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¿Qué le espera al mundo con Biden en la Casa Blanca? Analizamos algunas de sus propuestas


2020-11-13

Por David E. Sanger | The New York Times

WASHINGTON — El presidente electo Joe Biden no ha ocultado con cuánta celeridad planea enterrar el lema “Estados Unidos primero” como principio rector de la política exterior del país.

Ha dicho que volverá a formar parte del acuerdo nuclear con Irán, si esa nación está dispuesta a dar marcha atrás y respetar sus límites.

Tiene la intención de prorrogar por otros cinco años el único tratado de armas nucleares que todavía existe con Rusia y redoblar esfuerzos en los compromisos de Estados Unidos con la OTAN tras cuatro años de amenazas del presidente Donald Trump de retirarse de la alianza que marcó el rumbo de Occidente durante la Guerra Fría.

De igual manera, Biden prometió que hará que Rusia “pague el precio” por sus intrusiones y acciones con el propósito de influir en las elecciones estadounidenses, incluso la suya.

Sobre todo, Biden enfatizó en un comunicado enviado a The New York Times que desea ponerle fin al lema que llegó a definir a Estados Unidos como una nación empeñada en erigir muros y convencida de que podía prescindir de la colaboración con sus aliados. Desde la perspectiva de Biden, esa consigna socavó las posibilidades de forjar un enfoque internacional común para combatir una pandemia que ha cobrado más de 1,2 millones de vidas.

“Por desgracia, el área en que Donald Trump ha cumplido la sentencia ‘Estados Unidos primero’ es en su fallida respuesta al coronavirus pues, aunque constituimos el 4 por ciento de la población mundial, nuestro país registra el 20 por ciento de las muertes”, señaló Biden unos días antes de las elecciones. “Además del hecho de que Trump acepta a los autócratas del mundo y provoca a nuestros aliados democráticos, esa es otra de las razones por las que el respeto por el liderazgo estadounidense se ha desplomado”.

Claro que es mucho más fácil prometer retomar el enfoque predominantemente internacionalista de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial que concretar ese cambio tras cuatro años de acciones para retraerse de la esfera global y, por si fuera poco, durante una pandemia que ha reforzado los instintos nacionalistas. El mundo no se ve ni remotamente como cuando Biden estuvo en contacto con él por última vez desde la Casa Blanca hace cuatro años. Se han creado vacíos de poder y, a menudo, han sido llenados por China. Algunas democracias han retrocedido. La carrera por una vacuna ha creado nuevas rivalidades.

Así que mientras los aliados extranjeros pueden encontrar a Biden tranquilizador —y sonrieron cuando le oyeron decir en una reunión tipo asamblea que “‘Estados Unidos primero’ ha hecho que Estados Unidos sea solitario”— también admiten que es posible que nunca confíen plenamente en que el país no volverá a construir muros.

En entrevistas realizadas en las últimas semanas, los principales asesores de Biden comenzaron a esbozar una restauración que podría llamarse la Gran Enmienda, un esfuerzo por revertir el curso de los agresivos métodos de Donald Trump para retraerse dentro de las fronteras estadounidenses.

“Nos guste o no, el mundo sencillamente no se organiza solo”, dijo Antony J. Blinken, asesor de seguridad nacional de Biden desde hace mucho tiempo. “Hasta que Trump llegó al poder, independientemente de que el gobierno fuera demócrata o republicano, Estados Unidos se encargaba en gran medida de esa organización; por supuesto que cometimos errores a lo largo del camino, nadie lo niega”. Sin embargo, ahora Estados Unidos ha descubierto qué pasa “cuando otro país intenta asumir nuestro papel o, todavía peor, nadie lo intenta, y entonces terminamos con un vacío que se llena con sucesos negativos”.

Blinken reconoció que para aquellos aliados —u opositores a Trump— que buscan reajustar el reloj al mediodía del 20 de enero de 2017, “eso no va a suceder”.

