

“Este momento, seamos honestos, ha revelado grietas, escasez”, dijo.

Después de 44,000 muertes por coronavirus en Gran Bretaña, los funcionarios siguen defendiendo sus acciones. La respuesta del gobierno “nos permitió proteger a los vulnerables y se aseguró de que el Servicio Nacional de Salud no estuviera abrumado ni siquiera durante el pico del virus”, dijo un portavoz del departamento de salud.

Pero Johnson admitió que su gobierno había respondido “lentamente”, como en “ese mal sueño recurrente cuando le estás diciendo a tus pies que corran y tus pies no se mueven”.

Varios asesores científicos han tratado de distanciarse de sus políticas.

Ferguson dijo en una entrevista que la decisión de no intervenir antes fue tomada por el gobierno y por funcionarios de la salud, no por los modeladores.

“Ellos vinieron y dijeron: ‘¿Pueden modelar esto? ¿Pueden modelar aquello?’”, dijo. “Y lo hicimos”.

Insistió que había advertido en privado a inicios de marzo que las pruebas insuficientes en Gran Bretaña significaban que los científicos no tenían suficiente información para rastrear la epidemia.

En toda Europa, dijo, más pruebas “habrían sido lo único que hubiera marcado la mayor diferencia”.

Otros científicos dijeron que los informes de cuidados intensivos a principios de marzo deberían haber sido razón suficiente para declarar el confinamiento, sin esperar a más pruebas o modelos. Pero hay otra lección que aprender, dijo André, quien pasó años en la lucha contra epidemias en África antes de asesorar a Bélgica sobre el coronavirus.

“Ellos siguen diciendo a los países lo que deben hacer, muy claramente. Pero todos estos expertos, ¿cuando sucede en sus propios países? No hay nada”, dijo.

“Nuestra lección a aprender es la humildad”.



Jamileth


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