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James Rodríguez está listo para entretenerte


2020-09-24

Por Rory Smith, The New York Times

No pienses en el presupuesto del club ni en lo que está en juego con la llegada del colombiano al Everton, el equipo de Liga Premier de Inglaterra. Solo disfrútalo.

Carlo Ancelotti saluda con un abrazo a James Rodríguez, mientras sale del campo. Le susurra unas cuantas palabras y felicita a su jugador por una buena tarde de trabajo. Rodríguez sonríe, le agradece y continúa su camino a la banca.

Mientras Rodríguez busca una botella de agua, Ancelotti deja de observar el juego y coloca gentilmente su mano en la espalda del jugador. Es un gesto casi paternal, lleno de satisfacción, orgullo y afecto. Deja su mano allí un par de segundos: lo suficiente como para que Rodríguez sepa que es apreciado.

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En las postrimerías del juego —Everton le ha ganado al West Bromwich Albion con marcador de 5 a 2 y permanecerá en la cima de la naciente tabla de la Liga Premier por unas cuantas horas— Ancelotti está relajado y contento, entregado a la cálida nostalgia de ser un personaje ilustre. Su mente fusiona esta tarde feliz con todos los otros días embriagadores que ha conocido.

Mientras realiza su rueda de prensa vía Zoom, la atención no se centra en la sustanciosa promesa que es Dominic Calvert-Lewin, quien ha anotado un triplete clínico e instintivo. Las primeras preguntas son puro Rodríguez, Rodríguez y Rodríguez. Ancelotti las responde todas con la actitud de un hombre que las estaba esperando.

Las últimas semanas en Everton han girado en torno a Rodríguez. Su rostro adornó el programa que repartieron justo antes de su debut en casa. Afuera del Goodison Park, las tres contrataciones del club durante el verano —Allan, Abdoulaye Doucouré y Rodríguez— han sido estampadas en una valla publicitaria. Sin embargo, es el colombiano Rodríguez quien está al frente y al centro.

El día que firmó con el club, Everton hizo arreglos para que la Torre Colpatria, el edificio más alto de Colombia, fuera bañada en luz azul. También hubo exhibiciones similares en Times Square en Nueva York y en Miami Beach. Richard Kenyon, el director de mercadotecnia del club, afirmó que el perfil de Rodríguez —según estimaciones del club, Rodríguez tiene el octavo mayor número de seguidores en las redes sociales de cualquier atleta del planeta— ayudaría al Everton a cumplir “mucho más rápido sus ambiciones globales”.

El cliché dice que ningún jugador es más importante que el club. Eso por supuesto es cierto, pero hay momentos en el que es casi posible creer que no es así. La llegada de Rodríguez, el chico de oro de Colombia, un auténtico galáctico, la estrella de la Copa del Mundo 2014, al Everton —un equipo cansado de solo mantenerse a flote, desesperado por conseguir algo más que nostalgia— es uno de esos momentos.

La tiranía del futuro

A principios de año, comenzaron a circular rumores en España de que el Barcelona —que necesitaba con urgencia refuerzos en el ataque— había contactado al Everton para ver si el equipo consideraría traspasar a Richarlison, su delantero brasileño.

Richarlison había costado 40 millones de dólares 18 meses atrás, cuando llegó del Watford, y su rendimiento había sido estable: 13 goles en la Liga Premier en una alentadora temporada debut, con ocho adicionales en la mitad de su segunda. Eso había sido suficiente, según varios medios en ese momento, para persuadir al Barcelona de ofrecer comprarlo por 108 millones de dólares: un precio alucinante y casi sospechoso, con una ganancia muy difícil de resistir.

Everton, al parecer, había dicho que no: el club no tenía intenciones de ceder un recurso valioso. Pocas semanas después, el mismo Richarlison insistiría en que todo había sido mentira. Tras ser inundado de mensajes de sus amigos en Brasil, dijo, había verificado el rumor con su agente. No hubo ninguna oferta ni un interés confirmado.

Sin embargo, como suele suceder en el mercado de fichajes, la realidad importó menos que la idea prevaleciente. Para los fanáticos del Everton, el club había adoptado una postura firme, en la que no se iba a dejar intimidar por las superpotencias del juego y en la que, por fin, tenía el arsenal financiero y el sentido de propósito concreto para no ser utilizado como un trampolín.

Sin embargo, desde otro punto de vista, la decisión del Everton parecía mucho más arriesgada. La mayoría de los clubes con el perfil del Everton —que no forman parte de la élite establecida del siglo XXI, pero que están determinados a rectificar eso— se anuncian ahora de manera activa como trampolines. Los jugadores jóvenes y talentosos llegan, destacan y luego son vendidos a un puñado de equipos en Europa: Barcelona, Real Madrid, Paris Saint-Germain, Bayern Munich, Juventus y varios miembros de los seis grandes de Inglaterra.

Cuando se ejecuta bien, todos se benefician de este arreglo. El jugador tiene la vitrina en la cual publicitar su talento y la oportunidad de forjar buenas estadísticas. El club tiene acceso a un jugador de mayor calibre —aunque en sus años formativos— que de otra manera no sería posible y cuando finalmente se concreta una venta puede reinvertir ese dinero en su plantilla.

