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Mascarillas y activismo: Naomi Osaka alza su voz por las minorías


2020-12-18

Por Elena Bergeron The New York Times

Usó su tiempo libre de las competencias, debido a la pandemia, para reflexionar sobre el mundo y el lugar que ocupa en él. Cuando llegó el momento de hablar, lo hizo a su manera.

Como suele suceder, la entrevista de Naomi Osaka después del partido tocó una fibra sensible.

Ocurrió dos años después de que saltó a la fama tras una victoria conmovedora sobre Serena Williams en la final individual femenina del Abierto de Estados Unidos de 2018, donde se mostró frágil al llorar frente al público que había apoyado a su oponente.

Ahora, en septiembre, después de ganar el Abierto de Estados Unidos por segunda vez, el analista de ESPN, Tom Rinaldi le pidió a Osaka que explicara por qué había entrado a cada uno de sus siete partidos usando una mascarilla con el nombre de una víctima negra de la violencia racista.

“¿Qué mensaje quisiste enviar?”, le preguntó Rinaldi a Osaka.

“Bueno, ¿qué mensaje recibiste?”, respondió. “Creo que el punto es que la gente comience a hablar”.

Su respuesta, una volea que regresó por reflejo, precisa y con un poco de efecto, reveló a una mujer completamente distinta a la que se había quebrado bajo un abucheo insoportable en el estadio Arthur Ashe, después de ganar su primer título del Abierto de Estados Unidos.

Conforme ha crecido su estrellato, Osaka se ha descrito frente a los entrevistadores como tímida y callada, aunque su hermana mayor, Mari, la compara con el personaje Stewie Griffin, del programa animado de televisión Padre de familia, cuyo genio malévolo está subvertido por las limitaciones de ser un bebé. Esa conducta bastaba mientras Osaka navegaba por el mundo como una advenediza efervescente.

Cuando llegaba el momento de sincerarse sobre casi cualquier tema profundo, Osaka solía dejar que las palabras se enroscaran en su interior como una manguera sin desenrollar. Sin embargo, en 2020, encontró su voz y la calma para decir lo que pensaba cuándo y cómo lo considerara pertinente, un salto inmenso para una superestrella mundial que alguna vez se sintió demasiado cohibida como para exhortarse incluso en la cancha. Con el tiempo para involucrarse en protestas a favor de los derechos civiles, debido a la pausa en el tenis que produjo la pandemia, Osaka encontró el espacio para desenmarañar sus pensamientos y expresar una demanda urgente e inequívoca de cambio.

Al hacerlo, se volvió tan precisa y eficaz en su protesta como lo ha sido en su tenis, al ofrecer su versión del poder blando: el despliegue de un activismo audaz moldeado por su comprensión única del mundo y su lugar en él.

Osaka evitó copiar el estilo de otras estrellas del tenis

Desde hace mucho tiempo, hay una facción en el tenis que desea escuchar una versión más refinada de Osaka.

“Siempre, bien sea en el WTA Tour o en otros lugares, todos me presionaban con el fin de que capacitara a Naomi para los medios”, dijo Stuart Duguid, su agente. “Siempre pensé que sería un error para ella. Eso es lo último que queremos hacer”.

Después de que Osaka repitió con vacilación lo que ella definió como “el peor discurso de aceptación de todos los tiempos” en Indian Wells, en marzo de 2018, la presión aumentó cuando los ejecutivos le hicieron saber a Duguid que no estaban encantados.

Sin embargo, argumentó que la franqueza de Osaka la convirtió en una estrella con la que los fanáticos pueden conectarse. Al mostrar el aire travieso y la alegría de la hermana adolescente de cualquiera en sus entrevistas, Osaka acumuló una popularidad que demostró que Duguid tenía razón. Rechazó el prestigio a ultranza, oponiéndose a los relojes de lujo y los patrocinios de automóviles que impulsan el “triunfo” en el tenis.

En cambio, Osaka se alineó con marcas que tenían sentido para un ciudadano global de la Generación Z: hizo acuerdos con Sony PlayStation y Airbnb. Ella asumió asociaciones de capital con marcas de rendimiento y compañías como BodyArmor, SportWater e Hyperice, y comenzó colaboraciones de moda con Comme des Garçons y Adeam, marcas que no son codiciadas en los lujosos clubes de campo, sino en las urbes.

Esa estrategia aumentó sus ganancias de 2019 a 37 millones de dólares, una cifra que Forbes estimó que era lo máximo que una mujer ha ganado como atleta en un año.