Quienes conocen a Biden desde hace décadas esperan que actúe con cautela y que empiece por reforzar la confianza con algunas acciones simbólicas de gran trascendencia, la primera de ellas la reincorporación al acuerdo de París sobre el cambio climático en los primeros días de su gobierno. No obstante, la reconstrucción real del poder de Estados Unidos ocurrirá a un ritmo mucho más lento.

“Heredará una situación que le da una enorme latitud y, extrañamente, lo limita”, dijo Richard N. Haass, el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores y un viejo amigo de Biden. “Claramente, lo que Trump hizo por orden ejecutiva puede ser deshecho por orden ejecutiva”.

Pero “cualquier acto que requiera el enfoque del Senado o cualquier nuevo uso de la fuerza, en ausencia de una clara provocación, estará prácticamente fuera de la mesa”, añadió.

A sus 77 años, Biden tiene su propia visión de cómo lograr la meta de “Estados Unidos primero”. “Es hora de aprovechar la fortaleza y la audacia que nos llevaron a conquistar la victoria en dos guerras mundiales y derribar la Cortina de Hierro”, escribió en Foreign Affairs en marzo.

Sin embargo, en una campaña en la que la política exterior rara vez fue mencionada, nadie le pidió a Biden explicar a fondo en qué difiere la iteración actual de la competencia entre las superpotencias de los recuerdos que tiene del inicio de su carrera política.

Nunca aclaró qué tipo de “precio” tenía en mente que pagara el presidente ruso Vladimir Putin, aunque uno de sus asesores de política exterior desde hace tiempo, Jake Sullivan, dio algunos detalles. Justo antes del día de las elecciones, señaló que Biden quería imponer “costos sustanciales y perdurables para los responsables de la interferencia rusa”, que podrían incluir sanciones financieras, congelamiento de activos, respuestas a los ciberataques y, “quizá, la exposición de prácticas corruptas de los dirigentes de otros países”.

Eso significaría un endurecimiento en la política de Estados Unidos. Pero también implicaría medidas que el gobierno de Barack Obama consideró tomar en sus últimos seis meses, cuando Biden era vicepresidente, y nunca se llevaron a cabo

El drástico cambio con respecto a Rusia es solo una muestra de los detallados planes en los que trabaja el equipo de transición de Biden con el propósito de revertir el enfoque de Trump. Ha construido un equipo de política exterior de asesores formales e informales, en gran parte procedentes de funcionarios de nivel medio y superior del gobierno de Obama que están listos para regresar. Hay plazos para la apertura de las negociaciones, la reentrada en los tratados y las primeras cumbres.

Esos planes muestran notables desviaciones de la estrategia del gobierno de Obama. Biden está repensando las posiciones que tomó en el Senado y en la Casa Blanca.

Según algunos funcionarios, el ejemplo más claro se observará en los cambios en la estrategia para las relaciones con China. Sus propios asesores concuerdan en que durante la era de Obama, Biden y su equipo de seguridad nacional subestimaron la rapidez con que el presidente chino Xi Jinping aplicaría mano dura contra los disidentes al interior del país y combinaría sus redes 5G y la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda para amenazar la influencia estadounidense.

“Ni las recompensas ni los palos han servido para persuadir a China como se esperaba”, escribieron Kurt Campbell, antiguo secretario adjunto de Estado para Asia, y Ely Ratner, uno de los asesores adjuntos de seguridad nacional de Biden, en un artículo para Foreign Affairs en 2018 que reflejaba este cambio. “Las relaciones diplomáticas y comerciales no han favorecido la apertura política ni económica. Ni la potencia militar de Estados Unidos ni el equilibrio regional han impedido que Pekín busque desplazar componentes centrales del sistema liderado por Estados Unidos”.

China es solo una arena —aunque probablemente la más importante— donde los puntos de vista de Biden entrarán en contacto con las nuevas realidades.

Afganistán y el uso de la fuerza estadounidense

Robert Gates, el secretario de Defensa que sirvió a los presidentes George W. Bush y Barack Obama, describió a Biden como “imposible que no te guste” porque era “gracioso, soez y humorísticamente consciente de ser un bocazas”. Pero Gates también declaró que Biden “se ha equivocado en casi todas las cuestiones importantes de política exterior y seguridad nacional en las últimas cuatro décadas”.

