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El Gobierno de Johnson aborda con su credibilidad erosionada un curso político explosivo


2020-09-02

Por RAFA DE MIGUEL | El País

Si ya es complicado arrancar un transatlántico prácticamente parado, no facilita las cosas que tripulación y pasaje desconfíen del capitán después de una serie de órdenes contradictorias. Y la situación empeora cuando en el horizonte se vislumbra un iceberg incierto llamado Brexit. Boris Johnson ha reunido este martes de manera presencial a su Gabinete por primera vez después de las vacaciones de verano. Por delante tiene cuatro meses en los que se jugará todo su mandato y en los que deberá remontar una credibilidad hecha jirones por la gestión de la pandemia.

“Es fantástico volver a reunirse en persona -de modo seguro y con la necesaria distancia social- y recuperar para nuestras vidas una cierta sensación de normalidad, mientras seguimos alerta para controlar el virus”, ha dicho el primer ministro a los miembros de su Gobierno. Era el mismo día en que tenían lugar dos de los retos más delicados para comprobar si ese desesperado deseo de Downing Street por regresar a la rutina era compartido por el resto de los británicos. Prácticamente la mitad de los colegios de Inglaterra y Gales reabrían sus puertas (la otra mitad ha previsto la reanudación de su actividad desde hoy hasta el próximo lunes), y gran parte de los trabajadores regresaban de sus vacaciones.

Las dos principales apuestas de Johnson eran causa y efecto, porque las expectativas de que la economía eche de nuevo a andar dependían en gran medida de que padres y madres confiaran en las medidas de seguridad dispuestas en los centros escolares y se vieran liberados para regresar a sus oficinas y lugares de trabajo. El resultado fue ambiguo, aunque todavía sea demasiado pronto para juzgar si el Gobierno ha sido capaz de comenzar a resucitar un país en respiración asistida.

Las puertas de los colegios han recuperado desde primera hora el griterío infantil, seis meses después de que el confinamiento mandara a casa a todos los alumnos, pero el funcionamiento a medio gas de las líneas de metro y autobús en Londres y el resto de grandes ciudades, con apenas un 40% de ocupación, ha mostrado la dificultad que queda por delante. El miedo a una segunda ola del coronavirus retiene en sus hogares a miles de británicos. El teletrabajo ha demostrado, en el Reino Unido como en otras partes del mundo, que puede ser una alternativa eficaz, pero no suficiente para recuperar el pleno rendimiento de la economía. La principal patronal, CBI, ha exigido a Johnson que lidere la campaña de reapertura de centros de trabajo, tan imprescindible, ha asegurado su presidenta Carolyn Fairbairn, como los colegios. “Los costes que supone mantener cerradas son más claros cada día que pasa. Los centros más activos de nuestras ciudades parecen hoy pueblos fantasma, desprovistos del ajetreo comercial habitual. El precio a pagar es muy alto en pequeños comercios, puestos de trabajo y riqueza del vecindario”, ha escrito Fairbairn en el diario The Daily Mail.

El término más popular de las últimas semanas en la jerga política británica para referirse al Gobierno ha sido U-Turn (cambio de sentido), para definir los constantes bandazos y cambios de posición que han dado los ministros en cuanto se demostraba la impopularidad o desacierto de sus medidas. Educación tuvo que dar marcha atrás en su intento de imponer una estimación de notas de selectividad (los exámenes presenciales fueron anulados por la pandemia) basada en un dudoso algoritmo con tendencia a la baja. Las mascarillas pasaron de ser inútiles a obligatorias en comercios y centros escolares. Vivienda tuvo que extender a septiembre la prohibición de desahucios, para proteger frente a la crisis a los inquilinos, después de anunciar a mediados de agosto el fin de la medida.

Cada frenada y marcha atrás del equipo de Johnson se traducía en la dimisión de algún alto funcionario, nunca de un ministro, con lo que se consolidaba la impresión general de que el Gobierno conservador que llegó a Downing Street el pasado diciembre era fantástico para los eslóganes pero pésimo para la gestión diaria. La popularidad del primer ministro, al que en teoría le quedan aún por delante cuatro años de mandato, se ha desplomado. Según el último sondeo de YouGov, un 33% de los británicos cree que el líder laborista, Keir Starmer, sería el líder más adecuado para el país, frente a un 30% que sigue optando por Johnson. El otro tercio de los consultados se muestra incapaz de decidirse por alguna opción.

Los diputados conservadores comienzan a mostrar un estado de nervios inexplicable ante un Gobierno en teoría tan reciente y con una mayoría parlamentaria tan holgada. Hasta el punto de que ya comienzan a circular apuestas sobre el posible sucesor de Johnson, en las que los principales candidatos son su jefe de Gabinete (un puesto equivalente al del ministro de la Presidencia español), Michael Gove, y el ministro de Economía, Rishi Sunak. Son los dos políticos que han logrado mantener un perfil de mayor solidez en medio de un Gobierno que ha mostrado durante estos meses un perfil huidizo, cuando no se achicharraba directamente. El ministro de Sanidad, Matt Hancock, ha recibido todo los golpes por una gestión errática de la pandemia, y el de Educación, Gavin Williamson, se ha convertido en el chivo expiatorio de la ineficacia demostrada. “Confiemos en que a un verano de caos, frustración e incompetencia no le siga un otoño de desastre”, le reprochaba este martes a Williamson, cara a cara en la Cámara de los Comunes, la portavoz laborista de Educación, Kate Green.

Nadie lo tiene fácil en el Gobierno los próximos cuatro meses. Sobre las espaldas de Gove recaerá la responsabilidad de un Brexit desordenado el próximo 31 de diciembre, si las negociaciones con Bruselas no salen de su estancamiento actual. Y Sunak está obligado a comenzar a cerrar el grifo de las ayudas a empresas y trabajadores y presentar un presupuesto que, a la fuerza, ya no podrá tener la fuerza expansiva que Johnson prometió para reconstruir el país.



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