En un 2019 que calificó como “en forma de U”, la crudeza y la honestidad de Osaka transmitieron la profundidad de su frustración por todo lo que había batallado después de sus trepidantes victorias en torneos de Grand Slam. Después de una racha de dieciséis triunfos en eventos de Grand Slam, sufrió una derrota inesperada en el Abierto de Francia de 2019 en su tercer partido y perdió de manera sorpresiva en la primera ronda de Wimbledon. Después de Wimbledon, se enfrentó a reporteros que le presentaron varias versiones de la misma pregunta: ¿cuál es tu problema?

“Todavía no tengo respuestas para algunas de sus preguntas”, admitió con brusquedad frente a un cuestionamiento, durante una conferencia de prensa de la que salió diciéndole a un moderador: “Siento que estoy a punto de llorar”.

Era una actitud problemática: sus entrevistas luego de los partidos se sentían como escuchar el estetoscopio de un doctor a escondidas. Osaka tan solo ofrecía tristeza y frustración, sin ninguna comba.

Por fortuna, Osaka terminó el año con la contratación de un nuevo entrenador, Wim Fissette, un belga de mentalidad analítica que había trabajado con otras tenistas de primer nivel mundial como Simona Halep, Kim Clijsters y, más recientemente, Victoria Azarenka.

Cuando fue derrotada en el Abierto de Australia, Fissette y Osaka mejoraron su comunicación. Hasta ese momento, habían desarrollado una respuesta cortés sobre las partes técnicas de su juego, pero no llegaron a hablar de su mentalidad al entrar en los partidos.

“Ella no es una persona que, apenas la conoces, te dice todo lo que necesitas saber”, dijo Fissette.

Semanas después de su derrota, Osaka reveló en una conversación que le había dicho a su entrenador que las cosas estaban bien cuando no lo estaban. Había asumido una presión extrema para ganar en Australia y no estaba mentalmente preparada para lidiar con un partido que no salió como ella quería. Osaka accedió a abrirse, dándose cuenta de que compartir sus sentimientos no desafiaba su confianza normal en el juego y en su físico.

“No necesito mucho en términos de estrategia, y siento que mi juego siempre es lo suficientemente bueno como para ganar”, dijo en una entrevista por correo electrónico en noviembre. “Pero, por supuesto, no puedes jugar tu juego todos los días, por lo que es bueno saber que tengo información sobre mi oponente en caso de que la necesite. Eso definitivamente me ayuda a relajarme cuando voy a los partidos”.

‘Pude tomarme más tiempo personal’

Como es natural en estos tiempos, la atleta no ha puesto a prueba sus habilidades en los últimos meses porque la pandemia detuvo la gira de la Asociación Femenina de Tenis (WTA, por su sigla en inglés) a mediados de marzo junto con el resto de las principales ligas deportivas. Osaka utilizó la inactividad para mirar el mundo desde su posición privilegiada. “Pude enfocarme en cosas ajenas al tenis y vivir mi vida fuera del tenis de un modo que nunca había experimentado y que probablemente nunca volveré a vivir”, comentó. “Pude tomarme más tiempo personal, más tiempo para la introspección, más tiempo para entender y ser testigo del mundo que me rodea”.

Algunos indicios sobre cómo pasó esos meses y cómo la cambiaron se han filtrado en sus cuentas de redes sociales donde, entre bailes familiares, publicó imágenes de Los condenados de la tierra, el libro de Frantz Fanon, y apareció con su novio, el rapero Cordae Dunston, en bicicletas de ejercicio en una foto tomada por Colin Kaepernick. En medio de las series de Netflix, los entrenamientos en casa, y las lecciones para aprender a preparar la receta favorita de Tamaki, su madre, Osaka pasó un tiempo leyendo sobre cómo Haití se convirtió en la primera república liderada por negros en el mundo. Esa fue una sugerencia de Leonard Francois, su padre, para aprender sobre sus antepasados.

Sin la visión estrecha de un calendario tenístico, Osaka mostró los efectos en su psique producidos por los ataques violentos en contra de los afroestadounidenses. En los días posteriores al asesinato de George Floyd ocurrido en mayo a manos de la policía de Minneapolis, Osaka voló con su novio, el rapero Cordae Dunston, para protestar en esa ciudad y luego escribió un artículo de opinión para Esquire en el que desafió a esa sociedad a “atacar el racismo sistémico de frente, que la policía nos proteja y no nos mate”.

Aunque la defensa de Osaka de cada parte de su identidad —japonesa, haitiana, criada en Estados Unidos— le ha brindado rentables vías de patrocinio, a menudo ha resaltado su origen negro cuando los comentaristas lo minimizan. Eso ha ocurrido de diversas maneras, como cuando un entrevistador de televisión después de un partido del Abierto de Australia de 2019 le pidió que saludara a sus seguidores japoneses. Ella les dio las gracias y luego saludó a la gente de Haití.

