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Necesitamos políticos que se tomen en serio la pandemia del coronavirus


2020-10-25

Paul Krugman, El País

Había una vez, en un Estados Unidos muy, muy lejano —de hecho, apenas esta última primavera— muchos conservadores que veían la covid-19 como un problema de Nueva York. Es cierto que, en los primeros meses, el área de Nueva York, puerto de entrada de muchos visitantes europeos infectados, se vio duramente golpeada. Pero que Nueva York fuese el epicentro también encajaba en los relatos de “carnicería estadounidense” de la derecha acerca de los males que padecen las ciudades diversas y densamente pobladas. Los Estados rurales blancos se creían inmunes.

Sin embargo, Nueva York acabó controlando la expansión del virus, en gran parte mediante el uso generalizado de las mascarillas, y en este momento la “jurisdicción anarquista” es uno de los lugares más seguros del país. Pese a un preocupante repunte en algunos barrios, en especial en comunidades religiosas que han estado saltándose las normas de distanciamiento social, la tasa de positividad de Nueva York —la fracción de pruebas que muestran la presencia de coronavirus— está solo ligeramente por encima del 1%.

Pero mientras Nueva York contenía su pandemia, el coronavirus empezaba a descontrolarse en otras partes del país. En verano se produjo un repunte mortal en buena parte del Cinturón del Sol. Y ahora mismo el virus invade buena parte del Medio Oeste; en concreto, los lugares más peligrosos de Estados Unidos tal vez sean las dos Dakotas.

El pasado fin de semana, Dakota del Norte, con una media de más de 700 nuevos casos de coronavirus al día, tenía solo 17 camas de UCI disponibles. Dakota del Sur tiene ahora una aterradora tasa de positividad del 35%. Los fallecimientos tienden a llevar un retraso respecto a las infecciones y las hospitalizaciones, pero en este momento ya mueren a diario más personas en las dos Dakotas que en el estado de Nueva York, que multiplica por 10 la población de estos dos estados juntos. Y hay todas las razones para temer que las cosas empeorarán a medida que el frío obligue a las personas a resguardarse en interiores y la covid-19 interactúe con la temporada de gripe.

¿Pero por qué sigue ocurriendo esto? ¿Por qué Estados Unidos sigue cometiendo los mismos errores? El desastroso liderazgo de Donald Trump es, por supuesto, un factor importante. Sin embargo, yo también culpo a Ayn Rand o, más en general, al libertarismo echado a perder, a una mala interpretación de lo que es la libertad.

Si nos fijamos en qué dicen los políticos republicanos mientras la pandemia arrasa sus Estados, vemos mucha negación de la ciencia. La gobernadora de Dakota del Sur, Kristi Noem, en modo Trump total, cuestiona la utilidad de las mascarillas y fomenta los eventos con potencial de supercontagio. (Es posible que el rally de motociclismo de Sturgis, que atrajo a casi medio millón de motoristas a su Estado, influyera de manera crucial en la escalada del virus).

Pero también oímos mucha retórica libertaria, mucha charla sobre la “libertad” y la “responsabilidad personal”. Hasta los políticos dispuestos a decir que las personas deberían taparse la cara y evitar las reuniones en espacios cerrados se niegan a utilizar su poder para imponer normas a tal efecto, e insisten en que debe ser una decisión individual. Lo cual es una tontería.

Hay muchas cosas que deberían responder a decisiones individuales. El Gobierno no es quién para dictar los gustos culturales de uno, su fe religiosa o lo que decida hacer con otros adultos que lo consientan.

Pero negarse a llevar mascarilla durante una pandemia, o insistir en socializar con grupos grandes en lugares cerrados, no es como escoger la confesión religiosa que uno quiera. Se parece más a verter residuos no tratados en un embalse que proporciona agua potable a otras personas.

Curiosamente, hay muchas figuras destacadas que, por lo visto, siguen sin entender (o no están dispuestas a entender) por qué deberíamos practicar el distanciamiento social. No se trata principalmente de protegernos a nosotros mismos; si fuera por eso, constituiría efectivamente una decisión personal. Se trata, por el contrario, de no poner en peligro a los demás. La mascarilla puede proporcionar cierta protección a quien la lleva, pero esencialmente limita la posibilidad de infectar a otras personas.

O dicho de otro modo, la conducta irresponsable en este momento es básicamente una forma de contaminación. La única diferencia está en el nivel en el que debe cambiarse la conducta. Para controlar la contaminación son necesarias en gran medida instituciones reguladoras que limiten las emisiones de dióxido de azufre de las centrales eléctricas, o que exijan que los coches lleven catalizadores. Las decisiones individuales —usar papel en lugar de plástico, caminar en lugar de conducir— no son completamente irrelevantes, pero solo tienen un efecto marginal.

Por otro lado, controlar una pandemia exige principalmente que los individuos cambien de conducta: que se cubran el rostro, que eviten quedar en bares. Pero el principio es el mismo.

Ahora bien, ya sé que algunos se sienten irritados ante la menor insinuación de que deberían soportar algún inconveniente para proteger el bien común. De hecho, por razones que no llego a entender del todo, la irritación parece más intensa cuando el inconveniente es trivial. Un ejemplo que viene al caso: cuando semanalmente fallecen unos 5,000 estadounidenses de covid-19, Donald Trump parece obsesionado con los problemas que aparentemente tiene con las cisternas que vierten poca agua.

Pero este no es momento para que la gente se recree en sus obsesiones mezquinas. Trump puede quejarse de que “solo se oye hablar de covid, covid y más covid”. Pero lo cierto es que el rumbo actual de la pandemia es aterrador. Y necesitamos desesperadamente el liderazgo de políticos que se la tomen en serio.



JMRS


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