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Trump intenta torpedear la ayuda contra la covid


2020-12-12

Paul Krugman, El País

Los próximos meses van a ser horribles. Varios miles de estadounidenses mueren a diario de covid-19; dado el desfase entre contagios y fallecimientos, es casi seguro que el número de muertes diarias aumentará hasta final de año; y si la gente se descuida en Navidades, podría aumentar incluso más a comienzos del año que viene. La recuperación económica se ha estancado, y el empleo se mantiene en casi 10 millones de puestos de trabajo menos que en el momento previo a la pandemia.

A estas alturas podemos esperar, como mucho, políticas que mitiguen el sufrimiento y que nos permitan soportar el horror, mientras esperamos una vacunación generalizada. Y hace unos días parecía posible recibir de hecho buenas noticias en el frente económico. Un grupo de senadores de ambos partidos parecía estar a punto de aprobar un plan de ayudas contra los efectos de la covid que se quedaría muy corto respecto a las necesidades, pero sería mucho mejor que nada. Y entonces intervino la Administración saliente de Trump… de manera destructiva.

Antes de centrarme en qué tiene de malo la propuesta de la Administración y la razón por la que podría resultar muy perjudicial, hablemos de cuál debería ser ahora mismo el objetivo de la política económica. Sigo viendo noticias que enmarcan las discusiones del Congreso sobre las ayudas como un debate sobre “estímulos”. Pero los estímulos se aplican cuando el desempleo es elevado porque la gente no gasta suficiente. Y ese no es el problema que afrontamos.

Piensen en ello. ¿Por qué sigue habiendo dos millones menos de trabajadores en “lugares donde se sirven alimentos y bebidas” que antes de que atacara el coronavirus? No se debe a que la gente no pueda permitirse comer en un restaurante o ir a un bar. Es porque comer en restaurantes y reunirse en bares son actividades peligrosas. En muchas partes del país estas actividades están, acertadamente, prohibidas o fuertemente restringidas; incluso cuando están permitidas, mucha gente, comprendiendo los riesgos, decide quedarse en casa.

La función de la política económica en esta situación no es recuperar esos puestos de trabajo mientras la pandemia sigue desatada; de hecho, no queremos recuperar el empleo en sectores de alto riesgo mientras no dispongamos de vacunas para la población en general. Lo que deberíamos hacer, en cambio, es minimizar el sufrimiento mientras esperamos. Es decir, la cuestión no son los estímulos, sino las ayudas para paliar situaciones catastróficas.

¿En qué debería consistir esa ayuda? Debería proporcionar apoyo a los desempleados forzosos, sostener las empresas durante los meses sombríos que nos aguardan, y ayudar a unas administraciones estatales y locales que sufren graves caídas de ingresos y que, si no se les ayuda, se verán obligadas a efectuar recortes drásticos en servicios esenciales. Y no, este último problema no se reduce a los Estados demócratas. De hecho, seis de los siete Estados que se prevé que experimenten las mayores caídas de ingresos tienen gobernadores republicanos.

Los demócratas de la Casa de Representantes siempre han estado dispuestos a aprobar un plan de ayudas que siga las pautas que acabo de describir. Y como he dicho, hasta hace unos días parecía que el Senado avanzaba en la redacción de un proyecto de ley que, aun siendo mucho menos ambicioso de lo que proponían los demócratas, sería mejor que nada. Parecía que el principal escollo era la determinación de Mitch McConnell, jefe de la mayoría en el Senado, de incluir una píldora envenenada: eximir por completo a las empresas de cualquier responsabilidad por exponer a sus trabajadores a los riesgos de la covid-19. Pero los observadores esperaban que se lograse alcanzar un acuerdo. Y entonces se produjo la intervención del Gobierno de Trump; una propuesta de Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, que McConnell se apresuró a respaldar, a pesar de que estuviera desastrosamente mal concebida.

No estoy seguro de que la cobertura informativa sobre este debate haya explicado del todo lo mala que es la propuesta de Mnuchin. Muchos titulares resaltaban el coste, algo más de 900 millones de dólares, que sería similar al del plan negociado por ambos partidos, lo que daba a entender que el Gobierno proponía algo positivo. Sin embargo, la propuesta del Gobierno de hecho eliminaba por completo la parte más importante del plan de ayuda —ampliar las prestaciones de los desempleados— sustituyéndola por el envío de un solo cheque de 600 dólares a cada ciudadano. Insisto, piensen en ello. Para los estadounidenses que no podrán volver a trabajar mientras la pandemia siga activa, un solo pago de 600 dólares es insuficiente, mientras que para aquellos que no han perdido su empleo, es innecesario. Por supuesto que los ciudadanos podrían gastar parte de la ayuda, lo que aumentaría la demanda agregada; pero la falta de demanda en general no es el principal problema en estos momentos.

¿En qué está pensando Mnuchin, entonces? No podemos descartar la ignorancia pura y dura. Es completamente posible, resulta triste decirlo, que tras nueve meses de una recesión causada por la pandemia, los miembros del Gobierno sigan sin entender la lógica básica de la ayuda. O tal vez sigan aferrados al mito, absolutamente desmentido, de que las prestaciones por desempleo son de hecho la causa del desempleo elevado. O quizá esta propuesta refleje la especial combinación de delirio y cinismo que caracteriza al Gobierno saliente. El presidente Trump sigue intentando, de maneras cada vez más desesperadas y destructivas, impugnar los resultados de las elecciones. Y en su locura quizá imagine que enviar a todos los habitantes otro cheque con su nombre le dará más réditos políticos que ayudar a quienes de verdad lo necesitan.

Sea cual sea el motivo, la propuesta de Mnuchin no podría haber llegado en peor momento. Es muy posible que socave la ayuda económica que necesitan millones de estadounidenses.



JMRS


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