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Tras una pausa, el número de migrantes que intentan entrar a Estados Unidos se ha disparado


2020-08-07

Por Kirk Semple |The New York Times

NOGALES, México — La inmigración indocumentada a lo largo de la frontera suroeste de Estados Unidos ha aumentado después de un periodo de estancamiento, ya que las dificultades económicas, empeoradas por la pandemia, han llevado a miles de personas hacia el norte en busca de trabajo.

Después de hundirse en la primavera, cuando las naciones se confinaron y cerraron las fronteras en un esfuerzo por frenar la propagación del virus, el número de migrantes arrestados a lo largo de la frontera de Estados Unidos con México aumentó más del doble entre abril y julio, según el gobierno de Estados Unidos.

A medida que aumentan los números, la inmigración se está convirtiendo una vez más en el principal llamado a cerrar las filas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien, según las encuestas, se está quedando detrás en su intento de reelección y busca ganarse a un electorado cada vez más descontento con su manejo de la pandemia y la economía.

“A pesar de los peligros planteados por la COVID-19, la inmigración ilegal continúa”, dijo el jueves Mark Morgan, el comisionado interino de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza.

Los migrantes indocumentados están “poniendo en riesgo la vida de los estadounidenses”, agregó, aunque Estados Unidos lidera el mundo en cuanto a la cantidad de muertes por coronavirus.

Morgan pregonó la necesidad de continuar la construcción del muro fronterizo, un proyecto central para la identidad política de Trump, para prevenir la migración ilegal y la propagación del coronavirus por parte de inmigrantes indocumentados infectados.

Los números aún están muy por debajo del pico de la crisis migratoria en 2019, y también muy por debajo de los niveles récord establecidos en las décadas de 1980, 1990 y 2000, cuando los recuentos anuales de migrantes detenidos en la frontera suroeste a manudo superaron el millón.

Y aunque la inmigración indocumentada se está recuperando de una breve pausa, quién viene —y por qué— ha cambiado significativamente desde la pandemia. Muchos dicen que se han inspirado para intentar migrar debido a una nueva política del gobierno de Trump que los devuelve a México rápidamente, a menudo a las pocas horas de ser capturados, pero tiene el efecto no deseado de darles más oportunidades de cruzar la frontera de forma ilegal.

Durante los últimos años, los centroamericanos dominaron el flujo de migrantes que intentaban cruzar la frontera suroeste, y muchos buscaban asilo. A menudo viajaban como familia, con frecuencia con niños, y se rendían pacíficamente a los agentes fronterizos estadounidenses con la esperanza de tener la oportunidad de solicitar refugio.

Ahora, muchos centroamericanos que de otro modo habrían intentado migrar se han visto desalentados de salir de sus hogares por las fronteras cerradas y otras restricciones de viaje relacionadas con la pandemia, dijeron los defensores de los migrantes. Y se ha corrido la voz entre los posibles refugiados que huyen de la persecución que, bajo las políticas de inmigración restrictivas del gobierno de Trump, ahora hay pocas posibilidades de obtener asilo en Estados Unidos.

En cambio, la gran mayoría de los migrantes que han intentado cruzar la frontera en las últimas semanas son mexicanos, dijeron los funcionarios y los defensores de los migrantes. Y sus encuentros con las autoridades son a menudo caóticos, con migrantes dispersándose en el desierto para evadir la captura.

“Están corriendo, están peleando”, dijo Morgan. “No reconocen en absoluto las consecuencias mortales de sus acciones mientras navegamos por una pandemia global y letal”.

México ha estado entre los países más afectados por la pandemia de coronavirus, con más de 50,000 muertos reportados, solo detrás de Brasil y Estados Unidos, naciones mucho más grandes. Se cree que el número real de vidas perdidas es mucho mayor debido a la escasez de pruebas y un significativo subregistro de casos.

Millones de personas perdieron sus empleos en medio de una creciente recesión que los economistas esperan que sea la más profunda en casi un siglo, pero el gobierno mexicano ha evitado las medidas de estímulo que otras naciones usaron para apuntalar las economías a medida que cedían bajo el peso de la pandemia.

En julio, el 78 por ciento de los detenidos en la frontera suroeste eran mexicanos, principalmente hombres adultos solteros, dijo Morgan.

El número de migrantes detenidos a lo largo de la frontera con México aumentó a 38.347 en julio de 16.162 en abril, un incremento del 137 por ciento, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.

Todavía está muy lejos del año pasado, cuando hubo más de 99,000 detenciones en abril de 2019 y casi 133,000 en mayo. Pero el fuerte aumento proporcional en los últimos meses refleja un resurgimiento en la corriente migratoria.

Si bien los migrantes y sus defensores dicen que la pérdida de empleos y la profundización de la pobreza han sido los principales impulsores del reciente aumento de mexicanos, una reciente política fronteriza del gobierno de Trump también ha inspirado a los migrantes a probar suerte ahora.