Esa evaluación también hacía referencia a la postura de Biden con respecto a Afganistán. En la primera fase del gobierno de Obama en 2009, apoyó el mantenimiento de una fuerza mínima concentrada en una misión de combate al terrorismo. Gates más tarde recordó que Biden estaba convencido de que el Ejército intentaba presionar al presidente para que enviara más soldados a una guerra que el vicepresidente consideraba políticamente insostenible.

Biden fue desautorizado por Obama, que casi duplicó el tamaño de la fuerza en Afganistán en 2009 antes de pasar a una reducción.

Sin embargo, lo que antes fue un revés para Biden se ha convertido ahora en una especie de activo político: el esfuerzo de Trump por presentarlo como defensor de las “guerras interminables” fracasó. Biden, según Sullivan, “quiere convertir nuestra presencia en actividades de combate al terrorismo” para proteger a Estados Unidos evitando que las fuerzas de Al Qaeda o el Estado Islámico establezcan una base en Afganistán.

“Sería limitado y dirigido”, dijo Sullivan. “Ahí es donde estaba en 2009, y ahí es donde está hoy”.

Confrontar a Rusia

En la Guerra Fría, los demócratas a menudo fueron retratados como el partido de la pacificación de Moscú. Biden es el primer demócrata en cambiar las cosas: no desprecia la amenaza rusa como lo hizo Obama cuando debatió con Mitt Romney, el candidato republicano en 2012, ni está ansioso por llevar un gran botón rojo de “reinicio” a Moscú, como lo hizo Hillary Clinton en sus primeros días como Secretaria de Estado.

En la campaña, Biden aprovechó la evaluación de la inteligencia de EU de que Rusia prefería a Trump, diciendo a los periodistas en Nevada que “Putin me conoce, y yo a él, y no quiere que sea presidente”. Probablemente tenga razón: después de que los detalles del alcance de la interferencia rusa en 2016 se hicieron claros, seguido por la falta de voluntad de Trump para confrontar a Putin, los demócratas se han convertido en el partido de los halcones de la política respecto a Rusia.

Durante la mayor parte de la campaña, Biden atacó a Trump por “complacer a los dictadores” y describir cómo, si era elegido, estaba dispuesto a castigar a Rusia. En su carácter de presidente, Biden tendrá que lidiar con la situación actual de Rusia, cuyo arsenal incluye 1550 armas nucleares posicionadas y varias armas nucleares tácticas que ha colocado con total libertad, incluso antes de que Trump decidiera abandonar el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio.

¿Qué haría Biden para ponerle fin a esta espiral descendente? Para empezar, negociar una prórroga de cinco años para el nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START, por su sigla en inglés), explicó Blinken, porque ese tratado expira 16 días después de la toma de posesión. Más adelante, intentará ampliar el tratado. Además, su plan es aprovechar la creciente fragilidad económica de Putin.

“Impondremos costos y aplicaremos otros mecanismos para desalentar las intromisiones y agresiones del presidente Putin”, afirmó Blinken. “Claro que está la otra cara de la moneda” en las relaciones con Moscú, añadió. Putin “explora opciones para reducir la creciente dependencia de Rusia de China”, continuó Blinken, por lo que “no está en una posición muy cómoda”.

Eso sugiere que el gobierno de Biden podría usar las sospechas que Moscú y Pekín tienen el uno del otro para dividir a las dos superpotencias, tal como el presidente Richard Nixon lo usó, a la inversa, para ganar su apertura con China hace casi 50 años.

En cuanto a Irán, el resurgimiento de una crisis

“Oh, maldición”, exclamó Biden enfadado en la sala de situaciones de emergencia en el verano de 2010, según algunas personas que participaron en la reunión, cuando comenzaron a llegar noticias de que un plan secreto diseñado por Estados Unidos e Israel para destruir el programa nuclear de Irán con un arma cibernética estaba a punto de salir a la luz. “Tienen que ser los israelíes. Se excedieron”.