Su negritud también se ha pasado por alto en circunstancias más preocupantes.

Después de su victoria en el Abierto de 2018, una caricatura de un periódico australiano mostró a Williams, su contrincante en ese partido, de un modo racista —rasgos faciales de congelados en una rabia retorcida— que el artista defendió diciendo que la había dibujado como “una mujer afroestadounidense”. En medio de la controversia, casi se olvidó cómo representó a Osaka en la misma caricatura: pálida, con cabello rubio, liso y casi irreconocible. En 2019, su patrocinador Nissin lanzó un anuncio en el que una caricatura de Osaka tenía la piel y el cabello mucho más claros que los que tiene en la vida real.

Ese mismo año, un dúo de comediantes japoneses dijo que Osaka necesitaba “un poco de lejía” y estaba “muy bronceada”, comentarios por los que luego se disculparon, sin nombrar a Osaka específicamente.

Al cambiar su vida diaria y sin acceso a su trabajo deportivo, plataformas como TikTok, Instagram, Facebook y Twitter le proporcionaron la forma más sincera de hablar como había prometido. Cuando tuiteó su apoyo al movimiento Black Lives Matter en junio y alentó a participar en una protesta en Osaka, Japón, se enfrentó a los críticos de las redes sociales que la llamaron terrorista y una reacción generalizada de los japoneses que veían el problema como una causa ajena.

“Creo que para la gente de Estados Unidos, el movimiento Black Lives Matter es algo de lo que todos hemos comenzado a hablar y a hablar abiertamente”, dijo Osaka. “Sin embargo, a nivel mundial, no es tan común y espero que eso cambie”.

El antropólogo cultural John G. Russell ve el surgimiento de Osaka en Japón como un paso significativo debido a la larga historia del país asiático de promocionar y enfocarse en su propia cultura, pero eso ha hecho que ella y sus patrocinadores deban enfrentar la virulencia racista de algunas personas que ven a las figuras japonesas mestizas como una amenaza para la identidad nacional.

Yu Darvish, un popular lanzador de las Grandes Ligas que es japonés e iraní, y Rui Hachimura, estrella de la NBA con ascendencia japonesa y beninesa, también han usado sus cuentas en las redes sociales para aplaudir y promover la justicia social.

“Están dando un paso al frente para abordar problemas que los medios japoneses preferirían no tocar”, dijo Russell en una entrevista por correo electrónico, advirtiendo que aunque sus esfuerzos han aumentado la visibilidad del problema en Japón, su mensaje “puede servir para reforzar la opinión de que los hafu son ellos mismos, unos forasteros y que no son miembros plenos de la sociedad japonesa”. (“Hafu” es un término utilizado para los japoneses de origen mestizo).

Cuando regresó el tenis, Osaka continuó con sus protestas

En agosto, el día previo a que la tenista disputara su primer partido en el Abierto de Western & Southern, Jacob Blake recibió varios disparos en la espalda de la policía de Kenosha, Wisconsin.

Para su partido de cuartos de final, las protestas renovadas habían llegado a los deportes profesionales de Estados Unidos, y hubo equipos de la NBA, la WNBA y la MLB que optaron por detener las competencias el 26 de agosto.

Ese día, Osaka salió de la cancha con el plan de retirarse del torneo. Sin una llamada a un sindicato de jugadores, sin una reunión de equipo. Stuart Duguid, su representante, le pidió que demorara el anuncio unos diez minutos mientras se las arreglaba para darles el aviso a sus patrocinadores y al torneo. Hecho esto, Osaka publicó un comunicado detallado en sus cuentas de redes sociales para explicar su postura.

“Antes que ser una atleta, soy una mujer negra”, escribió. “Y como mujer negra, siento que hay asuntos mucho más importantes que necesitan atención inmediata, en vez de verme jugar al tenis”.

En unos minutos, el director ejecutivo de la WTA, Steve Simon, llamó a Duguid para intentar que siguiera participando. A la postre, Simon, junto con otras autoridades de tenis y del torneo, accedieron a poner en pausa la competencia.

“Nunca antes había experimentado la rapidez y la unión necesaria para que estos líderes se juntaran en lo que fue un momento muy, muy crítico”, dijo Stacey Allaster, directora del torneo del Abierto de Estados Unidos.

Fue una demostración inequívoca del poder de Osaka en el deporte, una autoridad que todavía predica de manera considerable tras ganar.

