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Trump y la inflexión de la política mundial
Por Joseph S. Nye | El País Ahora que Estados Unidos ingresa en la última etapa de la campaña para las elecciones presidenciales de 2020 y en ninguna de las convenciones nominadoras de los partidos se habla demasiado de la política exterior, parece que la competencia entre el presidente Donald Trump y Joe Biden se dirimirá en el campo de batalla de las cuestiones locales. En el largo plazo, sin embargo, los historiadores se preguntarán si la presidencia de Trump fue un punto de inflexión en el papel de Estados Unidos en el mundo, o simplemente un accidente histórico menor. En este momento la respuesta es una incógnita, porque no sabemos si Trump será reelecto. Mi libro ¿Importa la moral? evalúa a los 14 presidentes desde 1945, la calificación formal de Trump es “incompleta”, pero por ahora se clasifica dentro del último cuartil. Los presidentes del primer cuartil, como Franklin D. Roosevelt, percibieron los errores del aislacionismo estadounidense en la década de 1930 y crearon un orden liberal internacional después de 1945. Un punto de inflexión fueron las decisiones de posguerra de Harry S. Truman, que condujeron a la formación de alianzas permanentes que aún hoy se mantienen. EE UU invirtió fuertemente en el Plan Marshall en 1948, creó la OTAN en 1949 y comandó una coalición de Naciones Unidas que combatió en Corea en 1950. En 1960, durante el Gobierno de Dwight D. Eisenhower, EE UU firmó un nuevo tratado de seguridad con Japón. Con los años, los estadounidenses han sufrido amargas divisiones —entre sí y con otros países— por intervenciones militares en países en desarrollo, como Vietnam e Irak. Pero el orden liberal institucional siguió gozando de un amplio apoyo hasta las elecciones de 2016, cuando Trump se convirtió en el primer candidato de uno de los grandes partidos en atacarlo. Trump también se mostró escéptico sobre la intervención en el extranjero y, aunque aumentó el presupuesto para la defensa, usó la fuerza con relativa moderación. El antiintervencionismo de Trump es relativamente popular, pero su estrecha definición transaccional de los intereses estadounidenses y su escepticismo en cuanto a las alianzas y las instituciones multilaterales no refleja la opinión de la mayoría. Desde 1974 el Consejo de Chicago sobre Asuntos Internacionales (Chicago Council on Global Affairs) ha consultado al público si Estados Unidos debiera tomar un papel activo en los asuntos mundiales o apartarse de ellos. Aproximadamente un tercio del público estadounidense ha sido sistemáticamente aislacionista, con un máximo del 41% en 2014. A diferencia de lo que habitualmente se cree, sin embargo, el 64% estaba de acuerdo con la intervención activa en la época de las elecciones de 2016 y ese número aumentó hasta el 70% en 2018. La elección de Trump y su atractivo populista dependieron de las disrupciones económicas acentuadas por la Gran Recesión de 2008, pero más aún de cambios culturales polarizadores relacionados con la raza, el papel de la mujer y la identidad de género. Aunque no ganó el voto popular en 2016, consiguió vincular el resentimiento de los blancos por la creciente visibilidad e influencia de las minorías raciales y étnicas con la política exterior, señalando a los malos acuerdos comerciales y la inmigración como responsables de la inseguridad económica y el estancamiento de los salarios. Como presidente, sin embargo, según el exasesor de Seguridad Nacional John Bolton, Trump carecía de una estrategia y su política exterior dependía principalmente de la política interna y sus intereses personales. Justo antes de que Trump asumiera, Martin Wolf, de The Financial Times, describió el momento como “el fin tanto de un periodo económico —el de la globalización liderada por Occidente— como de uno geopolítico, el del momento unipolar posterior a la Guerra Fría, de un orden global liderado por EE UU”. En ese caso, Trump puede convertirse en un punto de inflexión para la historia estadounidense y mundial, especialmente si es reelecto. Tal vez su atractivo electoral responda a la política interna, pero su impacto en la política mundial podría ser transformador. El actual debate sobre Trump trae nuevamente a escena una pregunta de larga data: ¿son los grandes resultados históricos producto de las decisiones de los líderes políticos o dependen en gran medida de fuerzas sociales y económicas ajenas al control de alguien en particular? A veces la historia se asemeja a un río embravecido cuyo curso se va formando de acuerdo a las precipitaciones y la topografía, y los líderes son simplemente hormigas aferradas a un tronco en la corriente. Creo que una imagen más certera es la de balsas inflables en un rápido, que tratan de maniobrar y defenderse de las rocas: a veces vuelcan y otras logran fijar el rumbo y llegar al destino deseado. Por ejemplo, Roosevelt no consiguió que EE UU ingresara en la Segunda Guerra Mundial hasta el ataque japonés a Pearl Harbor, pero la perspectiva moral que planteó sobre la amenaza que representaba Hitler y sus preparativos para enfrentarla resultaron cruciales. Después de la Segunda Guerra Mundial, la respuesta estadounidense a las ambiciones soviéticas pudo haber sido muy diferente si Henry Wallace (a quien reemplazaron como vicepresidente en la candidatura de Roosevelt para las elecciones de 1944) hubiera sido presidente en vez de Truman. Después de las elecciones de 1952, un gobierno aislacionista de Robert Taft o una presidencia enérgica de Douglas MacArthur podrían haber afectado la consolidación relativamente fluida de la estrategia de contención de Truman, a cargo de Eisenhower. John F. Kennedy fue decisivo para evitar una guerra nuclear durante la crisis de los misiles en Cuba y luego con la firma del primer acuerdo de control de armas nucleares. Pero él y Lyndon B. Johnson enredaron al país en el innecesario fiasco de la guerra de Vietnam. En las últimas décadas del siglo pasado, las presiones económicas erosionaron a la Unión Soviética y las acciones de Mijaíl Gorbachov aceleraron el colapso del bloque soviético, pero el crecimiento de la defensa impulsado por Ronald Reagan y su capacidad de negociación, sumados a las habilidades de George H.W. Bush para gestionar crisis, tuvieron una incidencia considerable para poner fin a la Guerra Fría de forma pacífica, con una Alemania reunificada en la OTAN. En otras palabras, los líderes y sus habilidades son importantes, lo que también significa que no se puede desestimar fácilmente a Trump. Más importante que sus tuits es que haya debilitado a las instituciones, alianzas y poder de atracción estadounidenses que, según las encuestas, ha decaído desde 2016. Las habilidades maquiavélicas y organizativas son fundamentales para los presidentes estadounidenses exitosos, pero también lo es la inteligencia emocional, que lleva a la autoconciencia, el autocontrol y la perspicacia contextual... ninguna de ellas es evidente en Trump. Su sucesor, en 2021 o 2025, se enfrentará a un mundo distinto, en parte debido a la personalidad y las políticas idiosincrásicas de Trump, el alcance de esos cambios dependerá de si Trump es presidente durante uno o dos mandatos. Después del 3 de noviembre sabremos si estamos en un punto de inflexión o en los momentos finales de un accidente histórico. regina |
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