En marzo, el gobierno emitió una orden que permitía a los agentes de inmigración estadounidenses suspender los procedimientos normales y expulsar rápidamente a quienes cruzaran la frontera de forma ilegal, a menudo en cuestión de horas, citando la necesidad de salud pública de mantener los centros de detención lo más vacíos posible y evitar la propagación del coronavirus. La nueva política también se extendió a los refugiados que buscan asilo.

Para alrededor del 91 por ciento de esos arrestos en julio, el gobierno usó la regla especial para devolver rápidamente a un migrante a México.

Numerosos migrantes entrevistados en esta ciudad fronteriza en los últimos días dijeron que la política había sido un incentivo para ellos: si fracasaban en su intento de entrar a Estados Unidos, dijeron, se librarían de las penurias de la detención y serían enviados rápidamente a México, poniéndolos en posición para volver a intentarlo.

“Lo que nos está animando ahora es que, por la pandemia, nos están soltando rápido”, dijo Jacobo, de 27 años, un carpintero de la ciudad portuaria de Veracruz quien intentó, sin éxito, cruzar la frontera en Nogales el mes pasado.

Solicitó el anonimato parcial para evitar llamar la atención de las autoridades estadounidenses y mexicanas.

Los migrantes dicen que a lo largo de este tramo de la frontera, es fácil encontrar un coyote que les muestre el camino. La mayoría de los cruces ocurren afuera de las ciudades y los pueblos, en áreas remotas donde la imponente barrera de metal de la frontera da paso a cercas de alambres bajos, en algunos lugares, o a nada en absoluto.

Pero también es un entorno ferozmente implacable: las rutas de la migración atraviesan una vasta región desértica en el sur de Arizona que pone a los migrantes en gran riesgo de deshidratación, insolación y hambre. Miles de viajeros han muerto en las últimas décadas al intentar cruzar.

Jacobo, quien decidió migrar después de que la pandemia le costó su trabajo en una empresa de construcción, trató de cruzar una noche a fines del mes pasado en compañía de otros cuatro migrantes, guiados por un coyote que se comunicó con ellos por celular.

Ya había pagado alrededor de 450 dólares al grupo criminal que controlaba las rutas de contrabando a lo largo de ese tramo de la frontera, y prometió pagar otros 6700 al coyote si lograba ingresar a Estados Unidos.

En algún lugar fuera de la pequeña ciudad fronteriza mexicana de Sásabe, Jacobo y las otras cuatro personas se arrastraron bajo una cerca de alambre que delimitaba la frontera. Durante dos días, caminaron hacia el norte a través del desierto de Arizona, moviéndose principalmente de noche y durante las horas más frescas de la mañana, y descansando cuando las temperaturas diurnas se volvían severas.

Tarde en la segunda noche fueron interceptados por agentes fronterizos estadounidenses. Los migrantes huyeron. Pero en las siguientes cinco horas todos fueron reunidos, y luego volvieron a Nogales y fueron entregados a los funcionarios de inmigración mexicanos, quienes los procesaron y liberaron.

Esa noche, Jacobo descansó en el albergue para migrantes San Juan Bosco en Nogales, y esperó a que su hermano, un inmigrante indocumentado que vive en Estados Unidos, le enviara dinero para otro intento. Iba a seguir intentándolo hasta que tuviera éxito, dijo; rendirse sería absurdo.

“Las posibilidades de entrar son buenas”, dijo, y agregó que el procesamiento rápido en la frontera fue “en nuestro favor”.

La población del albergue reflejaba los cambios recientes en el flujo migratorio. El año pasado, durante el pico de la crisis migratoria, hasta 200 migrantes durmieron allí una noche, la mayoría con la esperanza de presentarse en la frontera y solicitar asilo, dijo Gilda Irene Esquer Félix, quien administra el refugio.

Pero como el gobierno de Trump había suspendido de manera efectiva el acceso al programa de asilo, casi todos los migrantes que esperaban la oportunidad de cruzar habían abandonado el refugio, regresaron a sus países de origen, se mezclaron con la sociedad mexicana o intentaron encontrar una ruta ilegal a través de la frontera.

En los últimos meses, solo un puñado de migrantes se han presentado en el refugio cada día, dijo Esquer, la mayoría de ellos no habían podido cruzar la frontera y necesitaron un lugar para descansar una o dos noches después de ser atrapados en Estados Unidos y enviados de vuelta a México.

Dos mujeres mexicanas que viajaban juntas se encontraban entre una decena de residentes allí una noche de la semana pasada. Se habían conocido durante un cruce fallido hace varias semanas y desde entonces lo habían intentado otras tres veces, sin éxito.

“Varios amigos han tenido éxito”, se lamentó Dinora, de 24 años, quien solo dio autorización para usar su primer nombre. Ella se vio obligada a migrar, dijo, después de perder su trabajo de costurera en una fábrica en Campeche, su estado natal, en el Golfo de México.

Había escuchado que los estadounidenses no hacían detenciones, lo que facilita bastante volver a probar. Pero después de cuatro cruces fallidos y del desgaste de intentar cruzar el desierto, había tomado la decisión de volver a casa.

“No más”, dijo.

Su amiga, en cambio, estaba decidida a intentar de nuevo.



Jamileth


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