Cuando ingresó al Abierto de Estados Unidos, muchas cosas habían cambiado para ella y para el mundo. Fissette dijo que ninguno de los jugadores que ha entrenado tiene la alegría y la determinación de Osaka al ingresar a un evento de Grand Slam. Con una fuerte actuación en el Western & Southern (avanzó a la final, pero luego se retiró por una lesión), una relación más abierta con su equipo y una nueva expectativa de que sus partidos podrían volverse difíciles, llegó al campeonato estadounidense con la suficiente confianza como para lucir siete mascarillas faciales, una para cada ronda necesaria para ganar el campeonato.

“No viajaría a un torneo si no estuviese segura de que voy a jugar siete partidos, e inicialmente, cuando pensé en la mejor forma de concienciar y honrar las voces que habían sido silenciadas, era algo que tenía que hacer a nivel personal, para mí”, dijo Osaka. “No sentía que, con todo lo que estaba pasando en el mundo que me rodeaba, pudiera aparecer y jugar como si nada hubiera sucedido, como si no se hubieran arrebatado vidas de una manera injusta”.

El 1 de septiembre, cuando regresó al estadio Arthur Ashe para su partido inaugural del Abierto de Estados Unidos, una columna de pelo y unos audífonos voluminosos en forma de tiara enmarcaron la mascarilla que llevaba con el nombre de Breonna Taylor, una profesional de la salud de 26 años que fue asesinada en marzo durante una redada en su apartamento de Louisville, Kentucky.

Cheryl Cooky, profesora de sociología en Purdue que estudia temas de género y sexualidad, vio la protesta silenciosa pero imposible de ignorar como una contribución poderosa a la iconografía del activismo de los atletas.

Cooky afirma que, colectivamente, tendemos a recordar la imagen de los puños negros enguantados de John Carlos y Tommie Smith en los Juegos Olímpicos de 1968, o la figura de Kaepernick arrodillado, en vez de las mujeres que han estado a la vanguardia de los movimientos de protesta. Mujeres como Ariyana Smith, la jugadora de baloncesto de Knox College que en 2014 presagió futuras manifestaciones en la universidad y los deportes profesionales al protestar por el asesinato de Michael Brown por la policía en Ferguson, Missouri.

“Las protestas que están sucediendo en el espacio deportivo son de mujeres negras, pero son los hombres quienes se convierten en estas figuras icónicas”, dijo Cooky, coautora de No Slam Dunk: Gender, Sport and the Unevenness of Social Change. La protesta de Osaka, dijo, fue lo suficientemente visible como para figurar entre los actos más memorables.

La atención mediática se centró en Osaka durante el torneo más arduo de este año, en el que no pudo tener a su equipo normal de familiares y amigos para que la apoyaran y le dieran un abrazo luego de los partidos. Sin embargo, las reacciones positivas fueron evidentes en el campeonato.

El jugador griego Stefanos Tsitsipas, que le escribió un mensaje de texto a Osaka después de que los torneos se suspendieron en agosto y le pidió que le explicara el movimiento Black Lives Matter, vio los partidos del Abierto de Estados Unidos con una camiseta del movimiento. En sus redes sociales, Osaka suele recibir mensajes de apoyo de fanáticos de todo el mundo. En una entrevista en ESPN, le mostraron un video en el que las familias de Ahmaud Arbery y Tamir Rice le agradecían por recordar a sus seres queridos.

“Cuando vi que había tanta gente hablando al respecto, esas siete mascarillas se convirtieron en una inspiración, más que una presión adicional”, dijo Osaka. “No soy de las que pierden la compostura, pero ese momento me dejó sin palabras y muy emocionada”.

Ahora, ya sabemos cómo se desarrolló ese torneo, cómo Osaka se recuperó de un set y un rompimiento abajo para derrotar a Victoria Azarenka, y luego la réplica a Rinaldi. El triunfo la dejó “completamente exhausta, física y mentalmente”, y se negó a participar en un programa diurno de entrevistas.

En cambio, para tomarse el retrato oficial de los campeones al día siguiente, se enfundó en el que lucía como una versión corta de un vestido karabela, un atuendo tradicional haitiano para las celebraciones, y una pañoleta en la cabeza. Después, Osaka y su familia fueron a Haití, la patria de su padre, para reconectar con el pasado, un viaje que definió como “una increíble experiencia emocional que atesoraré”.

En la actualidad, a dos meses de su victoria y con el fin de año a la vuelta de la esquina, Osaka todavía no puede darles voz a los detalles sobre los cambios en su vida, su carrera y sus metas. “Creo que durante un tiempo no tendré una respuesta concreta para esa pregunta”, comentó.

Cuando la tenga, nos la hará saber.



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