Una década después, ese plan para socavar la estrategia nuclear de Irán parece haber sido el origen de una nueva era de conflictos, en la que Biden fue un jugador clave. Biden respaldó las acciones secretas porque le interesaba encontrar una forma de retrasar los avances de Irán sin correr el riesgo de provocar una guerra en el Medio Oriente. Después comentó con algunos colegas que creía que el programa secreto había ayudado a convencer a las autoridades del país a negociar, lo que dio como resultado el acuerdo nuclear de Irán.

Ahora, Biden dice que el primer paso con Irán es restaurar el statu quo, y eso significa volver a firmar el acuerdo si el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, está dispuesto a ajustarse de nuevo a los límites de producción anunciados en 2015. Por desgracia, los iraníes han dado a entender que el precio a pagar por el incumplimiento de Trump será más alto. Además, algunas de las restricciones clave sobre Irán comenzarán a levantarse pronto. La primera fase de un embargo de armas expiró en octubre, lo que despejó el camino para que los rusos y los chinos comenzaran a reanudar las ventas. Y pronto habrá un nuevo presidente iraní, con efectos desconocidos sobre las posibles negociaciones.

Los asesores de Biden opinan que retomar el acuerdo que Trump abandonó “le devuelve el peso de la responsabilidad” a Teherán.

“Si Irán decide que no va a volver a cumplir”, dijo Blinken, “estamos en una posición mucho más fuerte para obtener el apoyo de los aliados y socios” que ahora culpan a Trump de iniciar la crisis al rechazar un acuerdo que Estados Unidos ya había hecho.

El desafío de China

En 2012, Biden fue el anfitrión cuando Xi fue a Washington. El vicepresidente elogió al invitado de Pekín como un reformista en ascenso que estaba “preparado para mostrar otro lado del liderazgo chino”. Biden estuvo entre los que celebraron el inevitable pero “pacífico ascenso” de China, seguido por la seguridad de que tratar de contener su poder era una tarea de tontos.

Para este año, había modificado su punto de vista. “Este es un tipo que es un matón”, dijo Biden.

Así que durante la campaña atacó a Trump por “falsa dureza” y argumentó que “perdió una guerra comercial que él mismo comenzó”. Lo que quiso decir es que los aranceles de la época de Trump sobre los productos chinos fueron suscritos en última instancia por los contribuyentes estadounidenses en forma de subsidios gubernamentales para compensar a los agricultores y otros que perdieron ventas.

Biden ha dicho poco acerca de cómo cambiaría esa situación. E incluso si resuelve las prolongadas discusiones sobre los productos agrícolas y el robo de la propiedad intelectual por parte de Pekín, Biden se enfrentará a desafíos nunca discutidos cuando Xi estaba de visita hace ocho años: la gestión de las incursiones tecnológicas de empresas como Huawei, el gigante chino de las telecomunicaciones, y TikTok, la aplicación que se ha apoderado de la imaginación y los teléfonos de 100 millones de estadounidenses.

Biden ha sugerido que las medidas enérgicas de Trump pueden continuar, aunque rodeadas de una diplomacia más hábil para atraer a los aliados europeos y otros.

“Solo Dios sabe lo que están haciendo con la información que están recogiendo de aquí”, dijo de los chinos. “Así que como presidente, voy a tratar muy profundamente eso. Traeré a los ciberexpertos con el fin de que me den la mejor solución para lidiar con eso”.

Lo que complica el asunto es la insistencia de Biden de que, a diferencia de Trump, pondrá los valores de nuevo en el centro de la política exterior, incluyendo cómo enfocar la relación de Estados Unidos con China, un eco más suave de la promesa de Bill Clinton en la carrera presidencial de 1992 de enfrentarse a “los carniceros de Pekín”.

Presumiblemente eso significa hacer que China pague un precio por los controles de Xi sobre la disidencia, incluyendo las leyes de seguridad nacional que llevaron a los campos de detención en Xinjiang, los arrestos de disidentes en Hong Kong y la expulsión de los periodistas extranjeros que eran el último bastión de la información independiente en China.



Jamileth


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