Es la estrategia que ha permitido a equipos como el Mónaco, Ajax, RB Leipzig y Lyon alcanzar las semifinales de la Liga de Campeones en los últimos años. Es la estrategia que ha convertido al Tottenham en aspirante a la Liga Premier durante un par de temporadas y al Atlético de Madrid en una fuerza europea. Hasta cierto punto —aunque la cita no sería bien recibida en el Everton— es el enfoque que transformó al Liverpool en campeón inglés y europeo. Es, ahora, casi una ortodoxia que así es como deberían funcionar todos los clubes, con excepción de unos pocos.

Haber fichado a Rodríguez a sus 29 años va en contra de esa práctica. Aunque el caso de Rodríguez es curioso, inmerso en la ocasionalmente confusa lógica interna del Real Madrid, es contradictorio intentar alcanzar a la élite contratando jugadores que no son considerados lo suficientemente buenos como para jugar en esos equipos.

Más pertinente es el hecho de que cuando su contrato expire en 2023, como máximo, su edad sentenciará que tenga poco o ningún valor de reventa, nada para reinvertir. Cuando se vaya, el Everton estará exactamente en el mismo lugar en el que estaba cuando llegó.

En un momento en el que a los equipos se les dice que piensen en el futuro, el de Rodríguez es un fichaje para hoy, uno que golpea en el corazón de lo que desde hace mucho tiempo ha retenido al Everton y a otros: un orgullo que le impide a un club reconocer su lugar en el orden actual, más allá de su historia, un rechazo a pensar en sí mismo como algo más que un destino, y una incapacidad para ver que, en última instancia, la única manera de reincorporarse a esa élite es actuar primero como campo de pruebas para ello.

Se supone que esto debe ser divertido

Afuera del Goodison Park, un pequeño grupo de aficionados se ha reunido aproximadamente una hora después del juego con el West Brom. La mayoría viste con el azul real del Everton, pero al menos uno de ellos tiene puesto el amarillo canario de Colombia. Están allí para felicitar a los jugadores por la segunda victoria consecutiva y por un comienzo de temporada prometedor. Sin embargo, hay alguien a quien quieren ver más que a todos los demás.

Luego de un rato, aparece. Cuando Rodríguez pasa en un auto por el Winslow pub, en Goodison Road, un par de fanáticos le piden que se detenga y baje la ventanilla. Sonriendo, les hace caso. Por su molestia, le regalan una botella de vino. Rodríguez la acepta con una sonrisa de oreja a oreja. Los aficionados vitorean encantados.

Incluso antes de haber entrenado —mucho menos jugado— con sus nuevos compañeros de equipo, el mero acto de haber fichado a Rodríguez había sido suficiente para crear una sensación de optimismo, interés y energía alrededor del Everton. La sola idea de que un jugador de su reputación vistiera ese azul era algo importante, casi tangible.

Dos juegos después, ese efecto se ha magnificado. Para su entrenador, Ancelotti, sus dones yacen en su simplicidad. “Su fútbol no es muy complicado”, dijo. “Si tiene espacio, usará sus cualidades para dar pases. Si está bajo presión, jugará simple. Es lo que todos los jugadores deberían hacer”. Para su capitán, Seamus Coleman, es la “calma” que proviene de una carrera tan destacada y con tanta presión.

Pero para el ojo externo, es el arte con el que lo hace todo: la floritura de su bota izquierda mientras hace un pase; el efecto que le da a la pelota para hacerla caer justamente a los pies de un compañero; el ingenio con el que filtró un pase a Richarlison para crear el segundo gol de Calvert-Lewin.

Que a veces se desconecte de los juegos, en cierto modo, solo aumenta su aura. Rodríguez juega como una estrella en un sentido casi antiguo, del que no se espera que dicte un juego de principio a fin, sino que influya en él por momentos. Rodríguez logra que los fanáticos crean que cualquier cosa puede suceder en cualquier segundo, que nada nunca está completamente perdido, que siempre hay razones para tener expectativas y esperanzas.

En las planicies estratificadas del fútbol europeo, eso no es poca cosa. Aunque el Ajax, el Mónaco y el resto demuestran que es posible tener éxito desde una posición de debilidad, es una tarea de Sísifo: tan pronto como la roca llegue a la cima de la pendiente, el proceso debe comenzar de nuevo. El mañana, para la mayoría, nunca llega realmente.

El Everton, en cambio, ha elegido hacer el día de hoy tan agradable como sea posible, para dar a sus fans una razón para encontrar cada juego convincente. No es una aceptación de su estatus —una admisión de que nunca podrá atrapar a los gigantes modernos— sino un reconocimiento de ello. El Everton no puede unirse a la élite atrincherada de la noche a la mañana; también puede disfrutar de la espera.

En última instancia, los deportes profesionales no solo se tratan de objetivos a largo plazo, modelos de éxito, perfiles de edad y filosofías. Tampoco se tratan exclusivamente de economía. Si le quitamos el tribalismo y la intensidad veremos que, en el fondo, son una manera de entretenimiento. Se supone que deben ser divertidos. Y eso es lo que ha logrado Rodríguez: ha permitido que el Everton vuelva a divertirse.



regina


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