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¿Cómo reconstruir el bienestar que hemos perdido en México?


2020-12-05

Sofía Ramíre Aguilar, Washington Post

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en sus dos primeros años de gobierno ha refrendado públicamente su convicción por atender a los pobres primero. Pero en los hechos, la economía mexicana se ha encogido desde el primer trimestre de su administración, lo cual ha disminuido la riqueza disponible para atender las necesidades de los más pobres. Ya antes de la crisis sanitaria había poco más de 52 millones de personas en esa situación, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. En los últimos seis meses, 11 millones de personas más han engrosado la cuenta de quienes con su ingreso laboral no alcanzan a adquirir la canasta alimentaria.

Según el Índice de Progreso Social 2020 de la organización México, ¿cómo vamos?, que incorpora 55 variables para medir las necesidades básicas, el bienestar y las oportunidades de las personas, solo ocho de las 32 entidades federativas del país mejoraron la calidad de vida de su población en años recientes. En otras palabras, solo tres de cada 10 personas viven en un lugar en donde el progreso social parece ser una prioridad.

El gobierno considera estar haciéndolo bien, pero la evidencia muestra un rápido deterioro del bienestar y del progreso social, a pesar de que el presidente ha mencionado esos conceptos más de 3,800 veces —un cálculo propio a partir de los discursos disponibles en el sitio de la oficina del presidente— como una prioridad de su gobierno. Las preguntas de fondo son importantes: ¿Por dónde empezar a reconstruir el bienestar perdido? ¿Por dónde empezar a dotar de bienestar a quienes nunca lo han tenido?

Las dimensiones de esta pandemia difícilmente se pudieron prever. Y más allá de la estrategia y la capacidad económica de los países, lo que ha marcado la recuperación de cada nación ha sido el estado que guardaba las cosas antes de ella: la infraestructura básica y las finanzas públicas, la calidad de los servicios de salud, educación y seguridad social, entre otras. La pandemia nos tomó muy mal preparados en más de un sentido.

El país tenía una insuficiente capacidad hospitalaria, con tres veces menos camas por cada 1,000 habitantes que Estados Unidos o España, y sin personal médico y de enfermería especializado y capacitado para la faena. También un deterioro en la salud proveniente de décadas de mala alimentación —10% de la población adulta padece diabetes y 18% hipertensión—; trabajos precarios, mal remunerados y sin seguridad social — 56% de la fuerza laboral se emplea en el sector informal—; y una caída en la matrícula educativa en los últimos años.

En la contención de la pandemia, AMLO se ha ufanado de priorizar “el rescate del pueblo” y no de las grandes empresas y bancos. Sin embargo, los 11 millones que se han sumado a la pobreza laboral dan cuenta de que entregar apoyos directos a “siete de cada 10 familias” es una medida insuficiente para contener el acelerado empobrecimiento de la población.

Además, ha decidido no contraer deuda pública en una lógica de austeridad mal entendida. Lo que se necesita es que las fábricas y empresas se reactiven, junto con la economía, para aprovechar la capacidad de la infraestructura y emplear a la gente, así sea con medidas adicionales de salubridad.

Gastar el escaso dinero público en medidas populares, pero poco estratégicas, no sólo acaba con el presupuesto sino que no promueve el autoempleo, no garantiza la viabilidad de los pequeños negocios de menos de 10 trabajadores —95% de los empleadores— ni la permanencia de las grandes firmas que, junto con las empresas de tamaño medio, dan trabajo a 47.5% de la población ocupada en el país.

Contrario a la lógica presidencial, en la cual la riqueza y el bienestar son fenómenos desvinculados, la coincidencia entre ingresos bajos y bienestar pobre es contundente. El Índice de Progreso Social 2020 señala que los estados de Oaxaca, Guerrero y Chiapas ocupan los últimos tres lugares en progreso social, además de ser los que menor riqueza tienen por habitante.

También es cierto que el dinero por sí mismo no resuelve el problema y que hay que saber administrarlo. Por ejemplo, Ciudad de México cuenta con presupuesto y capacidades para la transparencia y rendición de cuentas y, aún así, la corrupción aumentó. En Chihuahua se han destinado recursos a la seguridad pública pero la violencia no parece ceder.

No todo son malas noticias, pero tampoco hay recetas para el desarrollo. Sinaloa, Nayarit y Nuevo León han demostrado capacidad de generar bienestar con la riqueza que tienen disponible, pues mantienen mejores posiciones de progreso social que de ingreso por habitante. En el polo contrario, la riqueza que poseen Campeche y Tabasco no retribuye a su población en términos de bienestar social.

Las elecciones del próximo año, las más grandes de la historia del país, son una oportunidad única para que los candidatos hagan propuestas de continuidad o de cambio a partir de la evidencia que aporta herramientas como este índice. El electorado sabe lo que necesita y es muy probable que, además de evaluar el desempeño de la economía y la evolución de los ingresos de su hogar, revisen la gestión del gobierno estatal en función de su calidad de vida, su bienestar y el de su familia.

Más allá de la pandemia, tenemos que pensar qué país queremos en el futuro: uno en donde la riqueza nacional se diluya, la informalidad laboral sea sinónimo de desprotección social, la matrícula escolar vaya en declive, la salud de las personas no sea prioritaria y el bienestar social dependa de los programas sociales; o uno donde la prioridad sea el bienestar de las personas, empezando por las más pobres, y se aproveche el crecimiento económico para mejorar la distribución de la riqueza.

En el segundo aniversario de este gobierno, y a seis meses de las elecciones intermedias, hay mucha información útil que nos ayudará a salir de la crisis si la sabemos interpretar. El gobierno necesita apostarle a un cambio de paradigma en la relación que guardan el crecimiento y el bienestar, con la mente abierta y la caja de herramientas en la mano.



JMRS


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