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López Obrador necesita más críticas desde la izquierda
Ignacio Rodríguez Reyna, The Washington Post Uno de los éxitos del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es haber instalado en la agenda pública la noción de que puede “eliminar” socialmente a quienes disienten de él, y catalogar como ilegítima toda crítica porque esta proviene de sectores “conservadores” y “corruptos” que perdieron los privilegios del pasado. Sus repetidas quejas de que, con la excepción de Francisco I. Madero —quien gobernó hace más de 100 años—, es el presidente mexicano más atacado por los medios de comunicación y por los “neoliberales” que intentar bloquear su proyecto de transformación, no son necesariamente verdaderas, pero le han funcionado para sus propósitos. Sus conferencias matutinas han sido un eficaz instrumento para golpear —o regresar el golpe— y neutralizar a sus críticos, aunque ello, paradójicamente, lo ha aislado de una realidad más compleja de lo que él quisiera. Además de silenciar a las voces que denomina conservadoras, también ha invisibilizado a las que no pretenden derrocarlo ni que su gobierno fracase, sino que buscan que se concrete el cambio que prometió en su campaña. A AMLO no le hace bien asumir la actitud ensimismada de quien no escucha ni ve nada que perturbe su visión del mundo. De nada le servirá cerrar los ojos. Por el contrario, lo que le hace falta es más crítica desde la izquierda, de quienes le han acompañado, con causas y objetivos en común, desde antes de acceder al poder. No todos los que critican sus políticas lo hacen desde la nostalgia de la corrupción o los privilegios. Existen voces de la sociedad que buscan contribuir al debate público desde posiciones progresistas, las mismas que sirvieron para impulsar y amplificar entre la gente la noción de que el país se iba al precipicio por el desastre de los gobiernos anteriores del Partido Revolucionario Institucional y el Partido Acción Nacional. La llegada de AMLO a la presidencia le debe mucho a la catástrofe propiciada por la élite que gobernó los últimos 30 años, pero también a la acumulación de un capital y una energía social que no es exclusiva de los sectores más pobres, sino además de profesionistas, trabajadores del arte y la cultura, pequeños propietarios, medianos empresarios o científicos que vieron en él la esperanza de un gobierno distinto. Es deplorable que dirigentes sociales, intelectuales, feministas, activistas ecologistas y de derechos humanos, organizaciones estudiantiles y académicas e, incluso, militantes de Morena que tienen cuestionamientos particulares, ejerzan su derecho a disentir “a escondidas”. Y más que lo hagan en voz baja porque aún le conceden el beneficio de la duda al gobierno, porque no quieren “estorbar” el proyecto, no desean ser confundidos con la derecha, o por el temor a ser satanizados. Del desdén presidencial a las luchas feministas, la ciencia, la cultura o el medio ambiente, existen múltiples evidencias. Pero no significan lo mismo las voces golpistas de la organización Frena que el pensamiento crítico de quienes han luchado décadas por enterrar al viejo régimen y al neoliberalismo. Los medios de comunicación —ya sean nuevos o tradicionales— que buscan establecer plataformas profesionales y rigurosas, son una vía indispensable para que estas voces críticas y progresistas se expresen. Prestan un servicio primordial para el país, a pesar de las embestidas presidenciales que reciben. Hace unas semanas, AMLO utilizó una de sus mañaneras para “exhibir” la tendencia de los medios, y mostrar cuán atacado es y cuántas opiniones negativas se publican en contra de su gobierno. El expresidente panista Vicente Fox hacía exactamente lo mismo que él. Su esposa, Marta Sahagún, y Alfonso Durazo, secretario particular y vocero de Fox durante cuatro años —y hasta hace poco secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del actual gobierno—, citaban a los directivos de los medios para hacerles reclamos con argumentos casi idénticos a los del actual presidente. Escuché de manera directa esas quejas como director editorial de El Universal. Los políticos conservadores de entonces tampoco entendían por qué se hacía un periodismo crítico y utilizaron el mismo argumento que AMLO: las críticas al gobierno pretendían obtener más dinero público en publicidad para los medios. Aunque recurre con frecuencia a las frases de “no somos iguales” o “no somos lo mismo” para marcar una frontera ética con respecto a los conservadores, lo cierto es que, en este aspecto, AMLO se les parece mucho. Ya cumplió una tercera parte de su mandato y no le será fácil mantener la estrategia de descalificar por igual a todos sus críticos y colocarlos en el mismo bando. Y no, la crítica no es ilegítima. De hecho, la necesita. En su entorno trabaja gente íntegra y honesta que debe ser escuchada, por más que la tentación sea escuchar solo los cantos de las sirenas. AMLO no es infalible. Es un político con aciertos, sobre todo en materia social, donde ha decidido privilegiar correctamente a los siempre olvidados del país, pero comete errores, tiene obsesiones cuestionables y defiende concepciones equivocadas en más de un tema. Su popularidad, aún en rangos notables, de poco más de 60%, seguramente le alcanzará para ganar la mayoría en las elecciones de gobernadores y diputados federales en 2021. Sin embargo, el desgaste por los choques con sus críticos irá creciendo, al igual que cierta decepción de quienes votaron por cambiar la forma de hacer política, pero tienen frente a sí el pragmatismo con el que AMLO y su partido, Morena, buscan retener el poder. AMLO dejará la presidencia, pero los medios de comunicación y las voces críticas permanecerán, estarán ahí cuando llegue el próximo presidente. Y harán lo que ahora hacen: la crítica es inherente a la democracia. Hay una agenda de la sociedad más amplia y diversa que la del presidente. Las voces críticas no se extinguirán por decreto y más valdría que empezara a ser receptivo con aquellas que provienen de sectores progresistas. Aún le quedan cuatro años para intentarlo. Jamileth |
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